Selección de artículos publicados en "L´Ordine Nuovo"

Antonio Gramsci, "Selección de artículos publicados en "L´Ordine Nuovo""

“L´Ordine Nuovo” nació en Turín el 1º de Mayo de 1919.  Este semanario contó desde su origen con Gramsci como secretario de redacción, y desde sus páginas se alentó la lucha obrera. La revista evolucionó desde sus críticas al Partido Socialista a ser una de las plataformas precursoras del nacimiento del Partido Comunista Italiano en 1921.

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La Internacional Comunista.

 

 L'Ordine Nuovo, 24 de mayo de 1919
 

La Internacional Comunista ha nacido de y con la revolución proletaria y con ella se desarrolla. Ya tres grandes Estados proletarios, las Repúblicas soviéticas de Rusia, Ucrania y Hungría, constituyen su base real histórica.

En una carta a Sorge del 12 de septiembre de 1874, Federico Engels escribía a propósito de la I Internacional en vías de disolución: "La Internacional ha dominado diez años de historia europea y puede contemplar su obra con orgullo. Pero ha sobrevivido en su forma anticuada. Creo que la próxima Internacional será, una vez que los trabajo de Marx hayan hecho su labor durante unos cuantos años, directamente comunista e instaurará nuestros principios".

La II Internacional no justificó la fe de Engels. Sin embargo, después de la guerra y tras la experiencia positiva de Rusia, han sido trazados netamente los contornos de la Internacional revolucionaria, de la Internacional de las realizaciones comunistas.

la Internacional tiene por base la aceptación de estas tesis fundamentales, elaboradas de acuerdo con el programa de la Liga Espartaco de Alemania y del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia:

1) La época actual es la época de la descomposición y el fracaso de todo el sistema mundial capitalista, lo que significará el fracaso de la civilización europea si el capitalismo no es suprimido con todos sus antagonismos irremediables.

2) La tarea del proletariado en la hora actual consiste en la conquista del poder del Estado. Esta conquista significa: supresión del aparato gubernativo de la burguesía y organización de un aparato gubernativo proletario.

3) Este nuevo gobierno es la dictadura del proletariado industrial y de los campesinos pobres, que debe ser el instrumento de la supresión sistemática de las clases explotadoras y de su expropiación. El tipo de Estado proletario no es la falsa democracia burguesa, forma hipócrita de la dominación oligárquica financiera, sino la democracia proletaria, que realizará la libertad de las masas trabajadoras; no el parlamentarismo, sino el autogobierno de las masas a través de sus propios órganos electivos; no la burocracia de carrera, sino órganos administrativos creados por las propias masas, con participación real de las masas en la administración del país y en la tarea socialista de construcción. La forma concreta del Estado proletario es el poder de los Consejos y de las organizaciones similares.

4) La dictadura del proletariado es la orden de expropiación inmediata del capital y de la supresión del derecho de la propiedad privada sobre los medios de producción, que deben ser transformados en propiedad de toda la nación. La socialización de la gran industria y de sus centros organizadores, la banca; la confiscación de la tierra de los propietarios latifundistas y la socialización de la producción agrícola capitalista (entendiendo por socialización la supresión de la propiedad privada, el paso de la propiedad al Estado proletario y el establecimiento de la administración socialista a cargo de la clase obrera); el monopolio del gran comercio; la socialización de los grandes palacios en las ciudades y de los castillos en el campo; la introducción de la administración obrera y la concentración de las funciones económicas en manos de los órganos de la dictadura proletaria; he ahí la tarea del gobierno proletario.

5) A fin de asegurar la defensa de la revolución socialista contra los enemigos del interior y el exterior, y para socorrer a otras fracciones nacionales del proletariado en lucha, es necesario desarmar totalmente a la burguesía y a sus agentes y armar a todo el proletariado sin excepción.

6) La actual situación mundial exige el máximo contacto entre las diferentes fracciones del proletariado revolucionario, exige incluso el bloque total de los países en que la revolución socialista es ya victoriosa.

7) El método principal de lucha es la acción de las masas del proletariado hasta el conflicto abierto contra los poderes del Estado capitalista.

La totalidad del movimiento proletario y socialista mundial se orienta decididamente hacia la Internacional Comunista. Los obreros y los campesinos perciben, aunque sea confusa y vagamente, que las repúblicas soviéticas de Rusia, Ucrania y Hungría son las células de una nueva sociedad que cristaliza todas las aspiraciones y esperanzas de los oprimidos del mundo. La idea de la defensa de las revoluciones proletarias contra los asaltos del capitalismo mundial debe servir para estimular los fermentos revolucionarios de las masas: en este terreno es necesario concertar una acción enérgica y simultánea de los partidos socialistas de Inglaterra, Francia e Italia que imponga el cese de cualquier ofensiva contra la República de los Soviets. La victoria del capitalismo occidental sobre el proletariado ruso significaría arrojar a Europa durante dos decenios en brazos de la más feroz y despiadada reacción. Para impedirlo, para lograr reforzar la Internacional Comunista, la única que puede dar al mundo la paz en el trabajo y la justicia, ningún sacrificio debe parecernos demasiado grande.

 

El Estado y el socialismo.  

