El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia

Manuel Sacristán, "El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia"

Texto de 1978 editado por Joves Comunistes.

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El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia

 

 

 

 

     Peut-on éviter de se laisser preñare a ees jeux sté-riles en parlant de Marx et de ses enseignemenís? Autrement dit, peut-on parler raisonnablement, en respectant les regles élémentaires de la logique et la vérité palpable des faits? Bref, une marxologie scientifique est-elle possible quand on se trouve en face des exhibitions fantaisistes de toute une corporation —universitaires y compris— d'intel-lectuels?

Maximilien Rubel (1978)

 

En el mejor sentido de la palabra resulta oportuno ocuparse de Marx, ahora que ya este autor va siendo abandonado por la solicitud fantasiosa de que fue objeto durante los dos últimos decenios. En este último perío­do de moda marxista, centrado en torno a 1968, domina­ron el horizonte unos espejismos particularmente enga­ñosos a propósito del asunto que hoy consideramos, el trabajo científico de Marx. Eso contribuye a explicar el que, desde hace aproximadamente dos años, la discusión sobre la calidad científica del trabajo de Marx, o su falta de calidad científica, se sitúe bastante en el centro del cuadro de la crisis que están atravesando los movimien­tos políticos explícitamente marxistas y varias corrien­tes de pensamiento de esa misma tradición. Se puede observar que los autores que más críticamente se están haciendo oír sobre la cuestión son filósofos que hasta hace muy poco tiempo entendían la obra de Marx del modo más cientificista, como un pensamiento en ruptu­ra, corte o coupure (por usar un término muy usado des­de los años sesenta), con sus orígenes metafísicos. La duda acerca de la calidad científica del trabajo de Marx da menos que hacer a otras comprensiones de nuestro autor que no son cientificistas; por ejemplo, no se nota ninguna perturbación importante por cosas así en co­rrientes que entienden a Marx más bien como un filósofo social, o como un filósofo de la cultura, al modo de la escuela de Frankfurt; ni tampoco entre los que leen a Marx principalmente como a un filósofo de la revolu­ción, lo que alguna vez se llamó «marxismo occidental», con la escuela de Lukács y otras tradiciones; todos estos, o casi todos estos, coinciden hoy en la necesidad de revi­siones más o menos importantes de modos de pensa­miento presentes en la obra de Marx, o de tesis de éste. Pero en ninguna de estas corrientes aludidas se percibe la situación de crisis teórica y práctica como un derrum­bamiento. Los economistas, por su parte, se consideren marxistas o no, suelen desde antiguo ver en Marx, sim­plemente, un clásico, tan inspirador como cualquier otro de una tradición que unos economistas modernos cultivan, otros rechazan, ninguno debe sacralizar y todos pue­den considerar interesante1.

En cambio, los autores a los que me he referido, in­telectuales en crisis (ejemplos de ellos sean Althusser y Sollers en Francia, Colletti en Italia), son filósofos que reaccionan con formulaciones dramáticas a su descubri­miento reciente de que la obra de Marx no es, contra lo que ellos habían enseñado hasta hace muy poco tiempo, ciencia exacta, scientia in statu perfectionis, como decían los viejos filósofos, ni menos «la única ciencia social», como había proclamado Philippe Sollers del «marxismo-leninismo». Las interpretaciones que hacían de Marx Al­thusser y Colletti coincidían en basarse en la idea de un corte completo entre el Marx maduro y su formación fi­losófica anterior, que fue principalmente hegeliana. El caso de Sollers es pintoresco; en su época de infatuación marxista-leninista-pensamiento Mao Tse-tung había sido fértil en graciosas frases como la mencionada de que el marxismo-leninismo es la única ciencia social moderna, o como el memorable descubrimiento de que la esencia de la revolución cultural china es la destrucción de la cuestión del sentido: mil millones largos de chinitos con­vertidos, al modo misionero, en ilustración de una me­diocre semiótica de especulativa... Althusser y Colletti es­tuvieron, desde luego, siempre lejos de esas cosas. Ellos dan involuntariamente un ejemplo mucho más interesan­te de los escollos que amenazan a la navegación marxista. Ambos son autores que no sólo cumplen los habitua­les criterios de calidad académica, sino que los rebasan ampliamente, hasta dar más la imagen del maestro que la del profesor. Sin embargo, desde la altura de la cri­sis, que ellos mismos expresan, de las anteriores lecturas de Marx por estos autores, éstas se ven hoy como una es­pecie de hagiografía, como una vida de santo intelectual. Sus anteriores interpretaciones confundían de hecho lo que es historia de las ideas, estudio filológico (por decir­lo subrayadamente), con lo que es cultivar libremente la tradición de un clásico. Una cosa es estudiar y expli­car el pensamiento de Marx; otra hacer marxismo hoy. Muchas cosas que enseñaban Althusser y Colletti hace cinco años (tal vez todas) se estudian más provechosa­mente como pensamiento (de tradición) marxista de uno u otro de esos autores que como pensamiento de Marx. Por lo demás, esta confusión entre el tratamiento filoló­gico de un clásico y la continuación productiva de su le­gado es frecuente en las tradiciones en cabeza de las cua­les hay un clásico que lo es no sólo en el sentido de pa­radigma de pensamiento teórico —en particular, cientí­fico—, sino también en el de inspirador moral, práctico o poético.

Pero no es mi intención hacer polémica, sino sólo lo que he llamado filología, es decir, hablar del pensamien­to de Marx, no presentar continuación —buena o mala, productiva o estéril— de su pensamiento. Y no por deseo de escurrir el bulto, ni porque crea que un clásico haya de ser siempre objeto de lectura filológica, sino porque me parece que entre las varias cosas buenas que se pue­de sacar de una situación de crisis, de cambio de perspec­tiva, está la posibilidad de restaurar el estudio de las ideas sobre una buena base histórica. Éste es un momen­to favorable para que los marxistas emprendan el inten­to, porque el estéril ideologismo del que ellos mismos pa­recen irse librando se enseñorea hoy más bien de la nue­va moda anticomunista —también ella article de París, como el anterior marxismo tartarinesco—, a la que no me voy a referir porque no tiene nada que decir acerca de las modestas y nada espectaculares cuestiones de filo­sofía de la ciencia que me propongo tratar aquí.

De todos modos, aun sin voluntad polémica era obli­gado referirse, para empezar, al marco de disputas, crí­ticas, contracríticas y autocríticas en que se sitúa hoy cualquier cuestión de marxismo; había que hacerlo, pri­mero, por no ignorar soberbiamente la situación, y, se­gundo, porque en lo que interesa a la filosofía de la cien­cia los autores mencionados, por curiosa que a veces re­sulte la inesperada furia con que rasgan sus vestiduras, antes tan rígidas, son filósofos considerables, no «litera­tos que saben las cosas a medias», halbwissende literati, como decía Marx2 ; son filósofos considerables que ex­presan de un modo algo impropio una problemática nue­va para ellos, pero nada imaginaria. Atendamos, por ejemplo, a Colletti: él ve su nueva dificultad para la lec­tura de Marx en la necesidad de reconocer, contra lo que había afirmado siempre, que en la obra de Marx hay dos conceptos de ciencia: el concepto normal de ciencia (di­gámoslo así, sin meternos en honduras, utilizando el tér­mino hecho célebre por un conocido historiador y filóso­fo de la ciencia, Thomas S. Kuhn), el concepto de ciencia que cobija normalmente a los científicos; y el concepto hegeliano de ciencia o Wissenschaft, una noción de ori­gen platónico que engloba el conocimiento de las esen­cias, la metafísica.

No hay ninguna duda de que esa formulación por el propio Colletti de la crisis de su anterior convicción que veía en Marx un científico puro y normal es acertada. Colletti lleva mucha razón; tanta, que uno puede pregun­tarse cómo no se dio cuenta antes de algo tan evidente, de que ni el pensamiento de Marx ni ningún marxismo positivamente relacionable con Marx son ciencia pura, ni sólo ciencia. El mismo léxico de Marx bastaba para darse cuenta de eso: Marx habla con desprecio de lo que él llama science, en malintencionado anglofrancés, y habla con orgullo de lo que llama deutsche Wissenschaft, saber alemán, literalmente «ciencia alemana», igual que más tarde los nazis. Entre otras cosas, porque tiene en común con éstos una tradición: la del idealismo alemán. Cuan­do se quejaba del patriotismo de Marx, Bakunin tenía bastante razón (tanta cuanta Marx cuando se quejaba del paneslavismo de Bakunin).

Autores mucho menos conocidos que nuestros filóso­fos sabían hace tiempo esta novedad debilitadora del marxismo cientificista y teoricista de estructuralistas y neokantianos. Paul Kagi, por ejemplo, un viejo funciona­rio sindical suizo que nunca fue profesor de ninguna uni­versidad, se había expresado así en 1965: «Afirmaremos: Marx encontró en Hegel una estimación de la ciencia empírica, pero, al mismo tiempo, un concepto de ciencia que abarca desde la ciencia empírica hasta la doctrina de las ideas [...]»3.

Ahora bien (por decir breve y claramente mi opinión): los conceptos de ciencia que presiden el trabajo intelec­tual de Marx, las inspiraciones de su tarea científica son no dos, sino tres: la noción de ciencia que he propuesto llamar normal, la science; la noción hegeliana, la Wis­senschaft, que ahora percibe Colletti y que hace quince años trató Kagi; y una inspiración joven-hegeliana, reci­bida de los ambientes que en los años treinta del siglo pasado, a raíz de la muerte de Hegel, cultivaban crítica­mente su herencia, ambientes en los cuales vivió Marx; en ellos floreció la idea de ciencia como crítica. Science, Kritik y Wissenschaft son los nombres de las tres tradiciones que alimentan la filosofía de la ciencia implícita en el trabajo científico de Marx, así como este trabajo mismo.

Me propongo ahora documentar la presencia en la obra de Marx de las dos tradiciones filosóficas del con­cepto de ciencia hoy menos corrientes, dejando aparte la noción normal de ciencia, que doy por supuesta y que es la que, pese a todos los cambios de «paradigma», sigue permitiéndonos atar de un mismo hilo (todo lo retorcido que se quiera) a Euclides, Ptolomeo, Copérnico, Galileo, Newton, Maxwell, Einstein y Crick, por ejemplo. Luego intentaré estimar el peso que esas nociones han tenido en la obra de Marx, y apuntar a lo que más importa: cómo se integran las tres nociones de ciencia en el pro­grama filosófico-científico explícito de Marx o implícito en su práctica.

 

 

La tradición filosófica clásica alemana. Exposición como «desarrollo», o «el método dialéctico»

 

Louis Althusser observó que la noción de desarrollo es el centro de la metodología de Marx. Pero hay que decir que esa circunstancia precisamente caracteriza al Marx maduro como un hegeliano. «Desarrollo» es el tér­mino con que se suele traducir la voz alemana Entwick-lung. Otras veces se vierte por «evolución», que es lo que significa en contextos de biología. En general, al traducir Entwicklung a lenguas latinas hay que tener presente el sentido de evolución.

La idea de fundamentación como desarrollo, en vez de como deducción o como validación empírica, expresa la convicción de que la argumentación acerca de algo no debe ser una cadena de razonamientos indiferentes a la cosa, sino que ha de consistir en la exposición del desple­garse de la cosa misma. («Despliegue» es una traducción admisible de Entwicklung.) Según esa convicción, la argumentación por necesidades externas al objeto, que no sean específicamente suyas —por ejemplo, la lógica gene­ral, o la matemática, o la mecánica, etc.—, no es cientí­fica, porque no es verdaderamente necesaria: «La nece­sidad externa es propiamente necesidad casual»: así ha expresado el fundamento metafísico de esa metodología del desarrollo el fundador de ésta, Hegel4. El criterio de esta metodología hegeliana es considerar científica sólo la explicación por lo que se podría llamar la ley interna de desarrollo del objeto, entendida como algo que no se puede captar desde fuera. Una buena manera de imagi­narse qué quiere decir eso, cuando uno no tiene gran in­terés por estudiar la filosofía hegeliana, es pensar en un símil orgánico, en el desarrollo de un cuerpo vivo, y hacerse cargo de que este ideal metodológico del desarro­llo, de la idea de ciencia como desarrollo del objeto, con­sistiría en que el tratado científico reprodujera el des­arrollo de aquel organismo desde el germen hasta la muerte, visto desde dentro, en vez de explicarlo por ne­cesidades externas. Semejante principio metodológico se­ría una tautología si se aplicara al conocimiento del todo —puesto que no puede haber nada externo al todo—, pero en cualquier otro caso (incluida la misma biología, a causa de la cualitativa noción de lo «interno» que tiene la filosofía romántica), en las corrientes situaciones de la investigación científica, su aplicación puede acercar mucho a la desmesura de los filósofos intuicionistas que (parafraseando una broma de Einstein) exigen que el análisis químico de la sopa sepa a sopa.

