I. Reproducción simple. (Cap. XXI)

 

En el prefacio decíamos que el objeto de análisis de la sec­ción séptima del tomo I, de El Capital es la reproducción capitalista que aparece como “un medio para reproducir como capital, es decir, como valor que se valoriza, el valor desembolsado”. (Pág. 512.)

En realidad, la reproducción capitalista es un proceso muy complejo que abarca no solamente la continuidad e intervinculación de sus actos aislados, sino también el incremento de la producción y del capital, sus variaciones técnicas y es­tructurales y otros aspectos que reflejan el desarrollo del modo capitalista de producción. Sin embargo, para exami­nar la reproducción capitalista en su forma más simple, Marx se abstrae en este capítulo de todos esos fenómenos. Marx supone que en el transcurso de la reproducción toda la plusvalía y, por lo tanto, el producto en el que ésta se plasma, se utiliza como fondo de consumo personal del capi­talista, es decir, que examina la reproducción capitalista como simple.

Ese enfoque está condicionado por el propio objeto de aná­lisis que consiste en descubrir la esencia de la reproducción capitalista.

La reproducción capitalista simple supone únicamente la continuidad y condicionamiento mutuo de los diversos pro­cesos de la producción capitalista, rasgos inherentes a cual­quier forma de reproducción capitalista, por eso, al examinar la reproducción capitalista simple, las leyes que la regulan y sus rasgos esenciales Marx examina, en rigor, las leyes reguladoras y los rasgos esenciales de la producción capita­lista en general, independientemente de las formas concre­tas que revista esa reproducción.

Por otra parte, la reproducción capitalista simple es parte integrante, base y punto de arranque de la reproducción ampliada, típica del capitalismo. Eso es lo que justifica que el análisis de la reproducción capitalista comience por la reproducción simple.

Al destacar la significación del análisis de la reproducción capitalista simple, Marx escribe: “Aunque ésta no es más que la simple repetición del proceso de producción en la mis­ma escala, la mera repetición o continuidad imprime al pro­ceso ciertas características nuevas, o, mejor dicho, disuelve las características aparentes que presenta el acto aislado.” (Página 513.)

El análisis de la producción capitalista que aparece en las secciones anteriores de El Capital nos reveló la naturaleza de la explotación capitalista, mostrándonos que la produc­ción capitalista tiene como objetivo la obtención de plus­valía. Pero como esa producción se examinaba como un acto aislado, el análisis no podía revelar la naturaleza de las rela­ciones entre capitalistas y obreros como relaciones de clase, y tampoco todo el sistema de relaciones de esas clases.

Este capítulo está consagrado precisamente a explicar esos rasgos nuevos de la producción capitalista que develan la esencia de la reproducción.

Marx empieza analizando la reproducción del capital varia­ble. Eso se debe al papel que éste desempeña en la produc­ción capitalista.

En la sección tercera del tomo I vimos que, el capitalista adquiere con el capital variable, la mercancía fuerza de tra­bajo cuyo consumo es fuente de plusvalía.

Pero el descubrimiento de la fuente y naturaleza de la plus­valía todavía no demuestra quién debe apropiársela.

La plusvalía es fruto del trabajo de los obreros asalariados. Pero bajo el capitalismo el trabajo aparece como función de la fuerza de trabajo adquirida por el capitalista, que no es más que forma de existencia del capital variable. Por eso la plusvalía no aparece como resultado del trabajo del obre­ro, sino como fruto del capital variable.

Por lo tanto, el “derecho” del capitalista a apropiarse la plusvalía está condicionado por su propiedad sobre el capi­tal variable. De ahí la necesidad de explicar en primer tér­mino la verdadera naturaleza del capital variable como per­tenencia del capitalista.

El capital variable aparece como valor que el capitalista adelanta para pagar a los obreros de su propio fondo. Marx indica que esa apariencia se debe a la forma mercantil del producto y a la forma dinero de la mercancía. En efecto, la forma mercantil de producción, la compra y venta per­manente de fuerza de trabajo, condición de la reproducción capitalista que se lleva a cabo mediante dinero, aparece en cada ocasión como un acto aislado, desvinculado, en el que solamente participan un obrero y un capitalista.

El producto creado por el obrero en cada proceso de produc­ción deviene propiedad del capitalista.