 

L´Ordine Nuovo, 28 de junio a 5 de julio de 1919
 

Publicamos este artículo de For Ever (Nota) aunque se trate de una colección de despropósitos y de divertida fraseología. Para For Ever, el Estado de Weimar es un Estado marxista; nosotros, los del "Ordine Nuovo" somos adoradores del Estado, queremos al Estado ab aeterno (For Ever quería decir in aeternum, evidentemente); el Estado socialista es lo mismo que el socialismo de Estado; han existido un Estado cristiano y un Estado plebeyo de Cayo Gracco; el Soviet de Saratov podría subsistir sin coordinar su producción y su actividad de defensa revolucionaria con el sistema general de los Soviets rusos, etc. Afirmaciones y necedades semejantes se presentan como una defensa de la anarquía. Y sin embargo publicamos el artículo de For Ever. For Ever no es sólo un hombre: es un tipo social.

Desde este punto de vista no debe ser puesto de lado; merece ser conocido, estudiado, discutido y superado. Lealmente, amistosamente (la amistad no debe ser separada de la verdad y de toda la aspereza que la verdad comporta). For Ever es un pseudorevolucionario; quien basa su acción en mera fraseología ampulosa, en el frenesí de la palabrería, en el entusiasmo romántico, es simplemente un demagogo y no un revolucionario. Para la revolución son necesarios hombres de mente sobria, hombres que no dejen sin pan la panaderías, que hagan marchar los trenes, que surtan las fábricas con materias primas y consigan cambiar los productos industriales por productos agrícolas, que aseguren la integridad y la libertad personal contra las agresiones de los malhechores, que hagan funcionar el complejo de servicios sociales y no reduzcan al pueblo a la desesperación y a la demencial matanza interna. El entusiasmo verbal y la fraseología desenfrenada hacen reír (o llorar) cuando uno solo de esos problemas tiene que ser resuelto aunque sólo sea en una aldea de cien habitantes.

Pero For Ever, pese a ser un tipo característico no representa a todos los libertarios. En la redacción del Ordine Nuovo contamos con un comunista libertario, Carlo Petri. Con Petri la discusión se sitúa en un plano superior; con comunistas libertarios como Petri el trabajo en común es necesario e indispensable; son una fuerza de la revolución. Leyendo el artículo de Petri publicado en el número pasado y el de EM que publicamos en este número (Nota) -para fijar los términos dialécticos de la idea libertaria: el ser y el no ser- hemos llegado a estas observaciones. Por supuesto, los camaradas Empédocles (Palmiro Togliatti)  y Caesar a los que Petri se refiere directamente, son libres de responder por su cuenta.

El comunismo se realiza en la Internacional proletaria. El comunismo será tal sólo cuando y en tanto sea internacional. En este sentido, el movimiento socialista y proletario está contra el Estado, porque está contra los Estados nacionales capitalistas, porque está contra las economías nacionales que tiene su fuente de vida y toman su forma de los Estados nacionales.

Pero si de la Internacional Comunista se verán suprimidos los Estados nacionales, no sucederá lo mismo con el Estado, entendido como "forma" concreta de la sociedad humana. La sociedad como tal es pura abstracción. En la historia, en la realidad viva y corpórea de la civilización humana en desarrollo, la sociedad es siempre un sistema y un equilibrio de Estados, un sistema y un equilibrio de instituciones concretas, en las cuales la sociedad adquiere conciencia de su existencia y de su desarrollo y únicamente a través de las cuales existe y se desarrolla.

Cada conquista de la civilización humana se hace permanente, es historia real y no episodio superficial y caduco, en cuanto encarna en unas instituciones y encuentra una forma en el Estado. La idea socialista ha sido un mito, una difusa quimera, un mero arbitrio de la fantasía individual hasta que ha encarnado en el movimiento socialista y proletario, en las instituciones de defensa y ofensiva del proletariado organizado, en éste y por éste ha tomado forma histórica y ha progresado; de él ha generado el Estado socialista nacional, dispuesto y organizado de modo que le hace capaz para engranarse con los otros Estados socialistas; condicionado incluso de tal modo que sólo es capaz de vivir y desarrollarse en cuanto se adhiera a los otros Estados socialistas para realizar la Internacional Comunista en la que cada Estado, cada institución, cada individuo encontrará su plenitud de vida y de libertad.

En este sentido, el comunismo no está contra el "Estado" e incluso se opone implacablemente a los enemigos del Estado, a los anarquistas y anarcosindicalistas, y denuncia su propaganda como utópica y peligrosa para la revolución proletaria.

Se ha construido un esquema preestablecido, según el cual el socialismo sería un "puente" a la anarquía; se trata de un prejuicio sin fundamento de una arbitraria hipoteca del futuro. En la dialéctica de las ideas, la anarquía es una continuación del liberalismo, no del socialismo; en la dialéctica de la historia, la anarquía se ve expulsada del campo de la realidad social junto con el liberalismo. Cuanto más se industrializa la producción de bienes materiales y a la concentración del capital corresponde una concentración de masas trabajadoras, tantos menos adeptos tiene la idea libertaria. El movimiento libertario se difunde aún donde prevalece el artesanado y el feudalismo rural; en las ciudades industriales y en el campo de cultivo agrario mecanizado, los anarquistas tienden a desaparecer como movimiento político, sobreviviendo como fermento ideal. En este sentido la idea libertaria dispondrá aún de un cierto margen para desplegarse; proseguirá la tradición liberal en cuanto ha impuesto y realizado conquistas humanas que no deben morir con el capitalismo.

