Intervención ante la Comisión Cultural del Comité Central del Partido Comunista Italiano
Intervención de Palmiro Togliatti sobre la posición del Partido Comunista Italiano en relación a la cultura y los intelectuales.
Algunos camaradas me han dicho que es necesario que yo intervenga, en esta reunión, en el debate sobre este punto del orden del día. En realidad, mi intención era no intervenir, quizás porque desde hace algún tiempo empiezo a apreciar, en modo particular en los dirigentes, la capacidad de saber estarse callados, escuchar lo que dicen los demás y sacar provecho para su propio trabajo y para la dirección del trabajo de otros. Por otra parte, aquí están presentes camaradas especialistas de sectores de la ciencia, a los cuales no tenemos nada que enseñar. El informe ha sido completo, perspicaz y, me parece, justo. Finalmente, tenía la intención de tratar la cuestión de nuestra actividad en el campo cultural en una reunión del Comité Central que convocaremos próximamente.
Por eso me contentaré con decir unas pocas palabras sobre dos cuestiones que me interesan y sobre las cuales quisiera atraer vuestra atención para que reflexionéis: una es la de la dirección y el propósito de nuestro trabajo, la otra es de organización.
La cuestión de la dirección y el propósito que me interesa ha sido tocada, aunque de pasada, por el camarada Onofri. En definitiva, desde el principio nos hemos encontrado en este campo frente a una dificultad que unas veces se ha planteado abiertamente, dando lugar al debate y al contraste, y otras veces, sin embargo, ha surgido de los hechos, de los mejores o peores resultados de nuestro trabajo, del éxito o del fracaso de esta o aquélla iniciativa. La dificultad consistía en establecer una relación justa entre el trabajo que realizábamos para organizar la lucha del partido marxista en el campo de las ideas y el trabajo que debíamos hacer para organizar un frente cultural progresista, esto es, una colaboración entre hombres de cultura para alcanzar determinados objetivos que interesan a toda la nación.
A primera vista, parecía a veces que estas dos cosas fuesen diferentes e incluso opuestas. Un frente de ideas de la lucha de la clase trabajadora por su emancipación debe existir. Los clásicos del marxismo lo dicen claramente. El frente de la lucha de clases es triple: está el frente de la lucha económica, el frente de la lucha política y el frente de la lucha de ideas (o ideológica, como suele decirse). Este frente abarca esencialmente el estudio del marxismo y el leninismo, su desarrollo y profundización, la difusión de los principios del marxismo y la lucha contra las corrientes de ideas opuestas al marxismo y no marxistas. Parece claro cuáles deben ser los aspectos de nuestra actividad y la forma de organizar nuestro trabajo en este frente. Por tanto, admitamos que esto está claro para continuar el razonamiento y entremos directamente en el otro aspecto de nuestra actividad cultural.
Desde los primeros tiempos, tras la liberación, se hizo evidente para todos la necesidad de organizar un frente progresista de la cultura italiana y estaba claro que este objetivo era de gran importancia. Cuando el Partido era ilegal y sus cuadros mejores estaban en la cárcel o en el exilio, no es que no se tuviese este objetivo, sino al contrario. Ya entonces debatíamos estas cuestiones y trabajábamos es esta dirección, pero había otras cosas más urgentes y concentrábamos la atención sobre ellas. La clase trabajadora debió resistir primero durante casi veinte años para construir y mantener su partido de vanguardia; después debió tomar las armas para expulsar al extranjero. El sistema de contactos y colaboraciones con el mundo cultural tomó un aspecto particular en estas condiciones. Prevalecieron los motivos de la resistencia y de la lucha inmediata política, militar, etc. Cuando, sin embargo, se comenzaron a hacer las cuentas, tras la victoria sobre el fascismo, y apareció el campo arrasado de la reconstrucción de toda la vida nacional, el frente de la cultura se convirtió en uno de los más importantes. En los periodos precedentes, cuando la organización se reducía a los cuadros más tenaces y se encontraba aislada, la actividad que se desarrollaba en el campo de la cultura era de naturaleza principalmente crítica y propagandística. Después esto se convirtió en uno de los temas importantes de la acción política y como tal debía ser tratado y así surge también la cuestión que he mencionado, esto es: la relación entre la propaganda del marxismo y las relaciones políticas con un mundo cultural donde el marxismo todavía no ha penetrado.
