V. El nuevo movimiento obrero

 

La pérdida de la guerra

La derrota de la República no sólo suponía la pér­dida de las grandes conquistas sociales obtenidas du­rante los años de la guerra, 1936-1939, sino incluso, también, las más limitadas de épocas anteriores.

Disueltas las organizaciones de clase UGT y CNT, consideradas las huelgas como sedición, desaparecidos gran parte de los dirigentes obreros, exiliados, perse­guidos y encarcelados los restantes, se iniciaba una época terriblemente difícil para la clase obrera. Simultá­neamente, la desaparición física se completaba con la liquidación del espíritu de dlase. De esto se encargaría la Central Nacional Sindicalista, CNS, de los verticalistas, con su trilogía capital-trabajo-técnica hermana­dos con su idea de que la lucha de clases es un pro­ducto demoníaco. El régimen crea los sindicatos ver­ticales, cuya descripción nos ahorramos por ser de sobra conocida, y las reglamentaciones, con todo lo cual pretendía domar a la clase obrera, poniéndole una doble camisa de fuerza, material e ideológica.

Sin embargo, nuestra clase, aunque derrotada, no se sometió y luchó desde el interior y desde el exilio. Las guerrillas que quedan al terminar la guerra son de­sarrolladas y estimuladas, especialmente por los comu­nistas, mientras otras fuerzas esperaban ser llamadas al poder por los aliados de la Segunda Guerra Mundial en contra del nazi-fascismo.

Son dos ejes fundamentales de la proyección polí­tico-social, que se caracterizan por una subestimación en la práctica de la lucha de masas. Las guerrillas, por las condiciones objetivas en que tenían que desenvol­verse,  acaban  separándose  de  las  masas, hasta  que en 1948 el PCE inicia su cambio de táctica, por el cual abandona la lucha armada e inicia su política de masas más adaptada a la situación de nuestro pueblo después de la derrota. Esta política se desarrollaría en 1956, proclamando la necesidad de la Reconciliación Nacio­nal, sentando definitivamente las bases a partir de las cuales se podrá desarrollar una política de masas mu­cho más amplia.

En los primeros años de nuestra postguerra, los trabajadores, que se sentían derrotados, lógicamente, intentaron conservar lo que pudieron de sus viejas organizaciones de clase, UGT y CNT. Pero como tampoco se sentían sometidos, también era lógico que mostra­ran su repulsa frente a los sindicatos verticales y con­siderasen como traidores a los que trabajaban en ellos.

Durante un largo período de represión y reflujo del movimiento obrero —a pesar de las explosiones de lu­cha de los trabajadores habidas entonces en Vizcaya, Barcelona y Asturias— la UGT y la CNT en los lugares en que se reconstituyeron son un doble del PSOE y el PCE (mientras éste participa en la UGT, hasta los años 50) y de la FAI y FIJL respectivamente.

La gravedad de los riesgos originados por una du­rísima represión hace que la masa de trabajadores sin partido, salvo raras excepciones, no ingrese en los gru­pos clandestinos de la UGT y la CNT. Por otra parte, las organizaciones legales de apostolado obrero de la Iglesia, HOAC, JOC, Vanguardia Obrera Social y Her­mandades del Trabajo, con ligeras diferencias, han mantenido en general hasta el Concilio Vaticano II una orientación que correspondía en lo esencial a la de la Jerarquía. Aunque justo es reconocerlo, las HOAC y las JOC, primero, y las Vanguardias después, empeza­ron a enfrentarse con aquélla e iniciaron así el despe­gue hacia su inserción real en el movimiento obrero.

El objetivo de la Jerarquía de la Iglesia en aquel período con estas organizaciones apostólicas obreras —y que después ha cambiado radicalmente— era el de sustituir a los dirigentes falangistas, desde dentro, con­trolar y apoderarse de los Sindicatos Verticales dentro de la legalidad vigente. La colaboración entre el capital y el trabajo era otra de sus orientaciones, postura que esas organizaciones obreras católicas de base comien­zan a abandonar, estimuladas por el fin del reflujo del movimiento obrero.

La aparición de nuevas generaciones de trabajado­res que no habían hecho la guerra, la nueva situación internacional y el proceso político y económico del país, hacían más propicia una nueva etapa en el movi­miento obrero.

