IV. La llamada acumulación originaria. (Cap. XXIV)

 

 

Hasta aquí, Marx investiga la acumulación del capital par­tiendo de la premisa de un capital dado, es decir, prescin­de del examen del proceso de surgimiento de los capita­les originarios, de la acumulación originaria del capital. El objetivo del análisis precedente justifica la abstracción que se hace de la acumulación originaria. El análisis de la esencia de la acumulación del capital como mecanismo que gobierna el movimiento del modo capitalista de produc­ción y las tendencias de su desarrollo no requiere el escla­recimiento del proceso de formación de los primeros capi­tales. Para la meta fijada basta con suponer que el capital existe.

A propósito de eso hay que recordar la indicación de Marx de que la correlatividad de las categorías no está determi­nada por la historia, sino por la ubicación y el papel de las mismas en el desarrollo del objeto de análisis. La investi­gación anterior mostró que el papel de los capitales origina­rios se reduce a la nada en el transcurso de la acumulación capitalista. Además, habría sido imposible descubrir la esencia de la acumulación originaria del capital sin antes desentrañar la esencia de la acumulación capitalista como tal. Eso se debe, como indica Marx a que, para comprender la historia real de un objeto (en este caso de la acumula­ción del capital) es preciso examinarlo en su forma ma­dura.

E1 análisis de la acumulación capitalista como tal ofrece la posibilidad y provoca da necesidad de investigar el pro­ceso de acumulación originaria. Para Marx esa necesidad dimana del hecho de tener que mostrar ampliamente el ca­rácter transitorio del modo de producción capitalista.

El análisis de la acumulación del capital puso de relieve que el propio mecanismo de la producción capitalista crea obje­tivamente las condiciones de su propia desaparición. El examen de la acumulación originaria del capital descubre los principios que rigen el surgimiento del modo de producción capitalista al llegar a una determinada etapa del desarrollo de la sociedad. En consecuencia, para mostrar el carácter transitorio del modo de producción capitalista es necesario descubrir la esencia de la acumulación originaría.

El capítulo XXIV comienza develando la esencia de la acu­mulación originaria del capital: la disociación del produc­tor respecto a la propiedad so.bre las condiciones de su tra­bajo.

La separación del productor de los medios de producción como premisa de la producción capitalista se reproduce constantemente en la sociedad capitalista desarrollada me­diante su propio mecanismo. Pero aparece como acumula­ción “originaria” en el sentido de que constituye la pre­historia del modo capitalista de producción. La llamada acumulación originaria se caracterizó por sus métodos extraeconómicos de acumulación, que revistieron matices típi­cos en las condiciones históricas propias de cada país.

Marx analiza la acumulación originaria como método espe­cífico de acumulación y como prehistoria del capital.

Al enfocar la acumulación originaria como método espe­cífico de crecimiento del capital Marx muestra que los mé­todos de coerción extraeconómica, aunque típicos y domi­nantes en el período de entronizamiento del capitalismo, también rigen en la época del capitalismo desarrollado. Esos métodos encuentran aplicación cuando el propio capital se ve imposibilitado de desarrollarse por los canales pura­mente económicos.

Luego de investigar la acumulación originaria, Marx pro­cede en el epígrafe 7 y último del capítulo XXIV, a resumir toda la teoría de la acumulación, examinando la tendencia histórica del proceso. El capitalismo nacido de la produc­ción mercantil, desarrollado con arreglo a sus propias le­yes, toca a su fin. El proletariado es la fuerza destinada a cumplir la histórica misión de liquidar al modo capitalista de producción, mediante la revolución socialista. El prole­tariado surge, se organiza y cohesiona por obra de ese modo de producción.

 

 

1. El secreto de la acumulación originaria.

 

Como se demostró antes, el desarrollo de la producción capitalista transcurre en base a la acumulación de capital que tiene su fuente en la plusvalía. Por eso la acumulación presupone la producción de plusvalía. A su vez, la producción de plusvalía presupone la concentración de masas considerables de capital en manos de personas privadas y además la existencia de fuerzas de trabajo despro­vistas de medios de producción. El análisis precedente mos­tró que en el transcurso de la producción capitalista esas condiciones se reproducen constantemente como un pro­ducto genuino de ese modo de producción. La disociación entre el productor y los medios de producción y la acumu­lación de capital en manos privadas (capitalistas) es por lo tanto premisa y resultado, a la vez, de la producción capi­talista.

Empero esa premisa, reproducida constantemente en esca­la ampliada, debió haber aparecido en algún momento y ser punto de arranque del propio régimen capitalista. En tan­to que punto de partida del régimen capitalista, la disocia­ción entre los productores y los medios de producción y la acumulación de capitales en manos privadas, no podían ser, naturalmente, resultado de ese proceso. Marx escribe: “una acumulación originaria anterior a la acumulación capitalista, una acumulación que no es resultado, sino punto de partida del régimen capitalista de producción.” (Página 654.)