La metodología del desarrollo es ya a primera vista muy coherente con la ontología de Hegel. Un monismo idealista como el de Hegel no puede ver como explicación del ser más que la explicatio, el despliegue o desarrollo del ser. Si no hay más que una cosa de referencia en el mundo del conocimiento, también la explicación de esa cosa tiene que estar dentro de ella: no puede haber más argumentación explicativa de esa cosa que la exposición de su desarrollo.

La verdad es que, como a menudo en metafísica, la estructura es en este caso más aparente que real. No había para Hegel ninguna necesidad de invocar el princi­pio metodológico del desarrollo, la evolución o el desplie­gue más que para el ser propiamente dicho, el todo. Por lo demás, una de las expresiones poéticas más rotundas del ideal de conocimiento del filósofo es el célebre dicho «lo verdadero es lo completo», o, como se suele traducir, «la verdad es el todo» (das Wahre ist das Ganzé), el cual, tomando al pie de la letra la noción de completitud, no le obligaba a una metodología del desarrollo para las in­vestigaciones particulares, o de lo incompleto. El que en Hegel y en su tradición se mantenga, sin embargo, la metodología del desarrollo —que es la dialéctica— tam­bién para cualquier investigación particular se debe a de­terminadas aspiraciones de conocimiento que no están necesariamente vinculadas con el idealismo absoluto hegeliano, aunque se compadecen bien con él. Más adelante diré una palabra sobre esto.

La idea de explicación o fundamentación como des­arrollo determina en el plano del método una concepción del trabajo científico que parece estar en contradicción con el sentido común de personas del siglo xx. Para Hegel la explicación-desarrollo es más o menos isomorfa de la evolución del ser y, partiendo de una genérica vaciedad, camina o se despliega hacia completitud, totalidad, con­creción. Cuando empieza el trabajo científico, su fruto es sumamente abstracto. A diferencia de lo que piensa el sentido hoy común, el conocimiento de una cosa no par­te, según Hegel, de lo concreto para ir subiendo hacia generalidades abstractas; no parte, por ejemplo, de con­cretos sensibles para llegar a leyes generales que versen sobre objetos abstractos; sino que, según la hegeliana metódica del desarrollo, las cosas ocurren a] revés, el conocimiento empieza con lo abstracto y asciende a lo con­creto, porque lo que hace (si es conocimiento verdadero) es seguir el despliegue del objeto, su evolución hasta su concreción actual partiendo de la abstracta indetermina­ción que es al principio. Característica del pensamiento de Hegel y de su tradición es la ambigüedad lógico-histó­rica de la palabra «principio» en ese contexto.

Marx ha recibido ese ideal metodológico en sus líneas generales. También él habla de ascenso de lo abstracto a lo concreto contra el uso, corriente hoy, por el cual se suele decir que se asciende de lo concreto a lo abstracto. Pero no sólo ha recibido el enfoque metódico general, sino también muchos de sus elementos. Las nociones de (auto-)contradicción, mediación, alienación son concep­tos que Hegel usa para construir el desarrollo; puesto que el ser que evoluciona es único (es el ser), el desarro­llo tiene que ser obra de ese ser mismo en desarrollo, el cual sólo puede moverse negándose a sí mismo, contradi­ciéndose, poniéndose fuera de sí mismo, que es lo que quiere decir alienándose (enajenándose), y mediándose de nuevo hacia sí mismo. Todos esos conceptos, tan usa­dos sociológicamente en un marco de referencia marxis-ta, vienen de la noción hegeliana de despliegue o evolu­ción del ser, de dialéctica del ser.

Sin duda Marx, al recoger el principio del método dia­léctico, abandona la tesis temáticamente idealista de que el ser que así se desarrolla es de la naturaleza de la Idea. Se trata aquí de la conocida tesis según la cual el método dialéctico de Marx consiste en el método de Hegel, pero con inversión de la ontología de éste. La ingenua metá­fora mecánica, sugerida por el mismo Marx, no da razón de muchas cosas, pero sí que basta para seguir con la que nos ocupa aquí. Al substituir la ontología idealista de Hegel por otra que él considera materialista, Marx se ve obligado a tener en cuenta la concreción material o sensible en su método. Por eso al heredar la idea hegelia­na del ascenso de lo abstracto a lo concreto la varía del siguiente modo: hay un concreto material y un concreto intelectual, de pensamiento o conocimiento. El conoci­miento arranca de lo concreto material y obtiene prime­ro un producto abstracto. Luego el pensamiento va com­poniendo los sencillos abstractos iniciales hasta conse­guir, ascendiendo, concretos de pensamiento. La Entwick-lung hegeliana se configura así como una composición o síntesis con arranque empírico, y así queda de mani­fiesto el elemento más interesante y sensato de la meto­dología hegeliana o dialéctica: la valoración del conoci­miento sintético de lo concreto, contrapuesta al lema clá­sico non est scientia de particularibus. Esta oposición a la epistemología clásica, oposición que es consciente has­ta el punto de teorizarse (sin duda de un modo desen­frenado y abusivo), es precisamente lo que coloca a Hegel entre la media docena de clásicos epónimos de corrien­tes en la filosofía greco-europea del conocimiento.

Dicho sea de paso: la variación metodológica que practica Marx en su «vuelco» (Umstülpung) de la ontolo­gía hegeliana es muy importante para la comprensión crítica de Hegel a la que llega en su madurez. En 1857 Marx piensa que el idealismo absoluto hegeliano se basa en una mala comprensión de la relación entre lo abstrac­to y lo concreto: «Por eso dio Hegel», escribe Marx en la primera Introducción a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, «en la ilusión de entender lo real como resultado del pensamiento que se concentra en sí mismo, profundiza en sí mismo y por sí mismo se mueve, cuando, en realidad, el método de subir de lo abstracto a lo concreto no es sino el modo que tiene el pensamiento de apropiarse de lo concreto, de reproducirlo como con­creto individual. Pero no es, de ninguna manera, el modo de originarse lo concreto mismo»5.

Al hablar de los orígenes del «método dialéctico» de Marx es obligado recordar, aunque sea brevísimamente, los precedentes spinozianos y leibnizianos de la aspira­ción al conocimiento de la «ley de desarrollo» de los en­tes singulares. El rechazo de la tesis clásica de que el individuo no es objeto de ciencia es ya un motivo de la explicatio de Spinoza (el término hegeliano Entwicklung tiene, entre otras, la intención de traducir el latín del filósofo holandés) y, sobre todo, es piedra angular de la filosofía de Leibniz. La tesis leibniziana de la exis­tencia de una noción completa de la substancia singu­lar es la expresión más cargada de este tipo de teoría del conocimiento que vive de la pasión por la inteligi­bilidad de lo singular concreto. Y no hay que olvidar que la idea leibniziana ha tenido una influencia exten­sa y profunda gracias a la eficaz obra de sus divulga­dores. Así aparece, por ejemplo, en el parágrafo 27 del capítulo primero de un manual estudiado por tres ge­neraciones  de europeos  cultos, la Lógica de Christian Wolff:   «Todo lo  que  concebimos  en  un  individuo,  o todo lo que se halla en él, está determinado en todo respecto; y es precisamente por eso, por estar la cosa determinada tanto en lo que constituye su esencia cuan­to en lo que es en ella accidental, por lo que adquiere la cualidad de individuo».

 

 

La exposición de 1857

 

Marx ha escrito por dos veces una presentación te­mática de su «método dialéctico». La primera se en­cuentra en un texto que no publicó, la citada Introduc­ción de 1857 que se suele editar hoy con las Líneas Fundamentales de la Crítica de la Económica Política (Grundrisse); la segunda en el Epílogo a la segunda edición del libro i del Capital, en 1873.

El punto tercero de la Introducción de 1857 está dedicado el método. Se titula «El método de la econo­mía política». Tiene  dos  partes, una en la  que Marx habla del método de la economía política en general y otra en la que se refiere a su propio trabajo. Aquí interesa atender a la primera parte.

Marx empieza presentando la idea hegeliana de que el buen método asciende de lo abstracto a lo concreto; luego expone la observación crítica sobre el idealismo de Hegel antes extractada, basada en la distinción en­tre lo concreto material y lo concreto intelectual; el peso de la gnoseología idealista es, sin embargo de esa crítica, tan grande en Marx que éste no siente ningún interés por la cuestión de la génesis de los elementos abstractos iniciales del proceso de conocimiento, sino que los trata casi como si fueran «datos inmediatos de la consciencia» o neopositivistas proposiciones de pro­tocolo. Por último, tras ilustrar algo su descripción del método científico como ascenso de lo abstracto a lo concreto (por ejemplo, de la idea genérica de trabajo a la peculiaridad del trabajo en una determinada socie­dad), Marx plantea una cuestión que absorbe el resto de la exposición: si existe una correlación entre el or­den lógico «ascendente» de las categorías, de los con­ceptos, y su orden histórico. La historización explícita y problemática del método es otro distanciamiento res­pecto de la dialéctica propiamente hegeliana.

A la pregunta dicha contesta Marx, primero, muy sensatamente, que eso depende, que unas veces hay coin­cidencia entre el desarrollo lógico y la evolución his­tórica y otras veces no. Pero luego, al final del texto, llega a una afirmación mucho más categórica, sostiene la «relación inversa» entre el orden lógico y el histó­rico. Es éste el párrafo que culmina retóricamente con la célebre frase «La anatomía del ser humano es una clave de la anatomía del mono»6. Pero la tesis se ex­presa también más formalmente: «Sería (...) inviable y erróneo disponer las categorías económicas en la misma  sucesión  en  que han  sido  históricamente las   de­terminantes. Su sucesión, por el contrario, se determi­na por la relación que tienen entre sí en la moderna sociedad burguesa, y que es, precisamente, la inversa de la que aparece como natural en ellas, la inversa de la que corresponde a la serie del desarrollo histórico»7. Por no insistir más en este punto, me limito a in­dicar  que  esa  paralógica  identificación   implícita   del orden lógico entre las categorías con el que presentan en la moderna sociedad burguesa rebosa realismo gno-seológico hegeliano. No se puede olvidar, de todos mo­dos, que lo que estamos leyendo es un borrador y que, probablemente, de haberlo dispuesto para la imprenta, Marx  no  habría  mantenido  el   esquema hegeliano   de consumación de los tiempos, de identidad de lo lógico con lo real «último», de lógica escatológica, por así de­cirlo, del mismo modo que sin duda habría quitado la contradicción entre la respuesta empírica a la cuestión orden histórico-orden lógico («Qa depend») y la respuesta casi teológica del final. Probablemente una de las cau­sas de la eternización del trabajo de Marx es que —a pesar de su abundante construcción de esquemas y cons-pectos— cuando se pone a escribir lo hace a chorro continuo   (aunque  muy  lento   a veces),  no   rellenando un desmenuzado esquema  de proposiciones,  como ha­cen el investigador que redacta su memoria o el peda­gogo  que  prepara  su exposición.  Todo  eso   abona  la tendencia de Gramsci y de Althusser a estudiar sobre todo las obras de Marx editadas por él mismo. Pero la mole de los manuscritos postumos obliga, de todos mo­dos, a tenerlos muy en cuenta.

Los estudiosos de economía notarán en seguida que, aunque el texto comentado hable del método de la ciencia económica, sin embargo, lo que dice tiene poco que ver con sus lecturas profesionales.  Una discusión metodológica sobre economía en la que lo debatido es si el orden lógico de las categorías coincide con el or­den empírico de su sucesión histórica, y en la que se llega a la conclusión de que no, de que son órdenes inversos, no es cosa que se encuentre en el capítulo metodológico de un libro hoy normal de ciencia eco­nómica. El texto metodológico de Marx de 1857 cumple otro proyecto intelectual, está manifiestamente buscan­do otra cosa diferente o, al menos, algo diferente de la buscada en  los libros normales  de economía.

