1.- Época gloriosa en la Historia de la Humanidad

 

 

UN IDEAL POR EL QUE VALE LA PENA LUCHAR

 

 

¿De dónde nos viene a nosotros, los comunistas portugueses, esta alegría de vivir y de luchar? ¿Qué nos lleva a considerar la actividad partidaria como un aspecto central de nuestra vida? ¿Qué nos lleva a consagrar tiempo, energías, facultades, atención, a la actividad del Partido? ¿Qué nos lleva a enfrentar, motivados por nuestras ideas y por nuestra lucha, todas las dificultades y peligros, a arrostrar persecuciones, y si lo imponen las condiciones, a soportar torturas y prisiones y a dar la vida si es necesario?

La alegría de vivir y de luchar nos viene de la profunda convicción de que la causa por la que luchamos es justa, entusiasmante e invencible.

Nuestro ideal, el de los comunistas portugueses, es la liberación de los trabajadores portugueses y del pueblo portugués de todas las formas de explotación y de opresión.

Es la libertad de pensar, de escribir, de opinar, de crear. Es el derecho a la verdad.

Es colocar los principales medios de producción, no al servicio del enriquecimiento de unos pocos para la miseria de muchos, sino al servicio de nuestro pueblo y de nuestra patria.

Es erradicar el hambre, la miseria y la desocupación.

Es garantizar a todos el bienestar material y el acceso a la instrucción y a la cultura.

Es la expansión de la ciencia, de la técnica y del arte.

Es asegurar a la mujer la efectiva igualdad de derechos y de situación social.

Es asegurar a la juventud la educación, la cultura, el trabajo, el deporte, la salud y la alegría.

Es crear una vida feliz para los niños y años tranquilos para los ancianos.

Es afirmar la independencia nacional en la defensa intransigente de la integridad territorial, de la soberanía, de la seguridad y de la paz y en el derecho del pueblo portugués a decidir su destino.

Es la construcción en Portugal de una sociedad socialista según las particularidades nacionales y a los intereses, las necesidades, las aspiraciones y la voluntad del pueblo portugués; una sociedad de libertad y de abundancia, en la que el Estado y la política estén enteramente al servicio del bien y de la felicidad del ser humano.

Tal fue siempre y continúa siendo el horizonte en la larga lucha de nuestro Partido.

En el momento actual —que se inserta en la revolución democrática y nacional portuguesa—, nosotros, los comunistas portugueses, luchamos sin vacilaciones ni desfallecimientos en defensa de las libertades, de las nacionalizaciones, de la Reforma Agraria, de los derechos de los trabajadores, de los derechos de los campesinos, del Poder Local democrático y de las otras grandes conquistas de Abril.

Luchamos en defensa del régimen democrático.

Luchamos para que Portugal no sea de nuevo entregado a los grandes monopolios y latifundistas que explotaron y tiranizaron al pueblo portugués durante casi medio siglo de dictadura fascista.

Luchamos para que Portugal retome el camino de libertad, de democracia, de independencia, de progreso social y de paz abierta por la revolución de los claveles.

Tanto en relación a nuestros objetivos superiores como en relación a los objetivos de la revolución democrática y nacional, por la que luchábamos y luchamos, hay quien nos acusa de tomar nuestros deseos por realidades La verdad es que tenemos plena conciencia de que nuestro Partido no solo es la fuerza política más consecuente en la defensa del régimen democrático, sino que desempeña en Portugal el papel de fuerza motriz de la lucha emancipadora de la clase obrera, de las masas explotadas y oprimidas.

No se trata de correr en pos de la utopía. La Revolución de Abril confirmó que, en los largos años de dictadura fascista, luchar por la libertad no fue correr en pos de la utopía. Y la evolución mundial de nuestro siglo demostró ya que los hombres pueden trasformar sueños milenarios en realidad.

 

 

 

EL PROCESO IRREVERSIBLE DE LA LIBERACIÓN HUMANA

 

 

Nosotros, comunistas del siglo XX, tenemos la felicidad de vivir y de intervenir como fuerza política determinante en una época gloriosa de la historia de la humanidad: la época señalada por la liquidación de la división de la sociedad en clases antagónicas y por la consiguiente liquidación de la explotación del hombre por el hombre. La evolución mundial en el siglo XX quedará marcada más allá de los siglos por el avance impetuoso e irresistible de la lucha liberadora de los trabajadores y de los pueblos.

El imperialismo, aunque poderoso todavía, perdió la iniciativa histórica y entró en la época de su agonía como sistema mundial. La evolución de la sociedad humana en el último medio siglo se caracteriza por sucesivas derrotas del imperialismo y sucesivas victorias de revoluciones sociales y luchas de liberación nacional.

Negándose a aceptar las nuevas realidades del mundo de hoy, el imperialismo, especialmente el imperialismo norteamericano, utiliza contra el proceso de trasformación social recursos materiales e ideo- lógicos colosales.

