¿Marx tenía razón? (II)
Proseguimos con el segundo artículo de esta serie enmarcada bajo el sugerente título de “A XX años del fin de la historia”, con clara alusión al ya citado artículo de Fukuyama, en el que pronosticaba la necrológica intelectual del, que según la cadena londinense BBC, es “el filósofo más importante de todos los tiempos”, Karl Marx.
Pero para que esta defunción se confirme, primero hay que demostrar científicamente lo erróneo de las teorías del marxismo. Como ya adelantábamos en el anterior artículo, tras la caída del muro de Berlín y la mistificación de lo neoliberal, desde las más variopintas instancias del pensamiento posmoderno se renegó del marxismo, pero sin reprobar sus teorías, tratándose más de una avanzada ideológica que de una posición científica.
Lo que aquí nos ocupa es ver si las categorías económicas de Marx para analizar el modo de producción capitalista tienen vigencia o, por el contrario, sus planteamientos generales no describen la realidad actual; alejándonos de apriorismos y de modas, pues el anti marxismo se basa más en una moda pasajera que en el riguroso estudio y desmonte de sus postulados.
Lo primero que deberemos de comprobar es lo que Marx y Engels definieron como la contradicción fundamental del capitalismo, la existente entre el carácter social de producción de bienes y servicios y la apropiación por parte de unos pocos capitalistas de sus resultados, la cual se muestra evidente en multitud de procesos y hechos económicos.
Esto se manifiesta en lo que Marx denominó concentración y centralización del capital, es decir, la competencia y el afán por recoger más beneficios lleva al punto de que las principales ramas de la producción están controladas por un pequeño número de empresas, lo que los marxistas definimos como sectores monopolizados. En España esto se manifiesta en que sólo siete empresas controlan el 75% de los alimentos vendidos o, que en el sector eléctrico, diez empresas controlan el mercado europeo en 25 países.
Por otra parte, Marx decía que la sociedad tiende a escindirse en
dos clases sociales fundamentales, las de los trabajadores asalariados y la minoría propietaria de los medios de producción. Esto se denomina, tendencia a la proletarización. Si en 1964 el 62,1% de la población activa eran trabajadores asalariados, en 1994 el 79,86% y en la actualidad está por encima del 83%, a lo que se le podría añadir el 11% de autónomos, de los cuales una gran proporción son trabajadores encubiertos. ¿Se equivocaba Marx al decir que los asalariados se convertirían en la mayoría de la sociedad?
Otro fenómeno que este polifacético alemán describió como intrínseco del modo de producción capitalista es el del empobrecimiento absoluto y relativo de la clase obrera, es decir, el empobrecimiento relativo de los proletarios se manifiesta en la tendencia a que el porcentaje que representan los salarios en la renta nacional (PIB) se reduzca. Claro ejemplo de la validez de esta teoría es que en la UE el peso de los sueldos en el PIB pasó del 70% en 1975 (fecha en la que alcanzó sus cuotas más altas) al 58% en 2006. El caso del Estado español es, si cabe, más ejemplarizante, pues en 2006 representan el 46,4%, (3,2% menos que en 1996), a pesar de que la población activa ascendió a más de 20 millones de trabajadores y trabajadoras. Mientras tanto las rentas del capital han subido desde el mínimo del 25 % del PIB en el año 1967 hasta alcanzar el 40,1 % en el mismo año 2006.
Esto va relacionado con la tendencia al empobrecimiento absoluto de la clase obrera. Los salarios reales en España están prácticamente estancados desde el año 1980 y han bajado un 4% de 1995 al 2005 de manera que el crecimiento económico de los últimos 25 años ha ido a parar a los beneficios del capital, como ya hemos reflejado en el párrafo anterior. Y eso a pesar de que entre 1981 y el 2000 el valor producido por hora de trabajo subió en un 40% mientras que los salarios reales sólo subieron un 15%, según datos del seminario de economía crítica Taifa.
Pero… ¿por qué se produce esto? Marx ya manifestó que el capitalismo es un sistema de explotación de los trabajadores asalariados. La única mercancí
a capaz de generar un mayor valor a las otras mercancías es la fuerza de trabajo de los obreros y obreras. El beneficio de los empresarios sigue saliendo de pagar menos de lo que el trabajador produce y apropiarse de una parte de su trabajo, es decir, la ley económica fundamental del capitalismo: la ley de la plusvalía. Hasta el día de hoy, y no creemos que cambie mucho la situación, ningún economista pro capitalista “ha conseguido aportar ni un solo dato que muestre ausencia de explotación, y en cuanto a los que esgrimen la mejora del nivel de vida de los obreros como prueba de un cambio sustancial en el capitalismo, hay que recordarles que la explotación no excluye mejoras en la situación material del proletariado, logradas, dicho sea de paso, en la lucha contra el capital”, dice el profesor universitario Carlos Hermida. Y añade que “sólo se ha logrado en un limitado número de países desarrollados”, agravándose la pobreza en el resto de países.
Y… ¿si nos vamos a nuestra realidad económica más presente? La realidad económica viene marcada por una de las más profundas crisis periódicas del capitalismo (1873, 1929, 1973, 2000…), movimientos cíclicos por los que atraviesa el capitalismo por la superproducción de mercancías y por la caída tendencial de la tasa de ganancia de los empresarios. Y… ¿quién sino, fue el primero en descubrir estas leyes? Sí, Karl Marx. No es de extrañar que las ventas de “El Capital” (1818-1883) se triplicasen desde 2005, que numerosos economistas de talla mundial digan que hay que volver a Marx o que numerosos periódicos que defienden al capitalismo digan que “Marx está de moda”.
¿Estamos ahora en condiciones de responder afirmativamente a la pregunta que da lugar al título de este artículo? Rotundamente sí, pues alejándonos de modas pasajeras, como apuntábamos al principio, nos sobrarían ejemplos para demostrar que no hay datos científicos para demostrar que la teoría de Marx haya fracasado. Por el contrario hoy ha adquirido mayor fuerza y vigencia; y no porque Marx y Engels sean autoridades del pensamiento a las que haya que acudir cual si fueran dioses, es la realidad misma la que confirma su validez histórica, demostrando que el Marxismo va desde las condiciones generales teóricas a las condiciones empíricas concretas de los trabajadores de cada país.