A raíz, y en cierta medida como consecuencia del cambio de táctica y de la política de reconciliación na­cional, de una política de masas consecuente, el PCE, consciente de que, en las condiciones de una dictadura fascista, sólo la combinación de la lucha legal con la extralegal permite a los trabajadores defender sus in­tereses y movilizarse, crea la Oposición Sindical Obre­ra (OSO). Esto supone un importante paso hacia ade­lante, en la ligazón con las masas obreras y en el desarrollo posterior de sus luchas por medio de la par­ticipación en las elecciones sindicales, la utilización de las Magistraturas de Trabajo, etc. Pero todo esto toda­vía es insuficiente para poner fin a la acción del mo­vimiento obrero en las catacumbas,

Los comités de OSO y sus boletines clandestinos aparecen ante las masas como órganos subordinados al PCE haciéndoles patinar sobre el terreno. Aunque hay ejemplos valiosos de trabajo en profundidad muy diversos, por ejemplo el de los panaderos de Madrid, y en los que OSO tiene una influencia decisiva, el anti­comunismo, fuerte todavía en los medios católicos, el temor a la represión y un cierto agarrotamiento en su propaganda, frena su penetración en los centros de tra­bajo; por otra parte —y al margen del esfuerzo since­ro de búsqueda de formas nuevas— se arrastra un poco el pecado original y en cierta medida se mezclan las experiencias de estos años con las de los tiempos de los grupos ORS (Orientación Sindical Revolucionaria), a pesar de que los sindicatos UGT (cuando en ella in­gresaron los de la CGTU) y los Sindicatos Verticales no tienen nada que ver entre sí, son radicalmente dis­tintos.

En este período también aparecen en la geografía sindical nuevos grupos clandestinos fomentados más o menos directamente por la Jerarquía de la Iglesia, que ante la presión de su sector obrero y el temor a perder definitivamente su influencia entre los obreros y sus propios movimientos de apostolado, siente la ne­cesidad de ceder ante éstos, que a su vez van radicali­zándose. Así vemos nacer la FST (Federación Sindical de Trabajadores), más tarde la AST (Acción Sindi­cal de Trabajadores), de la que después saldría la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores); y también la USO (Unión Sindical Obrera). Cada grupo ten­dría una fuente y hasta una inspiración; la primera en las Hermandades del Trabajo, la segunda en las Van­guardias Obreras Sociales de los jesuitas, y la tercera en la HOAC y la JOC. Esto, que no era totalmente uni­forme, sí era general, y además preparaba para el por­venir el «pluralismo» sindical, tal y como lo veía la Je­rarquía de la Iglesia.

La ASO (Alianza Sindical Obrera) es otro proyecto de la época, formada por militantes cenetistas y uge­tistas, que pronto se encontraron con que la UGT y la CNT rompieron con ellos, terminando la ASO sus días tan oscuramente como había comenzado.

Algunos hombres de origen falangista dieron vida a la UTS (Unión de Trabajadores Sindicalistas) prime­ro y al FSR (Frente Sindicalista Revolucionario) más tarde. Esta lluvia de siglas, con UGT y CNT incluidas, vegetaban en la clandestinidad en la mayor parte de los casos y aunque las de origen católico o falangista eran más toleradas y tenían mayores coberturas legales, nin­guna llegó a arraigar en las amplias masas de trabaja­dores.

Con este panorama organizativo llega al fin de la autarquía económica y aparece la ley de Convenios Colectivos en 1958. Los trabajadores, que durante el pe­ríodo autárquico tenían los salarios fijados por Orde­nanzas y Reglamentaciones de ramas de la producción, desde arriba, por el Gobierno, se encontraron con que a partir de ese momento podrían pactarlos con los pa­tronos, con los empresarios. Así se les creó la necesidad de crear un «cierto equilibrio» de fuerzas, sin el cual toda negociación entre patronos y obreros no con­duce más que a la sumisión del más débil al más fuerte.

Nacimiento de las Comisiones Obreras

No podremos comprender el por qué de las Comi­siones Obreras más que viéndolas como la culminación de un proceso histórico. Nunca insistiremos bastante en que toda lucha es un proceso, y que sin el heroísmo de viejos militantes obreros y las nuevas promociones de éstos, que se jugaban la vida o largos años de pri­sión, no habríamos podido llegar al nuevo movimiento obrero. La clase obrera ha hecho su camino en condiciones extremadamente duras y es precisamente en las virtudes y defectos de ese pasado glorioso en el que se ha formado el fermento del nuevo movimiento obrero, de las Comisiones Obreras.       