Apoya y ayuda a las clases parasitarias detentadoras del Poder para que sigan imponiendo la explotación de los respectivos pueblos. Apoya a las dictaduras fascistas, a los regímenes más reaccionarios, a las medidas de represión más brutal contra los trabajadores y los pueblos en lucha. Utiliza contra las revoluciones medios financieros, económicos, diplomáticos, políticos y militares. Organiza bloqueos, sabotajes, atentados, subversiones, redes, grupos y acciones terroristas. Desencadena agresiones militares y guerras no declaradas. En su expresión más aventurera e irresponsable, como lo es en la actualidad el gobierno Reagan de Estados Unidos, lanza la carrera a los armamentos nucleares y a la militarización del espacio, y desencadena una política de verdadera cruzada anticomunista y antisoviética, poniendo en peligro la paz mundial y la existencia de la humanidad.

En el plano económico, el imperialismo desarrolla una colosal campaña intentando convencer a los pueblos de las posibilidades y la fuerza del capitalismo, y de que el ideal comunista perdió su perspectiva de realización.

Contrariando los designios, la acción y la propaganda del imperialismo, allí están los hechos que indican el sentido de la evolución universal.

En poco más de medio siglo, a partir de la Revolución de Octubre de 1917, que instauró el primer Estado de obreros y campesinos, los trabajadores y los pueblos del mundo lograron victorias históricas irreversibles. Nuevas revoluciones socialistas victoriosas Creación del sistema mundial del socialismo Desmoronamiento del centenario sistema colonial. Conquista de la independencia y constitución de nuevos Estados por pueblos sometidos desde mucho tiempo atrás a la dominación imperialista. Afirmación de la clase obrera, en numerosos países, como fuerza determinante de la evolución social.

Una tan profunda trasformación, que se extiende a todos los continentes, implica procesos revolucionarios complejos y accidentados, en los que la agudeza de los conflictos es tanto mayor cuanto más insistentes y violentas son, en cada país, las tentativas contrarrevolucionarias y las injerencias e intervenciones externas del imperialismo.

Abarcando países y sociedades con las más variadas estructuras económicas y sociales, el proceso revolucionario mundial se traduce necesariamente en una extrema irregularidad y diversidad, en formas variadas de acción, en rumbos de desarrollo diferenciados, inesperados e imprevistos.

La vida demuestra que no hay “modelos” de revolución, ni “modelos” de socialismo.

Hay leyes generales de desarrollo social que se verifican en todas partes. Hay características fundamentales (relativas al modo de producción y a las relaciones de producción) de las formaciones sociales y económicas que se suceden en la historia. En un proceso universal, por su carácter, hay experiencias de validez universal. Pero las particularidades y originalidades de las situaciones y procesos, incluyendo la influencia de factores internacionales, determinan y exigen una creciente diversidad de soluciones para los problemas concretos que en cada país se plantean las fuerzas de trasformación social.

Sucede que triunfan revoluciones que se tendría que considerar erradas o imposibles a la luz de las experiencias conocidas. Y sin embargo, desde el punto de vista histórico, es forzoso concluir que el rumbo fue exacto, porque no se puede considerar errada una revolución que triunfa.

Señal de la universalidad del proceso de trasformación social es el hecho (previsto en términos generales por los maestros del comunismo) de que la construcción del socialismo se emprende en países donde las relaciones de producción capitalista aún son atrasadas, hasta incipientes, y donde la clase obrera apenas despunta como fuerza social.

Uno de los acontecimientos más maravillosos y sorprendentes del proceso revolucionario de nuestros días es el hecho de que los pueblos que se liberaron del yugo colonial y conquistaron la independencia se niegan al desarrollo capitalista y, a pesar de las extraordinarias dificultades resultantes de las estructuras económicas y de la composición de clase de la sociedad, eligen resueltamente el camino del socialismo. Es el hombre quien, con su conciencia, su acción y su lucha, determina el curso de la historia. Los hombres son quienes operan las trasformaciones sociales. Son los creadores de la historia. El avance del proceso revolucionario es asegurado por la voluntad y la lucha de las fuerzas revolucionarias.

Aunque en un proceso extraordinariamente irregular e inquieto, lleno de contradicciones, marcado por victorias y por derrotas, ese avance es no solo necesario, sino inevitable.

Si bien es erróneo erigir en categoría de leyes objetivas las experiencias de valor temporario o meras suposiciones resultantes de un análisis superficial de los fenómenos, constituye un error esencial el negar la existencia de leyes científicamente determinadas, que indican los procesos objetivos del desarrollo social.

Por eso decimos que el avance del proceso revolucionario es no solo necesario, sino inevitable.

Necesario e inevitable no solo porque ese es el deseo y la voluntad de las fuerzas revolucionarias. Necesario e inevitable porque la lucha contra el imperialismo y por una sociedad nueva con nuevas relaciones de producción corresponde a las leyes objetivas de la evolución social, leyes que, en la época actual, conducen, a través de la acción humana, a través de la lucha de las fuerzas revolucionarias, al paso de la formación social y económica del capitalismo a la formación social y económica del socialismo.

En la época actual, todos los caminos del progreso social acabarán por conducir al socialismo. Este es el rasgo distintivo que señalará, en la historia universal, la época que vivimos.

