¿Qué hacer con la renta básica universal?

Desde principios de los años 80, la idea de una renta básica ha seducido enormemente al espectro político de la izquierda. 

En treinta años, esta reinvindicación ha ganado popularidad; no solamente ha encontrado apoyos entre figuras tales como Philippe Van Parijs, Ignacio Ramonet, André Gorz, José Bové o Toni Negri, sino que también ha generado un inmenso arsenal de sitios web, redes y colectivos de apoyo y difusión. Después de haber sido objeto recientemente de un referéndum en Suiza e incluso de un dossier de Le Monde diplomatique, la idea ha pasado a primer plano tras la crisis económica.

Cuando la izquierda apoya su adopción...

La renta básica universal consiste en que el Estado pague a cada uno una suma mensual suficiente para vivir, independientemente de su actividad remunerada. En su versión de izquierdas, esta suma debería ser suficiente para permitir vivir. Y no la concebimos sin una defensa conjunta de los servicios públicos y de las prestaciones sociales (las pensiones, las prestaciones por desempleo o el seguro de salud), así como ciertas ayudas sociales. Debe ser pagada mensualmente a cada individuo, desde el nacimiento hasta la muerte (los menores de edad recibirían un importe inferior a los adultos), y no a la unidad familiar; no se exigiría ninguna condición o contrapartida y se añadiría a los rendimientos del trabajo (el salario).

«De esta forma, cada uno podría elegir qué hacer con su vida: o bien continuar trabajando o seguir disfrutando de su tiempo libre con un nivel de consumo modesto, o alternar opciones. Los periodos sin actividad ya no serían sospechosos, ya que el trabajo remunerado dejaría de ser la única forma reconocida de actividad. Aquellas personas que elijan vivir del ingreso garantizado podrían concentrarse en las tareas que les interesan o que consideren que son socialmente útiles, una o varias.1»

Para sus partidarios «la primera consecuencia de un ingreso básico sería la de eliminar el desempleo como problema, nos ahorraríamos, para empezar, las partidas presupuestarias que se dedican a alcanzar la meta oficial de pleno empleo.2» «Además, el ingreso garantizado es universal e incondicional -se paga a todos, pobres y ricos, estos últimos lo reembolsan vía impuestos- se lograrían ahorros mediante la eliminación de todo el trabajo administrativo relacionado con el seguimiento de los beneficiarios de la asistencia social.3»

La renta básica universal es una asignación otorgada incondicionalmente e individualmente a todos. Es diferente a un impuesto negativo. Como hace notar Philippe Van Parijs, firme partidario de esta asignación, «con un sistema de renta básica universal, las cantidades necesarias para financiar el crédito de impuesto [...] son retenidas de manera eficaz y a continuación distribuídas a todos4», mientras que con un impuesto negativo «las transferencias se realizan en un solo sentido: las transferencias positivas (o impuestos negativos) para los hogares situados por debajo del punto de corte, las transferencias negativas (o impuestos positivos) para los hogares situados por encima»

Las ventajas atribuídas a este sistema son muy seductoras. Y, de hecho, seducen a muchos activistas e intelectuales enfrentados a los problemas disciplinarios y de acceso al mercado de trabajo reales, cada día más presentes en nuestros sistemas de seguridad social. Como escribe Mateo Alaluf, «la renta básica ha encontrado, en el desmoronamiento de la seguridad social bajo los golpes de las políticas de reactivación económica, el espacio para una segunda juventud.5...»

Sin embargo, a pesar de las aparentes ventajas que ofrece la renta básica, su aplicación en lugar de nuestra seguridad social, desde mi punto de vista, no es nada deseable.

¿Cómo pagar?

