Arrancar de nuestra aldea las flores imaginarias que la adornan

 

Cuando en el verano de 1893 Vladímir Uliánov deja la casa materna de Samara para ir a establecerse como pasante del abogado Wolkenstein, en San Petersburgo, era todavía un joven de veintitrés años en el que sin embargo se advierten ya los rasgos de una madurez inequívoca. Las personas que le conocieron y le trata­ron mediada la década de los noventa coinciden en resaltar que su físico daba la apariencia de un hombre considerablemente mayor de lo que en realidad era. Y, sin duda, la calvicie incipiente, la barbilla rojiza, la mirada escrutadora y penetrante en un rostro concen­trado y siempre alerta abonan esa impresión de sus interlocutores de entonces. Pero los índices de la ma­duración no son en este caso solamente físicos. Para hacerse una idea de la temprana plenitud intelectual de Vladímir Uliánov basta con recordar que a los vein­ticuatro años ha escrito ya un texto como Quiénes son los “Amigos del Pueblo”, en el cual además de una do­cumentada refutación de la sociología populista hay algunos de los mejores esbozos metodológicos de la historia del marxismo, o que antes de los treinta ha publicado una obra de investigación de las dimensiones del Desarrollo del capitalismo en Rusia.

Los golpes de la vida durante la adolescencia, suele decirse, forman. En menos de dos años, entre 1886 y 1887, Vladímir tuvo la oportunidad de conocer en la carne de los suyos toda la brutalidad de la autocracia zarista: la muerte del padre, en gran parte como consecuencia de una jubilación forzada, inesperada y re­presiva, el ahorcamiento del hermano, Alejandro, tras un atentado fallido contra el zar, y su propia expulsión de la universidad apenas iniciados los estudios de de­recho, acusado de actividades subversivas. Lenin casi nunca ha hablado o escrito sobre sí mismo, sobre su vida privada, por lo que no es fácil saber en qué forma interiorizó esos acontecimientos. Pero a juzgar por los recuerdos de quienes convivieron con él durante cierto tiempo, particularmente de Nadia Krupskaia, la im­presión de aquellas dolorosas experiencias de la adolescencia dejó profundas huellas en la personalidad de Vladímir Uliánov. Su odio a los liberales, su desprecio por los intelectuales académicos le vino muy proba­blemente de ahí, de la comprobación del aislamiento en que los colegas y amistades del padre dejaron a su familia después de la muerte de aquél y de la ejecución de Alejandro.

Cierto es que en esos mismos golpes tempranos de la vida, así como en otros derivados del constante batallar político en las catacumbas del zarismo o en la infelicidad del exilio, se puede ver también la raíz de esa punta de exagerada intransigencia del Lenin estadista que, según cuentan, “heló la sangre en las venas” a Lord Bertrand Russell y que, más recientemente, indujo a un profesor liberal inglés a caracterizarlo como un “monstruo sombrío”. En cualquier caso, y por lo que hace a ese rasgo del carácter de Lenin —la intransigencia hasta la exageración— señalado en los recuerdos de amigos y enemigos, parece conveniente seguir el consejo de Bertolt Brecht y pensar con indulgencia en quien no pudo ser amistoso de tanto luchar contra la bajeza y la injusticia social. Pero en esa indulgencia ha de caber también la comprensión de un estado de ánimo como el experimentado por Bertrand Russell ante la risa de Lenin en 1920, pues no puede olvidarse que una sensación en cierto modo similar había sufrido Krupskaia ante esa misma risa muchos años antes, durante su primer encuentro con el joven marxista del Volga. Y el talante de Krupskaia no era precisamente el propio de un profesor liberal inglés.

No había llegado aún la primavera de 1894. Aunque parcialmente debilitados se hacían sentir todavía los estragos de la gran sequía del invierno del noventa y uno al noventa y dos que había asolado gran parte de las zonas rurales rusas, y en los círculos revolucionarios se comentaban las consecuencias del hambre de los campesinos, la espontánea reacción de no pocos de ellos ocupando fincas en busca de alimentos para subsistir mientras la construcción del ferrocarril Transiberiano, obra paradigmática de la industrialización rusa de la época, ponía el contrapunto a la ruina del campo. La Europa occidental está saliendo de la fuerte depresión económica de las últimas décadas: el sindi­calismo crece, los obreros industriales se organizan, los partidos obreros toman cuerpo y ven aumentar de modo considerable el número de los afiliados. En Ru­sia, los marxistas tratan de explicar la contradictoria evolución de la sociedad en que viven, persuadidos de que la crítica moral del capitalismo y de la industria maquinista resulta insuficiente y falsea las relaciones entre la ciudad y el campo idealizando las tradiciones de la vieja aldea; buscan la relación con el proletariado de las fábricas, establecen contactos en la clandestinidad tratando de evitar la sombra de los agentes de la policía zarista que se cierne sobre ellos; esbozan proyectos de actuación política que les saquen de los círcu­los cerrados y les permitan entrar en relación con los problemas sentidos por las masas.