 

 

UNA DOCTRINA QUE EXPLICA EL MUNDO E INDICA CÓMO TRASFORMARLO

 

 

El camino de la liberación de los trabajadores y de los pueblos fue descubierto y es definido e iluminado por el marxismo-leninismo. El marxismo-leninismo es un sistema de teorías que explican el mundo e indican cómo trasformarlo.

Los principios del marxismo-leninismo constituyen un instrumento indispensable para el análisis científico de la realidad, de los nuevos fenómenos y de la evolución social y para la definición de soluciones correctas a los problemas concretos que la situación objetiva y la lucha plantean a las fuerzas revolucionarias.

La asimilación crítica del patrimonio teórico existente y de la experiencia revolucionaria universal son armas poderosas para el examen de la realidad y para la respuesta creativa y correcta a las nuevas situaciones y a los nuevos fenómenos.

El marxismo-leninismo surgió en la historia como un avance revolucionario en el conocimiento de la verdad sobre el mundo real: sobre la realidad natural, sobre la realidad económica y social, sobre la realidad histórica, sobre la realidad de la revolución y de su proceso.

El marxismo-leninismo es una explicación de la vida y del mundo social, un instrumento de investigación y un estímulo a la creatividad.

El marxismo-leninismo, en la inmensa riqueza de su método dialéctico, de sus teorías y principios, es un arma poderosa para el análisis y la investigación que permite caracterizar las situaciones y los nuevos fenómenos y hallar las respuestas adecuadas para unas y otros.

Es en ese análisis, en esa investigación y en esas respuestas demostradas por la práctica que se revela el carácter científico del marxismo-leninismo y que el PCP se afirma como un partido marxista-leninista.

Por ello se rechazan simultáneamente dos actitudes en relación con la teoría.

La primera es la cristalización de principios y conceptos, que imposibilita la interpretación de la realidad actual porque ignora o desprecia los nuevos, constantes y enriquecedores conocimientos y experiencias. Tal actitud tiene razones diversas y expresiones diversas. Puede resultar de la falta de preparación, que lleva fácilmente a ver como verdades eternas los principios con los cuales se entra en contacto por primera vez. Puede resultar del espíritu dogmático que, aun cuando es poseedor de todos los conocimientos necesarios para el progreso de las ideas, se niega a aplicarlos de manera creativa.

Uno de los aspectos más habituales de ese espíritu dogmático es la sacralización de los textos de los maestros del comunismo, la sustitución del análisis de las situaciones y de los fenómenos por la trascripción sistemática y avasalladora de los textos clásicos como respuestas que solo el análisis actual puede permitir. Con tales criterios, se diría que algunos plantean como tarea, no aprender con los clásicos para explicar y trasformar el mundo, sino citar el mundo para demostrar la omnisciencia de los clásicos.

El estudio de los textos no dispensa de estudiar la vida. La teoría surge de la práctica y vale para la práctica. Es en la práctica donde puede convertirse en una fuerza material.

Un marxista-leninista jamás puede oponer los textos a las realidades. Jamás puede desmentir una realidad que le surge en el camino, so pretexto de que los maestros no la habían previsto. No puede, por ejemplo, oponer a las revoluciones liberadoras victoriosas de los pueblos coloniales y a la caída del colonialismo, la tesis de Lenin (enteramente justificada en su época) de que los pueblos oprimidos de África no se podrían liberar antes de la revolución liberadora del proletariado de los países opresores. Si se revela una contradicción entre el texto clásico y la nueva realidad, la tarea del marxista-leninista es examinar, aprender, explicar esa realidad, utilizando para ello las poderosas armas teóricas que le ofrecen los maestros del comunismo.

No se es marxista-leninista solo porque se dan vivas al marxismo-leninismo y se afirma la fidelidad a los principios, si se los entiende como petrificados y ajenos a la realidad en que se lucha. Tan importante como que un partido se afirme marxista-leninista, es serlo de facto.

La segunda actitud que el PCP rechaza en relación a la teoría, es el intento de responder a las nuevas situaciones a través de la elaboración teórica especulativa y apriorística, despreciando o rechazando los principios del marxismo-leninismo y las experiencias de validez universal del movimiento revolucionario.

En esta actitud es muy habitual la preocupación de la “novedad”, imaginándose que es cierta tan solo porque aparece algo nuevo y renovador.

Se inscribe en esa actitud la absurda tentativa de separar el marxismo y el leninismo, afirmando sin embargo que la fidelidad al marxismo es compatible con el abandono del leninismo.

En suma, ¿qué dicen rechazar de Lenin? Inclusive en países de capitalismo desarrollado, dicen rechazar el papel revolucionario y de vanguardia de la clase obrera sustituyéndolo de hecho por el papel de vanguardia de los intelectuales y de la pequeña burguesía urbana. Dicen rechazar la concepción de alianza de la clase obrera con el campesinado, sustituyéndola por una alianza indefinida de fuerzas sociales heterogéneas. Dicen rechazar la teoría del Estado y la teoría del Partido. Dicen rechazar la crítica leninista a la democracia burguesa y al parlamentarismo burgués como formas políticas de opresión económica y social y les descubren valores que sobreponen a los objetivos de emancipación social. Dicen rechazar los métodos revolucionarios de acceso de la clase obrera al Poder.

