Comunismo y socialismo
Las arremetidas contra el “comunismo” son realmente boxeo de sombra.
El comunismo, en cuanto concreción histórica, sólo ha existido en forma primitiva, en la infancia de la sociedad humana: no como idea o hecho de conciencia, sino como manera de existencia natural, necesaria, de poblaciones (comunidades) donde no existía capacidad para producir excedentes que permitieran a unos vivir del trabajo de otros y por tanto la cooperación solidaria era espontánea e indispensable y los elementales medios de producción –tierra, instrumentos, habitación, etc.–, de propiedad comunal. No había Estado, ni clases, ni explotación. Ha sido la etapa más prolongada de pervivencia de nuestra especie y su desaparición se fue produciendo cuando el desarrollo de la indicada capacidad permitió a individuos en posiciones favorables apoderarse de los medios de producción y colocarse por encima de los productores directos. Por supuesto, a la fuerza.
Luego la idea –de convivencia en fraternidad, solidaridad y mutuo enriquecimiento, compartiendo los bienes producidos y adquiridos en común– fue surgiendo como planteamiento radical en el curso de las luchas sociales. La feroz reducción de las personas a la esclavitud y la memoria recóndita de la perdida igualdad generaron las primeras nociones conocidas, ligadas a concepciones religiosas. Sectas precristianas, v. gr. los esenios, buscaron practicarlo, y de estos proviene la consigna de dar “a cada quien según sus necesidades”, dos milenios largos después asumida por Carlos Marx. Jesucristo habló y actuó acorde con esa línea y sus adeptos de los primeros siglos, así como frailes y grupos medievales, lo siguieron.
El desarrollo del capitalismo trajo consigo un florecimiento de doctrinas y agrupaciones que alrededor de tal consigna, y denominándose comunistas o socialistas, intentaban poner fin a la explotación de los trabajadores, la división de la sociedad en clases y el imperio de la ética del individualismo excluyente, pero lo pretendían moviéndose en el plano de los sentimientos y la conciencia, sin penetrar en las raíces del acontecer históricosocial ni descubrir que solo mediante el entrelazamiento de los explotados y la idea puede abrirse el camino de la liberación.
Desde las célebres Utopía de Tomás Moro (1478-1535) y La ciudad del sol de Tomás Campanella (1568-1639) hasta los reconocidos Claude Saint Simon (1760-1825), Robert Owen (1771-1858) y Charles Fourier (1772-1837), un gran caudal de planteamientos y propuestas contra el capitalismo y la propiedad de explotación ha dado luces a los combates por la justicia en el mundo. Y de otros menos nombrados no resisto la tentación de transcribir dos expresiones:
El británico Carlos Hall, durante la Revolución Industrial: “Así, pues, ocho décimas partes de la población reciben una octava parte del ingreso anual, y 2/10 de la población reciben 7/8 del ingreso. ¡Y los primeros son los creadores de la riqueza! La miseria de los pobres hace la fortuna de los ricos”.
El francés Santiago Roux, durante la Revolución Francesa: “Peor que la nobleza territorial es la nueva nobleza mercantil que nos aplasta, pues de continuo suben los precios sin que pueda verse el final. ¿Acaso la propiedad de los acaparadores es más sagrada que la vida de los hombres?”
¡Qué les parece! Como escritas para hoy en Venezuela.
El término “comunismo”, que, por supuesto, viene de común o comunidad, reaparece en la era moderna con Francisco “Graco” Babeuf (1760-1797), líder de la izquierda jacobina proletaria durante la Revolución Francesa, quien luchó clandestinamente después del derrocamiento y muerte de Robespierre y lanzó la “conspiración de los iguales”, buscando implantar un gobierno radical que establecería la propiedad común para hacer real la consigna de igualdad.
Socialismo, de sociedad, surge como contraposición a la exacerbación del individualismo, propia del liberalismo económico en auge en la Europa de los siglos XVIII y XIX. Frente al individualismo extremo y el sálvese quien pueda, la idea socialista plantea la búsqueda de la justicia social, el enfrentamiento colectivo de los problemas y la creación de condiciones para el desarrollo pleno de la sociedad y de las personas. Básicamente proviene de intelectuales.
El conjunto de ideas y movimientos mencionados integran el socialismo y el comunismo “utópicos” y dan paso, entre otras expresiones, al “anarquismo” (que plantea la liquidación inmediata del Estado) y al “socialismo científico” marxista, de influencia universal desde entonces, el cual afirma la imposibilidad de ello y sostiene que “Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado”.
Ya sabemos que todo estado, por definición, expresa una dictadura de clase. Si sustituimos el término “dictadura” (que allí tiene una connotación histórico-sociológica muy precisa) por “hegemonía”, podemos hacerlo más entendible y asimilable para la sensibilidad de hoy.