Fue en una de aquellas innumerables reuniones para encontrar el camino de actuación de los revolucionarios marxistas de San Petersburgo donde Krupskaia conoció a Vladímir Uliánov, el joven marxista llegado del Volga. Uliánov acababa de escribir uno de sus prime­ros folletos en el que hacía la crítica de las ilusiones románticas sobre la futura evolución de la vieja Rusia campesina y combatía también, aunque en menor me­dida, el fatalismo inactivo de aquellos otros que, llamándose marxistas, ponían todas sus esperanzas en el mecánico desarrollo de aquella sociedad hacia el capitalismo siguiendo miméticamente los pasos reco­rridos por la civilizada Europa.

Allí, en la casa de un ingeniero llamado Klasson, miembro del mismo grupo de estudios en el que tra­bajaba, Krupskaia vio a Lenin por primera vez y oyó su risa: Recuerdo especialmente bien un momento de aquella reunión. Estábamos discutiendo la línea a se­guir y parecía no haber un acuerdo general. Alguien dijo que lo más importante era trabajar en los comités contra el analfabetismo. Vladímir Ilich se rió con una risa fea que nunca más le oí, y comentó con ironía: «¡Muy bien. Quien crea que la patria puede salvarse con comités contra el analfabetismo que empiece a trabajar en eso!»[1].

En aquella reunión, como en tantas otras por lo demás, no hubo acuerdo. Si se tiene en cuenta la obsesión de ese mismo Lenin, durante los últimos años de su vida, por el tema de la lucha contra el analfabetismo y en favor de la instrucción y de la revolución cultural, habrá que coincidir con Krupskaia en que aquel sarcasmo de 1894 era, por lo menos, feo. Pero la anécdota índica muy bien el rasgo diferenciador de la formación de Vladímir Uliánov respecto de los otros miembros del círculo revolucionario y permite adelan­tar el sentido de sus preocupaciones sociales y políticas durante esa época de su vida que se extiende desde la llegada a San Petersburgo hasta los comienzos de 1900, cuando, cumplida ya la pena de destierro en la aldea siberiana de Shushénskoie, se apresta a abandonar Rusia para organizar el partido desde el exilio.

La formación de Vladímir Uliánov durante ese arco de tiempo estuvo marcada por al menos tres acontecimientos bastante decisivos para su vida de teórico hombre de acción al servicio de la causa revolucionada, En primer lugar por el viaje que en 1895 hizo a Ginebra, París y Berlín; pues en su transcurso trabó conocimiento con los principales marxistas rusos exi­liados, señaladamente con Plejánov y Axelrod, pudo darse cuenta de las dimensiones reales de la incipiente socialdemocracia rusa organizada en el grupo que lle­vaba por nombre Emancipación del Trabajo y tuvo además la oportunidad de contemplar de cerca por primera vez las costumbres y las actividades del pro­letariado industrial europeo-occidental así como, sobre todo, de su modélica vanguardia en la época: la so­cialdemocracia alemana, el partido de Engels, de Kautsky, de Bebel...

En segundo lugar, por su detención a finales de 1896. En las condiciones de la lucha política clandestina en la Rusia zarista la detención por la policía era una especie de prueba del fuego en la que había que mostrar la capacidad del revolucionario. Vladímir Uliánov la pasó con tanto éxito como sus exámenes en la Facultad de Derecho de San Petersburgo: la policía no logró encontrar la maleta llena de folletos de propaganda que Lenin trajo consigo de su viaje al extranjero; tampoco consiguió ninguna información del de­tenido sobre las actividades de los marxistas en el país. Ésta fue la declaración de Lenin:

 