Para mostrar en concreto como se presentó la dificultad, recordaré los términos de una discusión que tuvimos en 1945, si no me equivoco. Para hacer penetrar el marxismo en la cultura italiana, debemos confrontarnos esencialmente, se decía, y es cierto, con el crocianismo, esto es, con la tendencia cultural idealista. En el curso de la lucha de liberación, y también antes, bajo el fascismo, habíamos sido, sin embargo, aliados de muchos intelectuales pertenecientes a esta tendencia cultural, y esto había ocurrido a pesar de que Benedetto Croce no favorecía tal colaboración, al contrario, la obstaculizaba abiertamente. Por otra parte, la tendencia del pensamiento idealista es una tendencia moderna, en pugna, por ejemplo, con la tentativa de devolver el pensamiento italiano al tomismo, a la escolástica medieval. La tendencia idealista, finalmente, en los primeros tiempos de su manifestación en Italia, al final del Siglo XIX, significa sin duda una contribución para liberar a la cultura italiana de la vulgaridad positivista, que se habían acumulado particularmente en las manifestaciones culturales del socialismo de aquéllos tiempos y habían obstaculizado la difusión del verdadero pensamiento marxista. Era necesario, por tanto, saber distinguir, evitar meter en un solo saco todo y a todos, conocer bien la realidad y la historia y saberse adecuar a ellas para poder trabajar de forma eficaz en la dirección que nosotros queríamos. No creo que pueda decirse que en este tipo de cuestiones consigamos siempre verlo claro. Ha habido discontinuidad, asperezas, capitulaciones innecesarias, oscilaciones entre la propaganda pura y la acción cultural de alcance más amplio y, también, contradicciones.
No hablo ahora de aquella dificultad concreta que planteaba hace poco un camarada, diciendo que a veces nuestra intervención crítica hacia una cierta tendencia cultural aleja de nosotros a este o aquel hombre de cultura que de otra forma hubiese estado junto a nosotros en el terreno político. Esta dificultad está, en sustancia, ligada a las cuestiones mencionadas antes y, cuando se presentan, si mirásemos el fondo, descubriríamos que se ha producido alguna equivocación por nuestra parte y, a menudo, la equivocación se ha cometido por ligereza, por superficialidad, por un inadecuado estudio de la cuestión, etc., también en el terreno cultural.
El partido de la clase obrera, en definitiva, tiene la exigencia de conquistar, también entre los intelectuales, siempre nuevos aliados para su lucha política y, aún más, de neutralizar a aquéllos que todavía le son hostiles. Al mismo tiempo, tiene la misión, no sólo de educar en el marxismo a sus militantes e inscritos, sino también de trabajar por la creación de un movimiento o, si se quiere, un frente de cultura progresista, que tenga solidez y coherencia interna y que no puede tener hoy otro eje ideológico que no sea el marxismo. Se trata de ver si existe una contradicción entre estos dos objetivos. Ahora bien, yo no lo creo, aunque es cierto que existen serias dificultades tanto para el cumplimiento del primero como del segundo.