Los ideólogos burgueses afirman que la acumulación origi­naria de riqueza efectuada ya en la antigüedad, era resul­tado del espíritu laborioso y ahorrativo de algunas gentes que se destacaban de entre la masa de perezosos y harapien­tos arruinados y empobrecidos por su propia culpa. Ahí, decían, tiene su origen la pobreza de las masas trabajado­ras y la riqueza de las élites.

Tal explicación de la acumulación de riqueza, identificada con la forma típica capitalista, sirve a los ideólogos bur­gueses para justificar la propiedad privada y las ganancias de los capitalistas, y además, para presentar a ese régimen de producción como armónico y por lo mismo, eterno.

Al demostrar en este epígrafe la total inconsistencia de tales “teorías”, Marx devela la esencia del proceso de formación de los capitales originarios, es decir, de la creación de con­diciones que hicieron posible el surgimiento del régimen económico capitalista.

Esas condiciones residen en la disociación entre los produc­tores y la propiedad sobre los medios de producción, diso­ciación que enfrenta en el mercado a nuevos tipos de pro­ductores de mercancías.

De un lado, aparece el propietario de los medios de pro­ducción, dinero y bienes de sustento que no necesita más que adquirir fuerza de trabajo para organizar la producción a fin de incrementar el valor. De otro lado, aparece el obre­ro libre, vendedor de su propia fuerza de trabajo para sub­venir a su propia existencia.

Esa polarización en el mercado de mercancías crea las con­diciones básicas de la producción capitalista.

“La llamada acumulación originaria —escribe Marx— no es, pues, más que el proceso histórico de disociación entre el productor y los medios de producción” (Pág. 655.) La misma aparece como “originaria” porque forma la prehis­toria del capital y del régimen capitalista de producción.

El proceso de transformación de los productores directos en obreros asalariados es al mismo tiempo proceso de con­centración en manos privadas de medios de producción, bienes de sustento y dinero que se convierten en instru­mentos de explotación de los obreros asalariados.

La transformación de los productores en obreros asalaria­dos y de los medios de producción en capital, no transcurre sobre una base capitalista, sino en base al desarrollo y ahon­damiento de las contradicciones de la producción mercantil simple.

Como ese proceso fue examinado ya en la sección primera del tomo I, ahora, al analizar la esencia de la acumulación originaria, Marx concede particular atención al examen de los factores que intensifican ese proceso, ante todo, a los métodos de violencia descarada. Las tendencias engendra­das por la producción mercantil en el transcurso de su des­arrollo y que la transforman en producción capitalista, ad­quieren el impulso requerido, gracias precisamente a la vio­lencia, engendrada por las necesidades del propio desarrollo económico sobre el que viene a ejercer una influencia co­losal.

La esencia de la acumulación originaria consiste en la diso­ciación entre los productores y los medios de producción, pero la base de todo el proceso reside en la expropiación de los productores agrarios, en la expropiación de los campe­sinos.

La violencia desempeña un papel extraordinario en ese pro­ceso de expropiación, Marx señala que esa cruzada de expropiación ha quedado inscripta en “los anales de la historia con trazos indelebles de sangre y fuego”. (Pági­na 656.)

El proceso de acumulación originaria del capital es en esen­cia un proceso de transformación de la explotación feudal en explotación capitalista. Marx dice, que la estructura económica de la sociedad capitalista surgió de su antece­sora feudal. El desarrollo de la producción capitalista es, de una parte, síntoma y factor de descomposición del feu­dalismo, sirviendo, de otra parte, de cimiento para el naci­miento de la explotación capitalista.

El proceso de acumulación originaria es característico para todos los países que emprenden el desarrollo capitalista. Su esencia es siempre la misma, pese a que en cada país pre­senta modalidades diversas a tenor con las condiciones his­tóricas. Donde ese proceso revistió su forma clásica fue en Inglaterra, y por eso Marx toma a este país como modelo.

 

 

2. Cómo fue expropiada la tierra de la población rural.

 

En este epígrafe Marx examina el proceso de expropiación de la tierra del campesinado.

El gran papel jugado por la expropiación de los producto­res agrarios en la acumulación originaria del capital se debe a que en el período de transición del modo de producción feudal al capitalista, el sector fundamental de la economía era la agricultura, que por lo mismo concentraba a la aplas­tante mayoría de los productores.

El prólogo de la revolución que había de sentar las bases del modo de producción capitalista, como señalara Marx, se desarrolló en el último tercio del siglo XV en las primeras décadas del XVI al ser licenciadas las huestes feudales y arrojadas al mercado de trabajo como una masa de proleta­rios al margen de la ley.