Hoy, en el tumulto social promovido por la guerra, parece que la idea libertaria haya multiplicado el número de sus adeptos. No creemos que la idea tenga de qué vanagloriarse. Se trata de un fenómeno de regresión: a las ciudades han emigrado nuevos elementos, sin cultura política, sin entrenamiento en la lucha de clases con las formas complejas que la lucha de clases ha adquirido en la gran industria. La virulenta fraseología de los agitadores anarquistas prende en estas conciencias instintivas, apenas despiertas. Pero la fraseología pseudorevolucionaria no crea nada profundo y permanente. Y lo que predomina, lo que imprime a la historia el ritmo del progreso, lo que determina el avance seguro e incoercible de la civilización comunista no son los "muchachos", no es el lumpenproletariado, no son los bohemios, los diletantes, los románticos melenudos y excitados, sino las densas masas de los obreros de clase, los férreos batallones del proletariado consciente y disciplinado.

Toda la tradición liberal es contraria al Estado.

La literatura liberal es toda una polémica contra el Estado. La historia política del capitalismo se caracteriza por una continua y rabiosa lucha entre el ciudadano y el Estado. El Parlamento es le órgano de esta lucha; y el Parlamento tiende precisamente a absorber todas las funciones del Estado, esto es, a suprimirlo, privándole de todo poder efectivo, puesto que la legislación popular está orientada a liberar a los órganos locales y a los individuos de cualquier servidumbre y control del poder central.

Esta postura liberal entra en la actividad general del capitalismo, que tiende a asegurarse más sólidas y garantizadas condiciones de concurrencia. La concurrencia es la enemiga mas acérrima del Estado. La misma idea de la Internacional es de origen liberal; Marx la toma de la escuela de Cobden y de la propaganda por el libre cambio, pero lo hace críticamente. Los liberales son impotentes para realizar la paz y la Internacional nacional, porque la propiedad privada y nacional genera escisiones, fronteras, guerras, Estados nacionales en permanente conflicto entre ellos.

El Estado nacional es un órgano de concurrencia; desaparecerá cuando la concurrencia sea suprimida y un nuevo hábito económico haya aparecido, a partir de la experiencia concreta de los Estados Socialistas.

La dictadura del proletariado es todavía un Estado nacional y un Estado de clase. Los términos de la concurrencia y de la lucha de clases han variado, pero concurrencia y clases subsisten. La dictadura del proletariado debe resolver los mismos problemas del Estado burgués: de defensa externa e interna. Estas son las condiciones reales, objetivas, que debemos tener en cuenta; razonar y obrar como si existiese ya la Internacional Comunista, como si estuviera superado ya el periodo de la lucha entre Estados socialistas y Estados burgueses, la despiadada concurrencia entra las economías nacionales comunistas y las capitalistas, sería un error desastroso para la revolución proletaria.

La sociedad humana sufre un rapidísimo proceso de descomposición, coordinado al proceso de disolución del Estado burgués. Las condiciones reales objetivas en que se ejercerá la dictadura del proletariado serán condiciones de un tremendo desorden, de una espantosa indisciplina. Se hace necesaria la organización de un Estado socialista sumamente firme, que ponga fin lo antes posible a la disolución y la indisciplina, que devuelva una forma concreta al cuerpo social, que defienda la revolución de las agresiones externas y las rebeliones internas.

La dictadura del proletariado debe, por propia necesidad de vida y de desarrollo, asumir un acentuado carácter militar. Por eso el problema del ejército socialista pasa a ser uno de los más esenciales a resolver; y se hace urgente en este periodo prerrevolucionario tratar de destruir las sedimentaciones del prejuicio determinado por la pasada propaganda socialista contra todas las formas de la dominación burguesa.

Hoy debemos rehacer la educación del proletariado; habituarlo a la idea de que para suprimir el Estado en la Internacional es necesario un tipo de Estado idóneo a la consecución de este fin, que para suprimir el militarismo puede ser necesario un nuevo tipo de ejército. Esto significa adiestrar al proletariado en el ejercicio de la dictadura, del autogobierno. Las dificultades a superar serán muchísimas y el periodo en que estas dificultades seguirán siendo vivas y peligrosas no es previsible sea corto. Pero aunque el Estado proletario no subsistiera más que un día, debemos trabajar a fin de que disponga de condiciones de existencia idóneas al desarrollo de su misión, la supresión de la propiedad privada y de las clases.

El proletariado es poco experto en el arte de gobernar y dirigir; la burguesía opondrá al Estado socialista una formidable resistencia, abierta y disimulada, violenta o pasiva. Sólo un proletariado políticamente educado, que no se abandone a la desesperación y a la desconfianza por los posibles e inevitables reveses, que permanezca fiel y leal a su Estado no obstante los errores que individuos particulares puedan cometer, a pesar de los pasos atrás que las condiciones reales que la producción pueda imponer, sólo semejante proletariado podrá ejercer la dictadura, liquidar la herencia maléfica del capitalismo y de la guerra y realizar la Internacional Comunista.