En efecto, indefensos los trabajadores ante los capitalistas, por la atomización de los reducidísimos miem­bros de cada una de las numerosas siglas clandestinas existentes, y que no tenían un contacto real con las amplias masas de trabajadores, con unos sindicatos oficiales (CNS) al servicio de los explotadores, los traba­jadores de los pueblos del Estado español en la nueva situación, aún más que antes, no tenían otra alternativa que generar sus propias formas de autodefensa, pri­mero, y de ofensiva, después, o perecer como clase consciente, capaz no sólo de estar, sino de ser en la sociedad.

Los trabajadores, aun viviendo en una sociedad in­fectada de fascismo, como cuerpo vivo en la sociedad, no podían morir como clase sin que pereciera aqué­lla, por ello, como una necesidad histórica, crearon su antivirus, su anticuerpo: las Comisiones Obreras.

Ante la ineficacia de los grupos clandestinos y la sumisión de los verticalistas a los explotadores, los trabajadores, en la mina, la obra, la fábrica o el campo, cuando tenían alguna reivindicación que plantear, ya fuera mejora salarial, condiciones de trabajo, vestuario, transportes, etc., elegían o designaban, previa asam­blea o consulta, una Comisión.

Esta Comisión planteaba los problemas o las reivindicaciones a la empresa o al patrón y después daba cuenta de los resultados. Así, espontáneamente, los trabajadores crearon los embriones del nuevo movimiento obrero, como una necesidad para defender sus intere­ses en las nuevas condiciones, iniciando a partir de en­tonces un nuevo equilibrio para la defensa de sus inte­reses de clase, inmediatos o mediatos. En este proceso podríamos distinguir dos fases: la espontánea, en la que CCOO nacen y mueren con cada problema con­creto; y la consciente, en la que pasan a ser permanen­tes y cuando a través de una autocreación constante van coordinando y elaborando las luchas y los mínimos de organización y bases socio-políticas imprescindibles para cumplir su papel en el presente y el futuro.

Las dos etapas de las Comisiones Obreras

Sin que dispongamos de elementos concretos sufi­cientes, podríamos situar aproximadamente en el tiem­po estas dos fases: de 1956 a 1964 la primera, y des­de 1964 hasta nuestros días la segunda.

En el libro Histoire de l'Espagne franquiste de Max Gallo (p. 359, ed. Marabout Université) se recoge el nacimiento de Comisiones en los siguientes términos: «A partir del otoño de 1961 la tensión social está pre­sente en todas partes. Ya en la primavera de 1961, hubo huelgas en Granada y Barcelona; ahora alcanzan los paros a Madrid, Valencia y Barcelona. El fin de año vio como la lucha se elevaba un grado más. Los obreros de la fábrica de material ferroviario de Beasaín, recla­man la conclusión rápida de un nuevo convenio colectivo; al hacerlo se enfrentan a la policía y a los sindicatos oficiales. Estos son incapaces de contener la agitación. En las fábricas y en los talleres los obreros comienzan a elegir, al margen de la estructura sindical oficial, sus representantes y utilizan una forma de organización que había surgido en 1956, durante las huelgas en el País Vasco. Los trabajadores crearon en mu­chas empresas Comisiones Obreras. Al final de 1961 y a comienzos de 1962, éstas juegan ya un gran papel. Todavía no son permanentes, nacen para animar la lu­cha, para representar a los obreros en una negociación, desapareciendo después. Creación original de la clase obrera española, surgen espontáneamente de la ex­periencia; testimonio de las vivas tradiciones demo­cráticas de los trabajadores españoles. Los delegados elegidos pueden ser revocados en la asamblea siguiente. Estas comisiones no son la creación de una corriente política, pero naturalmente los militantes comunistas, socialistas o católicos, se insertan en ellas, y el Partido Comunista tratará de extenderlas y generalizarlas al conjunto del país. Una fuerza con la que el Régimen franquista deberá contar, va a tener que contar, ha surgido, dando un armazón al mundo obrero; en resu­men, éste está reconstituyendo, día a día, huelga a huelga, lo que la victoria nacionalista había aniquilado por el fuego, la prisión, el miedo o el exilio.»

Existen datos sobre una Comisión en la mina astu­riana «La Camocha», que nació en 1957, para defender una asignación de carbón a los mineros y que desapareció en el mismo año, de la que formaban parte obre­ros comunistas, socialistas, el cura y el alcalde del barrio obrero de La Camocha, éste último falangista. Otras funcionan en diversos lugares de España, siempre de forma fugaz y variada. Comisiones han nacido tam­bién en Cataluña, Euzkadi o Andalucía, así como otros lugares de idéntica forma. Pero ahora, excusándonos de entrar a particularizar en otros casos, vamos a in­tentar referirnos a Madrid, como ejemplo del nacimiento de las Comisiones Obreras en su segunda fase, la de las Comisiones de carácter permanente.