Pero el papel fundamental en el proceso de expropiación de los productores directos corresponde al desahucio de los campesinos, a la usurpación de las tierras comunales y a la expulsión de los campesinos de las parcelas pertenecientes a los grandes terratenientes. El desarrollo de la manufac­tura lanera en Flandes con el consiguiente aumento del pre­cio de la lana, sirvió de acicate a ese proceso en Inglaterra. El aumento del precio de la lana estimuló el rápido desa­rrollo del pastoreo con la consiguiente reducción del área de siembra y la expulsión violenta de los campesinos. Marx recuerda que Tomás Moro habla en su Utopia de un asom­broso país donde las ovejas devoran a los hombres.

La reforma dio un gran impulso a la expropiación de los productores mediante colosales depredaciones de los bienes de la iglesia en el siglo XVI.

Tras esto se inicia una nueva etapa de desposesión de los campesinos: el saqueo de las tierras públicas y del patri­monio estatal mediante su entrega gratuita a personas pri­vadas, su venta a precios irrisorios o su anexión a fincas de propiedad privada mediante la usurpación descarada.

En el siglo XVIII los bienes comunales son saqueados al amparo de la legislación estatal. Ese despojo recibe san­ción parlamentaria en las leyes de cercado de terrenos co­munales; leyes en virtud de las cuales los terratenientes se regalaban así mismos las tierras comunales mediante la expropiación legalizada del pueblo. Además de eso, los terratenientes recurrieron a sus “métodos particulares” de expropiación de los productores. Esto se refiere a las tie­rras comunales cuya usurpación y la transformación con­siguiente en el agro, empeoraban notablemente la situa­ción de los trabajadores rurales.

El último gran procedimiento de expropiación de los labra­dores es la llamada limpieza de fincas. En Inglaterra, esa “limpieza” constituye la cúspide de todos los métodos de expropiación de la tierra de los productores. Marx ilustra ese proceso de “limpieza” en el caso de Escocia donde adqui­rió caracteres más irritantes. A los productores expropiados se les prohibió emigrar, lo que ya preanuncia el concepto burgués de propiedad sobre la clase obrera como tal Así pues, prescindiendo de las motivaciones estrictamente económicas de la transformación agraria, el proceso de acu­mulación originaria en Inglaterra se reduce a la expropia­ción violenta de los productores: usurpación del patrimonio eclesiástico, enajenación de los bienes públicos, usurpación de la propiedad comunal, etc. “He ahí otros tantos métodos idílicos —apunta Marx irónicamente— de la acumulación originaria, con estos métodos se abrió paso a la agricultura capitalista, se incorporó al capital a la tierra y se crearon Ips contingentes de proletarios libres y privados de medios de vida que necesitaba la industria de las ciudades.” (Pá­gina 672.)

 

 

3. Leyes persiguiendo a sangre y fuego a los expropiados, a partir del siglo XV. Leyes reduciendo el salario.

 

En este epígrafe Marx examina cómo la población rural, ex­pulsada violentamente de la tierra, fue sometida a la dis­ciplina del trabajo asalariado por medio de la fuerza des­carnada.

Anteriormente vimos que la producción capitalista repro­duce constantemente no sólo la disociación de los producto­res respecto a los medios de producción, sino también de­terminadas condiciones de vida de la clase obrera. Esta última por obra de la educación, las tradiciones y hábitos llega a considerar las condiciones de producción capitalista obvias y naturales.

Pero el mecanismo de la producción capitalista se despliega en toda su plenitud únicamente cuando domina la produc­ción, es decir, cuando la producción adopta un carácter genuinamente capitalista.

En tales condiciones la extorsión extraeconómica del capi­tal respecto a la clase obrera pierde su vigencia anterior, aunque la clase capitalista jamás renuncia totalmente a ella. La burguesía recurre a la violencia descarada, es de­cir, al apremio extraeconómico siempre que el mecanismo económico de la producción resulte aún endeble o cuando, por cualquier causa, su acción se debilita necesitando de apuntalamientos.

Hemos señalado que la expropiación violenta de los peque­ños productores no transcurrió de manera uniforme y por ello la masa de proletarios no fue absorbida por la naciente manufactura con la misma velocidad y regularidad con que nacía. Esos contingentes colosales, sacados de sus habitua­les condiciones de vida, no pudieron asimilar súbitamente la disciplina de la manufactura capitalista. Marx indica que por esa razón, una masa considerable de pequeños produc­tores expropiados se vieron convertidos por imperio de las circunstancias en mendigos, salteadores y vagabundos.