Por su naturaleza, el Estado socialista reclama una lealtad y una disciplina diferentes y opuestas a las que reclama el Estado burgués. A diferencia del Estado burgués, que es tanto más fuerte en el interior como en el exterior cuanto los ciudadanos menos controlan y siguen las actividades del poder, el Estado socialista requiere la participación activa y permanente de los camaradas en la actividad de sus instituciones. Preciso es recordar, además, que si el Estado socialista es el medio para radicales cambios, no se cambia de Estado con la facilidad con que se cambia de gobierno. Un retorno a las instituciones del pasado querrá decir la muerte colectiva, el desencadenamiento de un sanguinario terror blanco ilimitado; en las condiciones creadas por la guerra, la clase burguesa estaría interesada en suprimir con las armas a las tres cuartas partes de los trabajadores para devolver elasticidad al mercado de víveres y volver a disfrutar de condiciones privilegiadas en la lucha por la vida cómoda a que está habituada. Por ninguna razón pueden admitirse condescendencias de ningún género.

Desde hoy debemos formarnos y formar este sentido de responsabilidad implacable y tajante como la espada de un justiciero. La revolución es algo grande y tremendo, no es un juego de diletantes o una aventura romántica.

Vencido en la lucha de clases, el capitalismo dejará un residuo impuro de fermentos antiestatales, o que aparecerán como tales, porque individuos y grupos querrán eludir los servicios y la disciplina indispensables para el éxito de la revolución.

Querido camarada Petri, trabajemos para evitar cualquier choque sangriento entre las fracciones subversivas, para evitar al Estado socialista la cruel necesidad de imponer con la fuerza armada la disciplina y la fidelidad, de suprimir una parte para salvar el cuerpo social de la disgregación y la depravación. Trabajemos, desplegando nuestra actividad de cultura, para demostrar que la existencia del Estado socialista es un eslabón esencial de la cadena de esfuerzos que el proletariado debe realizar para su completa emancipación, para su libertad.

 

Nota a un artículo de For Ever (el anarquista turinés Conrado Quaglino), titulado "En defensa de la anarquía".

For Ever partía del trabajo de Gramsci La poda de la historia, para acusar a los socialistas "comprendidos los revolucionarios, los soviéticos, los autonomistas", de ser adoradores del Estado, como los economistas burgueses y los socialdemócratas alemanes ("El Estado de Weimar").

 For Ever afirmaba que "la Comuna es la negación aplastante del Estado" y que "un poder de políticos", aunque fuera el poder de Lenin y los bolcheviques, oprimía de todos modos al "individuo anárquico". "No hay diferencia -escribía Quaglino- entre ser oprimido y aplastado por la blusa obrera y la bandera roja o por la levita y la bandera tricolor".

 

Un partido de masas.

 

"L'Ordine Nuovo" , el 5 de octubre de 1921
 

El Partido Socialista se presenta en el Congreso de Milan con 80.000 inscritos. Puede ser útil un pequeño razonamiento sobre las cifras, más que cualquier razonamiento teórico, para tener una exacta comprensión de la naturaleza y de las actuales funciones del Partido Socialista Italiano.

Desde el Congreso de Liorna, el Partido Socialista se halla integrado por 98.000 comunistas unitarios y 14.000 reformistas, es decir, 112.000 inscritos. Después de Liorna han entrado en el Partido por lo menos 15.000 nuevos miembros; si hoy los inscritos son 80.000 quiere decir que de los 112.000 votantes en Liorna, 47.000 se han marchado; los 65.000 restantes con los 15.000 nuevos constituyen los actuales efectivos de 80.000.

En el Congreso de Liorna los comunistas unitarios eran 98.000; la actual fracción maximalista unitaria continuadora de aquella comunista unitaria, tendrá en el Consejo de Milán de 45 a 50.000 votos; está claro que los 47.000 salidos del Partido Socialista después de Liorna son en casi su totalidad comunistas unitarios.

La calidad de los actuales 80.000 inscritos puede comprenderse a través de este pequeño razonamiento. El Partido Socialista administra actualmente cerca de 2.000 comunas y 10.000 entre ligas, Cámaras de trabajo, cooperativas y mutualidades. Si se tienen en cuenta las minorías comunales y de los Consejos provinciales, es lícito calcular a una media de 16 consejeros por 2.000 comunas administradas en mayoría; esto es, resulta que un partido de 80.000 inscritos cuenta con 32.000 consejeros comunales. Para las 10.000 organizaciones económicas no es exagerado calcular (también teniendo en cuenta los cargos múltiples) tres funcionarios inscritos por cada una; tenemos así un partido de 80.000 inscritos, que sobre los 32.000 consejeros, tendrá bien 32.000 funcionarios de ligas, cooperativas y mutualidades. Así pues, de 80.000 inscritos, 62.000 son miembros estrechamente ligados a una posición económica o política, quedando solamente 18.000 miembros desinteresados.

