9.- La disciplina, imperativo de acción y manera natural de actuar

 

 

LA DISCIPLINA Y SU CARÁCTER PERMANENTE

 

 

La disciplina es simultáneamente un valor con carácter permanente y un valor de contenido variable.

Valor con carácter permanente, en la medida en que, independientemente de las condiciones objetivas y subjetivas, en cualquier circunstancia la disciplina es característica del Partido.

Valor de contenido variable, en la medida en que su concreción, las formas que adquiere, los métodos utilizados para asegurarla, el rigor de su apreciación, la gravedad de cada infracción, varían según el tiempo y el lugar, según las condiciones reales existentes, tanto en la sociedad como en el Partido.

Los Estatutos dedican todo un capítulo a la “disciplina partidaria” (capítulo VIII). Son ocho artículos del total de cuarenta y cuatro artículos de los Estatutos. Se trata, sin embargo, de un asunto al que los Estatutos dan particular relieve. No es de extrañar, dado que los Estatutos, en su redacción básica, fueron elaborados y aprobados cuando el Partido estaba forzado a la clandestinidad.

Tres aspectos de la disciplina se desarrollan en los Estatutos.

El primero es el de las características fundamentales de la disciplina: tener como base la aceptación conciente de la orientación, del Programa y de los Estatutos del Partido; ser igual para todos los miembros del Partido cualquiera que sea la organización u organismo al que pertenezcan; someter a los infractores a sanciones disciplinarias.

El segundo es el de la infracción a la disciplina: infringir los Estatutos o las decisiones de los organismos superiores y de los organismos a que pertenezcan los infractores y tener una conducta indigna de un miembro del Partido.

 

LA DISCIPLINA Y SU CARÁCTER PERMANENTE

 

 

La disciplina es simultáneamente un valor con carácter permanente y un valor de contenido variable.

Valor con carácter permanente, en la medida en que, independientemente de las condiciones objetivas y subjetivas, en cualquier circunstancia la disciplina es característica del Partido.

Valor de contenido variable, en la medida en que su concreción, las formas que adquiere, los métodos utilizados para asegurarla, el rigor de su apreciación, la gravedad de cada infracción, varían según el tiempo y el lugar, según las condiciones reales existentes, tanto en la sociedad como en el Partido.

Los Estatutos dedican todo un capítulo a la “disciplina partidaria” (capítulo VIII). Son ocho artículos del total de cuarenta y cuatro artículos de los Estatutos. Se trata, sin embargo, de un asunto al que los Estatutos dan particular relieve. No es de extrañar, dado que los Estatutos, en su redacción básica, fueron elaborados y aprobados cuando el Partido estaba forzado a la clandestinidad.

Tres aspectos de la disciplina se desarrollan en los Estatutos.

El primero es el de las características fundamentales de la disciplina: tener como base la aceptación conciente de la orientación, del Programa y de los Estatutos del Partido; ser igual para todos los miembros del Partido cualquiera que sea la organización u organismo al que pertenezcan; someter a los infractores a sanciones disciplinarias.

El segundo es el de la infracción a la disciplina: infringir los Estatutos o las decisiones de los organismos superiores y de los organismos a que pertenezcan los infractores y tener una conducta indigna de un miembro del Partido.

El tercer aspecto (siete de los ocho artículos del capítulo) se refiere a las sanciones disciplinarias que se establecen y para cuya aplicación se definen principios orientadores: aplicación tras un examen cuidadoso, posibilidad dada al infractor de que explique su conducta, sanción de acuerdo con la responsabilidad del infractor y la gravedad de la falta cometida.

A pesar del cuidado y el desarrollo con que los Estatutos tratan la cuestión, ellos no reflejan toda la riqueza del concepto y de la práctica de la disciplina en nuestro Partido.

La definición de la disciplina es demasiado estrecha y la definición de las infracciones es demasiado penal, ya que aparece directamente ligada a la aplicación de sanciones.

