Las puertas que Abril abrió

LAS PUERTAS QUE ABRIL ABRIÓ

(José Carlos Ary dos Santos)

 
Érase una vez un país
donde entre el mar y la guerra
vivía el más infeliz
de los pueblos de la ribera.
Donde entre viñas, terrenos,
valles, huertos, aradas
sierras, atajos, veredas
marismas y playas claras
un pueblo se inclinaba
como un mimbre de tristeza
sobre un río donde miraba
su propia pobreza.
 
Érase una vez un país
donde el pan era contado,
donde quien tenía la raíz
tenía el fruto acaudalado,
donde quien tenía el dinero
tenía al obrero esposado,
donde  sudaba el segador
que dormía con el ganado,
donde tosía el minero
en Aljustrel ajustado,
donde moría primero
Quien nacía desgraciado.
Era una vez un país
de tal manera explotado
por los consorcios fabriles,
por el mando acumulado,
por las ideas nazis,
por el dinero putrefacto,
por el doblar de la cerviz,
por el trabajo esclavo,
que hasta hoy se dice
que en los tiempos del pasado
se llamaba ese país
Portugal suicidado.
 
Allí en las viñas, campos,
valles, huertos, aradas,
sierras, atajos, veredas,
marismas y playas claras
vivía un pueblo tan pobre
que partía para la guerra
para saciar a quien estaba podrido
de comerse su tierra.
Un pueblo que era llevado
para Angola en las bodegas,
un pueblo que era tratado
como arma de los patrones,
un pueblo que era obligado
a matar con sus manos
sin saber que un buen soldado
nunca hiere a sus hermanos.
 
Sin embargo pasó
que dentro de un pueblo esclavo
alguien que lo quería bien
un día plantó un clavel.
Era la semilla de la esperanza
hecha de fuerza y voluntad,
aún era una niña
mas ya era libertad.
 
Era ya una promesa,
era la fuerza de la razón,
del corazón a la cabeza
de la cabeza al corazón.
Quien lo hizo era soldado,
hombre nuevo, capitán,
mas también tenía a su lado
muchos hombres en la prisión.
Esos que habían luchado
para defender a un hermano,
esos que habían pasado
el horror del aislamiento,
esos que habían jurado
sobre un trozo de pan,
ver al pueblo liberado
del terror de la opresión.
No tenían armas, es cierto,
pero tenían toda la razón,
cuando un hombre muere cerca
tiene que haber distanciación.
Una pistola guardada
en los bolsillos de su opción,
una bala disparada
contra su propia mano,
y una fuerza perseguida
que en la elección del más fuerte
hace que la fuerza de la vida
sea mayor que la de la muerte.
 
Quien lo hizo era soldado,
hombre nuevo, capitán,
mas también tenía a su lado
muchos hombres en la prisión.
Puesta la semilla del clavel,
comenzó la floración,
del capitán al soldado
del soldado al capitán.
 
Fue entonces que el pueblo armado
comprendió cual era la razón
porque el pueblo despojado
le ponía las armas en la mano.
Pues también él humillado
en su propia grandeza
era soldado forzado
contra la patria portuguesa.
 
Era preso y exiliado,
y en su propio país
muchas veces estrangulado
por los generales seniles.
Capitán que no manda
no puede permanecer callado,
es el pueblo quien le manda
ser capitán rebelado,
es el pueblo quien le dice
que no ceda y no vacile,
– puede nacer un país
del vientre de un Chaimite.
 
Porque la fuerza bien empleada
contra la posición contraria
nunca oprime ni persigue
– ¡es fuerza revolucionaria!
Fue entonces que Abril abrió
las puertas de la claridad
y nuestra gente invadió
su propia ciudad.
 
Dice la primera palabra
en la madrugada serena
un poeta que cantaba
el pueblo es quien más ordena.
Y entonces por viñas, terrenos,
valles, huertos, aradas,
sierras, atajos, veredas,
marismas y playas claras
descendieron hombres sin miedo,
marineros, soldados, «paracas»,
que no querían el destierro
de un pueblo que se separa.
Y llegaron a la ciudad
donde los monstruos se azotaban,
era la hora de la verdad
para las hienas que mandaban
y la hora de la claridad
para los soles que despuntaban
y la hora de la voluntad
para los hombres que luchaban.
 
En idas, venidas, esperas,
encuentros, esquinas y plazas
no se escaparon las fieras,
se arrancaron los bozales
y el pueblo salió a la calle
con siete piedras en la mano
y una piedra de luna
en lugar del corazón.
Decía soldado, amigo,
mi camarada y hermano,
este pueblo está contigo,
nacemos del mismo suelo,
traemos la misma llama,
tenemos la misma razón,
dormimos en la misma cama
comiendo del mismo pan.
Camarada y amigo mío,
soldadito o capitán,
este pueblo está contigo,
las masas te dan la razón.
 