Esta composición explica suficientemente cómo ocurre que el Partido Socialista, aunque no representa ya las aspiraciones y los sentimientos de las masas trabajadoras, continúa aparentemente siendo un partido de masas. La historia está llena de fenómenos similares.

El reino de los Borbones en Nápoles era "negación de Dios" hasta 1848; no obstante, subsistió hasta 1860 porque tenía un cuerpo de funcionarios que estaba entre los mejores de Italia; de 1848 a 1860, el Estado borbónico fue una pura y simple organización de funcionarios, sin consenso en ninguna clase de la población, sin vida interior, sin un fin histórico que justificase su existencia.

El imperio del zar había demostrado en 1905 estar muerto y putrefacto históricamente; tenía contra sí al proletariado industrial, los campesinos, la pequeña burguesía intelectual, los comerciantes, la enorme mayoría de la población. De 1905 a 1917, el imperio del zar vivió solamente porque tenía una burocracia formidable, vivió solamente como organización de funcionarios estatales, sin contenido ético, sin una misión de progreso civil que le justificara la existencia.

El Estado de Austria-Hungría es el tercer ejemplo, y quizás el más educativo, que ofrece la historia. Estaba dividido en razas enemigas entre sí, como hoy son enemigas entre sí las diversas tendencias del Partido Socialista, pero continuaba viviendo, cementado unitariamente por una sola categoría de ciudadanos, la casta de los funcionarios.

En la política internacional, el Estado de los Borbones, el imperio del zar, el imperio de los Habsburgo representaban todavía toda la población y pretendían expresar su voluntad y sentimientos. También hoy el Partido Socialista, organización de 62.000 funcionarios en la clase trabajadora, pretende expresar su voluntad y sus sentimientos.

Esta composición del Partido Socialista justifica nuestro escepticismo sobre el resultado del Congreso de Milán. Solamente entre 18.000 miembros desinteresados es posible que haya influido una discusión política; los otros 62.000 razonan sólo desde el punto de vista de su empleo y de su cargo. Una escisión a la derecha pondrá en peligro la mayoría de los Consejos municipales, una escisión entre funcionarios sindicales, de cooperativas o de mutualidades pondría en peligro la situación de cada uno; los 62.000 son, por tanto, unitarios hasta el fondo, hasta la extrema vergüenza. Por tanto, creíamos destinado al fracaso el intento de Maffi, Lazzari, Riboldi para una aproximación a la Internacional Comunista; los tres pueden influir solamente en 18.000 de los 82.000 inscritos en el Partido Socialista; en la mejor de las hipótesis podrían arrancar de este partido 10.000 miembros, ya la nueva escisión no tendría ninguna importancia política.

La verdad es que el Partido Socialista está ya muerto y putrefacto; un partido obrero que de 80.000 miembros tiene 62.000 funcionarios es solamente una excrecencia morbosa de la colectividad nacional. El fenómeno es, sin embargo, rico en enseñanzas para los militantes comunistas; si es cierto que el Partido Socialista, aunque muerto como conciencia política del proletariado, sigue viviendo como aparato organizativo de las grandes masas, ello indica la importancia considerable que en la civilización moderna tienen los "funcionarios".

Para el Partido Comunista, el problema de convertirse en el partido de las grandes masas y, por consiguiente, partido del gobierno revolucionario, no consiste solamente en resolver la cuestión de interpretar fielmente las aspiraciones populares, significa también resolver la cuestión de sustituir los funcionarios contrarrevolucionarios con funcionarios comunistas; significa, por consiguiente, crear un cuerpo de funcionarios comunistas, que, sin embargo, a diferencia de los socialistas, estén estrechamente disciplinados y subordinados al Congreso y al Comité Central del Partido. De esta verdad, poco simpática aparentemente, deben convencerse especialmente nuestros jóvenes; la realidad es como es, algo rebelde, y debe dominarse con los medios adecuados, aunque parezcamos poco revolucionarios y poco simpáticos.

 

 

El Partido y la masa.

 

"L'Ordine Nuovo" el 25 de noviembre de 1921
 

La crisis constitucional en que se debate el Partido Socialista Italiano interesa a los comunistas en cuanto es reflejo de la más profunda crisis constitucional en que se debaten las grandes masas del pueblo italiano. Desde este punto de vista, la crisis del Partido Socialista no puede ni debe considerarse aisladamente: forma parte de un cuadro más amplio, que abarca también al Partido Popular y al fascismo.

Políticamente, las grandes masas no existen sino encuadradas en los partidos políticos. Los cambios de opinión que se producen en las masas por el empuje de las fuerzas económicas determinantes son interpretadas por los partidos, que se escinden primero en tendencias, para poder escindirse en una multiplicidad de nuevos partidos orgánicos; a través de este proceso de desarticulación, de neo-asociación, de fusión entre los homogéneos se revela un más profundo e íntimo proceso de descomposición de la sociedad democrática por el definitivo ordenamiento de las clases en lucha para la conservación o la conquista del poder del Estado y del poder sobre el aparato de producción.