Puede parecer que lo que está buscando sea un co­nocimiento histórico, que aquello a lo que ha de servir el «método dialéctico» (versión 1857) no sea la ciencia económica en ningún sentido hoy corriente, sino la his­toria. Sin duda alguna, Marx ha sido muy historiador. Pero lo ha sido más (al menos metodológicamente) en fechas anteriores a ésta de 1857, que es la de su redes­cubrimiento de Hegel; 8 mucho insistía en el punto de vista histórico empírico en 1846, por ejemplo, cuando, en la redacción de Misére de la Phiíosophie, criticaba «el error de los economistas burgueses, que ven en esas categorías económicas leyes eternas, y no leyes históricas sólo vigentes en un determinado desarrollo histórico, en un determinado desarrollo de las fuerzas productivas»9.

En realidad, tampoco es historia «normal» ni me­todología histórica «normal» lo que expone Marx en el capítulo metodológico de 1857. No pertenece a la me­todología histórica normal el problema de la correla­ción entre lo lógico y lo histórico, y aun menos la tesis de que la correlación; es inversa. Sin embargo, es una cuestión esencial .y- central para el- pensamiento de Marx y tiene en él rango metodológico. Lo mismo ocurre en la tradición de Marx, y también en los mejores traba­jos de marxología, hasta el ensayo de Zeleny sobre «Lo lógico y lo histórico en El Capital», fase previa de su conocido libro sobre la estructura de la principal obra de Marx10. La noción de ciencia económica coherente con ese enfoque del problema del método no es ni la noción de ciencia económica positiva hoy común, ni la noción de historia positiva hoy común, sino la no­ción dialéctica de una ciencia histórico-social sui ge-neris.

Esa ciencia tiene su tipo propio de abstracción: «Aunque abstracción, abstracción histórica, que no se podría practicar más que sobre la base de un desarro­llo (Entwicklung) determinado de la sociedad»11. Y, apa­rentemente, cuenta con una providencial, hegeliana lo-gicidad del mundo, tal vez no siempre previsible para los mortales comunes, puesto que unas veces esa Iogi-cidad remonta el río de la historia, como en el caso de las anatomías del hombre y el mono, y otras veces se desarrolla aguas abajo, como en el caso de la diferen­cia entre el dinero y el dinero de crédito: «Aducir la differentia specifica es aquí tanto desarrollo [Entwick-lung] lógico cuanto clave para la comprensión del [des­arrollo] histórico»12. Y otras veces ambos desarrollos, el lógico y el histórico, avanzan juntos, no a contra­pelo, como en la génesis de ciertas formas de capital: «En el dinero —como lo demuestra el desarrollo (Ent­wicklung) de sus determinaciones— [está] puesta la exi­gencia del valor que entra en la circulación y se man­tiene en ella, del valor que se pone a sí mismo: capital. Esta transición [lógica] es también histórica»13. Tam­bién hay coincidencia entre  la transición lógica y  la transición histórica del capital a la propiedad de la tierra, como lo dice el siguiente paso, muy conocido, porque es un comentario al «Plan de los Grundrisse» para El Capital: «La transición del capital a la propie­dad de la tierra es al mismo tiempo histórica, porque la forma moderna de la propiedad de la tierra es pro­ducto de la acción del capital sobre la propiedad feu­dal, etc. de la tierra. Así también la transición de la pro­piedad de la tierra al trabajo asalariado no es sólo dia­léctica, sino también histórica, porque el último pro­ducto de la propiedad moderna de la tierra es la ins­tauración general del trabajo asalariado, que se presenta luego como base de toda la mierda»14.

Si de verdad se despoja uno de todo respeto reveren­cial por los clásicos (sin dar en la mezquinidad de de­jar de admirarlos y de aprender de ellos, y sin olvidar la advertencia de Eugenio D'Ors según la cual todo lo que no es tradición es plagio), se puede apreciar que toda esta cuestión de lo lógico y lo histórico, sin duda importante y de mucho interés, como todas las cuestio­nes metafísicas auténticas, puede dar fácilmente en ex­travagancia estéril cuando se entiende como asunto de metodología científica. En este campo suele acarrear los vicios hegelianos de insuficiencia de la abstracción lógica para que lo cuasi-lógico se pegue bien a lo histó­rico (mala lógica) y excesiva logificación o racionali­zación de la experiencia para que ésta resulte lógicamen­te necesaria (mala empiria). También en la obra de Marx esta cuestión es el marco en el que con más fre­cuencia aparecen paralogismos, armonías pre-estableci-das entre desarrollos supuestamente lógicos (dialécti­cos) y presuntos procesos históricos. Entre esos para­logismos o razonamientos inconcluyentes hay que in­cluir los que se refieren a correlaciones a primera vista sincrónicas  —entre  base  y  sobrestructura,  por  ejemplo—, las cuales tienen siempre para Marx un lado dia-crónico, a saber, el de su «desarrollo».

 

 

La exposición de 1873

 

En el Epílogo a la segunda edición del libro i del Capital Marx recoge las críticas a la primera edición que considera debidas a personas competentes, y nota las discrepancias entre los elogios y entre las censuras. Observa que algunos de los críticos que le son favora­bles elogian su método por su rigor «analítico» o «de­ductivo», mientras otros lo censuran por «dialéctico»; y que unos le reprochan «idealismo» mientras otros ala­ban su modo de tratar el material empírico. Marx in­tenta allanar esas discrepancias entre los críticos con una distinción entre método de investigación y método de exposición. El paso principal, muy citado, se puede extractar así: «[...] el modo de exposición debe dis­tinguirse formalmente del modo de investigación. La investigación tiene que apropiarse detalladamente del material, analizar sus diferentes formas de desarrollo y rastrear su vínculo interno. Sólo cuando se ha con­sumado ese trabajo se puede representar adecuadamen­te el movimiento real. Si se consigue esto y la vida del material se refleja idealmente, puede parecer como si se estuviera ante una construcción a priori»15. La apariencia de construcción a priori se debe a la recons­trucción dialéctica. Por eso el paso incluye el conocido elogio crítico de Hegel: «La mistificación que sufre la dialéctica en manos de Hegel no impide en modo algu­no que él sea el primero en exponer de un modo abar­cante y consciente sus formas generales de movimien­to».

La distinción, aparentemente tan obvia, entre modo de investigación y modo de exposición, que, tomada al pie de la letra, es la común distinción entre méto­dos heurísticos y métodos didácticos, resulta muy pro­blemática en el caso de Marx. Éste no entiende por exposición un discurso puramente didáctico, pragmá­tico. La dialéctica —pues de ella se trata —no se ha entendido nunca, ni antes ni después de Hegel, como instrumento didáctico. En la carta a Engels del 16 de enero de 1858 en la que Marx anuncia su teoría del be­neficio, la dialéctica aparece como «método de elabo­ración» (Bearbeitung) 16 Sin duda se refiere con ese término a lo mismo que en la segunda edición del li­bro I del Capital llama «modo de exposición». ¿Cuál es el estatuto lógico de este «método de exposición» o «método de elaboración»? No es didáctica en sentido corriente, porque para cualquier didáctica, para cual­quier exposición, basta con presentar los hechos que la investigación concienzuda ha preparado y cuyo víncu­lo interno ha rastreado, como dice Marx. Eso es lo que trae un manual o un tratado de mecánica, de genéti­ca o de economía: los hechos bien establecidos y su vinculación interna, los datos y su teorización. ¿Qué estatuto lógico tiene una elaboración que se añade a lo que ya bastaría para exponer un trozo de conocimien­to? Fijémonos en que la aspiración de esta elaboración dialéctica es «representar adecuadamente el movimien­to real» de tal modo que «la vida del material se re­fleje idealmente». Marx admite que precisamente cuan­do se consigue tan buen suceso «puede parecer como si se estuviera ante una construcción a priori». Esta paradójica concesión es una muestra de la vacilación metodológica del Marx maduro, consciente, por una parte, de todo lo que debe a Hegel, pero bien impues­to ya de conocimientos y métodos empíricos y teóricos positivos, ignorados en el mundo mental del idealismo clásico. La curiosa concesión de este Epílogo se redon­dea, además, con la insinuación que en él se hace al lector de que puede prescindir del aparato dialéctico hegeliano. Llevado por el deseo de dar a sus críticos favorables, pero no dialécticos, la clave de una traduc­ción de la «elaboración» de ascendencia hegeliana al lenguaje común de la normal fundamentación cientí­fica, Marx revela en ese texto —y no sólo en él— el carácter metodológicamente redundante de la presen­tación dialéctica: la elaboración dialéctica es algo que se añade a una pieza de conocimiento ya fundamenta­da. La elaboración dialéctica es una fundamentación o validación añadida a la «normal».

Pero esa redundancia lo es desde el punto de vista de la ciencia, no en el conjunto de la obra de Marx. El método dialéctico que describe Marx como método de su elaboración y presentación de los hechos y de la vinculación entre éstos es en substancia el método de desarrollo hegeliano, pero complicado por la introduc­ción de los métodos científicos positivos en las fases de establecimiento de los datos y «vinculación» (teori­zación) positiva de los mismos. Esta metódica aspira a presentar los hechos —una vez establecidos ellos mis­mos y averiguada su interconexión— reflejando su «vida». El símil organicista sugiere que este método que quiere presentar un contenido de tal modo que no sólo quede fundamentado empíricamente y no sólo se sostenga con consistencia teórica, sino que cuente, ade­más, con otra conexión sobreañadida, tiene mucho que ver con el modo de trabajar del artista. El mismo Marx lo ha sentido así, al negarse a publicar su obra en fascículos: «Whatever shortcomings they may have, el mé­rito de mis escritos es que son un todo artístico, y eso sólo se puede conseguir a mi manera, no mandándolos nunca a imprimir hasta tenerlos acabados ante mí. Eso es imposible con el método de Jacob Grimm, el cual es, desde luego, mejor para escritos que no sean una articulación dialéctica»17.

Pero la dialéctica no es redundante para las inten­ciones del trabajo intelectual de Marx no sólo por la aspiración entre organicista y artística que le viene de la tradición de Spinoza, Leibniz y Hegel, Hay una ra­zón más, y es que la dialéctica establece con la reali­dad, con la práctica, una relación diferente de la que suele tener con ella la teoría científica.

Toda teoría científica tiene, como es obvio, una re­lación con la práctica. Se puede llamar tecnológica a esa relación. Es una relación de aplicabilidad en sen­tido técnico: con la ayuda de la teoría se puede calcu­lar, o fabricar herramientas o máquinas, etc. En el caso del pensamiento económico-social de Marx existe, sin duda, esa relación tecnológica con la práctica que tie­ne lo científico en sentido normal. Pero además existe otra relación, como es también sabido: una relación política directa, la cual es precisamente servida por la elaboración dialéctica, por la reconstrucción de la rea­lidad como un todo sistemático individualizado, una reconstrucción que intenta hacer asible el complejo ob­jeto de la actuación política.

La redundancia científica del llamado método dia­léctico (que no es ningún método científico en sentido «normal») da su sentido específico al trabajo intelec­tual de Marx y explica algunas dificultades de lectura. Por ejemplo, el enigma de los «capítulos previos», los vorchapters de su obra a los que Marx se refiere en cartas y borradores, y que debían contener una presentación genérica de categorías económicas universa­les. Es probable que, al cuajar la idea de ciencia de su madurez, con la redundancia metodológica de su dialéctica, tendente a singularizar el objeto de estudio, componiéndolo como en una obra de arte, aquellos vor-chapters de teoría abstracta general, de modesta cien­cia sin dialéctica, perdieran interés para Marx.

Baste por esta noche con lo dicho sobre la inspira­ción hegeliana (propiamente también spinoziana y leib-niziana) de la noción de ciencia de Marx. Ella es, sin duda, la inspiración filosófica más influyente. Pero tam­bién ha tenido mucha importancia en el trabajo cien­tífico de Marx la influencia joven-hegeliana, esto es, la que recibe de los hegelianos de izquierda de los años 1830.

 

 

La inspiración joven-hegeliana

 

Marx ha sido él mismo miembro de la izquierda he­geliana, un «joven hegeliano», al menos desde su explí­cita aceptación de la filosofía de Hegel hasta asimi­larse productivamente la influencia de Feuerbach y li­berarse así de ella. También los demás —los Bauer, Ruge, Strauss, Hess, Echtermeyer— han tenido su pre­sencia en el mundo del joven Marx. La principal inicia­tiva publicística de éste, los Anuarios Franco-Alemanes de 1844, se pueden considerar continuación de la revis­ta del grupo prohibida en Alemania en 1843, los Anua­rios Alemanes de Ciencia y Arte (Deutsche Jahrbücher für Wissenschaft und Kunst), editados precisamente por Ruge, que había de ser coeditor con Marx de los Anua­rios Franco-Alemanes, y por Echtermeyer.