Pero el desarrollo impetuoso de la manufactura y su trans­formación en fábrica, exigía nuevos y nuevos contingentes de fuerza de trabajo susceptibles de ser explotadas por el capital. Por eso, a fines del siglo XV y en el transcurso de todo el siglo XVI, se promulgaron en toda Europa occi­dental una serie de leyes persiguiendo a sangre y fuego el vagabundaje. Esa legislación tenía por objeto forzar a los hombres a someterse al régimen dominante de la manufac­tura capitalista.

En esta parte Marx menciona una serie de materiales que muestran el proceso de desarrollo de esa feroz legislación, a partir del acta de Enrique VIII de 1530 y hasta principios del siglo XVIII. Marx acota que en Francia, Holanda y otros países se promulgaron por aquella época leyes seme­jantes.

La naciente burguesía, débil aún en el aspecto económico, se vale ampliamente del poder estatal y de los métodos de violencia descarada para regular los salarios, las jornadas de trabajo, etc. La regulación coercitiva de los salarios, es decir, su reducción a límites en consonancia con los intereses de la plusvalía, así como también la prolongación de la jor­nada, constituyen factores de gran trascendencia en el pe­ríodo de la llamada acumulación originaria del capital, Marx no examina aquí la influencia de esa legislación en cuanto a la prolongación de la jornada, ya que eso fue tra­tado en el capítulo VIII al analizar la jornada de trabajo bajo el capitalismo.

En lo que se refiere al monto de los salarios la legislación fijó en la primera época su máximo, pero no su mínimo. La ley fijaba también los plazos de contratación de la fuerza de trabajo.

A partir del siglo XIV y hasta 1825, se consideró un gran delito las coaliciones de los obreros. De ese modo los obre­ros eran despojados de las armas que hubieran podido uti­lizar para poner un freno a la tendencia del capital a refor­zar la explotación.

Las leyes reguladoras del salario se mantuvieron en vigen­cia hasta 1813. A partir de entonces se hicieron innecesarias ya que el propio mecanismo económico de la producción capitalista regulaba por sí mismo las condiciones de venta de la fuerza de trabajo y el propio trabajo.

De tal modo, vemos que la violencia directa fue un factor que permitió no solamente la expropiación de grandes con­tingentes de pequeños productores, sino también su con­versión en obreros asalariados. Por otra parte, la violencia fue un factor que sirvió para incrementar el grado de ex­plotación de la clase obrera, para acrecentar la producción de plusvalía, creando así las premisas para la acumulación del capital. Según la acertada apreciación de Marx se tra­taba de “métodos policíacos de acumulación del capital”.

 

 

4. Génesis del arrendatario capitalista.

 

La expropiación de la población campesina crea directa­mente grandes terratenientes y obreros asalariados. Junto a éstos surgieron en el proceso de acumulación originaria, capitalistas que explotaban trabajo de los obreros. Por eso Marx formula la pregunta: ¿Cómo surgieron los primeros capitalistas? La respuesta nos la ofrece mostrando el pro­ceso de formación de los arrendatarios —la clase de los capitalistas rurales— que transcurre lentamente a lo largo de muchos siglos.

Las condiciones patrimoniales de los siervos y de los pe­queños propietarios libres fueron muy variadas y por lo mismo la evolución de sus economías para convertirse en capitalistas transcurrió bajo las formas más dispares. Pero es justamente de ese medio de donde se destacan paulatina­mente los arrendatarios capitalistas. Estos surgieron de los campesinos y arrendatarios más acomodados y de todos los mandatarios de los feudos.

Marx expone las etapas fundamentales que recorrió el pro­ceso de formación de los arrendatarios capitalistas en In­glaterra, develando los factores que coadyuvaron al acele­ramiento de ese proceso.

Los primeros arrendatarios en Inglaterra fueron los enco­mendados de las tierras señoriales (los bailiff). Durante la segunda mitad del siglo XIV el bailiff es sustituido por un colono, al que el terrateniente suministra simiente, ga­nado y aperos de labranza. Pronto, éste se convierte en aparcero, en semiarrendatario: aporta una parte del capital agrícola y el propietario la otra; el producto obtenido se reparte en la proporción fijada en el contrato.

La revolución agraria acarreó, por un lado, la ruina de la población campesina y, por otro, el saqueo de las tierras comunales y otras formas de desahucio del campesinado que fueron tratadas anteriormente, creando condiciones para el enriquecimiento de los arredantarios.

Estos últimos tienen la posibilidad de aumentar casi sin gas­tos sus rebaños y de explotar más racionalmente sus ha­ciendas.