«Me llamo Vladímir Ilich Uliánov. No me considero culpable de pertenecer al partido socialdemócrata ni a ningún otro. Ignoro la existencia de un partido an­tigubernamental cualquiera. No he hecho propaganda antigubernamental entre los obreros. En cuanto a las pruebas de convicción que me son presentadas, debo explicar que el llamamiento a los obreros y el informe de una huelga [se trata de la huelga general de los trabajadores del textil que se desarrolló durante el verano de ese mismo año] fueron hallados en mi casa por casualidad. Los tomé para leerlos en casa de una persona cuyo nombre no recuerdo. La factura que se me presenta fue redactada por una persona cuyo nombre no deseo decir y que me encargó la venta de los libros mencionados... A la pregunta que se me ha hecho sobre mis relaciones con el estudiante Zaparotetz contesto que, de una manera general, no deseo hablar de mis relaciones a fin de no comprometer a nadie»[2].

 

Hay finalmente, en tercer lugar, otro hecho ocurrido en ese período y que habría de tener transcendental importancia para la vida de Vladímir Uliánov: su unión con Nadia Krupskaia, en julio de 1898, durante el destierro en la aldea de Shushénskoie. Desde entonces, casi sin interrupción hasta 1924, Nadia sería la com­pañera infatigable de Lenin: la copista del Desarrollo del capitalismo en Rusia; la organizadora material de las innumerables casas por las que la pareja pasó, en Munich, en Londres, en Ginebra, en París, en Berna, en Cracovia, en Petersburgo, en Moscú; la secretaria de varios de los periódicos que Vladímir Uliánov dirigió en el exilio; la estafeta de la organización socialdemócrata rusa en el exilio; el enlace de Lenin con diferentes círculos revolucionarios; el único apoyo moral en tantas ocasiones como el dirigente bolchevique se quedó solo en las repetidas y agobiantes reuniones del núcleo central del partido o de los comités de redacción de las varias revistas en que colaboraba; la compañera de marcha en las excursiones a la montaña después de cada uno de los periódicos agotamientos nerviosos de Vladímir; la amiga vigilante que trata de defender la voluntad del compañero frente a las ingerencias de Stalin y la precipitación de los médicos cuando Lenin, paralizado, vive los últimos meses de su vida.

Así, pues, en los años en que Vladímir Uliánov compone sus primeros escritos económico-políticos, con anterioridad a la preparación de los materiales que servirían de base para su obra culminante de este pe­ríodo, El desarrollo del capitalismo en Rusia, contaba ya con una experiencia vital y con un bagaje cultural de considerable solidez para un joven de su edad. Ha conocido las costumbres y tradiciones de los campe­sinos, así como el papel del capital comercial y usurario en el campo, administrando la propiedad de su ma­dre en Samara; tiene la instrucción universitaria del jurista de la época complementada por el deseo de autosuperación del joven estudiante al que la represión política ha expulsado de los estudios superiores; ha advertido por el contacto directo con los obreros de la industria de Petersburgo la voluntad de conocimiento y de transformación social que anida en las clases dominadas; ha leído ya algunas de las más interesantes aportaciones del marxismo a la ciencia de la sociedad, particularmente el tomo primero del Capital, el Anti-Dühring de Erígels, la crítica marxengelsiana a los jóvenes hegelianos; y, sobre todo, se ha ido imponiendo en el conocimiento global de la historia y de la realidad presente de la economía rusa.

Tales son las armas con que Lenin entra en la batalla teórico-política de la época. El rasgo externo central de sus escritos económico-políticos de entonces (y de toda la producción leniniana) es la polémica, la controversia, en este caso con los defensores del popu­lismo[3] y con el grupo de intelectuales a los que más tarde se daría el nombre de marxistas legales para diferenciarlos de aquellos hombres que, como el propio Vladímir Uliánov, se inspiraban en el marxismo para “luchar efectivamente” contra la autocracia y por el socialismo desde la única posición de verdad posible entonces, esto es, desde la ilegalidad de los círculos clandestinos. Tema fundamental de aquella controversia de los años noventa en Rusia era éste: el futuro desarrollo económico-social del país. O enunciado más precisamente, con palabras del propio Lenin en su primer escrito de importancia:

 

¿Puede el capitalismo desarrollarse plenamente en Rusia donde la masa del pueblo es pobre y continúa empobreciéndose cada vez más? La ruina del cam­pesinado, ¿no mina el mercado interior, amenaza con estrangularlo por completo y hace imposible la organización del orden capitalista? ¿Es posible en Ru­sia el pleno desarrollo del capitalismo?