El joven-hegelismo ha dado a Marx la idea de cien­cia como crítica, no como teoría «absoluta». En su epis­tolario con Ruge de 1843, publicado en los Anuarios Franco-Alemanes, Marx escribe:  «Hasta ahora los filósofos habían tenido lista en sus pupitres la solución de todos los enigmas, y el estúpido mundo exotérico no tenía más que abrir las fauces para que le volasen a la boca las palomas ya asadas de la ciencia absoluta»18. Lo contrapuesto ahora a la ciencia absoluta de la vieja filosofía es una filosofía que se ha «mundanizado» y que indica «lo que nos toca hacer actualmente: criti­car sin contemplaciones todo lo que existe; sin con­templaciones en el sentido de que la crítica no se asus­ta ni de sus consecuencias ni de entrar en conflicto con los poderes establecidos».

En la práctica literaria de los jóvenes hegelianos la crítica no lo es tanto de todo lo que existe a secas cuanto de todo lo que existe por escrito. Los jóvenes hegelianos son gente muy herida de letra, y constitu­yen en la historia del cosmos de papel un eslabón in­termedio entre el homme de lettres dieciochesco y el intelectual del siglo xx. Ese hace del concepto joven-hegeliano de ciencia como crítica un obstáculo opuesto a la investigación empírica y a la positividad científi­ca. La concepción de la ciencia como crítica sugiere que los datos e incluso la conexión entre los datos —la teoría— están ya disponibles. Desde el punto de vista joven-hegeliano hacer ciencia es enfrentarse con la cons­trucción científica preexistente y criticarla.

Marx (y Engels) han visto los riesgos epistemológi­cos de esa concepción y la han satirizado en 1845, en La Sagrada Familia que, como se recordará, se subti­tula «Crítica de la crítica crítica». Pero hay que recor­dar también que la idea de la ciencia como crítica está muy presente en la obra de Marx no sólo durante los años 1840 —durante los cuales la crítica es la nota esencial de la noción marxiana de ciencia—, sino tam­bién, aunque ya compensada por una mole de estudios más positivos, durante la década de 1850. La observación crítica sobre Lassalle que Marx escribe a Engels en la carta del primero de febrero de 1858 es muy inte­resante a este respecto,  porque combina la metódica crítica joven-hegeliana con la  dialéctica hegeliana.  Lo hace sin dar importancia al asunto, lo que sugiere que para Marx eso era entonces una obviedad:   «Veo», es­cribe Marx, «que el mozo [Lassalle]  se propone diser­tar hegelianamente de economía política en su segun­do gran opus. Descubrirá por su mal que una cosa es llevar una ciencia, mediante la crítica, hasta el punto adecuado para poder exponerla dialécticamente y otra muy  distinta  aplicar un sistema  de  lógica  abstracto, completo a barruntos  de un  tal  sistema»19. Si eso se toma al pie de la letra —cosa que no sería acertada, porque el Marx de 1858 sabe ya que tiene que trabajar mucho material  empírico—,  habría  que entender  que hacer ciencia económica consiste en criticar largamen­te a  Smith y Ricardo  para  llevarlos  hasta  el   punto adecuado  para poder  exponerlos   dialécticamente.

Por suerte, Marx no ha compuesto así su ciencia, como es sabido. El mismo año de 1858 —y en carta a Lassalle, precisamente— Marx separaba trabajo críti­co y trabajo sustantivo o positivo con una naturalidad liberada del modo de decir joven-hegeliano y hegeliano observado en la carta a Engels últimamente citada. El léxico y el tono sugieren, incluso, una metodología con­trapuesta a la joven-hegeliana: «No puedo evitar, como es natural, considerar críticamente de vez en cuando a otros economistas, principalmente la polémica con Ricardo, en la medida en que éste, qua burgués, está obligado a dar traspiés incluso desde el punto de vista estrictamente económico. Pero, en conjunto, la crítica y la historia de la economía política y del socialismo tendrían que ser objeto de otro trabajo»20. Así que en 1858 Marx había abandonado la identificación joven-hegeliana de ciencia y crítica. La había superado en el plano de los principios metódicos, pero restos de ella quedan en toda su obra posterior, incluido El Ca­pital. El modo de citar utilizado en el libro i de esa obra es un resto de la filosofía joven-hegeliana de la ciencia. Son citas que a menudo parecen estar fundan­do en los autores citados afirmaciones acerca de he­chos no literarios, lo cual sería, naturalmente, un pro­cedimiento por autoridades inadmisible en ciencia. En el Prólogo a la tercera edición del libro i del Capital, Engels ha dado una explicación plausible de ese modo de citar de Marx, atribuyéndolo a acribia histórico-doc-trinal21. Una parte de razón tiene esa explicación por Engels, y quizá la parte principal, a saber, que la ten­dencia de la investigación madura de Marx llevaba a una clara separación de crítica y teoría. Pero, como queda dicho, creo que eso no es todo: al principio, en su proyecto juvenil de obra económica, Marx no había distinguido entre el tratamiento positivo —el «trata­miento real», como él decía— y el tratamiento crítico, el estudio de la literatura. Y no sólo al principio: en la carta a Lassalle del veintidós de febrero de 1858, ya citada, Marx escribía: «El trabajo de que se trata por de pronto es  Crítica  de las  categorías económicas,  o bien, if you like, el sistema de la economía burguesa expuesto críticamente. Es simultáneamente exposición del sistema y, mediante la exposición, crítica del mis­mo»22. El sistema del que habla es el de la ciencia eco­nómica, y el libro se va a llamar Crítica, como efecti­vamente se titula la publicación de 1859. Marx ha ido separando las dos tareas, la crítica y la sistemática, hasta el punto de que, al final, ha sido posible editar separadamente la parte crítica (las Teorías sobre la plusvalía) del manuscrito que más cargadamente reve­la la complicada fusión que había en el proyecto ini­cial23. El motivo joven-hegeliano ya no será título en 1867, como lo fue en 1859, aunque seguirá presente como subtítulo en la portada de El Capital. Crítica de la Economía Política.

 

 

Lo que debe la ciencia de Marx a sus inspiraciones filosóficas

 

Lo mejor que debe Marx a su hegelismo juvenil y a su «redescubrimiento» de Hegel en los años 1850 es la virtud característica de su trabajo intelectual, a sa­ber, la globalidad, el programa de una comprensión completa de la realidad social, del todo social. No sólo seguidores y continuadores, sino también críticos o au­tores ocupados en la refutación de las principales te­sis de Marx han solido reconocer en la obra de éste una eminente calidad sistemática, una teorización de al­cance particularmente extenso y profundo. Lo mejor que la epistemología de Marx debe a la de Hegel es su elaboración de la sentencia del filósofo ya recordada, «lo verdadero es lo completo».

Entre los estudiosos de Marx poco o nada identifi­cados con su pensamiento filosófico y político son, probablemente, Schumpeter y Morishima los que, con es­tilos muy diferentes, más han apreciado la grandeza sistemática del trabajo de Marx. También Joan Robin-son. Ésta, por cierto, piensa que Marx ha aprendido de Ricardo el ideal científico del sistema, de la teoría en sentido fuerte. Me es imposible convencerme de ello, a pesar de la devota admiración con que leo a la se­ñora Robinson. Por dos razones: primera y principal, porque Marx, aun produciendo en una parte de su obra ciencia teórica en sentido estricto, y aun con mayor sis­tematismo que Ricardo, sin embargo, a diferencia de éste, se ve constantemente obligado a desdibujar los límites del artefacto teórico implícitamente formal, al insertarlo en un horizonte social completo, inevitable­mente más nebuloso. Das Ganze es más dilatado que el sistema teórico en sentido formal; das Ganze de Marx es más hegeliano que ricardiano. Por eso no cabe satisfactoriamente en el marco de la teoría en sentido formal, y admite mucho mejor la categoría histórico-doctrinal para la que Schumpeter introdujo el término «visión», menos comprometido con estructuras y for­malidades, o también la categoría kuhniana de «para­digma», como en seguida notaron los economistas nor­teamericanos de tendencia marxista o radical, los cua­les han sido probablemente la claque más entusiasta del éxito del ensayo de Kuhn de 1962; y la segunda ra­zón es que Marx estuvo convencido de que Ricardo era un mal sistemático que, por falta de sistematicidad su­ficiente, habría dado pie a la «economía vulgar»24. El programa teórico ampliamente sistematizador le viene a Marx del ideal de conocimiento hegeliano, enriquecido (y muy dificultado) por la vocación empírica del científico «normal» que, aunque no estudiada aquí esta noche, ha sido una de las dos principales ganancias de Marx en su abandono de la filosofía especulativa (la otra es la vocación revolucionaria). La influencia epis­temológica de Ricardo y, en general, de los economis­tas ingleses ha obrado probablemente más en la lle­gada de Marx a la ciencia normal de su época, al justo aprecio de la empiria, a la adquisición de hábitos analí­ticos, etc. (Aunque también en los análisis cualitativos de la sección primera del libro I del Capital está vi­sible la Lógica de Hegel.)

Economistas e historiadores de la ciencia económi­ca han descrito el carácter de la sistematicidad mar-xiana en lo  que tiene  de  común  con la teoría  «nor­mal» y en lo  que excede  de ésta,  en lo  «aberrante» —por repetir el término de Joan Robinson— respecto de la economía teórica académica del siglo XX25. Mau-rice Dobb ha escrito que Marx «señaló al análisis eco­nómico unos límites más amplios que los del análisis del equilibrio de mercado a los que nos han acostum­brado la economía postmengeriana y la postjevonsiana, en las que se excluyen las relaciones  de propiedad y su influencia por  pensar  que  pertenecen  a  la  teoría social más bien que a la economía26. Y R. L. Meek ha hablado de «una especie de ménage a trois» en el que Marx une «la historia económica, la sociología y la eco­nomía»27.

Meek es excelente, en mi opinión, en su estudio de la demasía de la ciencia marxiana: «En las manos de Marx», escribe, «la teoría del valor no es simplemente una teoría que intenta explicar cómo se determinan los precios; es también una especie de manifiesto me­todológico que contiene la opinión de Marx acerca de cómo se debería estudiar la economía y llama a una restauración de la unidad esencial entre las varías cien­cias sociales»28. Y observa: «Si es acertada esta inter­pretación de la teoría del valor de Marx, se sigue que toda crítica de la teoría [de Marx] que se base en el supuesto de que es una simplificación excesiva, ruda y primitiva se equivoca completamente. La única crí­tica que se le puede hacer es, creo yo, del tipo opues­to: que para nuestros fines actuales es innecesaria­mente compleja y refinada»29.

Se puede incluso corregir «nuestros fines actuales» de Meek por «los fines de la ciencia»: la excesividad, o la «aberración» del programa de conocimiento mar-xiano es el correlato material de lo que he llamado la redundancia metodológica de la dialéctica. La noción marxiana de sistema o teoría contiene, desde luego, la aspiración a un núcleo teórico en sentido científico-positivo, formalizado o formalizable (lo cual justifica, en mi opinión, empresas como la de Morishima y opi­niones como la de Godelier sobre la economía de Marx y la matemática); pero también le es esencial una visión histórica y práctica cuya unión con el núcleo teórico en sentido estricto origina un producto intelectual que no es completamente ciencia positiva aunque, al mismo tiempo, intenta no ser especulación. Se trata de una no­ción de sistema científico que procede de la epistemo­logía hegeliana de la globalidad y la corrige —inten­tando despojarla de especulación— mediante la recep­ción del principio positivo de la «ciencia normal» de la época y la del principio práctico del movimiento obrero coetáneo.