Estas dificultades se reconocen, se limitan y se superan, antes que nada, trabajando bien. Esto quiere decir que es necesario conocer el marxismo y el leninismo, estar familiarizado con las obras y con el pensamiento de Marx, de Engels, de Lenin, de Estalin. Esto quiere decir que también es necesario conocer las cuestiones que se tratan, ya que ésta es una condición indispensable para poder dar juicios precisos, llamar al pan, pan y al vino, vino. Los camaradas que redactan 'Rinascita', 'Società' y la tercera página de los diarios han dado a menudo buenos ejemplos del modo de tratar las cuestiones culturales sin destacarse del marxismo y con eficacia. Sin embargo, también han habido malos ejemplos y errores y, no teniendo tiempo ahora de indicarlos y discutirlos en concreto, advierto, no obstante, que el examen de éstos lleva a descubrir aquéllas cuestiones de orden general sobre las cuales quiero atraer vuestra atención.
Considero justos el análisis y las conclusiones que ha presentado el camarada Salinari sobre el estado actual de la cultura italiana. Se da un estancamiento, una decadencia, una crisis que se manifiesta, con diversa gravedad y en forma diversa, en todos o casi todos los campos de la actividad cultural, de la investigación científica a la investigación filosófica e histórica, de la creación artística a la crítica, y también en las manifestaciones culturales menos elevadas, pero que son a menudo incluso más importantes en cuanto son el instrumento a través del cual se establece la hegemonía cultural de la clase dominante. Lo que impresiona más es la inestabilidad y superficialidad de las corrientes culturales, de un lado, y, del otro, las crecientemente evidentes contradicciones internas del sistema hasta ayer dominante, mientras, no solamente bajo mano, sino, ahora también abiertamente, se trabaja para empujar siglos atrás toda nuestra cultura, destruyendo de ella todo lo que ha habido y todo lo que todavía puede haber de progresista y moderno.
Hasta el derrumbe del fascismo, la corriente dominante en la alta cultura era el idealismo actual1, ya introducido también en la escuela media, en el cual la clase dominante parecía haber encontrado el instrumento cultural más eficaz. Hoy, tras pocos años, aquéllos que todavía osan recurrir a esta jerga intelectual se avergüenzan ellos mismos y ninguno se preocupa ya de comprenderla. ¡Y aquello debería haber sido el punto de llegada de toda la ciencia! El existencialismo ha llegado y se ha ido como una moda del vestir. Las variadas corrientes de renacimiento espiritual y de irracionalismo se alimentan de los medios más diversos y caprichosos, que van desde las consideradas poesías que nadie sabe lo que son ni lo que quieren decir, a las muy serias investigaciones sobre la validez cognoscitiva de la hechicería y la descripción analítica de la mentalidad del pederasta activo y pasivo. El idealismo historicista, variante del idealismo cultural, tiende todavía a prevalecer, aunque con el tiempo ha perdido el impulso y la confianza en sí mismo, y todas sus posiciones están minadas por una contradicción, que se muestra cada vez más claramente, entre el punto de partida, que era racional, y el punto de llegada, que muestra sus capitulaciones prácticas, inspiradas por razones de conservación social, frente al retorno activo de las corrientes de ideas más reaccionarias. Esta contradicción no puede sino surgir de las propias bases del sistema, que se encuentran en el modo de definir y considerar la realidad y particularmente la realidad de la vida social, que es aquélla de todos los hombres.
En este complejo de posiciones culturales contradictorias, confusas y en evidente crisis, nosotros encontramos una riqueza infinita de hechos y momentos que contribuyen a dar una demostración evidente del carácter instrumental que tienen, en una sociedad dividida en clases y dominada por una clase de aprovechados, las manifestaciones culturales de la clase dominante. El objetivo que hoy se propone alcanzar esta clase no es ya, como podía ser en el Siglo XVII, el guiar a los hombres y a los hombres cultos a comprender la realidad social y a modificarla, sino, por el contrario, a distraer la atención de los hombres y de los hombres cultos sobre esta realidad y, sobre todo, negar que la realidad de la vida social pueda ser profundamente transformada a través de un desarrollo de fuerzas objetivas y de la lucha consciente de los trabajadores. La capitulación frente al renacimiento de todo tipo de irracionalismo, de desconfianza, por tanto, en la razón humana y en su capacidad, frente a los desperdicios culturales del pasado, amontonados al azar frente a la razón humana para impedirle comprender y progresar, se ha dejado a la defensa de intereses y posiciones muy determinadas.