Es evidente que las exigencias permanentes de disciplina hechas a las organizaciones y a los miembros del Partido tuvieron un contenido diferente en una época de la vida del Partido en que el desarrollo político de las organizaciones y de los cuadros era muy deficiente, las decisiones eran tomadas en los organismos superiores sin consulta a las organizaciones, el trabajo colectivo no existía y la vida democrática interna estaba en sus preámbulos; y una época, como la actual, en que los miembros del Partido participan ampliamente en la determinación de la orientación, en que el trabajo colectivo se extiende a todo el Partido, en que los organismos superiores están íntimamente ligados a las organizaciones y militantes, en que la democracia es una de las más ricas realidades de la vida interna.

En la primera situación, la disciplina correspondía a una intervención militante en la realización de las tareas, en la decisión de las cuales los propios afectados no intervinieron. En la segunda situación, la disciplina corresponde a una actuación colectiva, cuyas orientaciones tienen también una elaboración colectiva.

Las formas y métodos de asegurar la disciplina en el Partido varían también inevitablemente según la situación política y social concreta, la etapa de desarrollo, la fuerza y las tareas del Partido, el nivel de su organización y de sus cuadros, la solidez de su unidad.

Son totalmente diferentes, por ejemplo, el momento de la constitución y formación de un partido revolucionario, en que no hay unidad política e ideológica y se manifiestan tendencias fraccionistas, y el momento en que un partido adquirió elevado nivel político e ideológico y una fuerte unidad, no solo en los organismos dirigentes, sino en todas las organizaciones.

En la historia del Partido hubo períodos en que la gravedad de la situación resultante de la represión fascista, los peligros existentes, el hecho de que el triunfo o la derrota dependían en gran medida de la disciplina, obligaron a exigir el cumplimiento estricto de los deberes disciplinarios, a que los organismos superiores indicaran con frecuencia normas de trabajo y de vida rigurosamente obligatorias, a una estrecha vigilancia, a la rápida y ejemplar aplicación de medidas y sanciones disciplinarias.

En tales períodos, era legítimo que se hablara de una “disciplina férrea” y se exigiera que lo fuese en efecto.

Conquistada la legalidad, en una época como la actual, en que el Partido actúa a la luz del sol y abierto a la observación y la valoración de las masas, y en que la totalidad de sus miembros constituye un gran colectivo, en el cual los militantes tienen una intervención conciente, la disciplina deja de ser una “exigencia o imposición que viene de arriba”, deja de ser sentida como una coacción o presión, para convertirse (aun sin ser invocada) en un aspecto normal, corriente y constante de la actividad de cada organización y cada militante.

Las formas de asegurar la disciplina son radicalmente diferentes en una situación en que se trata de erigir como principio estatutario la obligatoriedad de cumplir las decisiones, o en una situación en que esa obligatoriedad es un principio ya no solo aceptado, sino asimilado en la práctica como una forma natural de actuar y de proceder.

 

 

UNA FORMA NATURAL DE ACTUAR Y DE PROCEDER

 

 

Hoy, para un comunista, ser disciplinado es una forma de actuar común, normal, habitual y natural, expresión de la propia conciencia y de la propia voluntad. Quien actúa y procede en el marco de la disciplina del Partido no tiene necesidad de pensar que lo están disciplinando. No se repara en que alguien es disciplinado. Solo se repara cuando no lo es.

El hábito de la disciplina, posibilitado por la realidad de la vida del Partido, resulta de la educación y de la experiencia. Es a veces difícil y lento de adquirir pero, una vez adquirido, es difícil perderlo. De tal forma que, para quienes se habitúan a una actuación y a una vida disciplinada, lo difícil no es ser disciplinado, sino dejar de serlo. No tanto porque el Partido les pida cuentas sino porque no se sentirían bien consigo mismos.

La conciencia revolucionaria, que determina la integración voluntaria en la disciplina del Partido, puede asumir (en términos simplificados) dos grados o niveles que corresponden en cierto modo a los dos grados o niveles de desarrollo del propio Partido.