En el período desde el armisticio a la ocupación de las fábricas, el Partido Socialista ha representado la mayoría del pueblo trabajador italiano, la pequeña burguesía y los campesinos pobres. De estas tres clases, solamente el proletariado era esencial y permanentemente revolucionario; las otras dos clases eran "ocasionalmente" revolucionaras, eran "socialistas de guerra", aceptaban la idea de la revolución en general por los sentimientos de rebelión, por los sentimientos antigubernamentales germinados durante la guerra. Puesto que el Partido Socialista estaba constituido en su mayoría por elementos pequeño-burgueses y campesinos, habría podido hacer la revolución solamente en los primeros tiempos después del armisticio, cuando los sentimientos de revuelta antigubernamental eran aún vivaces y activos; por otra parte, al estar el Partido Socialista constituido en su mayoría por pequeños burgueses y campesinos (cuya mentalidad no es muy distinta de aquella de la pequeña burguesía urbana), tenía que ser oscilante, vacilante, sin un programa neto y preciso, sin dirección y, especialmente, sin una conciencia internacionalista.

La ocupación de las fábricas, esencialmente proletaria, halló desprevenido al Partido Socialista, que era sólo parcialmente proletario, que estaba ya, por los primeros golpes del fascismo, en crisis de conciencia en sus otras partes constitutivas. El fin de la ocupación de las fábricas descompuso completamente al Partido Socialista; las creencias revolucionarias infantiles y sentimentales cedieron completamente; los dolores de la guerra se habían mitigado en parte (¡no se hace una revolución por los recuerdos del pasado!); el gobierno burgués aparece aún fuerte en la persona de Giolitti y en la actividad fascista; los jefes reformistas afirmaron que pensar en la revolución comunista en general era de locos; Serrati afirmó que era locura pensar en la revolución comunista en Italia en aquel período. Solamente la minoría del Partido, formada por la parte más avanzada y culta del proletariado industrial, no cambió su punto de vista comunista e internacionalista, no se desmoralizó por los acontecimientos diarios, no se dejó ilusionar por la apariencia de solidez y energía del Estado burgués. De esta manera nació el Partido Comunista, primera organización autónoma e independiente del proletariado industrial, de la única clase popular esencial y permanentemente revolucionaria.

El Partido Comunista no se hizo súbitamente partido de las más amplias masas. Esto prueba una sola cosa: las condiciones de gran desmoralización y de gran abatimiento en que habían caído las masas a continuación del fallo político de la ocupación de las fábricas. La fe se había extinguido en gran número de dirigentes; lo que primeramente se había exaltado, ahora era escarnecido; los sentimientos más íntimos y delicados de la conciencia proletaria era torpemente pateada, pisoteada por esta burocracia subalterna dirigente, vuelta escéptica, corrompida en el arrepentimiento y en el remordimiento de su pasado de demagogia maximalista. La masa popular que inmediatamente después del armisticio se había agrupado en torno al Partido Socialista se desmembró, se licuó, se dispersó. La pequeña burguesía, que había simpatizado con el socialismo, simpatizó con el fascismo; los campesinos, sin apoyo ya en el Partido Socialista, dirigieron más bien su simpatía al Partido Popular. Pero esta confusión de los antiguos efectivos del Partido Socialista con los fascistas, de una parte y con los populares, de otra, no dejó de tener consecuencias.

El Partido Popular se acercó al Partido Socialista: en las elecciones parlamentarias, las listas abiertas populares, en todas las circunscripciones, aceptaron por centenares y miles los hombres de los candidatos socialistas; en las elecciones municipales realizadas en algunas comunas rurales, desde las elecciones políticas hasta hoy, a menudo los socialistas no presentaron lista de la minoría y aconsejaron a sus adheridos votar por la lista popular; en Bérgamo, el fenómeno tuvo una manifestación clamorosa: los extremistas populares se separaron de la organización blanca y se fundieron con los socialistas, fundando una Cámara de trabajo y un semanario dirigido y escrito por socialistas y populares conjuntamente. Objetivamente, este proceso de reagrupamiento popular-socialista representa un progreso. La clase campesina se unifica, adquiere la conciencia y la noción de la solidaridad amplia, rompiendo la envoltura religiosa en el campo popular, rompiendo la envoltura de la cultura anticlerical pequeño-burguesa en el campo socialista. Por esta tendencia de sus efectivos rurales, el Partido Socialista se separa cada vez más del proletariado industrial y, por consiguiente, parece que viene a romperse el fuerte vínculo unitario que el Partido Socialista parecía que había creado entre la ciudad y el campo; sin embargo, puesto que este vínculo no existía en realidad, la nueva situación no da lugar a ningún daño efectivo. En cambio, se hace evidente una ventaja real: el Partido Popular sufre una fuerte oscilación a la izquierda y se hace cada vez más laico; esto terminará con la separación de su derecha, constituida por grandes y medios propietarios agrarios, es decir, que entrará decididamente en el campo de la lucha de clases, con un formidable debilitamiento del gobierno burgués.