Pero, si comprendemos bien las raíces de los procesos que tienen lugar en el campo de la cultura, no tan bien conseguimos explicar las cosas con detalle y, por tanto, intervenir en el debate cultural. Hablando con intelectuales, escritores, profesores, estudiantes de tendencias progresistas, se advierte inmediatamente el desdén del que son presos por la penetración, cada vez más amenazadora, de tendencias culturales reaccionarias en la escuela y en todos los otros campos. La denuncia de este proceso de degeneración no es lo bastante contundente, continua, vibrante en nuestra polémica cotidiana y no conseguimos, después, hacer evidente la relación que existe entre el modo como se realiza este proceso reaccionario y el resto del cuadro del movimiento cultural. Esto disminuye la eficacia persuasiva de nuestras posiciones, no nos permite acercarnos y convencer a hombres que están llenos de desdén por lo que sucede bajo sus ojos, pero que todavía no se han movido de estas constataciones para alcanzar una crítica más adecuada de ideas y de sistemas.
Me parece, por tanto, que en torno a las luchas que se combaten en el campo de la cultura deberíamos conseguir encender pasiones mayores. Los socialistas del pasado, aunque fuesen hombres de escasa cultura o de cultura no marxista, consiguieron hacer esto en mayor medida de lo que nosotros lo hacemos ahora. Cuando Enrico Ferri o Podrecca llegaban hasta las provincias más apartadas para desafiar al canónico de la catedral a probar la existencia de Dios, es verdad que decían un montón de tonterías, pero también es verdad que se trataba de un hecho cultural de gran relieve: no había maestro de escuela o estudiante de clase media que no se interesase.
Para suscitar esta pasión mayor sobre las cuestiones de la cultura, es necesario conocer estas cuestiones e intervenir eficazmente en el debate que tiene lugar sobre ellas. Aquí deben ayudar los camaradas intelectuales, porque es un campo en el que no se puede y no se debe improvisar, se deben evitar las salidas superficiales, que sólo hacen perder credibilidad, y es necesario, por el contrario, estar en la situación de contribuir de forma original a la elaboración y a la toma de nuevas posiciones, según los principios del marxismo, con respecto las cuestiones que surgen en los diversos campos de la cultura y de la ciencia. El ejemplo, aquí, vale incluso Más que el argumento polémico. Tomad las seniles declaraciones que Benedetto Croce viene repitiendo, por ejemplo, sobre la historiografía marxista, que debería consistir, según él, en clasificar hombres, hechos, regímenes, etc., en un ridículo casillero de bienes y males. En realidad nuestros clásicos son los únicos que, como historiógrafos, supieron, desmontando todos los esquemas abstractos de bienes y males, penetrar y comprender el desarrollo de la realidad social y acabar con el majar agua en el mortero de los historiógrafos idealistas y moralizantes. Su ejemplo debe seguirse con una nueva aplicación a la historia de nuestro país, que nosotros debemos solicitar y ayudar de todas las maneras posibles. Haciendo esto en éste y en todos los demás campos en los que hay hombres cualificados, no sólo conseguiremos iluminar mejor las razones y los aspectos de la crisis cultural de las actuales clases dominantes y, por tanto, seremos capaces de acercarnos a los que dudan, a los perplejos, o, por lo menos, de pensar con ellos. También comenzaremos a realizar el trabajo necesario para gestar las bases de una nueva cultura italiana, de una cultura socialista, haremos madurar sus elementos y, poco a poco, los desarrollaremos.