El problema es evidente ante todo desde un punto de vista financiero. A día de hoy, en Bélgica, los gastos de la seguridad social -en subsidios de desempleo, pensiones, seguro sanitario y ayuda familiar- y los gastos del CPAS en asistencia social se elevan a unos 72 mil millones de euros. Un rápido cálculo muestra que si proporcionamos, por ejemplo, una renta básica de 800 euros a los 11 millones de belgas, lo que por otra parte es poco para vivir, modulándola incluso en función de la edad o los ingresos derivados de propiedades, se obtiene un gasto de 160.000 millones de €. Los ingresos fiscales totales (110.000 millones de €) y las contribuciones sociales (50.000 millones de €) en Bélgica ascienden a un total 160.000 millones de €. Para financiar la renta básica universal, por lo tanto, debería dedicarse a esta asignación dos tercios de todos los ingresos del Estado. Si la doblamos, lo que equivaldría más o menos al salario mínimo, estaríamos hablando de una suma de 211.200 millones de €, bastante más que el total del presupuesto del estado, incluso calculado ampliamente con el mismo método de las autoridades Europea. A menos que se aumentasen fuertemente los impuestos, no quedaría nada para educación y otros servicios. A menos que asumamos pagar un elevado coste por servicios sociales, el transporte público, la educación, etc. Algo muy alejado evidentemente del objetivo de la gente de izquierdas que promueve dicha renta básica. Incluso con un impuesto a los millonarios que lograre recaudar 8 mil millones de euros, sería imposible pagar a todos un ingreso que nos liberase por completo de la necesidad de trabajar. La mayoría de los defensores de esta propuesta proponen financiarla con un aumento diferenciado del IVA (menor para los productos básicos, mayor para los bienes de lujo). Parecen olvidar la injusticia de una medida de este tipo que golpea mucho más a los ingresos modestos que a los mayores ingresos. Para algunos, esta elevación de impuestos forma parte del combate contra el "consumo excesivo", al que habría que frenar. Sea como sea, se trata de una medida injusta.

Cifras de la RBU en España

Para el caso de España, garantizar una renta equivalente al SMI (9.034,20 euros/año) a todas las personas mayores de 14 años (casi 40 millones sobre un total de 46,7 en 2013), supondría un desembolso superior a los 358 mil millones de euros, cuantía superior al propio presupuesto del estado de 319 mil millones (incluyendo los 40 mil millones de pago de la deuda, siempre con cifras de 2013).

El gasto en nuestro país en “Protección y promoción social” (Pensiones y otras prestaciones, servicios sociales, fomento del empleo, desempleo, acceso a la vivienda y gastos de gestión de seguridad social) ascienden a 172 mil millones (un 61,3 % del presupuesto total). Aunque al implantar la RBU se “ahorraran” todos estos gastos, sería necesario obtener otros 186 mil millones, cifra fuera de alcance de cualquier impuesto, y más del doble del total del fraude fiscal que calcula el sindicato de técnicos de hacienda (90 mil millones).

Si se tratara de implantar para toda la población, el gasto sería de algo más de 421 mil millones. Y en cualquier caso estamos hablando de unos 750 euros mensuales que supera ligeramente el umbral de la pobreza (de unos 600 euros con datos de 2013).

¿Renta básica o seguridad social?

Es particularmente interesante observar que el modelo de la renta básica universal recupera su popularidad en el mismo momento en que las principales instituciones de la ortodoxia neoliberal abogan por abolir de nuestros sistemas de Seguridad Social. La Seguridad Social tal y como hoy la conocemos es un legado de la lucha de clases, de la lucha por la protección social contra la arbitrariedad y los riesgos del capitalismo y en contra de la explotación capitalista que tiende a mantener el coste de mano de obra lo más bajo posible con el fin de acumular la mayor ganancia posible.

Hay básicamente tres formas de financiar la protección social: por el ahorro que se capitaliza y da lugar a una renta, a través de impuestos dando protagonismo al Estado y a través de contribuciones provenientes de los salarios que legitiman la gestión paritaria. El sistema de protección social reclamado por el movimiento obrero, creado después de la Segunda Guerra Mundial, se financia principalmente a través de impuestos sobre la nómina, es decir, mediante los salarios y no mediante la capitalización de los ahorros. La socialización de los salarios, es decir, la utilización de salario indirecto (las cotizaciones sociales) para financiar el bienestar colectivo, ayudó a financiar las vacaciones, la salud, la jubilación, la formación y las prestaciones por desempleo. Por tanto el trabajo no sólo proporciona ingresos, sino también derechos sociales. En una visión socialista, este ingreso "colectivo" o socializado debería adquirir cada vez un mayor papel en los ingresos totales.