 

A esa pregunta los más destacados economistas y sociólogos del populismo contestaban poniendo en pri­mer plano el aspecto moral abstracto del asunto. Por su conocimiento del proceso de transición desde el feudalismo al capitalismo en varios de los países de la Europa occidental aquellos economistas y sociólogos, que se definían como socialistas, sabían de los horro­res que la expoliación de los cultivadores, base material de todo ese proceso, conllevó especialmente en Inglaterra. Sabían también de los rasgos particularmente inhumanos que en esos mismos países tuvo y estaba teniendo la introducción y generalización de la gran industria maquinista. Por ello, para evitar a la población campesina rusa los enormes traumas físicos y psíquicos por los que tuvieron que pasar los agricultores de Occidente, veían en la salvación de la comuna rural tradicional, y su reorientación en un sentido so­cialista, la única vía de salida.

Pues, en efecto, el hecho de que la comuna rural tradicional siguiera conservando como rasgo característico una forma de usufructo colectivo de la tierra por los campesinos, incluso después de la reforma de 1861 que abolió la servidumbre, parecía ser un dato que daba plausibilidad a la hipótesis de una vía no-capitalista hacia lo que aquellos teóricos llamaban el socialismo comunal. En apoyo de dicha hipótesis los econo­mistas populistas solían aducir el carácter extranjero, extraño como un injerto, de la adopción de las primeras medidas capitalistas en Rusia, la inexistencia o debilidad de un mercado interior propio y la resistencia del mismo campesinado frente a lo que se denominaba “descampesinización”. Desde un punto de vista teórico más general los sociólogos de aquella corriente trata­ban de reforzar el análisis de los economistas con la consideración de que los sucesos históricos son siempre únicos e irrepetibles, y con la generalización de la creencia en que, de todas formas, los factores subjeti­vos (en este caso, la idiosincrasia del campesino ruso) juegan un papel decisivo en la historia modificando constantemente las denominadas leyes objetivas del de­sarrollo económico-social.

Partiendo de la idea de que el sedicente progreso del capitalismo era en realidad una nueva forma de barbarie, pero sin despreciar de modo unilateral el papel productivo de la técnica, los populistas rusos de los años noventa llegaban a la matizada conclusión de que, dadas las particularidades de la estructura económica y social de aquel país, resultaba en cualquier caso imposible un desarrollo capitalista orgánico y normal. Ese razonamiento, sin embargo, no tenía por qué conducir necesariamente a un programa político de contenido reformista y de orientación liberal. De hecho, en las décadas anteriores, el populismo había deducido de esas mismas premisas una actuación revolucionaria centrada sobre todo en el terrorismo y en la organización rígidamente conspirativa, nada reformista.

Lo cierto es, en cambio, que en el momento en que Lenin polemiza con esa corriente el fracaso de los métodos terroristas, él desplazamiento de la llamada bur­guesía liberal hacia el compromiso con el zarismo y la misma convicción de que, pese a los esfuerzos subje­tivos y los frenos objetivos complementarios, la introducción del capitalismo y la crisis del campo seguían su avance, había conducido ya a una parte importante del populismo hacia una utópica política de colaboración de clases según la cuál toda la sociedad (incluidos los aparados del estado) debían centrarse en salvar lo to­davía salvable de las virtudes e instituciones tradicionales. Política ésta cuyo destinatario principal, diría Lenin, no podía ser ya más que una parte de la población campesina: la pequeña y media burguesía rural.

Pero para comprender plenamente la acritud de los términos entonces empleados por Vladímir Uliánov contra los populistas hay que tener en cuenta que és­tos habían mantenido constantes relaciones, así como una importante correspondencia, con Marx y con Engels acerca del problema ruso, y que, precisamente, en su controversia con los marxistas legales e ilegales acostumbraban a argumentar que en ciertos aspectos los marxistas occidentales estaban más cerca de ellos mismos que de los marxistas rusos. La crispación de Vladímir Uliánov tanto en Quiénes son los “Amigos del Pueblo” como en otros escritos de los años noventa y cuatro al noventa y nueve no es ajena a ese argu­mento.