En este punto, sin embargo, hay que insistir en que nos equivocaríamos si afirmásemos que una cultura socialista existe ya y, creada esta cultura sobre no sé qué modelo, pensásemos que no tenemos que hacer más que trenzar juicios a diestra y siniestra. Todavía no existe una cultura socialista italiana. Se debe constituir. Estamos trabajando y combatiendo para formarla y ésta está en formación y avanza con relación a como avanza la conciencia socialista en las masas trabajadoras y en todo el país. Sin embargo, todavía no existe y debemos tomar consciencia de este limite, si queremos estar en la situación de hacerla progresar. El marxismo y el leninismo nos dan el punto de partida; nos dan la dirección general para la comprensión y solución de las cuestiones que se refieren a la economía, a la historia y también a la literatura, las artes y otros aspectos de la vida intelectual y social. La Unión Soviética proporciona un gran ejemplo de la creación de una cultura socialista y nunca se insistirá bastante sobre la necesidad de estudiar este ejemplo, del conocimiento de los progresos que el pensamiento, la ciencia, las artes, han experimentado y están experimentando en la Unión Soviética y en los otros países que avanzan hacia el socialismo. La creación de una cultura socialista italiana es, sin embargo, una tarea particular nuestra, que se nos presenta en relación estrecha a la manera como progresa entre nosotros la acción económica y política. Una cultura socialista lo es, en realidad, por su contenido, pero es nacional en la forma. Este es un punto que no debemos olvidar nunca, por un lado para saber estar en guardia y combatir contra el cosmopolitismo imperialista y clerical y, por otro, porque se nos presenta la necesidad de conocer a fondo los elementos de la cultura italiana y de seguir y comprender en todos sus aspectos la crisis que esta cultura está atravesando. Uno de estos aspectos es la negación de las mejores partes de la cultura italiana, en lo que se refiere a sus valores de libertad, de progreso, de exaltación de la razón. No es cierto que, en una sociedad que siempre ha estado dividida en clases y gobernada por grupos reaccionarios, la cultura haya de ser por fuerza un conglomerado de elementos reaccionarios, de los cuales estos grupos se han servido para consolidar su dominio. La cultura es una arena vastísima donde se combate violentamente entre quien quiere avanzar hacia delante y quien quiere impedirlo, entre lo nuevo y lo viejo, entre lo que surge del ánimo popular y lo que tiende a reprimir este ánimo e impedir su liberación continua de viejas opresiones, supersticiones y miedos. Debemos saber excavar en la tradición popular y nacional, por tanto, para descubrir los elementos italianos de una cultura socialista nuestra.
Para una cultura socialista italiana, Giordano Bruno y Galileo Galilei tienen una importancia mucho mayor que para los otros países, por lo que han sido y por la huella tan grande que han dejado. A pesar de que por todos lados lo han intentado y lo intentan, no consiguen borrar esta huella. El mismo movimiento anticlerical que toma el nombre de Bruno nos da la prueba, y lo digo reconociendo también lo que el movimiento tenía de escasamente científico, de superficial y de equivocado.
Debemos, ciertamente, dar a conocer a los hombres cultos italianos el pensamiento de Belinsky, gran pensador y crítico ruso del siglo XIX, y debemos hacerlo también para combatir aquel analfabetismo en el cual Croce, por ejemplo, querría mantener a la cultura italiana en lo que se refiere al conocimiento de aquellas corrientes intelectuales progresistas que han contribuido al triunfo del marxismo en Rusia. Para la formación, sin embargo, de una cultura socialista italiana, el pensador del cual debemos saber evaluar tanto las posiciones progresistas como los límites es, ante todo, Francesco De Sanctis. De este modo no quiero tampoco abrir un debate sobre los méritos relativos de Jorge Plejánov y de Antonio Labriola. Para nosotros, sin embargo, Labriola permanece como el pensador que, profundizando en las raíces de la cultura italiana de mediados del siglo XIX, con un golpe de ala abre al pensamiento progresista de nuestro país la vía maestra del marxismo.