En el siglo XVI el enriquecimiento de los arredantarios se ve favorecido por un nuevo factor decisivo: la caída del valor de los metales preciosos y por lo mismo, del dinero, provocada por el descubrimiento de los ricos yacimientos de América. A raíz de eso aumentaron los precios de los productos agrícolas, lo que favoreció doblemente a los arren­datarios ya que, en primer lugar, se produjo una reducción del salario real de los jornaleros. Incluso en el caso de que los salarios nominales hubieran experimentado algún aumento, esas alzas marchaban rezagadas con relación a la depreciación del dinero. La parte del valor representada por la reducción de los jornales se transformó en ganancia de los arrendatarios.

En segundo lugar, el aumento de los precios de los artícu­los agropecuarios significó que una misma cantidad de productos se plasmaba en una magnitud superior de dinero. En consecuencia crecía el capital monetario del arrendatario, aún cuando éste seguía abonando al terrateniente la misma renta en dinero conforme a lo estipulado en el contrato. Eso ocurrió así, porque los contratos se establecían por lo general para plazos prolongados y la renta aún no variando nominalmente, se reducía en la realidad. Por lo tanto la mengua efectiva de la renta se convertía en ganancia del arrendatario, en fuente de su enriquecimiento.

Marx indica que a fines del siglo XVI Inglaterra contaba con una clase de arrendatarios capitalistas ricos para aque­lla época.

En las notas de este epígrafe se señala el proceso análogo de surgimiento de arrendatarios capitalistas en Francia.

A la par con este proceso de formación de los arrendatarios capitalistas se produjo otro qué contribuyó también al sur­gimiento del capitalismo en el campo: la transformación gradual de los grandes latifundios en haciendas capitalistas. Este último proceso fue característico de la Europa con­tinental.

 

 

5. Repercusión de la revolución agrícola en la industria. Formación del mercado interior para el capital industrial.

 

Aun cuando la base del proceso de la acumulación origina­ria del capital lo constituye el desahucio de la población campesina, él mismo parte de la ciudad donde se desarrolla la producción mercantil a cuyo impulso transcurre la indi­cada revolución agrícola. La revolución agrícola reper­cute a su vez sobre el desarrollo de la industria y esto es lo que examina Marx en el presente epígrafe. Ante todo, sabemos que el desahucio del campesinado liberó para la industria grandes masas humanas transformadas paulatina­mente, por métodos violentos en ejército asalariado. Antes vimos cómo transcurrió este proceso.

La revolución que tuvo lugar en las relaciones sociales creó un mercado interno para las empresas capitalistas, es decir, creó condiciones indispensables para el desarrollo del modo capitalista de producción.

La fuerza de trabajo, la materia prima y los medios de tra­bajo fueron concentrados en manos de un reducido grupo de capitalistas, en un puñado de grandes empresas capita­listas. Esos instrumentos de trabajo y materias primas que antaño permitían la existencia independiente de los peque­ños productores se convierten en manos de los capitalistas, en medios para imponer su dominio sobre los obreros y también en instrumentos para extraerles trabajo no retri­buido, es decir, plusvalía.

El proceso de transformación de los pequeños productores en obreros asalariados y de los medios de sustento e ins­trumentos de trabajo en capital, constituye asimismo un proceso de formación del mercado interno para el capital industrial. La formación de este mercado transcurre por diferentes vías,

Marx indica que en el período manufacturero de desarrollo del capitalismo aún no se daban las condiciones necesarias para la solución definitiva del problema del mercado inter­no. La manufactura domina la producción nacional a rit­mos muy lentos y además, al liquidar la industria secunda­ria doméstico-rural y el artesanado urbano en unas regiones y ramas, vuelve a ponerlas en pie en otros lugares.

Sólo la gran industria expropia definitivamente a la inmen­sa mayoría de la población rural y erradica a la industria doméstico-rural. De ese modo la industria maquinizada conquista para el capital industrial todo el mercado in­terior.

 

 

6. Génesis de los capitales industriales.

 

Los procesos examinados anteriormente, podemos decir que, en esencia, prepararon las condiciones para el surgimiento del capital industrial.

En este epígrafe Marx examina la génesis del capitalista industrial. Aquí la palabra “industrial” está empleada en contraposición a “agrícola”. Por tanto, se trata del capital que domina íntegramente la producción social y no de aquel empleado exclusivamente en la industria.

La génesis del capitalista industrial no se caracteriza como la del arrendatario capitalista, por su marcha paulatina.

Marx indica que los primeros capitalistas fueron algunos pequeños maestros artesanos, ciertos productores pequeños e incluso obreros asalariados. Ampliando paulatinamente la esfera de explotación del trabajo asalariado, estas crisá­lidas de capitalista se convirtieron en auténticos capitalistas. Pero este proceso transcurrió con tal lentitud que no corres­pondía a la demanda creciente del mercado mundial creado por los grandes descubrimientos geográficos del siglo XV.