La seguridad Social funciona como un sistema de reparto. Las contribuciones se deducen de los salarios de los que trabajan y se redistribuyen a los que están jubilados, enfermos o han sido despedidos. Este sistema se basa en dos principios básicos: la solidaridad y la seguridad.

Solidaridad significa que los ingresos van a un fondo colectivo al que se puede recurrir, en caso necesario. Algunos retirarán menos de lo que han contribuido, otros más. La primera forma de solidaridad parte del cuidado colectivo de aquellos que, por razones de enfermedad, accidente, desempleo o vejez, están más necesitados de apoyo y renta. La segunda forma de solidaridad se establece entre las distintas generaciones. Parte del salario (las cotizaciones a la seguridad social) de los que trabajan hoy en día no se entrega en forma de salario directo, sino que se usa para las pensiones de la generación anterior. Y, finalmente, también hay una solidaridad vertical. No se contribuye en proporción al riesgo asumido, si no en función a la cantidad de salario.

En cuanto a las prestaciones por desempleo, también se rigen por el principio de seguridad. El que tiene derecho a una prestación, recibe ingresos relacionados con el sueldo que debería obtener. Esto garantiza en cierta medida el mantenimiento del nivel de vida. La proporción entre la prestación y el antiguo salario tiene un nombre: la tasa de reemplazo.

No se trata sólo de conseguir la introducción del seguro social obligatorio, sino también de modalidades de financiación y de gestión adecuadas. En varios países europeos el sistema se administra conjuntamente por representantes de los trabajadores y de los empresarios.

Para los empresarios, este sistema es demasiado caro e intentan volver a fórmulas alternativas, menos exigentes, que nunca han sido abandonadas del todo. Plantean que la reducción de las contribuciones a la seguridad social también es beneficiosa para los trabajadores. Las cotizaciones sociales, según ellos, serían incompatibles actualmente con mantener la posición competitiva. Quieren deshacerse de este coste salarial indirecto. En los últimos años, han logrado lo que querían.

Pero para los trabajadores, las contribuciones a la seguridad social son una parte integrante del salario que el movimiento obrero, mediante sus luchas, ha arrancado a los empresarios. Sí, damos mucho en salario indirecto, pero es muy importante cuando lo necesitamos. Sin la Seguridad Social, el 40% de las familias vivirían por debajo del umbral de la pobreza.

La renta básica universal plantea importantes cuestiones de principio, que podrían desestabilizar incluso los derechos sociales emanados del trabajo.

¿Ingresos sustitutivos o renta básica?

Examinemos la principal ventaja que se invoca de este sistema: la incondicionalidad. Los sistemas convencionales que conocemos ofrecen un subsidio de sustitución y no universal. Esto significa concretamente que se aplica en caso de pérdida del empleo o incapacidad para ejercer un trabajo. Por lo tanto, es sólo para "no activos". La renta básica, sin embargo, se le da a todas las personas, independientemente de sus ingresos y de su actividad. Esta distinción es importante porque implica que la reciben incluso aquellas personas que están trabajando.

Sin embargo, esta diferencia tiene efectos ambiguos. En efecto, si las personas ya reciben una prestación, el salario sólo es un complemento; y puede ser reducido. Como explica el propio Philippe Van Parijs, se crea "la posibilidad de ofrecer y aceptar trabajos mal pagados, una posibilidad que no existe en la actualidad 6." Sin embargo, afirma a renglón seguido, la renta básica permite crear un "poder de negociación" para que "los menos favorecidos puedan, en la medida de lo posible, distinguir entre el trabajo interesante y prometedor y los trabajos degradantes 7". Sin embargo, este "poder de negociación" está totalmente determinado por el nivel de la renta básica. Si es de escasa cantidad, este poder es prácticamente nulo y es muy probable que proliferen formas ultra precarias de empleo que difícilmente podremos rechazar.