Una parte de este producto se destina permanentemente al sostenimiento del propio obrero. Así pues, el obrero creador de todo el producto, sólo obtiene una parte de él.

Pero el obrero obtiene una parte de su producto en forma de salario, es decir, como pago por todo su trabajo. Si el obrero percibiera esa parte del producto directamente en especie, estaría claro que le corresponde solamente una por­ción del producto creado por su propio trabajo. Entonces aparecería diáfanamente lo que acontece en realidad en toda sociedad: que el fondo de medios de existencia necesarios al obrero para sostener y reproducir su vida, es decir, el fondo de trabajo es creado por el trabajo del propio obrero.

En realidad, el hecho de que el producto creado por el obre­ro sea transformado en dinero por el capitalista, borra toda vinculación con el trabajo anteriormente invertido por el obrero. El obrero recibe del capitalista como pago de su trabajo, en forma de salario, una determinada suma de dine­ro que hasta entonces era propiedad del capitalista y que en apariencia no está vinculada al trabajo pretérito del obre­ro. Esa apariencia falsa se ve reforzada por el hecho de que frecuentemente el obrero percibe su salario antes de que sea realizado el producto que creó.

Pero ese espejismo engendrado por la forma dinero, se esfu­ma inmediatamente cuando examinamos la producción capi­talista como un proceso ininterrumpido, cuyos actos parcia­les se hallan entrelazados y cuyos protagonistas no son obre­ros y capitalistas aislados, sino la clase de los obreros y la de los capitalistas.

El examen de la producción capitalista desde ese ángulo muestra que cuando los obreros crean una mercancía, otras mercancías producidas por ellos mismos con anteriori­dad son traducidas por los capitalistas en dinero, una parte del cual se destina a pagar a los obreros. El dinero perci­bido por los obreros de los capitalistas no es más que un vale para obtener una parte del producto que ellos mismos han creado y que ha sido apropiado por los capitalistas. Para obtener esa parte de su propio producto los obreros deben reintegrar a los capitalistas esos vales con la misma regula­ridad que los reciben. En fin de cuentas, resulta que la for­ma dinero de remuneración de los trabajadores no hace más que velar el hecho de que la clase obrera en su conjunto percibe de la clase capitalista una parte del producto de su propio trabajo pretérito.

“Su trabajo de hoy o del medio año próximo se le paga con el trabajo de la semana anterior o del último medio año” (Página 513.)

Así pues, el capital variable lejos de ser valor adelantado por el capitalista de un fondo propio especial, no es más que valor creado anteriormente por la clase obrera y apro­piado por los capitalistas. El capital variable no es más que una forma histórica especial en la que aparece el fondo de medios de existencia del trabajador o fondo de trabajo.

El descubrimiento de la naturaleza del capital variable re­viste gran importancia, ya que refuta la idea de que sea valor desembolsado por los capitalistas de sus propios fon­dos y la tesis de que los capitalistas se apropian plusvalía en base a un supuesto derecho de propiedad sobre el capi­tal variable, que es su recurso personal.

Al propio tiempo se refutan las teorías burguesas que pre­sentan el salario “como parte del producto”, es decir, como si los obreros y los capitalistas se repartieran el producto y su valor con arreglo a la participación de cada uno en la creación del mismo. Además se desenmascaran los intentos de los economistas burgueses de presentar las relaciones en­tre obreros y capitalistas como relaciones de colaboración y camaradería, como si ambas clases tuvieran el mismo inte­rés en desarrollar la producción para incrementar sus in­gresos. Marx se refiere aquí a Alejandro de Laborde y a H. Carey que consideraban la producción capitalista como una asociación libre. Con ligeros variantes, otros muchos economistas burgueses sostienen las mismas ideas —Say, Marshall, Clark, etc., propaladores de la decantada teoría de los tres factores de la producción.

Luego de mostrar, en base al análisis de la reproducción capi­talista, que el capital variable en funciones es siempre valor creado por el trabajo pretérito de la clase obrera, Marx pasa a explicar otro aspecto esencial de las relaciones de producción capitalistas.

Para iniciar la producción, el capitalista tiene que disponer de una cierta suma de dinero, es decir, de valor que des­embolsa para adquirir los elementos de producción, inclu­yendo la adquisición de fuerza de trabajo. El origen de este valor-capital inicialmente desembolsado no puede ser expli­cado por el mecanismo de la producción capitalista. Evidentemente, escribe Marx, es preciso suponer que ese valor-capital, se formó independientemente de la apropia­ción del plusproducto de los obreros asalariados.