En la acumulación originaria desempeñaron un cierto papel el capital comercial y el usurario que se fueron transfor­mando paulatinamente en capital industrial. Pero el capi­tal comercial y el usurario desempeñaron un papel insig­nificante en el surgimiento del capital industrial y de modo más general, en el proceso de acumulación originaria. El papel fundamental en estos procesos correspondió a otros métodos de acumulación originaria. Los principa­les fueron, según Marx, los siguientes: el descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión de una gran parte de la población africana en esclavos arrojados masi­vamente al mercado de trabajo. Todos estos métodos se basan, en lo fundamental, en la violencia ejercida con el concurso del Estado, de la fuerza concentrada y organizada de la sociedad, para acelerar el proceso de conversión del régimen feudal de producción en régimen capitalista.

Los métodos de acumulación originaria, cualesquiera sean sus diferentes matices tienen un común denominador: todos ellos estuvieron enfilados a reforzar la explotación de los trabajadores en el interior y en el exterior de los distintos países; todos ellos se valieron de la violencia avasa­lladora organizada en nombre del Estado en contra de los trabajadores y en aras del enriquecimiento de la clase capi­talista naciente.

“La violencia —escribe Marx— es la comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva. Es por sí misma, una potencia económica” (Pág. 689.)

La violencia no puede crear por sí misma una nueva forma­ción económica. La violencia descansa sobre una determi­nada base económica. Pero una vez desatada acelera los procesos que le dieron vida y que motivan su empleo.

En este epígrafe Marx examina algunos de los métodos esenciales indicados. En primer lugar el del sistema colo­nial. La conquista de los pueblos coloniales convierte a éstos en objeto de la más despiadada explotación, explota­ción que recae también sobre las riquezas naturales. El engaño, el saqueo, la extorsión, los tormentos y las pri­siones constituyen métodos corrientes aplicados a los pue­blos colonizados. Marx dice que la historia de la economía colonial holandesa —por ejemplo— despliega ante nosotros un cuadro inaudito de traiciones, sobornos, asesinatos y bajezas.

Un importante papel en el enriquecimiento de los coloniza­dores lo desempeñó el comercio colonial cuyo monopolio perteneció a la metrópoli con la consiguiente prerrogativa de establecer precios arbitrarios.

El sistema colonial contribuyó al rápido desarrollo del co­mercio y a la navegación, ampliando así los mercados de venta para la producción manufacturera. El dominio mo­nopolista sobre ese mercado facilitó una intensa acumula­ción. Por ese procedimiento las riquezas arrancadas me­diante el saqueo y la sumisión de los indígenas de las colonias se transformaron en capital. El sistema colonial “proclamaba la acumulación de plusvalía como el fin último y único de la humanidad.” (Pág. 691.)

Esa vergonzosa historia de explotación y saqueo de los pue­blos coloniales no ha terminado todavía. Los imperialistas continúan aplicando contra los pueblos aún sometidos a su dominación los mismos métodos de coerción y saqueo mencionados por Marx. Cierto que en el último período, como consecuencia del empuje del movimiento de emanci­pación nacional se desmorona el sistema colonial del impe­rialismo y éste se ve obligado a maniobrar en un intento de conservar el sistema bajo nuevo rótulo. Desenmascarando las maquinaciones de los imperialistas N. S. Jruschov dijo: “Tratando de crear la apariencia de que abandonan sus co­lonias, los imperialistas lo que hacen es tratar de mantener su influencia enmascarándola para que los pueblos de los países coloniales en lugar de estar regidos, digamos, por un gobernador inglés, tengan en el poder a elementos indígenas sobornados por los imperialistas y aplicando una política favorable a estos últimos. De ese modo parecería que los colonizadores marchan al encuentro de los anhelos de los pueblos mientras que en realidad continúan manteniendo en un estado de dependencia colonial a los pueblos de una serie de países.”

El neocolonialismo que no se diferencia en absoluto, por su esencia, del colonialismo clásico, ha sido rechazado resuel­tamente por los pueblos.

Otro instrumento de acumulación originaria fue el sistema de crédito público, es decir, de deuda pública. La deuda pública se hallaba íntimamente vinculada al sistema colo­nial. El impetuoso desarrollo del comercio, las. guerras comerciales, etc., reclamaban cuantiosos recursos que fue­ron cubiertos con empréstitos estatales. Mas en rigor, esas erogaciones se descargaban sobre las espaldas de toda la nación aunque el sistema colonial sólo reportaba ganancias a la burguesía en crecimiento.

Junto a la deuda pública surgió el sistema de empréstitos internacionales, que constituye una de las fuentes ocultas de la acumulación originaria. A la par con esto apareció el sistema impositivo actual, que al decir de Marx, se con­virtió en un complemento obligado del sistema de la deuda pública.