Mateo Alaluf se refiere a un experimento que llevaron a cabo los investigadores del departamento de economía aplicada de la Universidad de Bruselas quien en 1998 hicieron una simulación de los efectos de la aplicación en Bélgica del sistema de renta básica universal desarrollado por Anthony Atkinson. "La propuesta consistía en pagar una cantidad fija e incondicional a toda persona remplazando total o parcialmente el sistema de protección social. Sin entrar en detalles, podemos estar de acuerdo, en que a un nivel de gasto social constante, independientemente de las hipótesis analizadas, los resultados no fueron para nada concluyentes sobre la introducción de un sistema de este tipo, ni para los grupos de bajos ingresos, ni en lo relativo a la distribución del ingreso. 8"

En este caso, nos encontraríamos con la situación que describe muy bien Mateo Alaluf, en la que los beneficiarios están "obligados a aceptar un trabajo a cualquier precio para complementar su renta básica. Esto daría lugar a un deterioro del mercado de trabajo y la proliferación de puestos de trabajo mal pagados. El ingreso incondicional (la renta básica) contribuye pues a institucionalizar, en palabras de Robert Castel, “el precariado”. 9 Tengamos en cuenta que la gran mayoría de las versiones de esta renta básica proporcionan una base de ingresos muy modestos. Si funcionase, el sistema representaría un subsidio para los empleadores y sería un factor de desregulación del mercado de trabajo, de precarización y de polarización de la sociedad. Una renta básica decente es, como hemos dicho, imposible de financiar.

En cuanto a la posibilidad de “vivir del ingreso garantizado de por vida para concentrarse en las tareas que les interesan o que les parecen socialmente útiles, a una o varias personas. 10”, sencillamente no parece realista. La mediocridad de la renta básica y la necesidad de completarla, podría, en cambio, dar lugar a la proliferación de puestos de trabajo de bajos salarios y ultraflexibles. Por contra, con el establecimiento unas prestaciones sociales mínimas suficientes, la reducción de las horas de trabajo y de la duración de la actividad parecen mejores formas de desarrollar actividades libres, independientes y útiles. También podemos temer que con una renta básica pagada independientemente del trabajo desaparezca toda la presión sobre los políticos para que luchen contra el desempleo masivo. A pesar de que una parte de los desempleados vivirían mejor con la renta básica, el problema de su aislamiento y desvalorización social permanecería. De hecho, en una sociedad que obtiene su riqueza del trabajo, el sentido de la vida, el estatus social y la autoestima del hombre provienen de su lugar en la vida activa, de su trabajo.

Pero para entender el origen de la popularidad de la propuesta, tanto en la izquierda como en la derecha, es preciso dar un rodeo por la historia.

Un apoyo llamado Milton Friedman

Sin lugar a dudas, pocos defensores actuales de la renta básica universal lo saben, pero la versión moderna de esta idea proviene, entre otros, de la alternativa al estado de bienestar que popularizó Milton Friedman en 1962 en su famoso libro Capitalismo y Libertad, y, de manera más amplia en 1980, en Libertad de elegir11 Su alternativa es el impuesto negativo. Aunque no inventó este sistema, ayudó en gran medida a popularizar la fórmula. La idea es relativamente simple: el Estado proporcionaría un subsidio (es decir un impuesto negativo sobre la renta) sobre una base individual a toda persona que se encuentre por debajo de un determinado umbral. Esto significa concretamente que por debajo de un cierto nivel de ingresos, el estado te da dinero con el fin de proporcionar una base mínima de ingresos. Y no diferencia entre aquellos que están trabajando o no, entre quienes lo "merecen" o "no lo merecen”, todo el mundo tiene derecho, por debajo del umbral, a un suplemento del gobierno. Por supuesto, para Milton Friedman, esto se acompaña del fin de los servicios públicos. Según su punto de vista, lo mejor es financiar directamente a las personas y no a los servicios públicos. Por ello, considera el subsidio como una alternativa más deseable a los servicios públicos, que mejora incluso el dinamismo del mercado. En Francia este debate aparece en 1974 a través de la obra de Lionel Stoléru, Superar la pobreza en los países ricos 12. Asesor técnico de Valéry Giscard d'Estaing, Stoléru aboga por una reforma radical de la Seguridad Social que se compara con un coladero, ineficaz en la lucha contra la pobreza. Para él, este sistema permitiría atacar directamente los efectos de la pobreza (mediante el pago del subsidio), sin perder el tiempo discutiendo sobre los beneficiarios.