El proceso de surgimiento en manos de individuos particu­lares de cuantiosos capitales será explicado posteriormente por Marx, en el capítulo consagrado al análisis de la acumu­lación originaría del capital. Ahora la tarea de la investi­gación consiste en develar la verdadera naturaleza no sólo del capital variable sino de todo el capital en funciones, independientemente de su origen y en base al análisis de la reproducción capitalista.

El capital en funciones aparece exteriormente como valor que no sólo pertenece a los capitalistas, sino que además ha sido adquirido al margen de la explotación de la clase obrera.

Pero el panorama cambia cuando enfocamos la producción capitalista como proceso de reproducción. Ya el análisis de la reproducción simple nos revela que cualquiera sea el ori­gen de los capitales iniciales, al transcurrir un cierto perío­do de tiempo, todo el capital desembolsado deviene capital acumulado, es decir, plusvalía capitalizada, creada por la clase obrera y apropiada gratuitamente por los capitalistas, Marx examina el proceso de la transformación del capital desembolsado en acumulado, con el siguiente ejemplo: Si un capital de 1,000 libras esterlinas arroja anualmente una plus­valía de 200 libras esterlinas que el capitalista regular y ple­namente consume para subvenir a sus necesidades persona­les, tendremos que transcurridos 5 años la suma consumida por el capitalista será igual al valor de su capital inicialmen­te desembolsado. Pero como el capitalista a pesar de haber consumido un valor equivalente en cantidad al capital que inicialmente desembolsó, ha podido conservarlo en la misma magnitud, en apariencia resulta que el capitalista durante todo ese tiempo no hizo más que consumir la plusvalía, de­jando incólume el capital avanzado. Esa apariencia, escribe Marx, se ve reforzada por el hecho de que la parte del capi­tal encarnada en edificios, máquinas, etc., existía al princi­pio, cuando el capitalista organizó su producción y subsiste pasados 5 años. En rigor, al cabo de los 5 años no se con­serva más que la magnitud del capital mientras que su natu­raleza ha cambiado raigalmente. La conservación del capi­tal está condicionada a la obtención anual por el capitalista de una plusvalía de 200 libras, lo que en 5 años representa un valor igual al del capital desembolsado inicialmente. En caso contrario el capitalista habría devorado su capital.

Así pues, el análisis de la reproducción capitalista simple nos descubre no sólo la verdadera naturaleza del capital va­riable, sino también la de todo el capital desembolsado. Todo capital desembolsado, cualquiera sea su origen, se con­vierte, transcurrido cierto período, en capital acumulado, en plusvalía acumulada. Esta conclusión de Marx reviste enor­me importancia por cuanto refuta las teorías de los ideólogos burgueses que presentan los capitales existentes como va­lor acumulado gracias al ahorro y laboriosidad de los capita­listas y sus ascendientes. Con ello también se desbaratan los intentos de justificar la obtención de gigantescos beneficios por el derecho de propiedad sobre los llamados capitales originarios.

La gran significación de esas tesis de la Economía Política marxista para la lucha clasista del proletariado descansa en el hecho de que sirven para justificar la expropiación de los capitalistas por parte de la clase obrera. Al expropiar a la clase de los capitalistas en el transcurso de la Revolución Proletaria, el proletariado no hace más que recuperar el producto de su trabajo, que fuera apropiado por la clase capitalista. Esas tesis de la doctrina marxista también re­visten mucha importancia para justificar la conducta de los pueblos que al desprenderse del yugo colonial, expropian de diferentes formas a sus explotadores.

Después de explicar la naturaleza de la autoconservación del capital, Marx pasa a examinar la situación real que ocupan la clase obrera y la clase capitalista en la sociedad burguesa.

La situación de la clase obrera bajo el capitalismo está su­jeta a constantes modificaciones. La esencia y causas de esos cambios serán examinados más adelante. En este capí­tulo se explica la situación en que se encuentran el prole­tariado, como clase opuesta a la burguesía, en la sociedad capitalista.

En la sección segunda del tomo I de El Capital se demostró que el punto básico de partida de la producción capitalista es la disociación del productor respecto a los medios de pro­ducción, es decir, del factor subjetivo de la producción (fuer­za de trabajo) con respecto a las condiciones objetivas del trabajo. El poseedor de los medios de producción y de susten­to (capitalista) adquiere fuerza de trabajo que, unida a los medios de producción, funciona en el proceso de produc­ción. La esencia de este proceso ya la conocemos.