Carácter permanente y forma más acabada de Comisiones Obreras

Es en Madrid, en la rama del Metal, en reunión en el Sindicato Provincial del Metal, en septiembre de 1964, donde nace la primera Comisión Obrera elegida en Asamblea —en presencia incluso de los Jerarcas Verticalistas— de unos quinientos enlaces y vocales jurados de las principales empresas metalúrgicas y con el apoyo de unos ocho mil trabajadores, en la Gran Vía y calles adyacentes, presionando para obtener un aumento de un 20% en el salario mientras se discutía el Convenio Colectivo provincial. Esta primera Comi­sión, compuesta por 13 miembros elegidos democráti­camente, se llamará inicialmente Comisión Provincial de enlaces y jurados del Metal, y después Comisión Obrera Provincial del Metal.

Su nacimiento también fue espontáneo, pero cul­minaba varios años de experiencia, de comisiones de fábrica, de contactos en la Escuela Sindical de la Pa­loma y en los mismos Sindicatos. Esta Comisión actúa ya como pivote permanente y extiende su experiencia. Se reúne primero todos los miércoles en el Sindicato, semanas después nadie de las fábricas va a ver a Zahonero o Báñales (presidentes del Sindicato y de la Sec­ción Social). A la Sección Social todos van a consultar a la Comisión, que de hecho suplanta a los Verticales. Sus reuniones son abiertas y numerosas, incluso en los pasillos cuando cierran el local. Después irá al Centro Social «Manuel Mateo» que, hasta que el Gobierno da orden de expulsar a los trabajadores, será una verda­dera «Casa del Pueblo». En las reuniones multitudi­narias y abiertas de trabajadores de otras ramas, se forman también nuevas Comisiones. Las de Artes Grá­ficas, Químicas, Transportes, etc., y más tarde la Cons­trucción y otras verán la luz en el Pozo del Tío Raimun­do y otros lugares.

La experiencia de Madrid, de sus Comisiones, en las que participan conjuntamente ya trabajadores elegidos, cargos sindicales y otros sin cargo alguno, parte de la idea de que las catacumbas son la muerte del movi­miento obrero de masas. Combinan con cierta flexibili­dad la lucha legal con la lucha extralegal. En las que constantemente sobre todo en los tres primeros años, se tiene en cuenta como preocupación fundamental la de huir de la clandestinidad, la de tener siempre un local legal: sea en la fábrica, en Sindicatos, el «Manual Mateo», los «Círculos José Antonio», el «Círculo Mar­zo», locales carlistas, de Hermandades del Trabajo, iglesias, locales del Pozo del Tío Raimundo, del Pa­dre Llanos, locales sindicales de barriadas, etc. Madrid, durante varios años, será ejemplo para los trabajadores del resto de los pueblos del Estado español; después otros tomarán la antorcha, conduciéndola más lejos todavía.

¿Por qué en Madrid y por qué de esa manera?

Madrid se estaba transformando en un importante centro industrial, su proletariado joven, como su indus­tria, a diferencia de Cataluña, Euzkadi o Asturias, no contaba hasta entonces con un proletariado industrial numeroso o aguerrido en las batallas de clase. Tampo­co arrastraba tantas tradiciones en la lucha, algunas de ellas resabios negativos para las nuevas condiciones. Por eso se pegó al terreno, por eso combinó la lucha legal con la extralegal, en Magistratura, Sindicatos, Convenios Colectivos, prensa y locales oficiales. Donde otros ponían reparos —comprensibles en los que ha­bían conocido el pasado y el presente fascista de estos locales oficiales—, la joven clase obrera nacida en Ma­drid y la procedente en gran parte del campo, de las provincias limítrofes y de Andalucía, se fogueaba a través de muchas y simples luchas de clase, avanzaba hacia su propia experiencia en el sentido de que era posible luchar y vencer, aun bajo el fascismo. Era natural que los trabajadores de Madrid, nuevo centro industrial, desarrollaran las nuevas formas del movi­miento obrero, se pegaran al terreno. De las pequeñas reuniones de los miércoles y de las reclamaciones sim­ples en Magistratura, se pasó a las grandes demostraciones de masas y de fuerza de los 27 de enero y octu­bre y de otras mayores después. Así se fue fogueando un ejército entero, que había empezado por pequeños golpes de mano y terminó con grandes demostraciones de fuerza, con grandes batallas. De esta manera toda la clase obrera iba adquiriendo su propia experiencia, iba tomando confianza y seguridad en sus propias fuerzas.