Creyendo separar a Lenin de Marx para renegar de él, acaban por renegar también de Marx, ya que todas esas tesis deformadas, caricaturizadas y rechazadas, aunque desarrolladas por Lenin, forman parte de las ideas básicas del marxismo.

Sucede así que, lanzados a la especulación, los nuevos teóricos, sin ceder por ello, presentan como conclusiones nuevas y creadoras lo que no es sino el replanteo de conceptos viejos, superados y desacreditados.

No es sorprendente que, abandonando a Lenin, acaben por caer, en el plano político, en concepciones que en numerosos aspectos se identifican o confunden con las del reformismo y de la socialdemocracia.

El marxismo-leninismo es, por un lado, intrínsecamente antidogmático; y por otro lado, contrario a la elucubración teórica que no tiene la práctica y la experiencia como fundamento sólido.

El marxismo-leninismo es una doctrina en movimiento, constantemente enriquecida por el avance de la ciencia, por los nuevos conocimientos, por los resultados del análisis de los nuevos fenómenos, por la riquísima y variada experiencia del proceso revolucionario.

Habiendo trascurrido ciento dos años desde la muerte de Marx y sesenta y un años desde la muerte de Lenin, el marxismo-leninismo fue enriquecido, en lo que respecta a las ciencias sociales, por la contribución dada por los más diversos partidos en la creciente diversificación y complejidad del proceso revolucionario.

El enriquecimiento y desarrollo del marxismo-leninismo es obra colectiva, resultante de las experiencias de la lucha y del trabajo teórico creativo del movimiento comunista internacional y de cada uno de sus destacamentos; entre los cuales, naturalmente, el Partido Comunista Portugués.

 

 

LA EXPERIENCIA ACUMULADA Y LAS NUEVAS EXPERIENCIAS

 

 

La experiencia es una de las más sólidas raíces de la teoría y una de las más sólidas bases de la orientación y la actuación correctas de un partido.

Hay muchos tipos de experiencia. De un partido, de un organismo, de un militante. Hay experiencias de ámbito más general y experiencias de ámbito limitado. Hay experiencias de validez más o menos perdurable.

La experiencia puede traducirse en términos generales. Puede permitir el avance ideológico y teórico. Puede posibilitar el descubrimiento de leyes objetivas. En cualquier caso, es siempre una afirmación de lo concreto.

Una experiencia puede ser relativa a un solo acontecimiento. Pero la experiencia constituye el conocimiento, en relación con una misma problemática, de la intervención de factores objetivos y subjetivos, de soluciones diferentes, de resultados positivos o negativos de esas soluciones, de formas y métodos de intervenir, de dirigir, de ejecutar.

La experiencia revolucionaria pone la conciencia y la acción en confrontación con la realidad. Puede confirmar, alterar, contrariar, corregir conocimientos e ideas anteriores. En cualquier caso, cada nueva experiencia enriquece la experiencia anterior.

Experiencia es memoria. Pero la memoria no puede significar la pretensión de repetir como norma la experiencia pasada en una nueva situación concreta. La memoria de la experiencia implica la memoria de la mayor de las experiencias: la experiencia de que en la lucha revolucionaria se debe tener siempre en cuenta las situaciones concretas.

En el dominio de la táctica, por ejemplo, el Partido debe tener agilidad, flexibilidad, maleabilidad, rapidez y prontitud para descubrir y comprender las nuevas situaciones y hallar las respuestas adecuadas.

La experiencia no limita ni contraría, sino que impulsa y posibilita la creatividad revolucionaria.

Al considerarse la formación, enriquecimientos, valor y aplicación de la experiencia, hay que tener en cuenta tres aspectos principales.

El primer aspecto a tener en cuenta es el valor de la experiencia pasada y el valor de las nuevas experiencias.

La experiencia pasada acumulada por el Partido es un verdadero arsenal de armas eficaces en la acción política, en la lucha de masas, en la vida interna del Partido.

Pero la actividad partidaria aporta cada día numerosas experiencias, nuevas, diversificadas, a veces imprevistas.

Es un error contraponer precipitadamente las nuevas experiencias a las experiencias pasadas. Pero igualmente es un error (a veces una incapacidad) la negativa a examinar, a comprender, a asimilar, a aceptar las nuevas experiencias, oponiéndoles las experiencias pasadas como verdades absolutas.

La innovación por innovación misma es tan errada y peligrosa como el inmovilismo por el inmovilismo. Tras 48 años de actividad clandestina, con la Revolución de Abril, el Partido se vio ante condiciones totalmente nuevas, para las cuales no tenía experiencia propia acumulada.

Si la Dirección del Partido, con larga experiencia anterior, cierra su atención a las trasformaciones de los tiempos, a las nuevas realidades, a la necesidad de nuevas respuestas y a las nuevas experiencias, se mostraría, a poco andar, completamente incapaz de trazar una orientación justa y de conducir la actividad del Partido.

Sin perder de vista las riquísimas experiencias del pasado, fue por haber tratado de dar soluciones adecuadas a la nueva situación que el Partido, conquistada la legalidad con la revolución, fue capaz de intervenir en la vida nacional y en el proceso revolucionario como fuerza política determinante.