Fue esta fuerza sin tiros,
de antes quebrar que torcer,
esta ausencia de suspiros,
esta furia de vivir,
este mar de voces libres
siempre a crecer, a crecer
que de los fusiles hizo libros
para aprender a leer,
que de los cañones hizo azadas
para labrar la tierra,
y de las balas disparadas
sin más el fin de la guerra.
Fue esta fuerza viril
de antes quebrar que torcer
que en veinticinco de Abril
hizo Portugal renacer.
 
Y en Lisboa, capital
de los nuevos Mestres de Aviz,
el pueblo de Portugal
dio el poder a quien quiso.
Aunque hubiese pasado
a veces por manos extrañas
el poder que allí fue dado
salió de nuestras entrañas.
Salio de las viñas, terrenos,
valles, huertos, aradas,
sierras, atajos, veredas
marismas y playas claras
donde un pueblo se inclinaba
como un mimbre de tristeza
sobre un río donde miraba
su propia pobreza.
 
Y si ese poder un día
lo quisiera robar alguien,
no se queda en la burguesía
vuelve a la barriga de la madre.
Vuelve a la barriga de la tierra
que en buena hora lo parió,
ahora nadie más cierra
las puertas que Abril abrió.
Esas puertas que en Caxías
se abrieron de par en par,
esas ventanas vacías
que se llenaron otra vez,
esas celdas tan frías,
tan llenas de sordidez,
que vigilaban como espías
a todo el pueblo portugués.
 
Ahora que ya floreció
la esperanza en nuestra tierra
las puertas que Abril abrió
nunca más nadie las cierra.
Contra todo lo que era viejo,
levantado como un puño,
en Mayo surgió rojo
el clavel del mes de Junio.
 
Cuando el pueblo desfiló
en las calles en procesión
de nuevo procedió
la propia revolución.
Mas eran ojos las balas,
abrazos puñales y lanzas,
enamoradas las filas
de soldados y niños.
 
Y el grito que fue oído
tantas veces repetido
decía que el pueblo unido
jamás sería vencido.
Contra todo lo que era viejo,
levantado como un puño,
en Mayo surgió rojo
el clavel del mes de Junio.
 
Y entonces obreros, mineros,
pescadores y jornaleros,
aprendices y carpinteros,
empleados de las oficinas,
criadas, albañiles,
jubilados sin pensiones,
mecanógrafos, carteros
y otras muchas profesiones
entendieron que su dinero
era presa de los patrones.
A su lado también estaban
periodistas que escribían,
actores que se esmeraban,
científicos que aprendían,
poetas que estremecían,
cantores que no se vendían,
pero mientras estos luchaban
es cierto que no sentían
el hambre que apretaban
los cintos de quienes los oían.
 
Pero cantar es ternura
escribir construye libertad,
y no hay cosa más pura
que decir la verdad.
Y unos y otros hermanados
en la misma lucha de ideales,
ambos sectores explotados
formaron partes iguales.
 
Mientras tanto no descansaban
entre plagas y perjurios
agujas que pinchaban,
silencios, rumores, murmullos,
risillas que se callaban,
palacios contra tugurios,
fortunas que levantaba
promesas de malos augurios,
los que en vida se enterraban
por ser falsos y espurios,
mayorales de la minoría
que decían silenciosa
y que en silencio hacía
la cosa más horrorosa:
minar como un sinapismo
y con dirigentes a sueldo
el albor del socialismo
y el fin de los privilegios.
Fue entonces, si bien recuerdo,
que sucedió en la vendimia,
cuando pisamos Septiembre
la verdad se vino encima.
 
Y fue un mosto tan fuerte
que sabía tanto a Abril
que ni el miedo a la muerte
nos hizo volver al redil.
Allí permanecimos en pie
juntos soldados y pueblo
para mostrar cómo
se hace un país nuevo.
 
Allí dijimos ¡no pasa!
y la reacción no pasó.
Quien ya vivió la desgracia
odia a quien lo desgració.
Fue la fuerza de Otoño
más fuerte que la Primavera
que trajo los hombres sin dueño
de quienes el pueblo estaba a espera.
 
Fue la fuerza de los mineros,
pescadores y jornaleros,
aprendices y carpinteros,
empleados de las oficinas,
criadas, albañiles,
jubilados sin pensiones,
mecanógrafos, carteros
y otras muchas profesiones
que dio el poder cimero
a quien no quería patrones.
Desde ese día en que todos
nosotros compartimos el pan,
es que acabaron las limosnas,
se cumplió la revolución.
 