La conciencia revolucionaria que determina la actuación disciplinada puede tener como rasgo fundamental la comprensión de la necesidad de la eficiencia, de la operatividad y de la unidad de acción de todas las organizaciones y militantes.

Y la conciencia revolucionaria que determina la actuación disciplinada puede tener como rasgo fundamental la real integración en la orientación del Partido y en la justeza de las tareas planteadas.

Es legítimo que, en ciertas fases de la vida del Partido y en ciertas situaciones decisivas, se exija por lo menos el primer nivel. Pero el objetivo del desarrollo del Partido debe apuntar a alcanzar el segundo. En la vida actual del Partido, este segundo nivel fue alcanzado en lo fundamental.

Cuando está inserta en una vida partidaria cuyo estilo se caracteriza por la participación viva de los militantes y por la democracia interna, la disciplina es una forma de integración voluntaria y conciente en el trabajo colectivo. Entra, con sencillez, en las características de la actividad cotidiana. Está ligada al esclarecimiento. Acompaña a la formación de las opiniones y de la conciencia política. No solo en la acción, sino en la idea, identifica al individuo con el colectivo.

 

De esa manera, la disciplina se revela, en la conciencia y en la voluntad de los militantes, no como una limitación de su propia libertad, sino como una afirmación de la libertad de proceder conforme a las propias ideas y en las propias opciones.

 

LA DISCIPLINA EN LOS ACTOS COTIDIANOS

 

 

La disciplina en los actos cotidianos es un aspecto relevante de la disciplina partidaria, de la formación de los cuadros, de la organización y de la eficacia de la actividad; en último análisis, del estilo de trabajo del Partido.

La disciplina tiene, de hecho, una de sus más profundas y valiosas expresiones en la actividad corriente de todos los días, en los muchos pequeños actos que componen la jornada de trabajo del militante.

Para la disciplina del Partido, no basta que sus miembros se sientan identificados con el Programa y con la orientación política y actúen de conformidad con las orientaciones trazadas por el Comité Central, por los demás organismos de dirección o por los colectivos a los que pertenecen.

La disciplina como forma normal y natural de actuación se manifiesta en los actos cotidianos, para los cuales puede haber normas establecidas, pero también puede no haber orientaciones o directivas.

Un ejemplo es la puntualidad.

Es una regla o principio, y más que regla o principio, es bueno que sea un hábito.

No se trata de una cuestión secundaria. Se trata de una cuestión que acaba por decidir el rendimiento, el ritmo y la ejecución de las tareas, la eficacia de la actividad y del propio estilo global de trabajo del Partido.

La falta de puntualidad, ya sea en las reuniones o en la ejecución de cualquier tarea con plazo marcado, puede poner en tela de juicio el trabajo de muchos otros camaradas y la propia realización de una tarea. Cuando la falta de puntualidad se trasforma en costumbre y práctica generalizados y tolerados, cuando, aun en lo que respecta a las horas de comienzo del trabajo, el retraso pasa a ser sistema, algo va mal en el Partido y el estilo queda gravemente comprometido.

Otro ejemplo: el trascurso de las reuniones.

La aprobación de una orden del día, el examen ordenado de cada uno de los puntos, las intervenciones dentro de los lapsos establecidos, si se los fija; la atención y el silencio durante las intervenciones de los demás camaradas, son principios y hábitos elementales de disciplina. Cuando en las reuniones se atropellan y superponen los temas, se comienzan a debatir todas las cuestiones, pero no se concluye ninguna; si unos interrumpen a otros cuando están hablando, sí algunos intentan hablar repetidas veces sin dar el turno a los demás, si exceden sus lapsos, si obligan a diálogos, las reuniones y sus resultados son gravemente afectados por esta falta de disciplina.