Efectivamente, de un lado, algunos marxistas de la Europa occidental, principalmente alemanes, tendían a destacar con gran énfasis eurocentrista, no exento a veces de nacionalismo, la particularidad diferenciadora del caso ruso por comparación con las tradiciones liberales europeas, de acuerdo en esto con una concepción del “progreso” sumamente estrecha, muy de la época, pero no por ello menos dependiente de la ideología liberal burguesa. De otro lado, una buena parte de los primeros marxistas rusos de formación académica tendían a ver en la obra de Karl Marx una concepción suprahistórica de validez general para todo tipo de sociedad y estimaban, más particularmente, que el volumen primero del Capital contenía en esquema las leyes fatales del desarrollo de cualquier economía precapitalista al capitalismo de la gran industria maquinista, en concordancia con el modelo histórico inglés. Pues si bien la historia de la sociedad inglesa había servido como ilustrador principal del esquema teó­rico del Capital aquellos filomarxistas consideraban que el “sobre ti cuenta el cuento” dirigido por Karl Marx explícitamente a los alemanes era también aplicable a los rusos. De todo lo cual y de la evidente evolución que se había producido en su país desde comienzos de la década de los sesenta deducían que por mucha subjetividad que las fuerzas revolucionarias desarrollaran y pese a la innegable presencia de los residuos precapitalistas, nadie podía salvar a la sociedad rusa de seguir un camino semejante al ya emprendido por las sociedades europeas.

Por último, la evolución del propio Marx durante los diez últimos años de su vida, su innegable giro hacia una consideración más matizada y equilibrada, menos optimista, del progreso capitalista, así como su mismo preocupado interés por los modos de producir anteriores a los propios de las sociedades burguesas (preocupación principalmente por las formas de organización de la comuna rural rusa), parecía abonar la tesis populista de que existía una importante divergencia de criterios entre los marxistas occidentales y los rusos.

En ese complejo contexto de interpretaciones esquemáticas e instrumentalizaciones forzadas del pensamiento de Marx, lo cual había hecho declarar a éste “yo no soy marxista”, se enclavan los primeros tanteos teóricos de Lenin. En su polémica con los populistas, Vladímir Uliánov no niega en sustancia la realidad de las diferencias entre los marxistas occidentales y rusos o entre los mismos marxistas rusos. En cambio, prácticamente hasta 1900 prefiere velar y quitar hierro a esas diferencias por motivos de táctica política, esto es, con la consideración de que por entonces todavía era posible la unificación de todos los marxistas rusos en un solo partido socialdemócrata. En esas condiciones, siguiendo un método que habría de caracterizarle toda la vida como polemista, decide pasar al ataque y resaltar implacablemente todas y cada una de las contradicciones del populismo, tanto por lo que hace a la fundamentación filosófica del mismo como en lo que respecta a su interpretación del desarrollo del capitalismo en Rusia.

Ese pasar al ataque se ve además favorecido desde el punto de vista formal por el oportunismo con que Mijailovski y Krivenko (principales teóricos populistas discutidos por Lenin) actuaban en esos años. Así Vladímir Uliánov puede cargar las tintas en la utilización unilateral de una correspondencia con Marx que procedía de un momento en el que el populismo era todavía un movimiento de orientación revolucionaria, en la crítica de la denuncia, en sustancia policíaca, que aquellos teóricos habían hecho de los círculos marxistas ilegales desde la prensa legal, o en su ilusoria exigencia de colaboración entre las clases para mantener la comuna rural. De este modo el poso de verdad teórica, la verdad a medias contenida en la argumentación de los populistas, se mostraba a la luz de la práctica política inmediata como una miserable falsedad.

Pero más allá de la polémica aunque arrancando de ella, como ya hiciera Engels al criticar a Eugen Dühring, Vladímir Uliánov tenía que definirse de forma positiva ante una serie de cuestiones de tanta enjundia teórica y práctica como esas mencionadas. Y, en efecto, en sus trabajos de este período hay ya una caracte­rización positiva del materialismo histórico, una idea propia acerca de la actualidad y del futuro del desarrollo del capitalismo en Rusia y también un esbozo de programa político revolucionario alternativo a la actividad conciliadora de populistas y marxistas legales.