El segundo aspecto a considerar es la relación entre la experiencia colectiva y la experiencia individual.

La experiencia acumulada, cuyo examen y conocimiento son esenciales —aunque abarque una infinidad de experiencias individuales y contenga siempre enseñanzas y novedades a recibir de la experiencia individual de cada militante— es siempre una experiencia colectiva.

Una experiencia individual merece atención. Pero solo tiene valor como experiencia partidaria cuando está contrastada o comprobada por otras experiencias individuales, cuando pasa a ser una experiencia válida para el colectivo.

Cada militante y cada organismo no pueden bastarse con su propia experiencia, aun cuando ésta tenga un valor elevado e insustituible. Tiene absoluta necesidad de la experiencia, de los otros militantes, organismos y organizaciones y de la experiencia colectiva y global del Partido.

Los que sobrevaloran la experiencia propia, cierran los ojos a la experiencia de los demás y contraponen sistemáticamente sin examen crítico su experiencia propia a la experiencia de los demás, y más grave todavía, a la experiencia colectiva acumulada, van derecho a grandes errores y fracasos.

La verdadera experiencia es una resultante de otras experiencias.

El tercer aspecto a considerar es la relación entre la experiencia propia del Partido y la experiencia de los otros partidos, del movimiento comunista internacional, del movimiento revolucionario en general.

La experiencia ajena es del más alto valor. Es imprescindible para el acierto en la propia actividad.

La experiencia del movimiento revolucionario mundial y, en concreto, la experiencia de los otros partidos comunistas y obreros constituyen una contribución sin la cual cualquier partido tiene extrema dificultad en orientarse correctamente.

Hay experiencias de validez universal, cuya riqueza permite importantes desarrollos teóricos e inclusive el descubrimiento de leyes objetivas de la evolución social.

Cerrar los ojos a la experiencia internacional acumulada y sobreestimar y, a veces, querer generalizar la experiencia propia (o lo que se cree experiencia propia) conduce inevitablemente a graves errores y fracasos.

Es, sin embargo, igualmente errado y peligroso no tener en cuenta las diferencias de situación y la realidad en que se actúa, subestimar la experiencia propia y sus potencialidades, y copiar mecánicamente las experiencias ajenas.

En su aplicación, la experiencia debe tener en cuenta la semejanza de la situación ajena con la propia, pero debe también tener en cuenta las diferencias específicas.

Por más ricas que sean, las experiencias ajenas deben ser examinadas, estudiadas, consideradas de manera crítica, confrontadas con la realidad en que se actúa y utilizadas o aplicadas de manera creativa, siempre con la mirada atenta a las lecciones de la vida.

En partidos de reciente creación, la experiencia de otros partidos puede volverse predominante en muchos aspectos. En muchos casos, la experiencia de los demás se somete a su vez a la experiencia antes de ser asimilada.

Pero, en la medida en que un partido se desarrolla, no solo obtiene mayor capacidad para asimilar en forma crítica las experiencias de otros partidos, sino que adquiere su propia experiencia, que pasa a ser un punto de referencia y un ángulo de visión obligatorio en la apreciación y asimilación de las experiencias de los otros.

En resumen, la experiencia es una lección del pasado válida para numerosas situaciones en el presente. Y es una lección del presente para cada hora que se vive. La experiencia es una lección en movimiento, que se confirma, que se corrige, que se modifica, que se enriquece cada día y cada hora.

Es tarea del Partido estudiar, asimilar, complementar, ajustar y enriquecer la experiencia, como elemento capital para su correcta y eficiente orientación y actividad.

 

 

EL PROGRAMA DE LOS COMUNISTAS PORTUGUESES

 

 

El VI Congreso del PCP, realizado en 1965, nueve años antes del 25 de Abril, tiene derecho al título de “Congreso del Programa”.

De hecho, fue en el VI Congreso y con posterioridad a un profundo análisis y a un largo debate de la situación nacional en todos sus aspectos, que fue aprobado el Programa del Partido Comunista Portugués, definiendo como vía para derrocar la dictadura fascista la insurrección, el levantamiento nacional, popular y militar, que profundizó y, en diversos aspectos rectificó, el Programa del Partido Comunista Portugués para la Conquista de la Democracia y el Mejoramiento de las Condiciones de Vida del Pueblo Portugués que había sido aprobado en el V Congreso, realizado en 1957.

El análisis de la realidad y de la situación portuguesa condujo a algunas conclusiones de fundamental importancia.

La primera: el grado de desarrollo del capitalismo, caracterizado como capitalismo monopolista de Estado, con dos rasgos aparentemente contradictorios: por un lado, el elevado grado de desarrollo de las relaciones de producción capitalistas y de concentración y centralización del capital y, por otro lado, el atraso del desarrollo de las fuerzas productivas.

La segunda: la naturaleza de clase del poder político, definido como el poder de los monopolios (asociados al imperialismo) y de los latifundistas, poder ejercido sobre y contra la clase obrera, los empleados, el campesinado (pequeños y medianos agricultores), los intelectuales, la pequeña burguesía urbana, sectores de la burguesía mediana.