La corrección no es siempre completa. Por repetir la conocida metáfora de Marx, Hegel no queda siem­pre puesto con los pies en el suelo en la filosofía de la ciencia  de  Marx.   El   entusiasmo patriótico  por  la «ciencia alemana»  tiene mucho  que ver con ello.  No son numerosos los pasos de Marx adecuados para do­cumentarlo,   pero   son   concluyentes.   Recordaré,   ante todo, su comentario a Liebig en carta a Engels:  «Com­prenderás, my dear fellow, que en una obra como la mía tiene que haber muchos shortcomings de detalle. Pero la composición, la cohesión es un triunfo de la ciencia alemana, triunfo del que el alemán individual tiene que confesar que no es in no way mérito suyo, sino que pertenece a la nación. Cosa tanto más grata por tratarse, en todo lo demás, de la silliest nation bajo la luz del sol». Pasa luego Marx a citar ciertos descu­brimientos  de Liebig, y unas palabras del bioquímico que dicen así:  «Por la combustión de una libra de car­bón de piedra o de madera no ocurre sólo que el aire recupera los  elementos  necesarios  para volver a pro­ducir esa libra de madera o, dadas ciertas circunstan­cias, el carbón de piedra, sino que, además, el proceso de combustión transforma en sí» [aquí Marx acota: «ob­serva la categoría hegeliana»]   «una determinada can­tidad de nitrógeno en una substancia alimenticia im­prescindible para  la  producción   de  pan y  carne».  A renglón  seguido comenta Marx:   «I feel proud of  the germans. It is our duty to emancípate this "deep" peo-pie»30.

Sólo en un año es anterior esa carta a la publicación del libro I del Capital. Podemos fijarnos, divertidos, en el ineficaz pudor con que Marx pretende encubrir su patriotismo convirtiéndose, para el caso, en escritor inglés. Pero más importante es notar la extravagancia del texto respecto de la ciencia. La fidelidad hegeliana de la «composición» de su pensamiento, de su organi-cidad o dialecticidad, le lleva a formulaciones no per­tinentes que están cerca de los absurdos de la teoría nacionalista de la ciencia. Cierto que aún más cerca estaba de ellos años antes, cuando contraponía Wis-senschaft a science31.

Pero tampoco en épocas posteriores se ha librado Marx completamente del lado extravagante de la teo­ría dialéctica de la ciencia que consiste en ignorar la constitutiva estrechez del punto de vista científico en comparación con el objeto de la dialéctica. A la heren­cia hegeliana se debe una curiosa debilidad de Marx para sucumbir al encanto de la pseudociencia, como se aprecia en su injustificado entusiasmo por el astróno­mo desarientado Daniel Kirkwood, 32 o su juicio favo­rable al evolucionismo arbitrario de P. Trémaux33. (Por cierto que, contra un prejuicio muy extendido, es En­gels el que corrige juiciosamente las fantasiosas salidas cientificistas y pseudocientíficas de Marx, evitando que dejen  poso en   la   investigación  capital   de éste34).   Y, mientras se encandila con pseudocientíficos, Darwin mismo le parece a Marx —pese a la admiración que siente por él— en los años 1860, ruda ciencia inglesa frente a la compleja completitud de la «ciencia ale­mana»35.

El ideal marxiano de la «ciencia alemana», que es en substancia el legado  dialéctico de Hegel, ha pres­tado a Marx el servicio de facilitarle el acceso a su ma­dura aspiración de conocimiento e incluso a la noción de teoría sistemática  (a través de la búsqueda  de lo completo, del «Todo»). Pero, al mismo tiempo, ese le­gado llevaba consigo el riesgo de no llegar nunca a re­conocer  características   esenciales   de   la   ciencia  «nor­mal». La idea de «ciencia alemana», la interpretación del sistema dialéctico como ciencia positiva, o como la ciencia,  sugiere el  desprecio por lo  que Hegel llama, en el prólogo a la Fenomenología, la «agudeza» o «el truco  aprendible»   (der  erlernbare Pfiff).   Ahora  bien: el truco que se puede aprender es elemento esencial de cualquier validación en ciencia. Hay ciencia en sentido corriente, no  sapiencia  reservada  a  titanes  idealistas, cuando se trabaja con trucos que se pueden aprender y enseñar y cuyo  uso,  consiguientemente,  puede  con­trastar todo colega. Lo que no es contrastadle median­te trucos aprendibles puede ser de un interés superior al  de  cualquier  clase  de  ciencia,  pero,   precisamente, no será ciencia.

También parece claro que, aparte de esa desorien­tación fundamental a propósito de los «trucos apren­dibles», el elemento hegeliano de la filosofía de la cien­cia marxiana es responsable de paralogismos y erro­res de detalle sin gran importancia sistemática, pero relativamente frecuentes en la obra de Marx, y con más arbitrariedad especulativa que en la de Engels. Por ejemplo: también Engels ha aducido a propósito de los hidrocarburos la ley hegeliana de la mutación de la cantidad en cualidad. Esta frase, como muchas otras verbalizaciones de la historia de la metafísica («idea», «materia y forma», «potencia y acto», «entelequia», «ne­gación de la negación», etc.) es un magnífico receptácu­lo de sabiduría de la vida, y hasta puede serlo de poe­sía. Pero cuando se pretende someter esas frases a un uso científico positivo se las convierte en trivialidades campanudas con las que no se explica nada. Engels, que tampoco hiló muy fino en esto, no lo ha hecho nunca, de todos modos, tan bastamente como Marx en la nota 205 al capítulo IX del libro I del Capital. En el texto principal había escrito: «El poseedor de dinero o de mercancías no se transforma realmente en capi­talista más que cuando la suma mínima adelantada para la producción se encuentra muy por encima del má­ximo medieval. Aquí, al igual que en la ciencia de la naturaleza, se confirma la exactitud de la ley descu­bierta por Hegel en su Lógica, según la cual alteracio­nes meramente cuantitativas mutan, llegado cierto pun­to, en diferencias cualitativas». Y entonces pone al pie: «La teoría molecular aplicada en la química moderna y desarrollada por vez primera científicamente por Lau-rent y Gerhard se basa precisamente en esa ley»36. El penoso paralogismo —analizado ya muchas veces por los críticos, y por mí también en un viejo escrito, por lo que no me detendré en él— se agrava aquí por la atribución, que Engels corrige, de méritos  desmesura­dos a Laurent y Gerhard.

Otras veces  los deslices hacia la  especulación  son más graves e infligen cierto desprestigio al método de Marx, porque el soberbio optimismo epistemológico del hegelismo reclama o espera del método resultados inal­canzables. Un ejemplo:   en la última traducción caste­llana completa del Capital, el traductor, Pedro Scaron, considera que un paso del libro I tiene que ser una errata o un lapsus, y así lo advierte. El paso en cues­tión dice:  «Efectivamente es más fácil hallar mediante el análisis el núcleo terrenal de las nebulosidades reli­giosas  que  desarrollar   [entwickeln,  a  la inversa, de las  reales  relaciones y  circunstancias  vitales   de  cada caso  sus formas uranizadas.  Este último es  el único método materialista y, por lo tanto, científico»37. El me­nor de los errores de ese texto es que niegue carácter científico al análisis reductivo sociológico de los hechos culturales, religiosos en este caso. (Dicho sea de paso: textos así permiten hacerse un juicio acerca del saber de los críticos que condenan severamente el «reduccio-nismo» de Marx). El mayor error es la pretensión de que  el  método  científico   sea  capaz   de   «desarrollar», partiendo de la base económico-social de una sociedad, nada menos que su teología. Pedro Scaron lleva toda la razón al pensar que ese texto afirma una cosa im­posible. Pero se equivoca al creerlo lapsus o errata. No es ni lapsus ni errata, sino Hegel, idealismo objetivo, «ciencia  alemana».   Si  uno  cree  que conocer es  para la especie humana —y no ya para Dios, supuesto in­sustituible en la reflexión  sociológica— contemplar el despliegue del ser mismo, de la cosa misma, entonces tiene sentido pensar que, si se domina bien el método «real», se puede sacar de la semilla básica, con orgá­nica necesidad, el fruto teológico.

Otro efecto perjudicial de la filosofía de la ciencia hegelizante consiste en que dificulta a Marx precisar el estatuto epistemológico de su trabajo intelectual, cuyo núcleo, como se ha indicado, tiene una estructura propiamente científica (dicho sea formalmente, sin es­timar ahora su validez). No es que Marx ignore siem­pre que está trabajando mediante composición de abs­tracciones. A veces se expresa con una adecuación a la naturaleza de artefacto de la construcción teórica, e incluso a la condicionalidad del discurso teórico, que no siempre se encuentra en sus seguidores. En muchos lugares Marx sabe que está trabajando con lo que hoy se llamaría un modelo. La construcción por L. Althus-ser de un concepto exacto de «modo de producción» tiene esa justificación. Es natural que Marx opere con modelos teóricos, como cualquiera que se dedique a la teoría. Y sus modelos no son menos artificiales ni me­nos abstractos que los de la economía que Dobb llamó «postjevonsiana»38. Lo que sí los distingue de los de ésta es que los de Marx se refieren a un área empírica más amplia, «sociológica» desde el punto de vista de la economía académica de hoy39.

De todos modos, el optimismo de la epistemología idealista hace que la percepción por Marx del hecho de que la teoría es inevitablemente construcción sea os­cura y se pierda a veces.  Sin entrar en la discusión de si lo que Marx ha llamado «caída tendencial de la tasa de beneficio» era o no una noción empíricamen­te justificada, se puede afirmar, en todo caso, que, con­siderada metodológicamente, la noción de «ley de ten­dencia» es una oscura expresión de la relación entre una conexión necesaria en el modelo teórico y la com­plicación, mucho mayor, de la realidad estudiada. La noción de «ley tendencial» se debe entender como ex­presión  poco  crítica  epistemológicamente,  esencialista, en el «modo material de hablar», del hecho de que la realidad no se comporta exactamente igual que el mo­delo   (lo  cual no  siempre  es   prueba  de  inadecuación del modelo).  La  idea  dialéctica  hegeliana  de  que las leyes «actúan» cuando «las circunstancias les permiten actuar»40 se puede interpretar razonablemente de dos modos:  o bien quiere decir que para que el enunciado condicional de una ley se pueda considerar cumplido de manera interesante tiene que haberse verificado el antecedente (y entonces se trata de una sana triviali­dad), o bien pretende decir algo más, hablar realmen­te del mundo, y entonces es sólo una descripción arcaica del trabajo con construcciones  abstractas.

Pero todo eso se puede decir también encomiástica­mente, en vez de hacerlo con la quisquillosa pedantería usada hasta aquí. Por ejemplo, tómense estos dos luga­res del libro III del Capital41:  un determinado factor perturbador «no abroga la ley general. Pero hace que ésta actúe más como tendencia, esto es, como ley cuya ejecución absoluta es detenida, decelerada, debilitada por circunstancias de acción contraria». Una afirma­ción se cumple «tendencialmente, como todas las leyes económicas». De reflexiones metodológicas así, se pue­de decir que están a un paso ya de la plena consciencia del trabajo con modelos teóricos y que, en cualquier caso, dejan abierto el mismo problema que surge ante cualquier explicación teórica, a saber, la de si es posi­ble explicar mediante la teoría en cuestión (o mediante la teoría general de la que forme parte, o mediante otra teoría compatible con ellas) la acción de las «cir­cunstancias impedientes». Pero lo que en este momen­to interesa es subrayar que, incluso en la visión bené­vola de giros de pensamiento como el de «ley de ten­dencia», lo más que se puede ver en ellos es una filoso­fía de la ciencia apreciable, pero imprecisa y, desde luego, no una «superación» dialéctica de los conceptos metodológicos corrientes.

Hay motivos para pensar que el peso del hegelis-mo ha ido aumentando, y no disminuyendo, durante la madurez de Marx. Por lo menos, algunos de los esque­mas hegelianos de Marx más metafísicos y menos cien­tíficos aparecen precisamente en escritos de la última época de su vida. El siguiente paso curiosamente hege-liano del libro II del Capital procede del manuscrito V, lo que quiere decir que es de 1877: «El capital-mercan­cía, en cuanto producto directo del proceso de produc­ción capitalista, hace recordar su origen y, por lo tanto, es en su forma más racional, menos desprovisto de con­cepto que el capital-dinero, en el cual se ha borrado todo resto de aquel proceso, como, en general, se borra en el dinero toda particular forma de uso de la mer­cancías»42. La idea de que donde hay memoria del ori­gen hay concepto es hegelismo puro. Esa consideración no tiene pertinencia alguna respecto de la ciencia.