El mismo fenómeno se perfila en el campo socialista. La pequeña burguesía urbana, reforzada políticamente por todos los tránsfugas del Partido Socialista, había tratado después del armisticio de aprovechar la capacidad de organización y de acción militar adquirida durante la guerra. La guerra italiana ha estado dirigida, en ausencia de un Estado Mayor eficiente, por la oficialidad subalterna, es decir, por la pequeña burguesía. Las desilusiones padecidas en la guerra habían despertado fuertes sentimientos de rebelión antigubernamental en esta clase, la que, perdida después del armisticio la unidad militar de sus cuadros, se desparramó en los diversos partidos de masa, llevando consigo los fermentos de rebelión, pero también inseguridad, vacilación y demagogia. Caída la fuerza del Partido Socialista después de las ocupaciones de las fábricas, con rapidez fulminante esta clase, con el empuje del mismo Estado Mayor que la había explotado en al guerra, reconstruyó sus cuadros militarmente, se organizó nacionalmente. Maduración rapidísima, crisis constitucional rapidísima. La pequeña burguesía urbana juguete en manos del Estado Mayor y de las fuerzas más retrógradas del gobierno, se alió a los agrarios y rompió, por cuenta de los agrarios, la organización de los campesinos. El pacto de Roma entre fascistas y socialistas marca el punto de inflexión de esta política ciega y políticamente desastrosa para la pequeña burguesía urbana, que comprendió que vendía su "primogenitura" por un plato de lentejas. Si el fascismo continuaba con las expediciones punitivas tipo Treviso, Sarzana, Roccastrada, la población se habría sublevado en masa y, en la hipótesis de una derrota popular, ciertamente los pequeños burgueses no habrían tomado el poder, sino el Estado Mayor y los latifundistas. El fascismo se acerca nuevamente al socialismo, la pequeña burguesía trata de romper los lazos con la gran propiedad agraria, trata de tener un programa político que termine pareciéndose mucho al de Turati y D'Aragona.

Esta es la situación actual de la masa popular italiana: una gran confusión, sucediendo a la unidad artificial creada por la guerra y personificada en el Partido Socialista, una gran confusión que encuentra los puntos de polarización de los campesinos; en el fascismo, organización de la pequeña burguesía. El Partido Socialista, que desde el armisticio hasta la ocupación de las fábricas ha representado la confusión demagógica de estas tres clases del pueblo trabajador, es hoy el máximo exponente y al víctima más conspicua del proceso de desarticulación (por un nuevo, definitivo equilibrio) que las masas populares italianas sufren como consecuencia de la descomposición de la democracia.

 

 

El Partido Comunista y la agitación obrera en curso.


L´Ordine Nuevo” , 22 de noviembre de 1921.
 

Un estremecimiento de lucha recorre las filas del proletariado italiano. La máxima depresión de la actividad del proletariado decisivamente se ha sobrepasado y la lucha de clase va readquiriendo el ritmo imponente que tenía antes de los acontecimientos de finales del año 1920. La ofensiva capitalista, cuyo inicio se puede reconocer en los episodios del 21 de noviembre -hace un año- en Bolonia , se ha movido al paso, en sus diversas formas, acelerando solamente después que sobre la moral de las masas había tenido su maléfico influjo la desastrosa política del Partido Socialista y de la Confederación del Trabajo y también aprovechando sobre todo los errores y culpas de los dirigentes proletarios, no perece que haya sido tan perniciosa como éstos, si a su mayor ensañamiento la clase obrera responde levantándose de nuevo al combate.

Entre el periodo de lucha obrera que la táctica equívoca de los socialistas echó a perder entonces y el actual, se dan diferencias profundas de situación y de relaciones de fuerza. Entonces parecía abandonada a los organismos proletarios la iniciativa de los movimientos y la elección del programa de conquista, y el adversario, patronal y Estado, parecía desorientado y casi pasivo. En cambio, hoy está la burguesía con una serie de armas bien templadas que mueve contra el proletariado y lo ataca en el terreno político con la reacción y el fascismo, y en el terreno económico con el cierre de fábricas y las denuncias de los convenios de trabajo antes conquistados.

Según los socialistas de derecha, fue un error proponerse en aquel periodo favorable objetivos revolucionarios demasiado grandiosos e irreales y no asegurarse más limitadas conquistas, en las que todavía el proletariado se habría sólidamente reforzado. Pero aquéllos no aluden a conquistas económicas, puesto que éstas en realidad se verificaron en gran escala y evidentemente hablan de un programa político cuya realización, en el terreno político, se ve impedida por la aclamada aspiración a la conquista de todo el poder por la clase obrera.

Pero estos hombres no dicen ni muestran qué régimen, si no es la posesión íntegra de la fuerza estatal por parte del proletariado, habría librado a éste del contraataque burgués. Es fácil comprender que si no se tenía una sólida organización de lucha, y la ofensiva burguesa se derivó de la reacción ante el peso de la voluntad de los organismos proletarios en la marcha de la vida social, y de la conciencia que corresponde a esta aparente influencia, aquella ofensiva se habrí desencadenado en el caso de que las masas vieran reforzada su influencia social, no sobre su organización, sino sobre ulteriores concesiones obtenidas mediante medios pacíficos de hipotéticos aliados entre la izquierda burguesa en el campo de combinaciones parlamentarias o de cualquier simulacro de crisis del régimen. En realidad, el único medio de impedir hoy la reaparición de la ofensiva burguesa es el desarme del aparato burgués de gobierno y de la propia burguesía y de la acción directa del poder y de la fuerza armada del proletariado; o sea, la dictadura revolucionaria de éste.