Si tuviéramos que resumir cómo y dónde nacen las CCOO, diríamos que lo hacen en las asambleas de los trabajadores, que son las que constituyen el ele­mento básico, del movimiento. Pero en las condiciones de una dictadura, ni siempre se puede reunir la asamblea, ni incluso se puede ni se debe esperar a que haya condiciones para hacerla. Entonces el movimiento de CCOO nace de maneras diversas, a todos los niveles, y con muchos, pocos o los trabajadores que se pueda, según las condiciones concretas que se dan en cada cen­tro de trabajo. Ahora bien, debe tenderse siempre a crear rápidamente las condiciones para hacer las asam­bleas, que es la base esencial del movimiento de CCOO, ya que lo que llamamos generalmente comisión, no es más que un núcleo o parte organizada del movimiento.

Cierto que existen otras experiencias, además de la de Madrid que han enriquecido el movimiento obre­ro; existen luchas más importantes, incluso huelgas generales, pero este desarrollo y experiencia de Comi­siones Obreras puede ser tratado en otras ocasiones. Aquí vamos a limitarnos ahora a lo que es el nacimien­to de las Comisiones Obreras y a sus principios esen­ciales.

¿Qué son las Comisiones Obreras?

«Las CCOO -—se dice en uno de sus primeros do­cumentos— son una forma de oposición unida de todos los trabajadores, sin distinción de creencias o compro­misos religiosos o políticos, a unas estructuras sin­dicales ¡que, no sirven. Nacen como una necesidad de defender nuestras reivindicaciones inmediatas y de pre­parar un mañana de libertad y de unidad sindical, y por ello las CCOO no son hoy, ni pretenden serlo mañana, un sindicato y menos todavía una agrupación política. Las CCOO son un movimiento independiente de la dase obrera, para la defensa de los mejores inte­reses de la misma.»

El movimiento de CCOO no se parece al viejo sin­dicalismo, del que asumen sin embargo sus principios fundamentales y sus mejores experiencias; también asumen algunos de los planteamientos de los antiguos Consejos Obreros y de las Comisiones que la oíase obre­ra creó en 1850. Asimismo recogen las mejores tradi­ciones de la lucha de clases., del pasado del movimien­to obrero nacional e internacional. Nacen como una necesidad concreta de los trabajadores en la época ac­tual y, bajo una u otra forma, sus rasgos esenciales se proyectarán en el futuro, aunque como movimiento democrático vayan a ser los trabajadores quienes de­cidan.

En cuanto a la forma concreta que tomará el mo­vimiento obrero, inmediatamente después de conquis­tadas las libertades democráticas y entre ellas la liber­tad sindical, nosotros creemos que en lo fundamental recogerá siempre la esencia de CCOO, pero ello depen­derá de cómo se produzca la caída de la dictadura, del papel decisivo o secundario que juegue la clase obrera en esta caída y, dentro de la clase obrera, las propias Comisiones Obreras.

Considerando que CCOO asumen y sintetizan las mejores experiencias de la clase al mismo tiempo que innovan y superan el clásico sindicalismo, no cabe duda de que esta forma que adopta1 hoy el nuevo movimien­to obrero es la más correcta y eficaz; pero en ese fu­turo intervendrán también muchos factores, unos im­previsibles y otros ajenos a CCOO, para que ya desde ahora nos lancemos al campo de la profecía. Por otra parte, las formas no son un finen sí, sino un medio para defender los intereses inmediatos y mediatos dé­los trabajadores.

Lo que es incuestionable, es que CCOO, el movi­miento obrero, cualquiera que sea la forma de organi­zación que adopte, o el nombre, deberá ser un movi­miento de masas, reivindicativo, de clase, abierto, unitario, democrático e independiente, enlazando sus luchas diarias como movimiento socio-político, de una manera natural, con la perspectiva de supresión de la explotación del hombre por el hombre.

Las Comisiones Obreras movimiento socio-político

Las CCOO son un movimiento socio-político, abier­to y objetivamente revolucionario que en la etapa ac­tual del país asume fundamentalmente las reivindicaciones y planteamientos que en otras condiciones históricas correspondían a los sindicatos de clase.