En el tercer mundo, donde existen más experiencias en versiones de esta renta básica, la situación es particularmente reveladora. A principios de los años 90, se produce un cambio significativo en las políticas de ayuda a los países del Tercer Mundo. De un discurso centrado en el desarrollo y el acceso a los derechos, se pasa a la "lucha contra la pobreza", que se convierte en el objetivo central 13. Las principales organizaciones internacionales (FMI, PNUD, ONU ...) se ponen manos a la obra para "reorientar el proyecto de desarrollo" hacia "la eliminación de la pobreza 14." Durante esta década, el tema de la pobreza es el protagonista y la renta básica universal está en boga. Este cambio sucede en el contexto del fin de la Guerra Fría, en un momento en que se iba a hacer "borrón y cuenta nueva" con "dogmas del pasado", especialmente en relación al papel del Estado y de la redistribución de los ingresos en las políticas de desarrollo. Desde este punto de vista, "por paradójico que pueda parecer a primera vista, la lucha contra la pobreza es un paso atrás en la protección social existente en el mundo occidental y de una manera más o menos embrionaria en el mundo pobre 15" . En este sentido, es interesante leer los textos de las principales organizaciones internacionales sobre el tema. Así, podemos leer en el informe del PNUD que si la "reducción de la pobreza aún tiende a ser identificada con (el establecimiento de) la seguridad social o la protección social”, esta impresión parte "tal vez de las buenas intenciones", pero en realidad es "ineficaz 16". Para la organización para el desarrollo "la Seguridad Social puede no ser el mejor recurso del que pueda disponer un país en vías de desarrollo con los recursos de que dispone 17 ". Ahí vemos más claramente que la lucha contra la pobreza y la renta básica son soluciones liberales a la seguridad social. No ofrecen "protección contra el mercado, sino una oportunidad - y un deber - de participar." Precisamente porque se apartan de "un sentido de la justicia social que no puede ignorar la desigualdad y la redistribución de la riqueza. 18 ".

En este sentido, no es trivial ver a las grandes fortunas del mundo participar en esta lucha contra la pobreza o abogando por una forma de renta básica en el mundo mientras defienden, sin aparente contradicción, la liberalización de los servicios públicos de estos países, la destrucción de los mecanismos de redistribución de la riqueza y mientras loan las "virtudes" del neoliberalismo. Estas nuevas estrategias permiten incluir las cuestiones sociales en la agenda política, sin tener que luchar contra la desigualdad y los mecanismos estructurales que los producen. Este cambio, por tanto, acompaña plenamente al neoliberalismo. Quiere hacer de los pobres actores económicos racionales, pero les niegan cualquier tipo de servicio público. Se les ofrece una prestación en lugar de ofrecerles derechos colectivos. Milton Friedman estaría encantado de escucharlo.

Obviamente, esto no significa que, en estos países, donde a menudo apenas hay protección social, el establecimiento de un ingreso garantizado sea una mala cosa. Con frecuencia puede mejorar la vida de muchas personas. Sin embargo, por las razones ya mencionadas, es problemático que esta lucha sustituya a la lucha por una verdadera seguridad social y unos servicios públicos universales. Por lo tanto, se trata igualmente de una lucha política e ideológica sobre la visión de justicia social que queremos difundir: o una concepción de lucha contra las desigualdades, o simplemente una red de seguridad mediante una asignación para aquellos que viven por debajo de un umbral bajo el que la vida es imposible.

Un enfoque técnico del problema

Además, ¿como tomar en serio una propuesta cuya eficacia (en función del montante de la asignación) depende de un factor político del que no se preocupan lo más mínimo? ¿Cómo imaginar que lleguemos a lograr una renta básica elevada mientras se margina a los sindicatos y se destruye la seguridad social, la principal institución construida por el mundo del trabajo para defender sus derechos?