En la situación actual, en la que la burguesía tiende a una dictadura económica y política suya, que deje inmutable la forma de su régimen, pero que destruya las fortalezas de las organizaciones obreras y empuje al proletariado a la condición de anteguerra o más atrás aún, los exponentes de la socialdemocracia, para quienes tampoco puede regir la cómoda coartada con la que respondían hasta ahora, no osan ya formular ningún programa. Sostienen o más bien realizan el repliegue sin lucha para no verse obligados a admitir la necesidad del armamento, no sólo ideal, sino también material, del proletariado para la lucha de clase, con la que consigue necesariamente el programa de consolidación de este aparato de lucha en un aparato de poder revolucionario.

Los comunistas, en cambio, coherentes con las acusaciones que en el "feliz" periodo de los años 1919 y 1920 hacían a la política de los socialistas de derecha, incapaz de utilizar toda etapa recorrida luchando por el proletariado para la organización de su facultad revolucionaria, hacia fuera y contra el Estado burgués, como única garantía de la defensa de aquellas conquistas y de su integración hasta la emancipación proletaria, los comunistas hoy sostienen que el proletariado debe aceptar de la situación las elocuentes enseñanzas de lucha que se derivan, y debe afrontar los conflictos singulares con las fuerzas adversarias con una visión general de sus tareas que preparan el movimiento único de toda la clase trabajadora en el plano revolucionario.

Si el considerar como aislada la acción singular y ensalzar la táctica de ocupar sucesivamente y con poco gasto de energía las posiciones aisladas, podí tener un sentido en el periodo de avance, hoy aquel método equivale evidentemente exponerse a cierta derrota.

Los comunistas tiene esbozado el plan de acción proletaria de la canalización de todas las luchas en una única acción del frente único de los trabajadores, que tiene como base todo el conjunto de las conquistas obreras que la ofensiva burguesa está acechando. Este plan se viene trazando en los mismos acontecimientos, que de manera casi automática conducen a los trabajadores a ampliar la base de los conflictos, fundiéndolos con aquellos a los que se ven provocados otras categorías y reuniendo reivindicaciones políticas y económicas.

Mientras esta síntesis de los esfuerzos se ve programáticamente completa en la consigna del Partido Comunista, que debe servir como guía a la acción proletaria, en la realidad ahí están los factores que se oponen a su realización, y como el principal de estos la actitud de los jefes de derecha. La acción hacia el frente único proletario aparece así como una doble lucha: contra la burguesía en el frente determinado por sus ataques y contra los socialdemócratas que impiden a la organización proletaria responder con la ampliación del frente a la táctica burguesa, que consiste en batir sucesiva y separadamente las fuerzas obreras.

El Partido Comunista comprende en toda su complejidad esta situación y las dificultades que se oponen a la realización de la plataforma de acción única que ha propuesto, que culminaría en la huelga general nacional, poniendo la lucha en una vía decisivamente revolucionaria, no le disuaden de seguir y sostener todas las fases de la lucha defensiva proletaria que, aunque impedida por la dictadura socialdemocrática sobre las organizaciones, contribuye por sucesivas acciones a la extensión del frente.

Por esto, los comunistas tiene una tarea precisa, incluso si no se acepta por sus adversarios la forma de acción que ellos propugnan y que es la única que presenta verdaderas probabilidades de una victoria proletaria. Ellos no se hacen de la menguada realización final del principio, y por parte de todas las masas, de su táctica, una razón de pasividad o una coartada para su responsabilidad; están ante todo por la lucha, la lucha en dos frentes, contra el abierto adversario burgués y contra el derrotismo interno de los oportunistas.

Por consiguiente, el Partido Comunista está en primera línea de los experimentos de acción ampliada que hoy se desarrollan y que indudablemente preludian más amplias batallas. Ciertamente que si estas tentativas de la masa fracasaran, sería por efecto de la influencia de los socialdemócratas, que frenan la difusión del movimiento y tratan de explotar las eventuales derrotas proletarias como consecuencia del método de la extensión de la acción, mientras que sería solamente consecuencia de la tardía extensión. Pero esto no quita que haciendo grandes esfuerzos no se pueda obtener que también por esta vía, hecha menos directa por la fuerza de los derrotistas, se pueda aguerrir el proletariado para la lucha revolucionaria suprema. Por consiguiente, nos hallamos, después de haber establecido bien toda la responsabilidad, de lleno en la lucha de la huelga general de Liguria y de Venecia Julia; pedimos la extensión del movimiento de los ferroviarios contra la aplicación del artículo 56.

Hay que luchar contra esta situación para extraer de todo su desarrollo un resultado de experiencia y de alineamiento revolucionario, con la mirada puesta siempre en el objetivo: acción general única de todos los trabajadores.

El nivel de la combatividad proletaria crecerá a través de estos episodios en la medida en que el Partido Comunista esté unido en la lucha contra el derrotismo de los amarillos. Los cuales esperan, no menos acaso que los burgueses auténticos, el revés que hunda al proletariado en la vía muerta de la pasividad y de la consternación.

Pero a los viscosos y más cínicos enemigos del movimiento obrero, parece que les sopla otro viento: el de la gran tempestad revolucionaria.