Es social porque expresa, asume y tiende a dar so­lución a estas reivindicaciones y planteamientos del amplio sector de la sociedad que somos los trabajado­res. Es político al mismo tiempo porque las contradic­ciones de la sociedad en que se ha generado, primero, y conseguido vivir, después, como movimiento social de los trabajadores exigen para su resolución cambios políticos, es decir, plantean el problema del cambio del poder político.

Al plantear la cuestión así, van más allá de lo reivindicativo, aunque esto sea fundamental; realizan sus fines con plena autonomía e independencia, sin supeditarse a ningún partido u organización del tipo que sea, política, ideológica o religiosa. Aspirando a en­globar en la acción de su movimiento a todos los traba­jadores, con independencia de sus ideas o creencias.

CCOO, en tanto que movimiento abierto a todos los trabajadores, no puede de ninguna manera transfor­marse en un partido, ello sería dividir a los trabajado­res. Un partido obrero, dotado de una teoría científica, reúne a una vanguardia, es la conciencia organizada de la clase. El movimiento de Comisiones debe ser la clase misma, por eso se debe rechazar tanto el ser un partido, como el apoliticismo estrecho. Bien entendido que he­mos hablado de movimiento socio-político y no políti­co-social, porque lo que prima fundamentalmente es lo social y es a través de ello que incide en lo político.

Las CCOO movimiento de masas reivindicativo, de clase, abierto, unitario, democrático e independiente

CCOO son conscientes de que la clase obrera es homogénea en lo socio-económico, pero que no lo es tanto en lo socio-político o religioso. Es en el terreno socio-económico en el que los trabajadores están inclui­dos como miembros de la misma clase social y en el que frente a su explotación no tiene diferencias, preci­samente por existir una completa identidad de inte­reses.

CCOO movimiento con una parte organizada, pero no una organización

La diferencia entre una organización que tiene pro­grama, estatutos, listas de afiliados, direcciones rígidas, cotizaciones, disciplina, etc., y un movimiento en el que cualquiera puede formar parte sólo con asistir a sus asambleas y participar en sus resoluciones, carece de programa y estatutos, de listas de afiliados, de cotiza­ciones, etc., hace que sea accesible a los trabajadores menos preparados y aun a los que no tienen ninguna preparación política. Como movimiento unitario, CCOO no es una suma de siglas, sino la totalidad de los trabajadores, las asambleas.

La base del movimiento de CCOO está constituida por las asambleas de trabajadores en el centro de tra­bajo y cuando no puedan celebrarse las asambleas por el máximo de trabajadores dispuestos a potenciarlas. Es decir, lo que corrientemente se llama comisión, no es más que la parte organizada del movimiento de Co­misiones Obreras. Si fuéramos organización nos aleja­ríamos de las masas que en las condiciones de falta de libertades no comprenden o temen, incluso, la necesi­dad de asumir los riesgos de la represión e incluso repetiríamos ciertos errores del sindicalismo clásico, nos esclerotizaríamos. Pero también, por otra parte, si no tuviéramos una parte organizada, la que llamamos comisión, correríamos el riesgo, con la represión, de no asegurar la continuidad del movimiento, o de no recoger ni acumular las experiencias de todo tipo, de aquél, en su proceso ascendente de luchas y de auto-creación. Siempre estaríamos empezando de nuevo, partiríamos cada vez de cero.

CCOO asume, innova y supera

Comisiones Obreras es un nuevo movimiento obrero que no nace en estado de ruptura con el viejo movi­miento sindical de clase, sino que asume las tareas esenciales de éste, sus mejores principios y tradiciones de lucha y heroísmo en las condiciones históricas de la dominación fascista.

Innova y supera algunos de los baches propios del movimiento sindical clásico del país, bien el reformismo, bien el apoliticismo izquierdista o la colaboración de clases. Al considerar a todos los trabajadores prota­gonistas del movimiento obrero, como de Comisiones, a través de las asambleas en los centros de trabajo, su­prime las barreras entre organizados y no organizados, como las había en los sindicatos clásicos; al mismo tiempo asegura una democracia directa, la de la asam­blea soberana y una participación de las masas en la gestión y control de sus propios asuntos hoy, prefigu­rando en cierta manera el gran papel que pueden jugar mañana en el control y gestión de las empresas.