Los ejemplos podrían multiplicarse relativamente a todos los aspectos y a todos los momentos de la actividad partidaria. Una cosa es cierta: para que el Partido sea un partido disciplinado en las “cosas grandes”, debe serlo en las “cosas pequeñas”. Por regla y por hábito. Colectiva e individualmente.

La disciplina en los “pequeños” actos cotidianos es una verdadera escuela de mentalidad y de comportamiento, que permite una natural y espontánea conducta disciplinada en las grandes cuestiones políticas y sociales.

La disciplina en el Partido, en su acepción más amplia, profunda y natural, es una característica que se tarda mucho en adquirir, pero que, si se la deja aflojar, puede tardar muy poco en perderse.

Por eso tampoco se deben cerrar los ojos ante la degradación de la disciplina en los actos de la vida cotidiana.

No se impone la disciplina con disciplina. La disciplina comunista no es obediencia. El convencimiento, la explicación, la crítica persuasiva, el ejemplo, la educación en el respeto por los demás, la creación del gusto por la organización y la eficacia son el buen camino para que todos los militantes acaben por sentir que la vida y la actividad son extraordinariamente más descontraídas, más fáciles, más leves, cuando se adquieren hábitos de disciplina.

 

DISCIPLINA PARTIDARIA Y DISCIPLINA MILITAR

 

 

La disciplina partidaria nada tiene que ver con la disciplina militar.

El militar obedece al mando. No interviene en las decisiones, no conoce sus motivaciones y sus objetivos.

En el Partido, el militante tiene (o debe tener) plena conciencia de las razones y de los objetivos de cada decisión, interviene en la definición de las grandes líneas de orientación, interviene en numerosos casos en las relativas al trabajo que ejecuta.

El militante del Partido actúa de acuerdo con decisiones que son avaladas por el examen y la opinión de colectivos en los que se inserta el propio militante.

Así, son totalmente extraños al funcionamiento del Partido los métodos militaristas de dirección y las concepciones militaristas de la disciplina.

Eluden los más elementales principios orgánicos del Partido, los camaradas que “mandan” y “dan órdenes” en vez de esclarecer, orientar y dirigir, y que entienden que el deber de los “inferiores” es cumplir las órdenes “superiores” (sus órdenes) de forma mecánica, ciegamente, aun sin saber por qué ni para qué.

En el Partido, ser disciplinado no es “obedecer las órdenes superiores” so pena de inmediato y grave castigo. No es cumplir sin voluntad propia lo que determinan los demás. La disciplina en el Partido no es una obligación cualquiera que se impone al individuo, que lo presiona, lo obliga y lo fuerza.

La disciplina solo puede ser sentida como constreñimiento del individuo y de la personalidad, como aceptación pasiva, forzada y ciega de “órdenes superiores”, si en un partido o en una organización del Partido predominan el dirigismo, el autoritarismo, criterios militaristas de dirección, decisiones administrativas y burocráticas. En tales casos, la disciplina contiene en sí los gérmenes de la fermentación y cristalización de discrepancias y reservas, y por consiguiente también de formas de resistencia pasiva y de súbitas e inesperadas explosiones de indisciplina.

En nuestro Partido la situación es diferente. Aunque existen diferencias entre los militantes, la disciplina se apoya en la propia conciencia y en la propia voluntad.

La elevada conciencia de disciplina en el Partido es una resultante de tres factores fundamentales: la identificación de los militantes con la orientación del Partido, la democracia interna y la comprensión del valor de la unidad del Partido.

La identificación de los militantes con la orientación del Partido les permite en lo esencial comprender las razones y los objetivos de cada iniciativa, de cada decisión y de cada tarea.

La democracia interna hace posible que cada militante sienta que la orientación, las decisiones y las tareas son también suyas.

La comprensión del valor de la unidad del Partido estimula en los militantes la voluntad de actuar, tal como sus compañeros, insertos en la acción colectiva del Partido.