Esta pregunta nos lleva directamente a la importancia no sólo económica, sino - algo raramente destacado - política de las instituciones de la Seguridad Social, del Código Laboral y del papel de los sindicatos implicados en las decisiones en materia de seguridad social... La renta básica es la sustitución de un sistema existente por otro. En el escenario de la renta básica, no hay espacio para los sindicatos, que serían simplemente empujados fuera de la ecuación. También muestra la lectura excesivamente técnica de las cuestiones sociales de sus partidarios. En el fondo, piensan algunos, más allá de toda correlación de fuerzas, la aplicación de esta medida sería capaz de resolver todos los problemas (el estrés en el trabajo, los salarios, el desempleo...). Obviamente esto no deja de ser una ilusión, ya que, con o sin renta básica las garantías sociales y la conquista de nuevos derechos se logra principalmente a través de la correlación de fuerzas (política y social). El montante de la renta de remplazo - o incluso una renta universal - no se define por consideraciones técnicas, si no por la correlacción de fuerzas a nivel político. Cuanto más se defiende a las clases poseedoras, más se reducen las prestaciones y cuanto más cerca se está del lado de los asalariados, más se incrementan. No considerar esta cuestión, mientras se manejan de manera completamente aleatorias diferentes sumas (menores en las versiones liberales y más importantes en las versiones de izquierda) muestra hasta que punto el debate se ha encasillado en una lectura puramente técnica del problema.

Conclusión: ¿renta básica o lucha contra las desigualdades?

En términos filosóficos, conviene examinar el desplazamiento en el debate público, del cuestionamiento sobre la desigualdad hacia el debate sobre la pobreza. Es interesante recordar que Lionel Stoléru, en el mismo espíritu de Milton Friedman, utilizó un argumento filosófico de calado, diferenciando entre una política que busca la igualdad (que él llama socialismo) y una política que simplemente quiere eliminar la pobreza sin poner en peligro la desigualdad en los ingresos (el liberalismo). Para él, "las doctrinas [...] pueden incitar hacia una política que acabe erradicando la pobreza, o una política que trate de disminuir la brecha entre ricos y pobres" 19. Es lo que llama "límite entre la pobreza absoluta y la pobreza relativa. 20 ". La primera se refiere simplemente a un nivel determinado de forma arbitraria (en el mismo sentido del impuesto negativo o la renta básica) y la otra a las diferencias generales entre los individuos (a los que enfrenta la seguridad social y el Estado de bienestar). Para Stoléru “la economía de mercado es capaz de asimilar las acciones contra la pobreza absoluta", pero "es incapaz de digerir remedios demasiado fuertes contra la pobreza relativa 21". Sin embargo, para Stoléru, la desigualdad en sí misma no es un problema mientras permita la inversión y el crecimiento. "Si tocamos “a los de arriba", escribe, se iría contra el corazón del dinamismo de la economía de mercado y su capacidad de invertir, crear, seleccionar las inversiones ..." Hacerlo implicaría "eliminar de la economía competitiva tanto la brújula que la dirige como la estructura que la impulsa, y equivaldría a dejar su destino a cargo del Estado. Asumir el destino de la economía por parte del Estado, eso es lo que yo llamo socialismo 22.“ Es por eso que, según su punto de vista, "Yo creo que la distinción entre la pobreza absoluta y la pobreza relativa es en realidad la distinción entre el capitalismo y el socialismo 23." La Seguridad Social obviamente no es el socialismo, pero a los ojos de Stoléru, conduce inexorablemente hacia él. Los recientes trabajos de Thomas Piketty y Richard Wilkinson muestra cómo esta teoría en la práctica justifica una redistribución de la riqueza de la sociedad hacia el 1% más rico a costa de la gran masa de los que viven de su trabajo o de los que apenas tienen nada. Pero tampoco creemos que la seguridad social pueda dar lugar a un capitalismo sin crisis y sin desempleo. Puede tener un efecto amortiguador: gracias a las prestaciones de la seguridad social el poder adquisitivo de las personas no cae demasiado en caso de enfermedad, pensión o desempleo. Y es necesario que los trabajadores puedan llevar una vida digna. Pero eso no impide las crisis agudas. Y en estas crisis, como la que estamos viviendo, la seguridad social - las pensiones, el subsidio por desempleo y el seguro por enfermedad - están en el centro del huracán diario de los ataques de los empresarios. A pesar de que precisamente en los tiempos de crisis es cuando más necesaria se hace la Seguridad Social. Esto demuestra el carácter relativo y provisional de las conquistas sociales en el capitalismo y la necesidad de defenderlas todos los días.