CCOO son un hecho histórico ya adquirido

Al margen del criterio que cada uno pueda susten­tar, para la historia ya es un hecho adquirido, como dice Max Gallo: «Las CCOO, creación original de la clase obrera, testimonio de las vivas tradiciones demo­cráticas de los trabajadores españoles, han dado un ar­mazón al mundo obrero.» Han puesto en pie —diríamos nosotros— el mayor y más combativo movimiento de masas que se conoce bajo la dictadura, han facilitado el paso de la clase obrera junto con otras fuerzas, de la derrota y la defensiva, a la ofensiva.

Asturias, Madrid, Las Palmas, Euzkadi, Sevilla, Fe­rrol, Vigo, Valladolid, Pamplona, Cataluña entera, etc., son jalones victoriosos —que no trataremos de analizar aquí— de esta lucha en la que CCOO han sido decisi­vas y casi únicas artífices. Han conseguido, a pesar de los altibajos y zig-zag de toda lucha, grandes éxitos allí donde los instalados en el poder o las organizacio­nes sindicales clásicas, han fracasado.

No serán las Comisiones Obreras las que nieguen el heroísmo del pasado ni la capacidad de sacrificio del presente a los militantes de las antiguas organiza­ciones de clase. Pero, ¿cómo es posible que UGT y CNT, que tenían dos millones y un millón doscien­tos mil afiliados el año 1938 hayan quedado en la ac­tualidad tan reducidas? Aun comprendiendo la ampli­tud y la dureza de la represión posterior a la guerra, ¿cómo es posible que CCOO se haya convertido en esa gran fuerza obrera de todos los pueblos del Estado español? ¿Cómo es posible que sean de CCOO el 95% de los presos políticos por motivos sindicales y algu­nos de ellos con penas que van desde los 12 años a los 20 años? La única explicación que cabe es la de que CCOO ha aplicado una política de principios justos de cara al movimiento obrero, mientras aquellas orga­nizaciones han aplicado una política estrecha, aislán­dose de las masas y de los objetivos inmediatos de ellas.

 

 

CCOO, firmeza en los principios y flexibilidad en la forma de aplicación, en la organización

El movimiento sindical, la clase obrera, como decimos en páginas anteriores, ha elaborado sobre la base de su práctica general de más de siglo y medio, sus propios principios, es decir: Primero. El movimiento obrero debe ser reivindicativo, como medio de mejo­rar desde ahora las condiciones de existencia de los trabajadores, de movilizar a toda la clase y darle conciencia sobre la base de sus éxitos y fracasos, de sus luchas diarias, ligándolas con la perspectiva general de la clase, de la necesidad de suprimir la explotación del hombre por el hombre.

Segundo. El movimiento obrero, reivindicativo como medio, tiene necesariamente que ser de masas también, ya que sólo la fuerza de las masas puede im­poner con el peso de su lucha masiva las reivindica­ciones en general.

Las formas de organización en cada momento his­tórico concreto, deben servir a los principios, deben estarles subordinadas, deben ser abiertas, sin clichés, sin esquemas ni normas estrechas. De la necesidad de este movimiento reivindicativo y de masas se despren­de obligatoriamente que las formas de organización de toda la clase tienen que ser elementales, extremada­mente flexibles; tenemos que edificar una casa en la que quepamos todos y en la que haya el mínimo peli­gro de habitabilidad, regida además por el máximo de libertad y democracia.

Tercero. El movimiento obrero en lo táctico-or­ganizativo debe combinar la lucha legal —elecciones sindicales, magistraturas, convenios colectivos, pren­sa, etc.— con la extralegal —huelgas, manifestaciones, protestas de todo tipo, etc.— subordinando lo legal a lo extralegal, a la lucha de masas.

No es concebible la existencia de ningún movimien­to u organización de masas en la clandestinidad, en las condiciones del fascismo. Esta clandestinidad que implica graves riesgos, exige conocer las reglas de la cons­piración y esto jamás será atributo de las masas. Las catacumbas, la clandestinidad, por la no utilización de todas las posibilidades legales, el no pegarse al terre­no y utilizar al máximo cualquier medio de protegerse en el avance, es condenarse de antemano a quedar re­ducidos a ser pequeños grupos, a siglas sin incidencia real en las masas obreras y a la pérdida del contacto con ellas en las condiciones del fascismo. De la misma forma hay que combinar en los métodos de trabajo y de dirección, como lo hace CCOO, la máxima legali­dad o apertura impuesta por la base en las asambleas, con la máxima clandestinidad en el elemento organiza­do y de propaganda, tanto más cuando más se ascienda hacia los órganos de coordinación general. Tratando siempre de ir ganando con la lucha cada vez nuevos es­calones, para ir abriendo de abajo arriba, con la pre­sión de los trabajadores.