La importancia de Gramsci en el desarrollo de la cultura italiana me parece tan grande precisamente porque ha sabido moverse con seguridad en esta dirección y según este método. Desde los primeros años de la universidad, recuerdo, él tenía los clásicos del pensamiento marxista que por entonces se conocían en Italia, Marx, Engels, Labriola. Seguidamente conoció a Lenin y a Stalin. En sus 'Cuadernos de la Cárcel', sin embargo, cuando él examina las varias corrientes y expresiones de la cultura italiana, no se encuentra nunca una negación pura o una contraposición abstracta de una realidad a un modelo. En vez de esto se da siempre el análisis atento, objetivo, de todas las posiciones del pensamiento y de la cultura que le interesan y que él descompone en sus elementos, de los cuales muestra el origen, la relación con las posiciones del mundo real, las contradicciones, las inconsistencias. Él sigue este método también en el examen de posiciones insignificantes a simple vista, y es la aplicación constante de este método lo que hace que su crítica sea así de eficaz, porque la hace surgir de la propia cosa, del interior de aquél mundo cultural que estudia.
Debemos ser conscientes de que, en la crisis actual del mundo cultural italiano, que no es separable de la más profunda crisis política y social, maduran ya los elementos que deben contribuir al nacimiento y afirmación de una cultura socialista. Para esta maduración es necesario un trabajo amplio y tenaz que vaya desde el mayor conocimiento del marxismo por nuestra parte, al estudio y a la crítica de las más diversas corrientes del pensamiento; de la difusión de una cultura popular, al contacto y al debate con los exponentes de otras direcciones culturales; de nuestra elaboración original a la crítica de las obras de otros. En este cuadro vasto y complejo, a mí me parece evidente que debe desaparecer cualquier contradicción entre lo que se hace para la extensión y profundización del conocimiento del marxismo y lo que se debe hacer para crear el frente de una resistencia eficaz a la degeneración cultural reaccionaria en nombre de una cultura libre, avanzada y progresista. El contraste será insuperable solamente con aquéllos que conscientemente sirven a un interés reaccionario, que reniegan de la mejor tradición cultural italiana, que reniegan incluso de sí mismos por miedo de que les supere el progreso y se rinden, sordos y estúpidos, a la furia anticomunista. En este cuadro encuentran su puesto la actividad creativa, que no se estimula tan fácilmente, la investigación científica original y la crítica de su dirección, la lucha contra las corrientes reaccionarias y contra la actual desorganización cultural y científica, el contacto con las masas populares, la colaboración con aquéllos que ven el peligro que hoy nos amenaza y que quieren luchar contra él.
La segunda cuestión sobre la cual quiero llamar vuestra atención es la de la organización. No hay nada que vaya bien, en un movimiento como el nuestro, si no se le da el relieve debido a la cuestión de la organización. He advertido que se han dado progresos. Nunca se resaltará bastante el enorme valor que tienen, para la formación de una cultura progresista, las diferentes reuniones que se han convocado para el examen de aspectos particulares de la actividad cultural. Sin embargo, me parece que, en este campo, todavía falta un instrumento de organización con la continuidad necesaria del cual nos sepamos servir y sepamos adaptar a las necesidades del movimiento. En el campo sindical, en el de la cooperación, etc., hay toda una especialización de organizaciones y esto permite al movimiento reforzarse y afirmarse. En el campo cultural, hay una gran incertidumbre y falta la solidez. Se dice que el trabajo cultural debe ser encomendado a camaradas de particular preparación y calificación: intelectuales, como se suele decir. Está bien. Podemos estar de acuerdo; pero no quisiéramos que ocurriese que, después de haber confiado el trabajo a una comisión de dos o tres camaradas, o incluso a un solo compañero llamado así, los órganos dirigentes del Partido olvidasen que el trabajo cultural es parte importante y esencial de su actividad política y de organización y se lavasen las manos. Los organismos dirigentes del Partido no tienen aquí, solamente, como tampoco en los otros campos del trabajo, una tarea de estímulo, control, etc. Tienen también una tarea de elección de los objetivos que deben ser alcanzados, porque estos objetivos no pueden ser iguales para todo y cambian con la situación. Del mismo modo que hay un problema sindical particular en cada localidad importante, por ejemplo del salario de los textiles o de la organización de las industrias mecánicas, etc., así, en cada localidad, los problemas culturales son diversos. Si se consigue hacer surgir, por ejemplo, un círculo cultural en Caulonia, en la costa jónica, su objetivo principal será el de estudiar los modos de lucha contra el analfabetismo y de apoyarlos. Diferente será el objetivo para una organización análoga en Florencia o en Turín. En Ferrara o en el Polesino, después de las inundaciones, acción cultural quería decir la coordinación entre las organizaciones populares y los técnicos para la elaboración de cuestiones planteadas por esas inundaciones, etc.