La tercera: la forma de dominación política de las clases gobernantes, o sea, la dictadura fascista, con la privación de las más elementales libertades y el uso de la represión y del terror.

La cuarta: la cuestión nacional y colonial, presentando dos realidades también contradictorias (la sumisión de Portugal al imperialismo y el dominio colonial portugués), que tienen como resultante la dependencia nacional.

El Programa concluyó que “la etapa actual de la revolución es una revolución democrática y nacional, y definió, en consecuencia, ocho objetivos fundamentales:

 

1°) Destruir el Estado fascista e instaurar un régimen democrático;

2°) Liquidar el poder de los monopolios y promover el desarrollo económico general;

3°) Realizar la reforma agraria, entregando la tierra a quien la trabaja;

4°) Elevar el nivel de vida de las clases trabajadoras y del pueblo en general;

5°) Democratizar la instrucción y la cultura.

6°) Liberar a Portugal del imperialismo;

7°) Reconocer y asegurar a los pueblos de las colonias portuguesas el derecho a la inmediata independencia;

8°) Seguir una política de paz y amistad con todos los pueblos.

 

Aun cuando hay una interrelación entre todos los puntos, los cinco primeros se refieren al carácter democrático de la revolución, beneficiando a la mayoría aplastante de la población portuguesa. Los tres últimos tienen carácter nacional, asegurando la soberanía, la integridad territorial y la verdadera independencia del país.

De estos ocho objetivos, el Programa subrayó que la instauración de las libertades democráticas, la destrucción del Estado fascista y su sustitución por un Estado democrático constituían “un objetivo central de la revolución democrática y nacional y una condición primordial e indispensable para la realización de sus otros objetivos”.

Como primer paso después del derrocamiento de la dictadura fascista, el Programa situó el ascenso al Poder de un gobierno provisorio (con representantes de las fuerzas democráticas y patrióticas, incluyendo al PCP), cuyas tareas políticas fundamentales serían la instauración de las libertades democráticas y la realización de elecciones libres para una asamblea constituyente, a la cual cabría la misión de determinar la organización y la forma del futuro régimen democrático.

Tanto la revolución y su curso como las tentativas de golpes reaccionarios y el proceso contrarrevolucionario desencadenado a partir de 1976, demostraron enteramente el rigor del análisis de la situación portuguesa hecho por el Partido y la justeza de la caracterización de la revolución democrática y nacional y de la definición de sus objetivos.

Los acontecimientos indicaron cómo la instauración de la democracia política exigía objetivamente la liquidación, no solo del poder político sino también del poder económico de los monopolios (asociados al imperialismo) y de los latifundios.

Indicaron que, para lograr vivir en libertad, el pueblo portugués tuvo que proceder (tal como señalara el Programa del Partido) a reformas profundas de las estructuras socioeconómicas.

La nacionalización de la banca y de los sectores básicos de la economía, y la Reforma Agraria, surgieron de modo natural y casi inevitable en el proceso de formación del nuevo régimen democrático.

El carácter científico del análisis hecho por el PCP, y de su Programa, puede confirmarse hoy, más de diez años después del 25 de Abril, por el hecho de que los objetivos definidos casi nos parecen previsiones.

En el período del flujo revolucionario, se alcanzaron casi todos los objetivos fundamentales definidos en el Programa del PCP. También se indicó en el Programa las graves consecuencias para la joven democracia de no lograrse algunos.

“Puede admitirse”, aclara el Programa en una observación de gran alcance ideológico y político, “que algunos de estos objetivos no se realicen totalmente hasta una etapa ulterior de la revolución. Pero sin la realización de todos ellos, la revolución democrática y nacional no estará acabada y no estará asegurado et desarrollo democrático e independiente de la sociedad portuguesa.

Este fragmento del Programa fue literalmente comprobado y conserva toda su actualidad a mediados de 1985.

Pese a haberse instaurado un régimen democrático —el más democrático de la Europa capitalista—, el hecho de no haberse procedido en la escala necesaria a la democratización del Estado y no haberse edificado un Estado democrático; el hecho de que la revolución no liberó a Portugal del imperialismo; los golpes dados a las nacionalizaciones, a la Reforma Agraria y otras conquistas de la revolución, impidieron que se asegurara “el desarrollo democrático e independiente de la sociedad portuguesa”.

Críticos y detractores atribuyen con frecuencia al PCP el proyecto de reformas económicas y sociales con sacrificio de la democracia política.

Nada más falso.

El Programa del Partido indica como medidas relativas a la formación de un Estado democrático, “la instauración y garantía de la libertad sindical, de palabra, de prensa, de asociación, de reunión, de huelga y de manifestación”; “la inviolabilidad de la correspondencia y del domicilio”; “la libertad de conciencia y de divulgación, de creencias y de ideas”; “la garantía de la práctica del culto”.

Estos objetivos siguen siendo objetivos de primer plano de la revolución democrática y nacional portuguesa, cuyo desarrollo a partir de 1976 fue comprometido por la política contrarrevolucionaria de sucesivos gobiernos. Hubo quien se extrañó de que, después del 25 de Abril, los cuatro congresos del PCP realizados hayan ratificado y mantenido con pequeñas alteraciones solo relativas a los cambios de la situación nacional, un programa del Partido aprobado nueve años antes del 25 de Abril. La decisión fue justa.