Los empréstitos, al permitir a los gobiernos hacer frente a erogaciones extraordinarias, provocaban en definitiva un aumento de la carga fiscal, que servía al Estado para cubrir los intereses de la deuda pública y otros gastos.

En definitiva, el sistema fiscal constituyó un poderoso ins­trumento de transformación del patrimonio social en capi­tal, un arma de expropiación de las masas y de sumisión de los obreros asalariados.

El sistema proteccionista que según Marx fue un “medio artificial para fabricar fabricantes” al impulsar violenta­mente el tránsito del viejo modo de producción al nuevo régimen, aparece como una importante palanca de la acu­mulación originaria.

El sistema colonial, la deuda pública, los impuestos, el pro­teccionismo, las guerras comerciales, etc., adquieren fuerza singular al surgir la producción maquinizada.

El análisis de los métodos de acumulación originaria nos muestra así la trayectoria seguida por el proceso de forma­ción de los capitales originarios que no tiene nada que ver con el cuadro idílico que nos presentan ciertos economistas burgueses. Si el dinero “nace con manchas naturales de sangre en un carrillo, el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza”. (Página 697.)

En la época del imperialismo la violencia vuelve a desem­peñar un gran papel. Ello se debe a que las posiciones de la burguesía se resquebrajan hasta los cimientos, y el capi­talismo no puede mantener su dominación con procedimien­tos puramente económicos. Pero mientras que en el perío­do de la llamada acumulación originaria del capital la vio­lencia fue un arma que contribuyó al entronizamiento del modo de producción capitalista, en el período del ocaso de éste la violencia es un instrumento destinado a conser­var ese régimen caduco.

El Estado capitalista continúa siendo el principal instru­mento de coacción, un arma dócil del capital monopolista. Un ejemplo elocuente de violencia burguesa lo tenemos en la legislación antiobrera, tan difundida en el mundo capi­talista. Muestra elocuente es la ley Taft-Hartle calificada justamente como bill del trabajo forzado. En su lucha con­tra la clase obrera la burguesía no repara en métodos, recu­rriendo al empleo de la fuerza armada y a la ilegalización de las organizaciones revolucionarías de clase. En esa tarea la burguesía conculca hasta las libertades democráticas ins­tauradas por ella misma, tendiendo al establecimiento de regímenes reaccionarios y fascistas.

Valiéndose de los métodos coercitivos la burguesía monopo­lista rebaja el nivel de vida de la clase trabajadora. A tra­vés del Estado que le sirve congela los salarios. Así por ejemplo, después de la II Guerra Mundial en las empresas estatales inglesas los salarios permanecieron congelados du­rante largo tiempo.

Junto a eso, el Estado contribuye por todos los medios a la elevación de los precios en beneficio de los monopolios. La burguesía monopolista utiliza también el Estado para ele­var los impuestos, para aplicar una política de expansión externa, etc. Todas esas medidas contribuyen de un lado a reforzar la explotación de los trabajadores, al saqueo de los países dependientes, y de otro, al enriquecimiento de un puñado de magnates del capital.

 

 

7. Tendencia histórica de la acumulación capitalista.

 

Al develar la esencia y los métodos de acumulación originaria del capital, Marx culmina la investigación del carácter transitorio del modo capitalista de producción. Con ello hallamos el eslabón que faltaba en la cadena de la investigación, es decir, el proceso de surgimiento del capitalismo.    Además, el análisis de la esencia y los métodos de acumulación originaria nos ofrece nuevos momentos en el des­arrollo de la producción capitalista. El mecanismo de la producción capitalista que asegura el dominio de la burguesía, representa la conjunción de los métodos de acumulación originaria y de acumulación del capital.

Al descubrir la esencia de la acumulación originaria, el        autor pone cima a la investigación del proceso de acumulación del capital como forma de movimiento de la producción capitalista. En este epígrafe Marx extrae la conclu­sión definitiva sobre la suerte del modo de producción        capitalista, sobre las tendencias históricas de la acumulación, resumiendo así no solamente la sección séptima, sino también todo el tomo I de la obra.   Al culminar el gigantesco análisis precedente del modo de producción capitalista, Marx nos ofrece en sus rasgos más          generales y esenciales, un cuadro del régimen de producción capitalista desde su nacimiento hasta su extinción.

Al descubrir las etapas fundamentales del desarrollo del capitalismo, Marx muestra que si la producción capitalista surgió de manera lógica y regular, habrá de desaparecer con la misma regularidad e ineluctabilidad como resultado del desarrollo de sus propias contradicciones.

La pequeña producción mercantil basada en la propiedad privada del trabajo de los productores sobre los medios de       r producción constituye el punto de partida de la producción capitalista.