Se ha dicho ya antes cuáles habían sido las lecturas del joven Vladímir Uliánov en su camino hacia el marxismo. Pues bien, basándose en ellas y de forma especial en el volumen primero del Capital, en el Anti Dühring, en el prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política, así como en el Manifiesto Comu­nista, construye una interpretación del materialismo histórico bastante pregnante y no exenta de cierta ori­ginalidad si se la compara con lo producido hasta en­tonces por los teóricos de la Segunda Internacional; una interpretación en la que, poniendo el énfasis en la importancia del marxismo como ciencia de lo social no se olvida, sin embargo, su otro rasgo complementario: el de ser fundamentación de un programa político revolucionario al servicio de una clase. En su visión de entonces del materialismo histórico el joven Lenin privilegia el concepto de “formación económica y social” considerándolo como categoría central de la obra de Marx; evita dar una definición de ese concepto que lo tecnifique, y declara que la idea fundamental de Marx fue precisamente mostrar que el desarrollo de las formaciones económico-sociales es un proceso histórico-natural para cuyo estudio hay que dar primacía al análisis de las relaciones de producción como rela­ciones esenciales.

Esa idea es, para el Lenin de Quiénes son los “Amigos del Pueblo”, un descubrimiento que ha permitido revolucionar la sociología y elevarla al grado de ciencia social, puesto que permite introducir en el estudio del acontecer histórico un criterio objetivo para diferen­ciar, en la confusa amalgama que son los fenómenos sociales, aquello que es esencial de lo secundario o inesencial. Al partir de las relaciones de producción como factor explicativo de ese conjunto que es la realidad social, el materialismo histórico permitía aplicar el criterio científico de la reiterabilidad y regularidad de los fenómenos sociales; lo cual, a su vez, implicaba la posibilidad de pasar desde la mera descripción de aquellos mismos fenómenos a una consideración rigurosamente científica. En ese punto Vladímir Uliánov rinde culto al lugar común de los teóricos marxistas de la época según el cual Marx era el Darwin de las ciencias sociales y El Capital el estudio equivalente en ese plano de lo que representaba El origen de las especies para el ámbito de las ciencias naturales.

Tal era, en la versión del joven Lenin, el esqueleto del Capital. Pero, solventando al mismo tiempo un objetivismo estrecho al que podía conducir la acentua­ción unilateral de la crítica de la sociología subjetivista, añade inmediatamente después dos matizaciones nota­bles. La primera es que Marx se dedicó al análisis de una sola formación económico-social, la formación capitalista; de donde concluye que, como ese no es un esquema histórico-filosófico obligatorio para todos los casos, resulta absurdo el argumento de que en Rusia debe haber capitalismo porque lo ha habido en Occidente. La existencia y el hipotético desarrollo del capitalismo en Rusia tiene que probarse, por tanto, mediante un estudio particular al respecto.

La segunda matización de interés que introduce el joven Lenin en ese esquema general es que el marxismo no reduce toda la vida social a la base económica de la misma, sino que sencillamente retrotrae para su explicación las diversas manifestaciones sociales a la estructura en que se fundamenta la formación econó­mico-social, esto es, a las relaciones en que los hombres producen. Por eso, y a partir de ahí, no se contenta con el “esqueleto” sino que “recubre a éste de carne y le inyecta sangre” estudiando las sobrestructuras correspondientes a esas relaciones de producción[4]. En esta metáfora del esqueleto (=base económica) al que se recubre de carne y se le inyecta sangre (=sobrestructuras) se continúa y en cierto sentido concluye la comparación un tanto naturalista de las forma­ciones sociales con organismos vivos. Y tiene interés indicar aquí que en tal metáfora hay una cierta reducción de los conjuntos sociales, de las totalidades que son las sociedades concretas, así como una separación excesiva de las partes que componen el todo, porque la unilateralidad de ese esquema (conservado por Lenin durante muchos años) es uno de los factores que explican sus dificultades en 1905 para captar la naturaleza de la sociedad y de la revolución rusas.

De todas formas, lo esencial de momento es indicar que, aun sin diferenciar demasiado bien en ese concepto de formación económico-social entre el estudio de toda una civilización como la capitalista y el análisis particularizado de una sociedad determinada, Vla­dímir Uliánov supo entrever ya a los veinticuatro años que lo importante no era ponerse a discutir acerca de las minucias académicas sobre ese concepto, o acerca de los matices de una determinada carta de Marx sobre la comuna rural rusa escrita veinte años antes, sino investigar en qué situación real, concreta se hallaba entonces la sociedad en que vivía. Y así lo dice explícitamente:

 

Para dar respuesta a la cuestión planteada nos ha parecido insuficiente aducir hechos que hablan de la formación y crecimiento del mercado interior [en Rusia], pues hubiera podido objetarse que esos hechos habían sido elegidos de manera arbitraria y que se omitían los hechos que hablaban de lo contrario. Nos ha parecido necesario examinar e inten­tar exponer todo el proceso del desarrollo del capitalismo en Rusia en su conjunto.