El programa de un partido no debe considerarse como un programa de gobierno, relativo al corto período de su gestión, sino como la definición de los objetivos y de las medidas necesarias en una etapa determinada de la evolución social y política.

La revolución democrática y nacional fue comenzada, pero aún está por completarse. Por eso se mantiene con eterna validez el Programa del PCP.

Programa para una etapa determinada de la lucha del pueblo portugués. Pero con una etapa de desarrollo más amplia.

Las grandes tareas en la etapa actual son las de la revolución democrática y nacional. Pero el PCP —precisamente porque es un partido comunista— mantiene como su objetivo la construcción del socialismo y del comunismo en Portugal.

Confirmando el texto primitivo aprobado en 1965, el VII Congreso, realizado en noviembre de 1974, subrayó que “instaurado el régimen democrático, se abren grandes posibilidades de un desarrollo pacífico del proceso revolucionario, pudiendo realizarse profundas reformas sociales en el marco de la legalidad democrática y de acuerdo con la voluntad expresa del pueblo portugués”

Como subraya el Programa, la revolución democrática y nacional abre ante la clase obrera y las masas populares “la perspectiva luminosa del socialismo y del comunismo”.

 

EL PCP EN LA REVOLUCIÓN DE ABRIL

 

 

De todos los partidos, el PCP fue el único que propuso al pueblo portugués con claridad y veracidad los objetivos que consideraba esenciales en la revolución democrática y que constaban y constan en su Programa.

Fue el único que se mostró siempre coherente con la política que proponía. El único cuyas palabras correspondieron siempre a los actos. El único que dijo la verdad al pueblo y que fue fiel a su palabra.

Otros partidos proclamaron programas de los que luego renegaron. Apoyaron medidas contra las que luego se rebelaron. Decían estar con los trabajadores y conspiraban con los multimillonarios fascistas. Todos se declaraban por el “socialismo”, haciendo entre tanto de todo para defender y mantener los monopolios y los latifundios. Decían estar con la revolución y procuraban sabotearla y comprometerla. So pretexto a veces de impedir supuestos “golpes comunistas”, que ellos mismos inventaban por entero, más de una vez organizaron verdaderos golpes, cuyo objetivo era liquidar la joven democracia portuguesa en formación.

De todas las fuerzas políticas, el PCP fue el más consecuente y firme luchador por las libertades democráticas. No solo para que fuesen instauradas; también para que fuesen defendidas.

Así fue después de los primeros días de la revolución. Así fue en julio y setiembre de 1974. Así fue el 11 de marzo de 1975. Así fue antes y después del 25 de noviembre. Así ha sido desde entonces y continúa siendo en la actualidad.

La Revolución de Abril corroboró enteramente la tesis del PCP de que, en las condiciones existentes en Portugal, la instauración de la democracia política tras cuarenta y ocho años de dictadura fascista era inseparable de la liquidación de esas estructuras económicas que, con la acción del gobierno fascista y apoyadas en el terror fascista, habían logrado el dominio total de la economía portuguesa: los monopolios (asociados al imperialismo) y los latifundios.

Tanto la liquidación de los monopolios con las nacionalizaciones y la liquidación de los latifundios con la Reforma Agraria, no solo constituyeron reformas económicas y sociales de alcance histórico, sino que constituyeron medidas indispensables para la defensa de las libertades y de la democracia política. Después del 25 de Abril de 1974, los sucesivos intentos de grave limitación y hasta de liquidación de las libertades democráticas y de la democracia política fueron siempre a la par de las tentativas de recuperación del poder económico por parte de los grupos monopolistas y de los latifundistas, apoyados por fuerzas políticas y militares participantes en los órganos de soberanía.

El PCP, con los trabajadores y con las masas populares, dio una contribución en muchos aspectos determinante para que estas conquistas fuesen alcanzadas y para que, ante las ofensivas contrarrevolucionarias de los últimos nueve años, fuesen defendidas palmo a palmo y se mantuviesen en pie, a pesar de los profundos golpes sufridos.

Dio una contribución, en muchos aspectos determinante, para que quedasen, como quedaron, consagradas en la Constitución de la República, como parte integrante del régimen democrático portugués.

Alterada la correlación de fuerzas en los órganos de soberanía, la contrarrevolución pasó a la ofensiva.

Para destruir el régimen democrático y sus conquistas consagradas en la Constitución, todos los otros grandes partidos se coaligaron en sucesivos gobiernos. Intentaron todas las coaliciones posibles entre dos partidos: PS/CDS. CDS/PSD. PSD/PS. Faltando el respeto a la Constitución y a la legalidad democrática, abusando del Poder, utilizando la arbitrariedad y la represión, desencadenaron constantes ofensivas. Intentaron nuevos golpes mortíferos contra el régimen democrático.