De las intervenciones que he escuchado no se ha seguido la necesidad de esta variedad de trabajo mediante la adhesión a cuestiones concretas, sino más bien una diversidad de direcciones y de iniciativas que derivan solamente de la orientación ocasional y del genio de nuestros camaradas. Valga como ejemplo el modo profundamente diverso como han referido aquí su trabajo los camaradas de Milán y de Turín. Ni los unos ni los otros, probablemente, se adhieren plenamente a la situación que está frente a ellos, orientados como están los primeros, me parece, exclusivamente a la lucha contra las manifestaciones de un monopolio ciudadano capitalista, y los segundos de forma diferente.
La primera cosa que hace falta es, por tanto, que el trabajo cultural, aunque se haga por especialistas, sea dirigido por los órganos dirigentes ordinarios del Partido, como ocurre con todo lo demás.
Pero ¿Cuál debe ser la forma fundamental de organización de este trabajo? Las comisiones culturales de las federaciones, etc., son organismos restringidos. Pueden y deben estar en contacto con organismos que no sean del Partido; no pueden estar en su lugar, el terreno de este contacto y de las colaboraciones que surjan. Se debería, por tanto, trabajar para conseguir que exista u organismo adaptado a esto y a toda la actividad cultural popular y progresista y esto debería ser el círculo de cultura. Sin caer en un esquema, no obstante. En algunos lugares podría ser un círculo creado por nosotros o con la ayuda de otros; otras veces puede ser un organismo ya existente, llamado con un nombre diferente, pero que sirva a los mismos intereses; puede ser una vieja universidad popular o cualquier otra cosa. No se excluye, e incluso a veces sería deseable, que nosotros nos adhiriésemos a un organismo fundado y dirigido por otros. Lo esencial es la existencia, fuera del Partido, de un centro de actividad cultural sobre el cual podamos apoyar iniciativas variadas y que tenga un prestigio. Van bien las conferencias, siempre que no sean muchas y se cuide la calidad. También se deberían establecer intercambios frecuentes de información entre los diversos lugares, para combatir y superar las pequeñas camarillas y el aislamiento localista, y tener siempre presente la necesidad de que se ponga extensamente al corriente a la opinión pública de los aspectos de la crisis cultural. Yo veo a estos 'círculos' o 'centros' de cultura convertirse en la osamenta organizada de un movimiento que llame la atención y trate las cuestiones de la escuela, de la investigación científica, de la libertad y de la organización de la cultura, de la lucha contra el oscurantismo, etc., consiguiendo interesar al pueblo y elaborando reivindicaciones concretas. Así puede surgir de verdad un frente de la cultura serio, eficiente. Un convenio nacional de tales centros culturales, organizado bien, después de una larga experiencia de trabajo local, sería una cosa nueva y muy importante.
Mi propuesta final es que los documentos de eta reunión se pongan a disposición de todo el partido, junto con el texto de resoluciones que se ha preparado. Así se podrán discutir en todas las organizaciones, se propondrán a las resoluciones las modificaciones o añadidos que sean necesarias y habrá una mejor preparación del debate que queremos tener sobre este tema en el Comité Central.