Pero mientras examinamos la producción capitalista como un acto aislado, cuyos protagonistas son el obrero y el capi­talista aislado, el análisis no puede descubrir hasta el fin la situación que ocupa la clase obrera bajo el capita­lismo.

En primer término, ese análisis nos impide comprender las relaciones existentes entre obreros y capitalistas como rela­ciones de clase. Las relaciones clasistas aparecen en la su­perficie como relaciones entre individuos aislados, entre obrero y capitalista. En concreto, esas relaciones aparecen como operaciones independientes, concluidas entre obreros y capitalistas aislados para la compra y venta de fuerza de trabajo. Pero las transacciones de compra y venta de fuer­za de trabajo tienen lugar en circunstancias especiales que engendran una apariencia engañosa sobre la situación de la clase obrera.

El obrero siempre vende su fuerza de trabajo por un perío­do de tiempo determinado. La renovación de esa venta coin­cide con el cambio frecuente de los empresarios. Además, la venta de fuerza de trabajo se estipula mediante contrato en el cual las dos partes, obrero y capitalista, aparecen en un plano de igualdad. Por último, cambian constantemente las condiciones de venta de la fuerza de trabajo, cambia el precio del trabajo. Todas esas circunstancias engendran la apariencia, la ilusión de una libertad e independencia econó­mica del obrero respecto al capitalista.

Es más, parecería que la situación del obrero es temporal, que puede ser modificada. Justamente, esa apariencia en­gañosa es la que sirve a los ideólogos de la burguesía para difundir ilusiones según las cuales “cualquier zapatero pue­de hacerse millonario”, para sus intentos de desviar a la cla­se obrera de la comprensión de su verdadera situación bajo el capitalismo, para de ese modo, paralizar la acción contra el capital.

Pero las falsas apariencias sobre la situación del obrero, sobre su igualdad e independencia bajo el capitalismo, se desmoronan, escribe Marx, en cuanto examinamos, en lugar de un obrero o capitalista aislados, a la clase de los obreros y a la de los capitalistas, en cuanto analizamos no procesos parciales de producción, sino todo el proceso capitalista en su flujo y dimensión social.

Marx descubre la verdadera situación de la clase obrera bajo el capitalismo al analizar el consumo del obrero en el transcurso de la reproducción capitalista. Ese consumo tiene dos aspectos.

El obrero con su trabajo consume en el proceso de produc­ción medios de producción que transforma en un nuevo producto con un valor mayor que el del capital avanzado. Ese es el consumo productivo del obrero y, al mismo tiempo, consumo de su fuerza de trabajo por el capital. El consumo productivo aparece claramente como condición de existencia del capital y de la producción de plusvalía.

Además del consumo productivo el obrero efectúa su con­sumo personal, es decir, un consumo determinado por la satisfacción de sus propias necesidades. Los medios para ello los obtiene de la venta de su fuerza de trabajo. El con­sumo personal del obrero es condición de su existencia, para lo cual vende su fuerza de trabajo al capitalista. Superfi­cialmente parece que el consumo personal del obrero, que por lo general se cumple fuera de la producción, no está vinculado ni sujeto al capital y a los intereses de la produc­ción de plusvalía. Pero enfocado desde el ángulo de la reproducción capitalista el consumo personal del obrero constituye un aspecto de la reproducción del capital, igual al consumo productivo.

El capital desembolsado por el capitalista para adquirir fuerza de trabajo se transforma en medios de vida, cuyo consumo facilita al obrero la reposición de su fuerza de tra­bajo. De tal modo, el consumo personal del obrero, en sus límites absolutos, no es más que reproducción de fuerza de trabajo susceptible de nueva explotación. Pero la reposición de fuerza de trabajo apta para ser explotada es la condición fundamental de la reproducción del propio capital. Por eso el consumo individual del obrero constituye en general un aspecto de la producción y reproducción del capital mismo.