También son de la última época de la vida de Marx los manuscritos matemáticos ahora accesibles (aunque no con todos los extractos de lectura) en dos ediciones de bolsillo europeas occidentales43. Aparte de que tienen poca importancia en la obra de Marx44, reproducen en lo esencial el pensamiento antianalítico de tradición goethiana y hegeliana, así como las inútiles metáforas a propósito de la noción de diferencial ya conocidas por el Anti-Dühring de Engels. Debo decir que no todos los lectores de esos manuscritos opinan lo mismo, y dos muy caracterizados, la señora Janovskaia, editora de los manuscritos, y Lucio Lombardo Radice, presen­tador de la edición italiana, aprecian mucho en ellos méritos que, desde luego, tienen. Los principales des­de mi punto de vista son la crítica de la noción de in­finitésimo y la construcción de una noción de variable muy próxima de criterios operacionalistas. Con este re­conocimiento debo rectificar algo mi artículo de 1964 «La tarea de Engels en el Anti-Düring»45, en el cual, basándome en los elementos de juicio de que disponía entonces, arriesgué la conjetura de que los manuscritos matemáticos de Marx no debían de ser interesantes. Pero el rechazo por Marx de la noción de límite46, el camino algebraico tradicional que emprende y algunos otros puntos más de detalle (como su forzada compren­sión de Leibniz) no me permiten por el momento cam­biar por completo mi vieja opinión, aunque sí que me considero obligado a estudiar de nuevo el asunto. Será, sin embargo, otra vez, no esta noche, en la que ya andamos cargados de tarea.

Seguramente hemos repasado suficientes aspectos de la mala influencia del hegelismo en la filosofía de la ciencia de Marx (tras haber considerado las influencias buenas) para arriesgar un balance. Un balance favora­ble, porque la oscuridad, las confusiones lógicas, la dis­crepancia entre el trabajo científico y la visión ideológi­ca del mismo, todas esas malas consecuencias de la dia­léctica hegeliana tienen una transcendencia mucho me­nor de lo que puede parecer y, lo que es más impor­tante, las malas consecuencias filosóficas o metodológi­cas resultan muchas veces eliminables sin pérdida del trabajo científico material. Por ejemplo: el uso hege-liano de la metáfora, tan intenso en la obra de Marx. La violenta metáfora del libro I del Capital «metamor­fosis de las mercancías», lo expresado por Marx con la fórmula M-D-M (mercancía-dinero-mercancía), la cual no se refiere, como es obvio, a ningún cambio físico de las mercancías, es una expresión confusionariamente hege­liana. Es evidente que la metamorfosis no lo es de la mercancía, sino del valor (y eso por quedarnos den­tro del entomológico o místico léxico hegeliano de Marx): «Si consideramos ahora la metamorfosis com­pleta de una mercancía, por ejemplo, del lienzo, ve­mos, por de pronto, que consta de dos movimentos contrapuestos y complementarios, M-D y D-M»47. Es claro que sería más sensato decir «movimientos del va­lor» que movimientos de la mercancía, porque del pri­mero no parece tan absurdo decir que unas veces es lienzo y otras es dinero, mientras que decir del lienzo que unas veces es dinero y otras lienzo no resulta nada conveniente. Este modo de decir de Marx incurre en un vicio típico de Hegel (querido por éste como virtud): la abstracción insuficente, la abstracción de confusos, de varios conceptos presentados como uno solo, confun­didos en un solo, abstracción imprecisa que es una técnica de la arbitrariedad de la derivación por «des­arrollo» y hace de ésta un gran truco que no es nece­sario aprender. En el ejemplo aducido la arbitrariedad consiste en sostener que la mercancía en cuestión, el lienzo, vuelve a su vendedor, al tejedor. Pero toda esa mala abstracción hegelizante está encubriendo retórica­mente una abstracción correcta, con el concepto de va­lor, como queda explícito pocas páginas más adelante: «El cambio de forma en el cual se consuma el metabo­lismo de los productos del trabajo, M-D-M, condiciona el que un mismo valor constituya, como mercancía, el punto de partida del proceso, y vuelva al mismo punto de partida también como mercancía. Por eso es un cir­cuito el movimiento de las mercancías»48. Y todavía más explícitamente en el libro II: «En sí mismos y por sí mismos, son M-D y D-M meras traducciones del valor dado de una forma a otra»49.

Otras muchas veces, confusos desarrollos que pare­cen ambiociosamente «profundos» (ya se sabe que ése es el atributo de la «ciencia alemana») se pueden re­ducir a elementales cuestiones de lógica. Un ejemplo destacado de ellos es la larga historia de la especifici­dad o determinación o sobredeterminación de la con­tradicción   dialéctica,  historia  que  ha consumido   con poca utilidad el trabajo de gente tan valiosa como el mismo Engels, Lukács, Gramsci y Althusser. Ocurre que no existe en la dialéctica hegeliana ningún canon exacto y reproducible —ningún «truco aprendible»— para ha­llar cuál es la noción contradictoria de una noción dada, a diferencia de lo que piensa la lógica común, en la que está claro que lo contradictorio de «Todo A es B» dice «Algún A no es B». Lo contradictorio dialéctico hegeliano sería específico (Engels), determinado (Gramsci), sobre-determinado (Althusser). Lo mismo ocurre con otras re­laciones de oposicón que, por lo demás, Hegel no tiene ningún interés por distinguir claramente de la contradic­ción. Muy a menudo Marx añade a una determinación la indicación de la oposición en la cual la toma; por ejem­plo, añade a «capital-mercancía» la indicación «en oposi­ción al capital productivo»50. Esa manera de hablar —ca­racterística de la «oposición determinada», «específica» o «sobredeterminada» de la dialéctica hegeliana— impli­ca falta de formalización suficente, falta de teoría y has­ta falta de definción. (De Hegel a Lukács se mantiene el principio metodológico romántico de que no hay que de­finir, sino sólo «determinar».) El valioso objetivo dialéc­tico de no perder el flujo del ser se realiza falsamente renunciando a los conceptos precisos, que son inevitable­mente fijos.

El procedimento es de uso general: las «avances an-nuelles» lo son «en contraposición a las avances primiti-ves»;51  el «capital circulante» lo es «en contraposición al fijo». La constante puntualización sugiere que el que habla se está reservando la posibilidad de otras acepcio­nes, de usar el concepto en otra oposición. La crítica del trabajo de Ricardo con las categorías capital fijo y capi­tal circulante es de interés para este punto, porque Marx emprende su análisis precisamente con el instrumento de esta oposición determinada. Marx está explicando por qué Ricardo descuida el capital invertido en material de trabajo: «Desde el primer punto de vista [el de la pro­ducción] el material de trabajo se coloca en la misma categoría que los medios de trabajo, en contraposición al valor invertido en fuerza de trabajo. Desde el otro punto de vista [el de la circulación], la parte de capital invertida en fuerza de trabajo se coloca junto con la in­vertida en medios de trabajo. Por eso en la concepción de Ricardo la parte de valor del capital gastada en mate­rial de trabajo (materias primas y auxiliares) no apare­ce por ninguna parte. Desaparece por completo. Y es que ni encaja en la parte del capital fijo, puesto que en cuan­to a su modo de circulación coincide completamente con la parte de capital gastada en fuerza de trabajo, ni, por otra parte, se la puede colocar en el lado del capital cir­culante, porque con eso se suprimiría la identifcación —heredada de Smith y tácitamente mantenida— de la contraposición entre capital fijo y capital circulante con la contraposición entre capital constante y capital varia­ble. Ricardo tiene demasiado instinto lógico para no per­cibir eso. Y, consiguientemente, esa parte del capital se le disipa sin dejar rastro»52.

Ese texto (ejemplo entre muchos otros) tiene interés por dos cosas: en primer lugar, ilustra cómo esa metodo­logía de las contraposiciones que «se toman» de uno u otro proceso o movimiento es una metodología nómada, inexacta, pre-teórica, con sólo un marco general filosó­fico no realizado positivamente. Hace de necesidad vir­tud, como siempre Hegel, pretendiendo que así capta la vida. No define. Cree que recompone mejor lo concreto de pensamiento no analizando lo concreto real. Teme que la definición recorte y que la división parta.

Pero, al mismo tiempo, es también visible en el texto que lo que hay por debajo de la aparente confusión de oposiciones o contradicciones determinadas o sobrede-terminadas es una simple y razonable cuestión de funda­mento divisionis, tratable con toda la elementalidad de la lógica clásica. Lo que Marx está diciendo es, simple­mente, que, en su opinión, Ricardo, siguiendo a Smith, confunde dos principios de división, el que da de sí la di­visión capital constante — capital variable y el que pro­duce la división capital fijo — capital circulante. Por cierto que Marx mismo se expresa a veces sobre estas cuestiones usando léxico de la lógica clásica. Pero la consciencia que tiene de la simplicidad de la problemá­tica es vacilante. Tres páginas sucesivas del capítulo XI del libro II del Capital —cuyo contexto es la crítica de Ricardo antes aludida— constituyen tan completa ilus­tración de los barruntos y las vacilaciones de los borra­dores de Marx en estos asuntos de lógica que vale la pena repasarlas. Marx empieza por observar que la con­fusión de la diferencia entre capital constante y capital variable con la diferencia entre capital fijo y capital cir­culante hace perder la «differentia specifica» (así lo escribe) que más importa para la comprensión del modo de producción capitalista: «En la medida en que la parte de capital gastada en trabajo no se diferencia de la par­te de capital gastada en medios de trabajo más que por su período de reproducción y, consiguientemente, por su plazo de circulación (...), se borra, naturalmente, toda differentia specifica entre el capital gastado en fuerza de trabajo y el gastado en medios de producción»53. Lo que ahí critica Marx es una confusión en la división que anula o desdibuja las definiciones que se basan en ella: el paso de un principio de división a otro. Expresa lo mismo unas líneas más adelante con léxico spinoziano y Ieibni-ziano: «hay confusión entre la determinación según la cual es variable la parte de capital gastada en [fuerza de] trabajo y la determinación según la cual es circulante en contraposición al capital fijo»54. Esta verbalización es completamente paralela de la posible formulación tradi­cional, que diría así: hay confusión entre el principio de división A y el principio de división B. La coincidencia se refuerza a renglón seguido por la reaparición del léxi­co de la teoría tradicional de la definición: «Es claro desde el principio que la determinación del capital gasta­do en fuerza de trabajo como capital circulante o capital fijo es una determinación secundaria en la que se borra toda differentia specifica en el proceso de producción»56. Pero dos páginas más adelante el estado de ánimo y la intención de Marx son diferentes (y estimar uno y otra es importante para entender borradores, que es lo que son estos textos). La reflexión de que entender los me­dios de trabajo en la producción como capital fijo (en vez de como capital constante) es una «determinación esco­lástica que conduce a contradiciones y confusiones»B6 (lo que se podría traducir así: es fruto de una división su-perflua que conduce a contradicciones y confusiones) le pone en un estado de ánimo antiescolástico que no gusta de usar términos de la lógica medieval, que había usado en las dos páginas anteriores. Y así, al final, se pone a hablar hegelesco para exponer su asunto, tan pesada­mente tratado en los borradores que Engels publicó como capítulos X y XI del libro II del Capital: «Aquí no se trata de definiciones bajo las cuales se subsuman co­sas. Se trata de determinadas funciones que se expresan en determinadas categorías»57. Las «diferencias específi­cas» de las que aún hablaba pocos párrafos antes se di­sipan ahora (verbalmente) y, con ellas, la lógica clásica, en beneficio de la «dialéctica». Ese es el camino verbalis­ta (la arbitraria lectura de la primera Crítica por Hegel) seguido por la mayoría de la tradición marxista.

No será necesario recordar que, desde el punto de vis­ta substantivo, esas páginas de Marx aquí aducidas como una de las mejores ilustraciones de las vaguedades y va­cilaciones que dan pie a la tradición del «método dialéc­tico» son agudas y verdaderas. Es verdad que de Smith a Ramsay, como dice Marx, la clasificación única, el aban­dono de uno de los dos principos de división vistos por Smith, ha hecho perder las nociones de capital constante y capital variable. Pero el acierto material no anula la insuficencia formal, que estriba en el fondo en el esencia-lismo, en la tendencia a la reificación propia de la meta­física y la gnoseología tradicionales: es el realismo de la intuición, creer que la división parte y que la defini­ción corta no los conceptos, sino las cosas mismas y que, por lo tanto, para no violentar las cosas no hay que de­finir ni dividir los conceptos.