Con vistas a la liquidación completa del régimen democrático consagrado en la Constitución, elaboraron y pusieron en práctica sucesivos planes. Hubo el plan “AD” de 1980, que debía culminar con la elección del general Soares Cameiro para la Presidencia de la República. Hubo el plan “AD”/Mario Soares en 1982 que, con la revisión de la Constitución, la liquidación del Consejo de la Revolución, la disminución de los poderes del Presidente de la República y la aprobación de la Ley de Defensa Nacional, debía culminar con el asalto a las fuerzas armadas dirigido por el entonces ministro de la Defensa, Freitas do Amaral. Hubo el plan de coalición PS/PSD que debía culminar en “paquetes” legislativos, apuntando a la total destrucción de los aspectos esenciales del régimen democrático.

El PCP, con los trabajadores y con las masas populares, desenmascaró e hizo frente a esos planes y dio una contribución en muchos aspectos determinante para la derrota y la dimisión de los sucesivos gobiernos y el fracaso de los respectivos planes subversivos.

El aislamiento del PCP entre los grandes partidos impidió, en el nivel de las instituciones, que se derrotase totalmente en lo inmediato a las fuerzas y planes contrarrevolucionarios. Pero au mentó al mismo tiempo el prestigio, la autoridad, la influencia de masas y el fortalecimiento orgánico del PCP —factor fundamental para hacer frente a la contrarrevolución, para que pueda llegar a concretarse una alternativa democrática con la formación de un gobierno democrático, para que Portugal retome el camino de la libertad, del progreso social, de la independencia y de la paz abierto por la revolución de los claveles.

 

 

EL PASADO, EL PRESENTE Y EL FUTURO

 

 

El PCP tiene consigo, como prueba de mérito y como huella profunda en su existencia, el valor de su pasado de lucha en las condiciones de terror fascista y de su actividad abnegada y coherente en los once años trascurridos desde el 25 de Abril de 1974. En la secuencia de esa existencia y de esas pruebas se afirma, en la vida nacional presente, como el gran partido de los trabajadores, del pueblo, de la democracia, del Portugal de Abril y de sus conquistas.

Son credenciales que ningún otro partido puede presentar al pueblo portugués.

Todos los partidos que existían en el momento del golpe militar del 28 de mayo de 1926 desaparecieron de la vida política nacional.

El Partido Democrático y el Partido Republicano cesaron sus actividades enseguida.

El Partido Socialista decidió en 1933 su autodisolución. Las organizaciones anarquistas, tras una efímera reanimación en los años de la Guerra Civil Española (1936-1939) fueron destrozadas y liquidadas por la represión. Antifascistas de diversas tendencias formaron a veces grupos más o menos activos. Pero, con la excepción del PCP, los partidos políticos desaparecieron totalmente en el tiempo de la dictadura. El actual Partido Socialista, que invoca su supuesta existencia anterior al 25 de Abril, no se constituyó hasta 1973, ya en vísperas del derrocamiento de la dictadura, en la República Federal Alemana.

Así, en los 48 años de dictadura fascista, el PCP fue prácticamente el único partido existente, el único en conducir de manera organizada, permanente y continua la lucha en defensa de los intereses de los trabajadores, del pueblo y del país; el único que trabó una lucha sin tregua por la libertad y la democracia.

Los comunistas pagaron su abnegación con pesados sacrificios. Vidas enteras consagradas a la lucha clandestina. Millares de hombres y mujeres perseguidos, presos, torturados, encerrados durante largos años en las prisiones. Algunos más de veinte años. Algunos, conocidos y buscados por la PIDE, manteniéndose clandestinamente en el país hasta veinte, hasta treinta años. Numerosos militantes asesinados en las prisiones, con torturas o a balazos.

Cualquier balance objetivo de la resistencia antifascista a concluir que, en los duros tiempos de la dictadura, los comunistas fueron el destacamento de combate, el brazo, la vanguardia, la honra, la conciencia del país portugués en la lucha por la libertad.

En los años trascurridos desde el 25 de Abril, tanto en el exaltante flujo revolucionario de 1974-1975, como ante las ofensivas contrarrevolucionarias desencadenadas desde entonces por sucesivos gobiernos, los comunistas estuvieron a la altura de sus heroicas tradiciones y de sus responsabilidades. En estos once años de lucha entre las fuerzas de la restauración monopolista las fuerzas vueltas hacia el progreso social y el bienestar del pueblo, el PCP fue el único partido que siempre estuvo con los trabajadores y las masas populares, en la defensa de sus intereses vitales, de sus derechos y sus aspiraciones. El PCP se convirtió en el único gran partido defensor de la Revolución de Abril y de sus conquistas. El único verdadero y real defensor del régimen democrático y de la independencia nacional.

El PCP confirma en el presente todo su glorioso pasado. Pasado y presente acreditan su acción futura.

El balance del pasado, la actividad presente y la previsión del futuro definen la importancia, el papel y el valor del PCP en la vida nacional. El pasado es la prueba, el presente el testimonio, el futuro la confianza.

La perspectiva histórica de un partido se comprueba por lo que hizo, por lo que hace y por lo que demuestra estar en condiciones de hacer. Se comprueba por la ligazón de su ideal, de sus objetivos, de su acción, a la clase o clases a las cuales pertenece históricamente el futuro. En este doble aspecto se comprueba y revela la perspectiva del PCP y se fundamenta su profunda e inquebrantable confianza en el futuro.