Las organizaciones sindicales y la dictadura del proletariado
Texto escrito por Dimitrov en 1920.
Las organizaciones sindicales y la dictadura del proletariado
Los sindicatos obreros surgieron y se desarrollaron en el período del florecimiento del capitalismo, como organizaciones encargadas de defender los intereses obreros en la misma producción y en los marcos del sistema capitalista.
Los sindicatos comprendían inicialmente tan sólo a los obreros calificados, pero dado su desarrollo posterior estas organizaciones alcanzaron una influencia tan grande entre las masas obreras de los Estados capitalistas avanzados, que se convirtieron en un poderoso factor de la producción capitalista en sus respectivos países. Fueron condenados y perseguidos con furia en el momento de su aparición, para ser reconocidos posteriormente por la propia burguesía y sus ideólogos como organizaciones necesarias para el desarrollo normal de la producción, para mantener la paz y la estabilidad necesarias y regular las relaciones entre el trabajo y el capital, conservando y fortaleciendo el sistema capitalista.
Mediante una burocracia influyente cerril y venal, y en algunas ocasiones a través de pequeñas concesiones y algunos alicientes dados a los obreros, los capitalistas lograron colocar bajo la influencia indirecta de su política explotadora a grandes y potentes sindicatos y por medio de la firma de convenios colectivos a largo plazo con ellos, domesticarlos, y de esta manera se aseguraron durante mucho años un trabajo normal en sus empresas y se preservaron de las frecuentes y repentinas huelgas, tan dañosas para el capital.
La acción del capitalismo en este sentido llegó hasta el punto de que mucho antes de la guerra imperialista numerosos sindicatos obreros, particularmente en Inglaterra y Alemania, no se parecían ya en absoluto a organizaciones obreras de clase, convirtiéndose en instrumento para mantener la tranquilidad de los capitalistas en la producción y asegurarles fuentes de fabulosas ganancias.
Durante la propia guerra, como resultado lógico de la situación reinante en los países capitalistas más desarrollados, los sindicatos que se encontraban bajo la influencia de los social-reformistas burgueses (Alemania y Austria) así como los sindicatos anarcosindicalistas de Francia se situaron incondicionalmente al lado de sus propios imperialistas, apoyaron de la manera más activa su política imperialista de rapiña y dieron al mundo durante cuatro años el vergonzoso espectáculo de respaldar la matanza recíproca de aquellas masas proletarias, cuyos representantes en congresos y conferencias internacionales hablaron hasta la saciedad de “la solidaridad internacional del proletariado en todo el globo terrestre”.
En vano Marx ha señalado ya en 1848 en el Manifiesto Comunista y después, en la fundación de la I Internacional en 1864 el camino revolucionario de los sindicatos obreros, subrayando además que su tarea era de ser escuelas del socialismo y comparaba su papel ante el proletariado con el que desempeñaron las municipalidades urbanas en el pasado ante la burguesía revolucionaria.
Fue en vano el que dieran la señal de alarma antes y en curso de la guerra los socialistas, que permanecieron files al socialismo revolucionario de Marx, contra la degeneración y aburguesamiento de los sindicatos obreros, etc. Muchos de esos sindicatos se habían hundido tan profundamente en el pantano del oportunismo y estaban muy lejos de comprender su misión histórica de clase, porque permanecían sordos y ciegos a lo que no fuera las mezquinas ventajas que podrían recibir con la victoria de la política de conquista de las clases burguesas en sus propios países, pese a que ello se lograra a través de la matanza en masa de las clases obreras y mediante la explotación y la opresión del proletariado de otros países, en particular, de las colonias.