Al hacer balance, lo decisivo es que en todo caso im­portante es posible la traducción de los esoterismos hege-lianos a razonamiento preciso (verdadero o falso, ésta es otra cuestión). Aun más y de mayor importancia: como ya quedó dicho, ha sido la dialéctica hegeliana (la confu­sa noción de «desarrollo», entre otras) la que ha enseña­do a Marx sistematicidad y, por ese medio, le ha dado sensibilidad para la teoría, permitiéndole rebasar la mera «crítica» de los jóvenes hegelianos. Sin su vuelta a He­gel —en particular a la Lógica— en los años 1850, Marx se habría quedado con un programa científico mucho más pobre. Para documentar ese extremo basta con aten­der un momento a la filosofía de la ciencia implícita en los trabajos de Marx de los años 1840.

En un cuaderno de extractos del año 1844, Marx es­cribe, a propósito de MacCulloch, un comentario al elo­gio de los ricardianos por G. Prévost, el cual aprecia el hecho de que Ricardo trabaje con cifras medias. Marx escribe: «Pero, ¿qué demuestran esas medias? Que cada vez se abstrae más de los hombres, que cada vez se pres­cinde más de la vida real para atender al movimiento abstracto de la propiedad material, inhumana. Los pro-di viduos singulares, reales ».M Este Marx crítico ignora to­davía qué es ciencia teórica. El paso de Marx a la cien­cia impiica, entre otras cosas, una inversión de su posi­ción respecto de Ricardo en el paso citado; esto queda aún más claro a continuación: «Prévost alaba el descu­brimiento por los ricardianos de que el precio se halla representado por los costes de producción, sin que jue­guen ningún papel la oferta y la demanda. 1.a) El buen hombre prescinde de que, para demostrar ese principio, los ricardianos tienen que recurrir al cálculo de medias, es decir, a la abstracción de la realidad»."3" Cuando Marx descubra (ayudado por Hegel) que no hay ciencia sin abs­tracción y se ponga a hacer ciencia, recurrirá, precisa­mente, a .Ricardo y a las tasas medias58.

La inoperancia científica de la filosofía crítica joven-hegeiiana quedaría superada en los años 1850, con el re­descubrimiento del sistema de la lógica hegeliana y la subsiguiente comprensión del valor científico de la eco­nomía clásica (principalmente de Pretty, Quesnay, Smith y Ricardo). El esfuerzo que necesitó Marx fue considera­ble, porque su formación de filósofo le había impuesto la ignorancia de hechos y la pobreza de instrumentos que son las enfermedades profesionales del gremio."1 Pero, si bien era poco fecunda para la ciencia, la filosofía crí­tica iba a ser, en cambio, un elemento permanente de la visión general de Marx. La «crítica crítica» ha contribuido a proporcionar a Marx la percepción de las limitacio­nes de una teoría económica no sociológica, las limitacio­nes que intentaría rebasar con la amplitud abarcante de la dialéctica. En los extractos sobre MacCulloch de 1844, Marx percibe inadecuadamente esas limitaciones de la «economía pura», porque ve en ellas «infamia» (como el posterior marxismo vulgar) en vez del esquematismo ine­vitable de la abstracción. Pero la motivación crítica no se perderá luego, cuando deje de oponerse estérilmente a la teoría: «La infamia de la Economía nacional consiste en especular partiendo de los intereses contrapuestos por la propiedad privada como si los intereses no se hallaran separados y la propiedad fuera común. De ese modo se puede demostrar que si yo lo consumo todo y tú lo pro­duces todo, el consumo y la producción guardan su justa proporción»62.

 

 

Crítica, metafísica, ciencia

 

Tal vez haya quedado claro que el paso de Marx a la ciencia discurre paralelamente a su recepción definitiva, en los años 1850, del hegelismo. Que Marx haya llegado al núcleo más teórico de su pensamiento gracias en gran parte a Hegel (sobre todo a partir de la intensificación de la influencia de éste en los Grundrisse, 1857) es una buena muestra de lo retorcidos que son los problemas de la heurística que Popper excluía, con astuta cautela, de la filosofía de la ciencia. Los problemas de la heurística y sus bromas, pues precisamente el elemento más anti­científico de su formación —el hegelismo— es el que lleva a Marx a lo más científico de su obra. Mientras no recupera a Hegel, otros elementos de su horizonte inte­lectual —la filosofía crítica de los jóvenes hegelianos, la de Feuerbach y el socialismo francés— impiden que su estudio de los clásicos de la economía política fructifique en una concepción científica propia, pues hacen que la ciencia económica, con sus cifras medias, le parezca sólo una infamia.

El problema de la relación entre metafísica y ciencia asoma visiblemente detrás de la inspiración hegeliana de la ciencia teórica de Marx. La motivación metafísica ha sido fecunda para la ciencia de Marx. El equívoco meto­dológico de nuestro autor, que consiste en tomar por mé­todo en sentido formal una actitud (la dialéctica) y por teoría científica la visión de un objetivo de conocimien­to (la «totalidad concreta»), se debe a la versión hegelia­na de una aspiración antigua: el deseo de conocimiento científico de lo concreto o individual, en ruptura con la regla clásica según la cual no hay ciencia de lo particu­lar. Esa aspiración, muy central en la filosofía de Leib-niz, ha tomado en Hegel la forma de una pretendida lógi­ca de lo individual, de lo concreto histórico, con la cual se podría «desarrollar» el ser hasta la concreción actual, articulando así su historia al mismo tiempo que su es­tructura. Ese soberbio programa precrítico enmarca el éxito y el fracaso de la aportación de Marx a la ciencia social y al saber revolucionario.

Es inconsistente el intento de despojar a Marx de su herencia hegeliana para verle como científico. Desde lue­go que en su trabajo propio cada cultivador del legado de Marx puede hacer de su capa un sayo, y unos harán muy bien en practicar un marxismo cientificista (o en dejar de interesarse por Marx al darse cuenta de la im­portancia de la metafísica de tradición hegeliana en el conjunto de su obra madura), y otros harán con pleno derecho metafísica marxista. Pero Marx mismo, para el que quiera retratarlo y no hacer de él un supercientífico infalible, ha sido en realidad un original metafísico autor de su propia ciencia positiva; o dicho al revés, un cientí­fico en el que se dio la circunstancia, nada frecuente, de ser el autor de su metafísica, de su visión general y explícita de la realidad. No de todos los metafísicos se puede decir eso ni de todos los científicos. De entre los precursores de Marx, aquel con el que éste tiene más pa­rentesco desde este punto de vista es Leibniz, no Hegel ni Spinoza.

La inspiración crítica ha sido mucho menos fecunda en el nacimiento de la ciencia social de Marx. Incluso habría podido impedirlo, según se ha intentado mostrar, si la vuelta de Marx a Hegel en los años 1850 no le hubie­ra facilitado una buena lectura de los clásicos de la eco­nomía política. Pero, por otro lado, aquella inspiración tiene que ver con el hecho de que Marx pueda ser con­siderado como uno de los fundadores de la sociología del conocimiento y de la ciencia. Confío en que no sea sólo una broma destinada a terminar con esta larga charla el decir que la ingenua frase del Marx de 1844, según la cual la economía política es una infamia, es el primer monumento de la sociología de la ciencia. La idea de ciencia como crítica (principalmente como crítica de la ciencia anterior) ha facilitado a Marx la inauguración del análisis ideológico de los productos científicos y tam­bién la consideración sociológica de la ciencia como fuer­za productiva.

Por lo que hace al primer capítulo de la sociología de la ciencia de Marx, el que se ocupa de la relación entre ciencia e ideología, creo que la tradición marxista anda sobrada de esquematismos empobrecedores, ya porque, unas veces, tienda a separar materialmente —no sólo lógicamente— lo científico de lo ideológico en los pro­ductos culturales (los cuales contienen normalmente am­bos elementos a la vez), ya porque, otras, practique un ideologismo universal, considerando «idealista» la sim­ple constatación de la presencia eficaz en la historia del ideal de ciencia desinteresada. De esta tesis sociologista hay que decir que no es de Marx; según ella, Marx es un idealista, porque la primera convicción de su sociología de la ciencia es que ciencia verdadera consiste en conocimiento desinteresado, o, como dice en el libro I del Ca­pital, conocimiento sin más interés que «el pensamiento desinteresado»63.

El otro gran capítulo de la sociología de la ciencia de Marx —la consideración de la ciencia como fuerza productiva y de sus efectos en el trabajo y la vida coti­diana— no procede tanto de la filosofía crítica cuanto de Ferguson y los socialistas ricardianos64. Es, en mi opi­nión, el capítulo de mayor interés desde el punto de vista de los problemas sociales de hoy. Es también el terreno de la revisión más necesaria de la herencia de Marx en interés de las necesidades intelectuales de un marxismo revolucionario para el fin de siglo. En este mismo ciclo de conferencias, el profesor Fetscher adujo hace pocos días un expresivo texto de Marx suficiente para mostrar que el pensamiento de nuestro autor respecto de la ciencía no tiene la ingenuidad progresista reflejada en la cé­lebre frase de Lenin según la cual el comunismo son los soviets más la electrificación, sino que es una concepción bastante más cauta y complicada. Pero Iring Fetscher habría podido citar también decenas de pasos de Marx cargados de optimismo excesivo respecto de la potencia liberadora de la ciencia como fuerza productiva. Marx, por ejemplo, ve muy escasamente la interdependencia entre la ciencia moderna y el capitalismo, lo que, en particular, le impide percibir los primeros conatos de big science; 65  desde los años 1850 cae reiteradamente en pre­sentaciones excesivamente sociológicas de la relación en­tre la ciencia-técnica y el orden social.66 No es éste un momento adecuado para empezar la discusión del pro­blema, la cual  arrancará provechosamente  del capítu­lo XIII del libro I del Capital. Creo que en este complejo de problemas están las cuestiones de mayor interés y de mayor dificultad para un desarrollo productivo del mar­xismo como pensamiento comunista, mientras que las discusiones sobre hegelismo, sobre la ruptura epistemo­lógica, sobre las dos nociones de ciencia presentes en la obra de Marx, etc., todas esas cosas que han ocupado a muchos filósofos marxistas durante los años sesenta y se­tenta, son cuestiones de importancia secundaria, cuyo tratamiento ha producido a menudo mala filología con­fundida con el cultivo autónomo del legado de Marx.

 

 

NOTAS

 

* Este artículo es una redacción de la conferencia del mismo título en la Fundación Miró de Barcelona el 11 de noviembre de 1978, dentro de un ciclo organizado por el Instituto Alemán de Cultura y cuidado por su director, el doctor Hans Peter Hebel.

Seguramente no me habría puesto a redactar esta conferencia si no hubiera contado con dos buenas grabaciones y transcripciones, inde­pendientes una de otra, que hicieron Juan Ramón Capella y Jorge Vigil, robando tiempo a otras ocupaciones más útiles y, desde luego, menos pesadas. Publicado en mientras tanto, n.° 2, enero-febrero 1980

1. La obra de Michio Morishima es buena representante de un ambiente intelectual exento de las crispaciones de filósofos e ideólo­gos, marxistas o antimarxistas, de hábitos mentales predominantemen­te literarios. Escribe Morishima: «Se puede decir sin exagerar que antes de Kalecki, Frisch y Tínbergen, ningún economista, excepto Marx, obtuvo un modelo macrodinámico construido rigurosamente por medio de un método científico. [...] Nuestro acercamiento a Marx es distinto del de la llamada economía marxista. [...] Nuestra intención es reconocer la grandeza de Marx desde el punto de vista de la teoría económica moderna avanzada y, haciendo esto, contribuir al desarro­llo de nuestra ciencia». (Michio Morishima, Marx's economics. A dual theory of valué and growth, Cambridge University Press, 1973, Preface.)

2.   Carta a Engels del 18-VII-1873; Marx-Engels Werke, Dietz Verlag, Berlín, vol. 34, pág. 48. (Se citará esta edición así: MEW 34, 48.)

3. Génesis des historischen Materialismus. Kart Marx und die Dyna-mik der Gesellschaft, Europa-Verlag, Wien-Frankfurt-Zürich, 1965, pági­na. 54,

4.   «Fundador» en el relativo sentido que se verá.

5.   Grundrisse, Einleitung de 1857, Neue MEGA, II, 1.1, pág. 36.

6. Neue MEGA, II, 1,1., pég. 40,

Ibid., pág. 42

Es el mismo año del regalo de Freiligrath: carta a Engels del 16-1-1858; MEW 29, 260. El paso principal se transcribe más adelante.