 

De esa consideración y de ese modo de entender el materialismo histórico nació, precisamente, El desarrollo del capitalismo en Rusia, cuyo subtítulo. “El proceso de la formación de un mercado interior para la gran industria”, indica con claridad los objetivos de la investigación de Lenin y su limitación temática. La obra se inicia con un capítulo de orientación teórica general cuyo núcleo central lo constituye una recuperación de la teoría de Marx acerca de la realización de plusvalía en el capitalismo, para, desde ella, refutar la tesis populista según la cual la combinación de factores como la ruina del campesinado, la falta de un mercado exterior y, consiguientemente, la imposibilidad de realizar la plusvalía operaban sobre el mercado interior ruso reduciéndolo y minando la base para el desarrollo del incipiente capitalismo.

En su investigación Lenin defiende que la realización de la plusvalía no puede hacerse depender de la existencia del mercado exterior; muestra que la ruina del campesinado, esto es, su desintegración como clase favorece precisamente el desarrollo del capitalismo; señala las diferentes etapas por las que ha pasado el mercado interior ruso desde la reforma campesina de 1861; valora los datos estadísticos sobre el crecimiento de la industria y la aplicación de maquinaria a la agricultura; y concluye que, pese a los factores que frenan esa evolución, la vía capitalista en Rusia es inevitable y su progresión sensiblemente semejante, aunque más lenta, a la seguida por los países de la Europa occidental.

En lo que puede considerarse como la preocupación básica de su estudio, aquel arrancar las flores imaginarias que los economistas y sociólogos románticos vieron en la aldea, en las comunidades rurales, Lenin mantiene la tesis —apoyada también en este caso por una detallada valoración interpretativa de los datos estadísticos existentes— de que el medio socioeconómico en el cual se mueve el campesinado es ya el propio de una economía mercantil, de tal forma que «incluso en las zonas más atrasadas el campesino se halla totalmente supeditado al mercado». El análisis de tales relaciones socioeconómicas pone de manifiesto, por lo demás, la existencia de todas las contradicciones características «de cualquier capitalismo»: competición, acaparamiento de la tierra, concentración de la producción, lucha por la independencia económica y, lo que es más importante, la desintegración de la vieja comunidad campesina en nuevos tipos sociales de los cuales los más importantes serían la burguesía rural acomodada y el proletariado agrícola. En este sentido, la desintegración de los campesinos es, precisamente, en la opinión de Lenin, lo que contribuye a crear mercado interior sobre la base de los consumos personales y de los medios de producción.

Cierto —reconoce Lenin— que otros factores, como la extensión del capital usurario y los restos de la eco­nomía basada en la prestación personal, el pago en tra­bajo, operan como obstáculos que todavía se alzan frente a la desintegración del campesino; pero esos restos precapitalistas y las correspondientes institucio­nes características de los mismos no son ya un ele­mento decisivo en el proceso de la llamada “descampesinización”. Incluso más: en el post-scriptum aña­dido al prólogo para la 1ª edición de aquella obra, Vladímir Uliánov, al dar cuenta de la sustancial coin­cidencia de las tesis por él mantenidas con las defen­didas por Karl Kautsky en La cuestión agraria (publi­cada durante el mismo año, 1899), llega a hablar de identidad de los rasgos fundamentales en el desarrollo de la agricultura para el oeste de Europa y para Rusia. La polémica insistencia —frente a los populistas— en esa identidad de los procesos capitalistas de la Europa occidental y de Rusia tiene allí su natural correlato en el rotundo acuerdo con Kautsky en que no cabe ni pensar en el paso de la comunidad rural tradicional a la agricultura moderna en gran escala sobre bases co­munales[5].