La popularidad de la renta básica universal en realidad marca el triunfo de la ideología neoliberal, una ideología que niega en cualquier política social, el cuestionamiento las desigualdades como un asunto central de nuestras democracias. Básicamente, se trata de una lucha, ilusoria, contra la pobreza sin luchar seriamente contra las desigualdades.

Lo que necesitamos actualmente, por lo tanto, no es una renta básica universal, sino una extensión de nuestra seguridad social. Atacada por todos los lados, debe ser fortalecida, no destruida. De hecho, el sistema de renta básica no tiene el monopolio de la individualización de los derechos y de su desacoplamiento de los ingresos y el trabajo (pensemos si no en las pensiones, el subsidio por desempleo...). Obviamente tenemos que asumir seriamente las deficiencias del sistema actual y exigir la individualización de los derechos sociales, el establecimiento de normas mínimas por encima del nivel de la pobreza y el fortalecimiento de la especificidad de nuestro sistema. Así que en lugar de tomar el lento camino del desmantelamiento de nuestra seguridad social como una realidad inevitable, lucharemos para reconstruirla de una manera aún más ambiciosa.

Daniel Zamora Vargas (dzamora66 arroba gmail.com) es investigador en sociología en la FNRS (Universidad Libre de Bruselas) y el Instituto de Estudios Marxistas.

Notas


1.      Mona Chollet: «Imaginer un revenu garanti pour tous», mai 2013, www.monde-diplomatique.fr/2013/05/CHOLLET/49054. 

2.      Ibid. 

3.      Ibid. 

4.      Philippe Van Parijs, «Allocation universelle, une idée simple pour le 21e siècle», dans Jean-Paul Fitoussi et Patrick Savidan (dir.), Comprendre, no 4, «Les inégalités», Paris, PUF, octobre 2003, pp. 155-200, trad. fr. par Solange Chavel. Version disponible en pdf : http://www.inegalites.fr/IMG/pdf/Van_Parijs-2.pdf, p. 7. 

5.      Mateo Alaluf, «L’allocation universelle contre la protection sociale», rtbf.be info, 14 juin 2013, http://www.rtbf.be/info/opinions/detail_l-allocation-universelle-contre-la-protection-sociale?id=8018227 

6.      Philippe Van Parijs, op. cit., p. 9. 

7.      Ibid, p. 10. 

8.      Mateo Alaluf, op. cit. 

9.      Mateo Alaluf, op. cit. 

10.  Mona Chollet, op. cit. 

11.  Milton Friedman, Rose Friedman, Free to Choose : A Personal Statement, Harcourt Brace Jovanovich, New York, 1980, p. 97. En français, La liberté du choix, Belfond, 1980. 

12.  Lionel Stoléru, Vaincre la pauvreté dans les pays riches, Flammarion, Paris, 1974. 

13.  Francine Mestrum, Mondialisation et pauvreté, L’Harrmattan, Paris, 2002. 

14.  Ibid., p. 13. 

15.  Ibid., p. 23. 

16.  PNUD, Vaincre la pauvreté humaine, Rapport du PNUD sur la pauvreté 2000. New York, PNUD, 2000, pp 42-44. 

17.  PNUD, Rapport mondial sur le développement humain, Paris, Economica, 1991, p. 55. 

18.  Francine Mestrum, op. cit., p. 24. 

19.  Lionel Stoléru, op. cit., p. 237. 

20.  Ibid., p. 286. 

21.  Ibid., p. 287. 

22.  Ibid., p. 289. 

23.  Ibid., p. 286.