9. Carta a Pawel Wassiliewich Annenkov, 28-XII-1846; MEW 27, 457

10. Jindrich Zeleny, Die Wissenschaftslogik bei Marx und «Das Kapi-taU, Europaische Verlagsanstalt, Frankfurt, 1968.

11. Carta a Engels, 2-IV-1858; MEW 29, 315.

12. Grundrisse, ed. Dietz, Berlín, 1953, pág. 565.

13. Carta a Engels, 2-IV-1858; MEW 29, 317.

14.   Ibid., pág. 312.

15. Obras de Marx y Engels, Ed. Crítica, Barcelona, 1976, vol. 40, páginas 18-19. (Esta edición se citará así: OME 40, 18-19.)

16. MEW 29, 260. El paso pertinente dice así: «En el método de elaboración me ha prestado un gran servicio el haber vuelto a hojear by mere accident [por pura casualidad] —Freiligrath encontró unos volúmenes de Hegel que habían pertenecido a Bakunin y me los mandó de regalo— la Lógica de Hegel. Si alguna vez vuelvo a tener tiempo para trabajos así, me gustaría mucho hacer accesible para el común entendimiento humano lo racional del método que H[egel] ha descu­bierto, pero, al mismo tiempo, mistificado».

17,   Carta a Engels, 31-VIM875; MEW 31, 132,

18. OME 5, 173.

19. MEW 29, 275.

20. Carta a Lassalle, 22-11-1858; MEW 29, 551

21. «Una palabra [...], por último, acerca del modo de citar de Marx, que se ha entendido escasamente. Cuando se trata de aducir y describir puramente hechos, las citas —por ejemplo, las de los libros azules ingleses— sirven, como es natural, de simple documentación. Diferente es el caso cuando se citan opiniones teóricas de otros econo­mistas. Entonces se trata sólo de precisar dónde, cuándo y por quién se ha enunciado claramente por vez primera un pensamiento econó­mico en el curso de la evolución histórica. En este caso se trata sólo de que la idea económica en cuestión tiene importancia para la his­toria de la ciencia, de que es una expresiión teórica más o menos ade­cuada de la situación económica de su época. No interesa, en cambio, ni poco ni mucho si la idea tiene aún validez absoluta o relativa desde el punto de vista del autor [Marx], o si es ya puramente historia. Así, pues, esas citas constituyen sólo un comentario continuo al texto, tomado de la historia de la ciencia económica. [...]» (OME 40, 26-27.)

22. MEW 29, 351.

23. El manuscrito de 1861-1863.

24. «Tú también habrás notado en tus estudios económicos que, en el desarrollo del beneficio, Ricardo cae en contradicciones con su (acertada) determinación del valor, las cuales han llevado a su escue­la a labandono completo del fundamento o a un eclecticismo de lo más desagradable.» (Carta a Lassalle, 11-111-1858; MEW 29, 554.)

25. Lo que Joan Robinson piensa es que fue una aberración de Marx el enlazar el problema de los precios relativos con el problema de la explotación del modo en que él lo hizo. (Joan Robinson, Collec-ted Papers, Oxford, 1965, vol. III, pág. 176.)

26. Artículo «Pensamiento socialista» en la Enciclopedia Internacio­nal de las Ciencias Sociales, 745.

27. Economics and Ideology, London, Chapman and Hall, 1967, pá­gina 101.

28. lbid., pág. 105,

29. Ibid

30. Carta a Engels, 20-11-1866; MEW 31, 183

31. Por ejemplo, en este paso de una carta a Lassalle de 12-XI-1858: «la economía como ciencia en el sentido alemán está todavía por hacer» (MEW 29, 567.)

32. MEW 31, 144, 146. También en este punto se deja Marx llevar por la doble debilidad del nacionalismo y el hegelismo: «[...] la polé­mica de Hegel desemboca en última instancia en la tesis de que New­ton, con sus «demostraciones», no ha añadido nada a Kepler, el cual poseía el «concepto» del movimiento; y esto lo reconoce ya práctica­mente todo el mundo».

33. Carta a Engels, 7-VIII-1966; MEW 31, 248. La obra de Trémaux (Origine et Transformation de l'Homme e¿ des autres Etres, Paris, 1865) le parece a Marx «un avance muy importante respecto de Dar-win», porque «el progreso, que según Darwin es puramente casual, aquí [en la fantasiosa obra de Trémaux] es necesario sobre la base de los períodos del desarrollo de la Tierra», etc.

34. MEW 31, 256. «Todavía no he terminado de leerlo [el libro de Trémaux], pero ya he llegado al convencimiento de que su teoría no vale nada, por el mero hecho de que ni sabe nada de geología ni es capaz de la más elemental crítica de las fuentes. Las historietas de [...] la transformación de blancos en negros son para morirse de risa [...]. El libro no vale nada [...]» Marx insiste en su erróneo punto d de vista (Carta a Engels del 3-X-1866) y se gana una réplica concluyente de Engels (5-X-1866; MEW 31, 257-260)..

35. «En mi período de pruebas —durante las últimas cuatro se­manas— he hecho todo género de lecturas. Entre otras, el libro de Darwin sobre «Natural Selection». Aunque desarrollado con rudeza inglesa, éste es el libro que contiene el fundamento de historia natural de nuestra visión.» (Carta a Engels, 19-12-1860; MEW 30, 131.) O tam­bién: «El libro de Darwin es muy importante y me conviene como fun­damento científico-natural de la lucha de clases histórica. El precio que hay que pagar, naturalmente, es la grosera manera inglesa del desarrollo». (Carta a Lassalle, 16-1-1861; MEW, 30, 578.

36.   OME 40, 333.

37.   OME 41, 3, nota

38. Sea ejemplo de ello el paso siguiente de la carta a Engels de 9-VIII-1862 (MEW 30, 274) en el que Marx habla de teoría —subrayando el término— en el sentido más formal y abstracto: «Lo único que tengo que probar teóricamente es la posibilidad de la renta absoluta sin conculcar la ley del valor. Éste es el punto en torno al cual gira la disputa teórica desde los fisiócratas hasta hoy». Los tres subrayados son de Marx. O acaso sea más sugestivo de la modelización teórica el siguiente lugar del libro II del Capital, cuyo contexto es la discusión de la circulación de la plusvalía: «De acuerdo con nuestro supuesto —el dominio general y absoluto de la producción capitalista—, no hay, aparte de esta clase [la de los capitalistas], absolutamente ninguna más que la de los trabajadores». (MEW 24, 348.)

39. Desde luego que Marx no los habría considerado «sociológi­cos». Pero también es verdad que él mismo distinguía a veces entre la ciencia económica sin adjetivos y lo que llamaba «economía pura». No ha tematizado claramente la distinción, pero ella actúa incluso en El Capital. Por ejemplo, cuando hace la célebre cita de Ferguson sobre la «nación de hilotas» —formulación, dicho sea de paso, que ha influido mucho en Marx—, lo hace para precisar que no  va  a ocuparse más que de los efectos económicos en sentido estrecho de la división del trabajo: «No es éste el lugar adecuado para seguir mostrando cómo la división del trabajo dentro de la sociedad va asumiendo, junto con la economía, toda otra esfera de la sociedad y poniendo en todas partes los fundamentos de ese desarrollo del especialismo, de las especialidades, y esa parcelación del ser huma­no que hizo estallar ya a A. Ferguson, el maestro de A. Smith, en la exclamación: "Estamos haciendo una nación de hilotas, y no hay libres entre nosotros"». (OME 40, 381.)

40.   El Capital, i, cap. 15. (OME 41, 159.)

41.   MEW 25, 244 y 184

42. MEW 24, 54-55.

43. Karl Marx, Mathematische Manuskripte, Kronberg Ts., Scríptor Verlag, 1974. Karl Marx, Manoscritti matematici, Barí, Dédalo Libri, 1975.

44. «Los manuscritos [matemáticos] representan [...] primaria­mente la asimilación por Marx de la ciencia auxiliar matemática, y carecen de importancia en comparación con la significación epocal de la teoría social de Marx.» (Wolfgang Endemann, prólogo a Karl Marx,   Mathematische  Manuskripte,  cit.,   pág.  8.)

45. En Friederich Engels, La subversión de la ciencia por el se­ñor Eugen Dühring, Grijalbo, Barcelona, 1964. [N. de E.: Vid. en el presente volumen.]

46. Jesús Mosterín me sugirió, acabada la discusión de la confe­rencia,   que   habría   que   estudiar   si   los   apuntes   de   Marx   sobre   el cálculo  y,  en  especial, su  rechazo  del concepto  de límite  presentan alguna afinidad con el análisis  no-standard.  Creo  que hay que aten­der   a   esta   observación   de   Mosterín,   pero  hasta  ahora  no   me   ha sido posible rastrear ese  aspecto en el texto  de los  manuscritos.

47. El Capital (OME 40, 122; MEW 23, 125).

48. Ibid., 126; MEW 23,128.

49. MEW 24, 129.

50. El Capital, n; MEW 24, 207.

51. MEW 24, 213.

52. MEW 24, 219; cursiva mía

53.   MEW 24,226.

54. Ibid.

55. Ibid.

56. MEW24, 228.

57. Ibid.

58. OME5.272.

59. Ibid.

60. El recurso a Ricardo en ese momento explica el que Joan Robinson vea en la obra ricardiana la escuela de teoría de Marx. Ya lie razonado antes por qué sólo puedo adherirme en parte a ese juicio.

61. En los Grundrisse y en los manuscritos del Capital Marx repite el ejercicio con fracciones hasta la náusea, y sin conseguir librarse de errores de cálculo. Todo sugiere que está intentando ha­cerse la mano que le anquilosó la Facultad. A veces resulta patético, cuando tiene momentos de gran satisfacción porque le salen bien unas sencillas cuentas de la vieja, y exclama, como en Grundrisse, 254, «That is it!» [¡esto es!].

62.   OME5, 274.

63. OME 40, 181, n.° 37. Otros muchos lugares son tan elocuentes como ése. Por ejemplo: «Sólo poniendo en el lugar de los conflic-ting dogmas los conflicting facts y las contraposiciones reales que constituyen su transfondo concreto es posible transformar la econo­mía política en una ciencia positiva». (Carta a Engels, 10-X-1868; MEW 32, 181.) «Puesto que el mismo proceso de pensamiento nace de la situación, puesto que él mismo es un proceso de la naturaleza, el pensamiento que realmente entiende no puede sino ser el mismo siempre, sin diferenciarse más que en grado, por la madurez de su desarrollo, lo que supone también la del órgano con que se piensa. Todo lo demás es desatino.» (Carta a Kugelmann, 11-7-1868; MEW 32, 553.) Vienen aquí a cuento también los varios pasos en los que Marx habla de «investigación desinteresada». El lugar clásico es el epílo­go a la segunda edición del libro i del Capital. La investigación desinteresada es la normal para Marx incluso en economía política, siempre que la lucha de clases esté sólo latente. La puede cultivar toda clase que disponga - de los medios materiales e intelectuales necesarios (ocio y. educación) .y no esté amenazada por otra clase ascendente. Eso implica que no toda actividad científica representa intereses de una clase. Ni siquiera toda actividad crítica. (OME 40, 13ss.)

64. Ezequiel Baró y Juan Ramón Capella me han llamado la atención, en la discusión, sobre lo insuficientemente que se consi­dera esa influencia en esta exposición. Éste es, efectivamente, uno de sus varios defectos. En general, por otra parte, el asunto de la ciencia como fuerza productiva sólo se podía tocar de refilón bajo el título de esta conferencia.

65. Así en el cap. 22 del libro i del Capital: «Al igual que el au­mento de la explotación de la riqueza natural por el mero aumento del esfuerzo de la fuerza de trabajo, la ciencia y la técnica consti­tuyen una potencia de la expansión del capital independiente de la magnitud  dada   del   capital   en  funcionamiento».   (OME   41,   248-249.)

66. «Los comunistas tienen que mostrar que sólo en circunstan­cias comunistas pueden llegar a ser prácticas las verdades tecnoló­gicas ya alcanzadas.» (Carta a Roland Danielson, marzo de 1851; esta carta no se ha conservado, pero el paso sí que se ha conservado, porque Danielson lo reprodujo en su respuesta a Marx, del 1-6-1851; MEW 27, 553.) Tiene mucho interés el hecho de que la carta es an­terior en seis años a los Grundrisse, en los que comúnmente se ve el comienzo de la asimilación por Marx de las cuestiones de la cien­cia y la tecnología. (Así lo entiende Ernest Mandel, por ejemplo.)