Pero la guerra imperialista provocó un profundo cambio en la situación. Trajo consigo una gran catástrofe para la producción capitalista. Las monedas de desvalorizaron. La carestía alcanzó dimensiones fabulosas. El salario real de los obreros cayó por debajo del mínimo suficiente. Las mejoras y reformas, obtenidas a costa de esfuerzos y luchas de mucho años, desaparecieron irrevocablemente. Los intentos por volver a la situación que existía antes de la guerra, fueron ilusorios. La impotencia y desamparo de los viejos sindicatos, de estos grandes factores en la producción en el pasado, se hicieron sentir aún en mayor grado.
Por otra parte, la revolución victoriosa de los obreros y campesinos rusos abrió la época de la revolución proletaria mundial. Ante la clase obrera de todos los países se plantea el dilema ineludible: morir junto con el capitalismo en putrefacción o por medio de la revolución y la dictadura del proletariado organizar su vida sobre principios comunistas, crear la nueva producción sin capitalistas, sin ganancias capitalistas ni explotación del trabajo.
La vieja doctrina y práctica sindical, según la cual era posible garantizar buenas condiciones de existencia a los obreros en los marcos del sistema capitalista, ya que éste se transformaba gradualmente, se hallan en total bancarrota. Su tiempo ha pasado a la historia. La vida impuso nuevos caminos, esto es, los caminos, trazados ya por Marx, y seguidos con gran tenacidad desde hace largo tiempo por los bolcheviques rusos y los socialistas “estrechos” búlgaros.
Vanos son hoy los esfuerzos de los defensores del capitalismo y de sus agentes social-patrioteros por querer mantener los sindicatos obreros en su situación de mendigos y en su viejo papel, por desviarlos del camino de la revolución proletaria a través de la Federación Sindical Internacional de Ámsterdam y el así llamado Buró Internacional del Trabajo adjunto a la Sociedad de Naciones.
La Federación de Ámsterdam, al igual que la propia Sociedad de Naciones se corroen por insuperables contradicciones internas existentes entre los imperialistas de los diferentes países y representa por sí misma la repetición en nuestros días de la leyenda de la Torre de Babel y la confusión de las lenguas.
Las masas obreras organizadas en los sindicatos marchan cada vez más seguras por el camino de la lucha, por eliminar el capitalismo, por la implantación de la dictadura del proletariado, el camino trazado por el victorioso proletariado ruso. Ellas se agrupan rápidamente alrededor de la Internacional Comunista y del Consejo Internacional de las uniones obreras sindicales de Moscú y movilizan sus fuerzas para el asalto decisivo contra el capitalismo.
Sin negar la posible defensa de los obreros contra la furiosa explotación capitalista , los sindicatos obreros, que se han agrupado y se agrupan mirando hacia Moscú, trasladan el centro de sus esfuerzos y actividades al terreno de la lucha revolucionaria de clase y a su preparación febril para la realización de su gran papel histórico como es la revolución proletaria en sus propios países.
Se comprende por sí mismo que en orden a las organizaciones del transporte, sobre ellas recae según el tipo de trabajo que realizan sus masas, una tarea mucho más importante y difícil.
No eran simples palabras, dichas últimamente por un comunista americano al afirmar: “¡En cuanto las uniones del transporte y mineras elijan definitivamente la revolución, nosotros en los Estados Unidos tendremos asegurado el triunfo de la dictadura del proletariado!”
Esto, aunque en grado menor, es también justo para aquellos Estados que no tienen aún un gran desarrollo industrial, entre los cuales está nuestro país.
No tenemos razones algunas para temer que el proletariado del transporte búlgaro se desvíe de la realización de este papel decisivo para la revolución proletaria en nuestro propio país. Al contrario. Las amargas pruebas por él sufridas durante los acontecimientos de enero y febrero de este año y las valiosas lecciones extraídas de ellos, son una garantía más de que estará en las primeras filas de la lucha revolucionaria de clase por la dictadura del proletariado en nuestro país.
La incorporación de los trabajadores del transporte a las filas de la unión de los obreros del transporte, bajo la bandera del comunismo muestra con toda claridad que él mismo comprende perfectamente sus grandes obligaciones y responsabilidades en el momento histórico actual.