Arrancadas las flores que adornaban ilusoriamente la aldea, sólo queda para Lenin la realidad escueta de la sociedad rusa. Hela aquí: de un total de 125:600.000 pobladores, según datos del censo de 1896, el autor del Desarrollo del capitalismo en Rusia considera que 63.700.000 (aproximadamente el 50 %) son proletarios (por lo menos 22.000.000) y semiproletarios; 35.800.000, pequeños patronos pobres; 23.100.000, pequeños patro­nos acomodados; y unos 3.000.000 (menos del 3 %), gran burguesía, terratenientes, altos funcionarios, etc. Esa elaboración propia de los datos del censo de 1896 supo­nía la desmitificación previa de las relaciones de tra­bajo existentes en el campo y una valoración adecuada de la verdadera naturaleza de la producción artesanal y semiartesanal tanto en las zonas rurales como en los principales centros industriales. Desmitificación y va­loración que fundamentan, al complementarse, aquel resultado que Vladímir Uliánov caracteriza como papel históricamente progresivo del capitalismo en Rusia, como misión positiva del mismo pese a sus aspectos negativos y sombríos.

De esa consideración que pone el acento en la decisiva importancia de las masas proletarias y semiproletarias para el futuro de Rusia brota un programa político, el primer proyecto de programa para el partido obrero socialdemócrata redactado por Lenin. Pero éste no constituye una deducción automática, sin mediaciones, de unos determinados datos estadísticos, puesto que aquel arrancar flores imaginarias para que los «trabajadores comprendan cómo se forjan las cadenas que les esclavizan» y «tender así la mano a la verdadera flor» es sólo la condición necesaria —no suficiente— de una política tendente a despertar la consciencia del obrero. Si se ve en el obrero —argumenta Lenin— sencillamente al ser que más sufre bajo el régimen existente, al hombre que al no tener nada que perder puede alzarse contra el absolutismo zarista con la mayor resolución, entonces se le situará a la cola de los radicales burgueses y se perderá la perspectiva del socialismo. Por el contrario, los socialdemócratas han de ver al obrero como lo que es realmente, «el único combatien­te por el régimen socialista» y, consecuentes con ello, considerar la lucha por la libertad política, el democra­tismo, como una de las condiciones que facilitan la consecución del objetivo final al que se tiende, como el medio que facilitará la lucha contra la burguesía.

La importancia de esta condición, de este medio, de la lucha por la libertad política y la democracia bur­guesa implicaba para Lenin la exigencia de combatir por el pleno derecho a la ciudadanía de los campesi­nos, por la abolición de los privilegios de la nobleza terrateniente, por la superación de los restos institu­cionales del vasallaje y de la servidumbre, por la des­trucción de la tutela burocrática sobre los campesinos, sin olvidar la denuncia del enorme peso de aquella institución, esencialmente rusa y profundamente reaccionaria, cuya tarea o finalidad era coordinar, conjugar los intereses de los terratenientes y de la burguesía: la burocracia nacional reclutada entre la intelectualidad media y pequeñoburguesa que, en palabras de Lenin, reunía «las taras del despotismo asiático y de los campeones de la reacción de la Europa occidental».

Pues bien, para a través de ese medio llegar a alcanzar el fin (“la revolución comunista victoriosa al lado del proletariado de todos los países”) la tarea inmediata de entonces era para Lenin, ya desde Quiénes son los “Amigos del Pueblo”, saber concretar y adaptar a la situación rusa los consejos del veterano de la socialdemocracia alemana Liebknech:

Estudiar, hacer propaganda, organizarse.



[1] En N. Krupskaia, Mi vida con Lenin, Barcelona, Madrágora, 1976, págs. 8-9.

[2] Esta declaración de Lenin ante los funcionarios de la po­licía zarista ha sido recogida por G. Walter, Lenin, Barcelona, Ediciones Grijalbo, 1967, pág. 51.

[3] Para la evolución seguida por el populismo ruso conviene leer el excelente estudio de F. Venturi, II populismo russo, Turín, Einaudi, 1952 (hay traducción castellana). Una exposición más detallada de la controversia entre populistas y marxistas rusos puede verse en el capítulo III del libro de Andrzej Walicki, Populismo y marxismo en Rusia, Barcelona, Estela, 1971.

[4] Para completar ese esquema de la concepción que el jo­ven Lenin tenía del materialismo histórico, esquema que ha sido tomado de Quiénes son los «Amigos del Pueblo», conviene leer también su artículo titulado «Federico Engels» (1895), en Obras Escogidas, tomo 1, págs. 53-60.

[5] Para esta parte de la exposición he seguido bastante lite­ralmente la argumentación de V. I. Lenin en El desarrollo del capitalismo en Rusia, trad. castellana, Barcelona, Ariel, 1974.