Cuando la acción disciplinada del militante no se fundamenta en estos tres factores fundamentales —si, por ejemplo, un militante realiza una tarea que no comprende o con la cual no está de acuerdo, o si las decisiones son tomadas de forma menos democrática—, la acción disciplinada no deja de ser positiva, pero sufre inevitablemente de ciertas limitaciones.

Cuanto más el militante se siente identificado con la orientación del Partido, cuanto más se aseguran los métodos democráticos de trabajo, cuanto más sólida es la unidad del Partido, más profunda, fácil, natural y espontánea se torna la disciplina.

 

 

DISCIPLINA Y SANCIONES

 

 

La más elevada y sólida disciplina es aquella que corresponde a una profunda y generalizada conciencia comunista, porque la disciplina, con la educación y la experiencia, se convirtió en una forma natural y fácil de actuar y de estar en la vida.

Cuando esa conciencia gana a la generalidad de los miembros del Partido y funda la disciplina individual con la disciplina colectiva, la aplicación de sanciones por infracciones a la disciplina se vuelve muy rara y prácticamente innecesaria, salvo en casos graves.

La exigencia de disciplina lleva a la existencia de sanciones. Pero disciplina y sanciones no pueden asociarse, ni obligatoriamente ni de una manera simplista.

Puede existir una sólida disciplina sin que se apliquen sanciones. Y puede haber la práctica de aplicar muchas sanciones sin que ello signifique una fuerte disciplina.

La experiencia de nuestro Partido indica que, cuando se multiplican las sanciones, el hecho señala o el abuso de medidas administrativas y autoritarias o un deterioro de la disciplina.

Actualmente, la escasa aplicación de sanciones disciplinarias no es síntoma de ningún deterioro de la disciplina, sino del elevado grado que ésta adquirió.

Puede sorprender a algunos observadores que sea escasa la aplicación de las sanciones más leves (crítica pública, disminución de las responsabilidades, prohibición temporaria de la actividad partidaria) y que la sanción más frecuente sea la expulsión del Partido, la “sanción máxima”, que en términos estatutarios debe ser aplicada en casos que afecten gravemente la vida y los principios del Partido.

Este hecho refleja sin embargo, a primera vista paradojal-mente, el elevado grado de disciplina existente en el Partido.

En los casos sumamente graves (por ejemplo: robo de fondos, actuación abierta contra el Partido), en que la calidad de miembros del Partido es incompatible con la falta cometida, no son posibles sanciones moderadas: la expulsión se torna inevitable.

Es, no obstante, sumamente positivo, cuando la falta cometida no pone en tela de juicio la calidad de miembro del Partido, que la corrección de las faltas y la garantía de la disciplina se asegure, no recurriendo a la aplicación de sanciones, sino mediante el trabajo político, mediante la discusión, mediante el convencimiento.

La forma de actuar de los organismos y organizaciones del Partido no siempre es completamente idéntica en esta materia. Surgen a veces organismos y camaradas fácilmente inclinados a “resolver” con sanciones las infracciones a la disciplina.

Las sanciones, sin duda, están para aplicarse. Pero cuanto menos sanciones se apliquen y cuanto más trabajo político, más explicación, más convencimiento, más esfuerzo educativo, más ayuda a los cuadros, más trabajo colectivo, más fraternidad existan en una organización, más condiciones existen para una conciente, voluntaria y sólida disciplina.

El control de la ejecución desempeña un papel importante, no solo para asegurar la realización de las tareas, sino también para asegurar y reforzar la disciplina y ayudar a los cuadros.

Si se indican tareas y nunca más se acompaña su realización, se abre camino al debilitamiento de la disciplina, no tanto por infracción voluntaria como por negligencia y pasividad.

El acompañamiento regular de la realización de las tareas, la ayuda en esa realización, la verificación de atrasos eventuales, el balance final del cumplimiento, el informe del trabajo realizado como práctica regular, constituyen formas muy complejas de educar a las organizaciones y los militantes en la disciplina real, voluntaria y conciente.