La forma de propiedad sobre los medios de producción constituye el factor decisivo que determina el carácter del modo de producción: cuando los medios de producción pertenecen a los propios productores, como es el caso de la pequeña producción mercantil, los resultados de ésta se los apropian los propios productores. Es decir, que en ese caso la propiedad privada sirve de base a la apropiación por los productores de los resultados de su propio trabajo.

Marx indica que ese tipo de producción se encuentra en el esclavismo y el feudalismo, pero su forma clásica, aquella en la cual despliega todas sus potencias, es cuando el obrero es el propietario libre de las condiciones de su trabajo. Símbolo característico de esta forma de producción es el fraccionamiento de la tierra y demás medios de producción. Al alcanzar un cierto grado de desarrollo esa producción —señala Marx— engendra las condiciones de su propia eli­minación.

El fundamento de esa negación lo constituye la expropia­ción de inmensos contingentes de productores directos y la concentración de los medios de producción que convierten la pequeña propiedad de muchos en gigantesca propiedad de unos pocos.

El resultado del proceso de acumulación originaria, en el que la violencia desempeña un papel decisivo, es que la propiedad laboral de los productores se ve desplazada por la propiedad privada capitalista que se asienta en la explo­tación del trabajo asalariado. La propiedad privada capi­talista es la negación de la propiedad privada basada en el trabajo del propio-productor.

El desarrollo ulterior del modo de producción capitalista transcurre ya sobre su propia base. Bajo el capitalismo las fuerzas productivas registran un desarrollo impetuoso actuando de leitmotiv la producción y apropiación de plus­valía.

La concentración de los medios de producción en manos de los capitalistas conduce al desarrollo de la gran cooperación social de trabajo, a la división de éste, al perfeccionamiento de la producción y a la elevación de la productividad del trabajo. De ese modo, la producción adquiere carácter so­cial y las fuerzas productivas se transforman en fuerzas productivas sociales dé modo tal que su aplicación sólo puede ser colectiva; se asienta una división internacional de trabajo en base a la cual los diferentes pueblos se incor­poran a la red del mercado mundial. Mas ese desarrollo de las fuerzas productivas y ese crecimiento de la productivi­dad del trabajo social transcurre paralelamente al aumento constante de la explotación de la clase obrera en el proceso de acumulación del capital, de su concentración y centrali­zación en manos de un número cada vez menor, relativa­mente, de capitalistas.

Los resultados del desarrollo de la producción y del rendi­miento del trabajo social se los apropian constantemente y en escala creciente un puñado cada vez menor de magnates capitalistas. La base de esa apropiación es la propiedad capitalista cuya esencia es antagónica. Por eso en el trans­curso del desarrollo del modo de producción capitalista cada vez se agudizan más las contradicciones entre el carácter social de la producción, que expresa el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, y la apropiación capitalista que expresa la esencia de las relaciones de producción.

La forma esencial en que se manifiesta esa contradicción (por cuanto se trata de expresar la esencia del modo de producción capitalista) consiste en que el desarrollo de la producción marcha acompañado por un aumento de la explo­tación, la .miseria y la sumisión de la clase obrera, es decir, por procesos de empeoramiento de la situación de esa clase que pone en peligro su propia existencia. Eso es lo que sirve de base para el desencadenamiento de la lucha de la clase obrera contra la explotación capitalista. Ese combate desemboca en definitiva en la eliminación del régimen de producción capitalista.

Marx escribe que con el desarrollo de la producción social y el aumento de la fuerza productiva del trabajo social, con la disminución progresiva de los magnates capitalistas que usurpan todos los beneficios de ese proceso crece la masa de la miseria, de la opresión, del esclavizamiento, de la dege­neración, de la explotación; pero crece también la rebeldía de la clase obrera, cada vez más numerosa y más discipli­nada, más unida y más organizada por el mecanismo del mismo proceso capitalista de producción. El monopolio del capital se convierte en grillete del régimen de producción que ha crecido con él y bajo él. La centralización de los me­dios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que se hacen incompatibles con su envoltura capi­talista. Esta salta hecha añicos. Ha sonado la hora final de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son ex­propiados.” (Pág. 699-700.)

La propiedad capitalista es reemplazada por la propiedad social que constituye la negación de aquélla, del mismo modo que la propiedad capitalista representó la negación de la pequeña propiedad privada basada en el trabajo; bajo la propiedad social los medios de producción se unen nue­vamente a la fuerza de trabajo pero ya en las condiciones de una producción social.

Esa propiedad social, socialista por su esencia, surge como resultado de la revolución proletaria en la que el proleta­riado no solamente se libera a sí mismo de la explotación capitalista, sino que también libera, a todas las demás capas de trabajadores.