Pero en haciendas,
palacios y palacetes,
los generales con prebendas,
caciques y bastones,
los que montaban caballos
para cazar venados,
los que daban dos bofetadas
en la cara de los empleados,
los que tenían buenos amigos
en el consorcio de los jabones
y se hurgaban los ombligos
como quien frota los galones,
los generales subalternos
que aceptaban los patrones,
los generales enemigos,
los generales garañones,
tejían telas de araña
y eran más camaleones
que la lombriz que se acomoda
en su propia mierda.
Con generales de esta casta
Ya no hay revoluciones.
Por eso el once de Marzo
fue un baile de Tartufos,
una alternancia de rosarios
entre ricachones y soplones.
 
Y tuvimos que pagar
con la sangre de un soldado
el precio de ya no estar
Portugal suicidado.
Huyeron como cobardes
y para tierras de España
los que hacían alardes
de combates en campaña.
 
Y aquí quedaron de pie
capitanes de piedra y cal,
los hombres que en Guinea
conocieron Portugal.
Tales hombres que sintieron
que un animal racional
se opone a aquellos que ofenden
la conciencia nacional.
 
Tales hombres que supieron
hacer la revolución
porque en la guerra entendieron
lo que era la liberación.
Los que vieron claramente
y con los cinco sentidos
morir tanta, tanta gente,
que todos quedaron vivos.
 
Tales hombres hechos de acero
templado con la tristeza
que envolvieron en un abrazo
toda la historia portuguesa.
Esa historia tan bonita
y después tan maltratada
por quien heredó la desdicha
de la historia colonizada.
 
Dale al pueblo lo que es del pueblo,
pues el mar no tiene patrones
¡No había Estado Novo
en los poemas de Camões!
Había sí la lejanía
y una vela desplegada
para llevar la ternura
a distancia imaginada.
 
Fue este lado de la historia
que los capitanes descubrieron
que durará en la memoria
de las naves que de Abril partieron.
De las naves que transportaron
nuestro abrazo profundo
a los pueblos que ahora dieron
nuevos países al mundo.
 
Al saber cómo es
quedaron de piedra y cal,
capitanes que en Guinea
descubrieron Portugal.
Y en su patria hicieron
lo que debían hacer:
a su pueblo devolvieron
lo que del pueblo tenía que ser:
bancos, seguros, petróleos
que pasaron a rendir
en contra de los monopolios
para el trabajo crecer.
Grúas, puertos, navíos
y otras cosas para construir
antenas centrales y líneas
de un país que va a nacer.
 
Incluso si hace frío
es preciso avivarse,
pensar que somos un río
que va a dar donde quiere,
pensar que somos un mar
que nunca más tendrá fronteras
y tenemos que navegar
de muchísimas maneras.
En el Miño con pies de lino,
en Alentejo con pan,
en Ribatejo con vino,
en la Beira con requesón,
y cambiando ahora las vueltas
al giro de la producción,
en Alentejo bellotas,
en Algarve mazapán,
vendimias en Alto Duero,
tomates en Azeitão,
aceite de color de oro
que es verde al pié de Fundão
y queda amarillo puro
en los campos de Baleizão
¡Cuando la tierra fuera del pueblo
el pueblo le daría la mano!
 
Es esto la reforma agraria
en su propia expresión,
la manera más primaria
de la que tenemos un trozo
de la semilla proletaria
de nuestra revolución.
Quien la hizo era soldado,
hombre nuevo, capitán,
mas también tenía a su lado
muchos hombres en la prisión.
 
De todo lo que Abril abrió
ahora poco se dice,
un niño que sonrió,
una puerta que se abriese,
un fruto que se expandió,
un pan que se repartiese,
un capitán que siguió
lo que la historia le predijese,
y entre viñas, terrenos,
valles, huertos, aradas,
sierras, atajos, veredas
marismas y playas claras
un pueblo que levantaba
sobre un río de pobreza
¡la bandera que ondulaba
su propia grandeza!
De todo lo que Abril abrió
ahora poco se dice
y solo nos faltaba ahora
que este Abril no se cumpliese.
Solo nos faltaba que los perros
viniesen a hincar el diente
en la carne de los capitanes
que se arriesgaron en el frente.
 
En el frente de todos nosotros,
pueblo soberano y total,
que al mismo tiempo es voz
y brazo de Portugal.
Oí a banqueros fascistas,
especuladores aficionados,
terratenientes machistas,
vanas palabras de relleno,
y otras cosas en istas
que no cabe aquí decir.
¡Que a los capitanes progresistas
el pueblo dio el poder!
Y si ese poder un día
lo quisiera robar alguien
no se queda en la burguesía
¡Vuelve a la barriga de la madre!
Vuelve a la barriga de la tierra
que en buena hora lo parió,
ahora nadie más cierra
las puertas que Abril abrió.