El límite máximo del consumo personal del obrero bajo el capitalismo está dado por el valor de la fuerza de tra­bajo, es decir, por el mínimo de medios de sustento que resultan necesarios para la reproducción normal de la fuer­za de trabajo. En el caso más favorable para el obrero, cuan­do el salario es igual al valor de la fuerza de trabajo, no hace más que garantizarse la reproducción normal de la fuerza de trabajo, Al limitar el salario, y por tanto, el con­sumo personal del obrero al mínimo de medios de sustento necesarios para la reposición de su fuerza de trabajo, el capital no hace más que obligarle permanentemente a ven­der su fuerza de trabajo.

El obrero puede cambiar de patrón, puede vender su mer­cancía en condiciones más o menos ventajosas, puede incluir en el contrato ciertas condiciones de venta, pero no puede eludir la necesidad de vender la fuerza de trabajo. El obre­ro se ve forzado diariamente bajo la amenaza de una muerte por inanición a vender su fuerza de trabajo al capitalista, independientemente de cual sea su nombre. La fuerza de trabajo pertenece a la clase capitalista durante toda la vida del proletario, a pesar de que en cada transacción se vende a un determinado empresario por un tiempo fijo.

Resulta que no es un hecho casual ni momentáneo el que coloca frente a frente en el mercado al capitalista como com­prador y al obrero como vendedor de fuerza de trabajo, sino la marcha férrea del propio mecanismo de la producción ca­pitalista que convierte constantemente la venta de fuerza de trabajo en premisa para la existencia misma de la clase obrera. “Por tanto, desde el punto de vista social, la clase obrera, aun fuera del proceso directo de trabajo, es atributo del capital, ni más ni menos que los instrumentos inanima­dos.” (Pág. 519.)

La independencia del obrero respecto al capital no es más que una apariencia, que tiene existencia real. En realidad el capitalismo es, al decir de Marx, un sistema de esclavitud asalariada. A diferencia de la esclavitud, donde los escla­vos eran propiedad de esclavistas aislados al igual que los instrumentos de trabajo inanimados, los obreros asalariados no pertenecen a capitalistas aislados, sino al conjunto de la clase capitalista que les impone ataduras invisibles.

La situación del proletariado como clase obligada constan­temente a vender su fuerza de trabajo está determinada por el hecho de hallarse privada de medios de producción y de sustento. Pero la venta de la fuerza de trabajo no facilita al obrero más que el mínimo de recursos necesarios para reponer su fuerza de trabajo. Marx señala que el obrero sale cada vez del proceso de producción capitalista en el mismo estado en que entró, es decir, privado de medios de producción y obligado a vender su fuerza de trabajo.

Por lo tanto, en el transcurso de la reproducción capitalista, el obrero se reproduce constantemente como obrero asala­riado.

El divorcio del productor respecto a los medios de produc­ción que constituyó el punto de arranque y el cimiento del capitalismo, se reproduce una y otra vez como resultado de la producción ininterrumpida y se eterniza como pro­ducto inmanente a la producción capitalista.

Así mismo, los medios de producción y de sustento, monopo­lizados por la clase capitalista, se reproducen constantemente como propiedad de los capitalistas en forma de capital. El capitalista también sale constantemente del proceso de pro­ducción con el mismo aspecto con que entró: como propie­tario del capital y además como propietario de la plusvalía arrojada por aquél.

Culminado el análisis de la reproducción capitalista simple, Marx escribe: “Por tanto, el proceso capitalista de produc­ción, enfocado en conjunto o como proceso de reproducción no produce solamente mercancías, no produce solamente plusvalía, sino que produce y reproduce el mismo régimen del capital: de una parte al capitalista y de la otra al obrero asalariado" (Pág. 524.)

El análisis de la reproducción capitalista simple muestra que los intereses de la clase obrera y los de la burguesía son contrapuestos. La teoría de Marx que descubre la esencia antagónica de las relaciones clasistas de la sociedad burguesa, ayuda al proletariado a cobrar conciencia de sus intereses de clase y alzarse en lucha contra el capital. Además de eso la doctrina de Marx desenmascara las “teo­rías” burguesas que pintan el capitalismo como un sistema de colaboración de clases y armonía de intereses. Esas tesis revisten particular importancia para refutar las “moder­nas teorías” de los escuderos del capitalismo que pretenden demostrar que el régimen burgués cambia su naturaleza clasista al desarrollarse, que cambia su base económica para transformarse en una sociedad de colaboración clasista entre el trabajo y el capital, para convertirse en una “asociación trabajo-capital”, una “sociedad de bienestar general”, etcétera.