La protección, relativa, de los dirigentes obreros sólo es posible hacerla bajo la dictadura por medio del apoyo de las masas; los peligros de represión siempre existirán para todo militante que reivindique, que lu­che; la diferencia es que los grupos clandestinos y sus militantes, menos conocidos, no están respaldados por esas masas. No utilizar los accidentes naturales del terreno, las posibilidades legales, avanzar a pecho des­cubierto, solos, bajo el fuego enemigo, es exponerse a perecer.

Las CCOO especie de vehículo todo terreno, apli­cando estos principios y formas flexibles, están dota­das de los elementos necesarios para avanzar lo mismo por el terreno suave —de cierta legalidad— que por el escarpado de la represión. Por eso se han convertido en la gran fuerza que son hoy. «Rechazamos la clan­destinidad —se dice en el documento inicial de CCOO antes citado— que las estructuras sindicales oficiales y los grandes capitalistas nos quieren imponer...». Los instalados en la historia, por carencia en la aplicación de estos principios y de esta flexibilidad organizativa, quedaron embarrancados, reducidos a ser pequeños grupos clandestinos.

Las CCOO son conscientes, como decimos anteriormente, de que la clase obrera saca su fuerza de su masa (es la clase más numerosa), de su papel en la producción (si se cruza de brazos la sociedad muere); pero esto es sólo fuerza teórica, en el papel; para que se transforme en fuerza real, operativa, necesita ade­más de tener conciencia de su misión histórica, la or­ganización imprescindible para el desarrollo de las ba­tallas de clase; es precisamente esto último lo que está realizando CCOO en la práctica.

 

 

Las CCOO y las formas de lucha de la clase

Cada clase, cada capa de la sociedad, como las uni­dades militares de las distintas armas (utilizamos el símil por su grafismo, más que por su parecido) en el ejército, entra en lucha en orden determinado, con unas reglas que le son propias.

En general, la clase obrera, a partir, de sus caracte­rísticas esenciales —peso de masas y papel en la pro­ducción— tiene como forma de entrada en combate global, la Huelga General, la que, según condiciones históricas concretas, puede ser: económica, política, más o menos pacífica, o insurreccional. Son las cir­cunstancias dadas, la correlación de fuerzas, el tipo de enemigo, de cada momento histórico, las que determi­narán el tipo de huelga a organizar. En el Estado espa­ñol, en diciembre de 1916, en agosto de 1917, en 1930 o en 1934, se hicieron diferentes formas de huelga general.

Lo que sí aparece como denominador común, es que la clase obrera cada vez que necesita defender sus in­tereses más vitales, alcanzar un nuevo techo político —porque con el que tiene en el Régimen existente en ese momento, está indefensa, inerme— recurre a la huelga general política. El fascismo en nuestros días y en nuestro país, constituye un techo demasiado bajo, no tenemos derecho de huelga, ni de asociación, reu­nión, manifestación, etc., sin hablar ya del derecho de participación y control. En esas condiciones la clase más interesada, más necesitada, para la defensa de sus intereses, de un nuevo techo político, de libertad, es la clase obrera. Por eso la Huelga General Política, decidida por CCOO, responde a las necesidades histó­ricas concretas de toda la clase y es además de su arma específica tradicional, su forma de entrada en la bata­lla, para conseguir sus objetivos y él medio de poner en pie, en práctica, la fuerza de esas masas. Empezan­do por las huelgas de fábrica, locales o regionales, ha­ciendo como las bolas de nieve que crecen al marchar, es a través de la Huelga General —que nada tiene que ver con el complot— como la clase obrera da su peso y su talla en los momentos decisivos de su lucha y de su historia, de la historia del conjunto de los pueblos del Estado español, de cuyos intereses nacionales ella es portadora.

Pero la clase obrera, no es la única interesada en un nuevo techo político; otras clases, otras capas so­ciales o institucionales interclasistas están por dife­rentes razones interesadas en este nuevo techo políti­co, en el restablecimiento de las libertades políticas y entre ellas de la libertad sindical; sumar fuerzas, par­ticipar con nuestro propio contenido, encabezar esa ac­ción convergente de todos, responde a sus intereses inmediatos como clase y también a un futuro sin ex­plotados ni explotadores.