Prefacios de Marx y Engels a distintas ediciones

 

PREFACIO A LA EDICION ALEMANA DE 1872[1]

 

La Liga de los Comunistas, asociación obrera internacional que, naturalmente, dadas las condiciones de la época, no podía existir sino en secreto, encargó a los que suscriben, en el Congreso celebrado en Londres en noviembre de 1847, que redactaran un programa detallado del Partido, a la vez teórico y práctico, destinado a la publicación. Tal es el origen de este Manifiesto, cuyo manuscrito fue enviado a Londres, para ser impreso, algunas semanas antes de la revolución de Febrero[2]. Publicado primero en alemán, se han hecho en este idioma, como mínimo, doce ediciones diferentes en Alemania, Inglaterra y Norteamérica. En inglés apareció primeramente en Londres, en 1850, en el Red Republican[3], traducido por Miss Helen Macfarlane, y más tarde, en 1871, se han publicado, por lo menos, tres traducciones diferentes en Norteamérica. Apareció en francés por primera vez en París, en vísperas de la insurrección de junio de 1848, y recientemente en Le Socialistes[4], de Nueva York. En la actualidad, se prepara una nueva traducción. Se hizo en Londres una edición en polaco, poco tiempo después de la primera edición alemana. En Ginebra apareció en ruso, en la década del 60. Ha sido traducido también al danés a poco de su publicación original.

Aunque las condiciones hayan cambiado mucho en los últimos veinticinco años, los principios generales expuestos en este Manifiesto siguen siendo hoy, en su conjunto, enteramente acertados. Algunos puntos deberían ser retocados.

El mismo Manifiesto explica que la aplicación práctica de estos principios dependerá siempre y en todas partes de las circunstancias históricas existentes, y que, por tanto, no se concede importancia exclusiva a las medidas revolucionarias enumeradas al final del capítulo II. Este pasaje tendría que ser redactado hoy de distinta manera, en más de un aspecto. Dado el desarrollo colosal de la gran industria en los últimos veinticinco años, y con éste, el de la organización del partido de la clase obrera; dadas las experiencias prácticas, primero, de la revolución de Febrero, y después, en mayor grado aún, de la Comuna de París, que eleva por primera vez al proletariado, durante dos meses, al Poder político, este programa ha envejecido en algunos de sus puntos. La Comuna ha demostrado, sobre todo, que “la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines”. (Véase “Der Burgerkrieg in Frankreich, Adresse des Generalrats der Internationalen Arbeiterassoziation”[5], pág. 19 de la edición alemana, donde esta idea está más extensamente desarrollada.) Además, evidentemente, la crítica de la literatura socialista es incompleta para estos momentos, pues sólo llega a 1847; y al propio tiempo, si las observaciones que se hacen sobre la actitud de los comunistas ante los diferentes partidos de oposición (capítulo IV) son exactas todavía en sus trazos generales, han quedado anticuadas en la práctica, ya que la situación política ha cambiado completamente y el des arrollo histórico ha borrado de la faz de la tierra a la mayoría de los partidos que allí se enumeran.

Sin embargo, el Manifiesto es un documento histórico que ya no tenemos derecho a modificar. Una edición posterior quizá vaya precedida de un prefacio que pueda llenar la laguna existente entre 1847 y nuestros días; la actual reimpresión ha sido tan inesperada para nosotros, que no hemos tenido tiempo de escribirlo.

 

CARLOS MARX  FEDERICO ENGELS

Londres, 24 de junio de 1872.

 

 

 

PREFACIO A LA EDICION RUSA DE 1882[6]

 

La primera edición rusa del “Manifiesto del Partido Comunista”, traducido por Bakunin, fue hecha a principios de la década del 60[7] en la imprenta del Kólokol[8]. En aquel tiempo, una edición rusa de esta obra podía parecer al Occidente tan sólo una curiosidad literaria. Hoy, semejante concepto sería imposible.

Cuán reducido era el terreno de acción del movimiento proletario en aquel entonces (diciembre de 1847) lo demuestra mejor que nada el último capítulo del Manifiesto: Actitud de los comunistas ante los diferentes partidos de oposición en los diversos países. Rusia y los Estados Unidos, precisamente, no fueron mencionados aquí. Era el momento en que Rusia formaba la última gran reserva de toda la reacción europea y en que los Estados Unidos absorbían el exceso de fuerzas del proletariado de Europa mediante la emigración. Estos dos países proveían a Europa de materias primas y eran al propio tiempo mercados para la venta de su producción industrial. Los dos eran, pues, de una u otra manera, pilares del orden vigente en Europa.

¡Cuán cambiado está todo hoy! Precisamente la emigración europea ha hecho posible el colosal desenvolvimiento de la agricultura en América del Norte, cuya competencia con mueve los cimientos mismos de la grande y pequeña pro piedad territorial de Europa. Es ella la que ha dado, además, a los Estados Unidos, la posibilidad de emprender la explotación de sus enormes recursos industriales, con tal energía y en tales proporciones que en breve plazo ha de terminar con el hasta la fecha monopolio industrial de la Europa occidental, y especialmente con el de Inglaterra. Estas dos circunstancias repercuten a su vez de una manera revolucionaria sobre la misma Norteamérica. La pequeña y me diana propiedad agraria de los granjeros, piedra angular de todo el régimen político de Norteamérica, sucumben gradualmente ante la competencia de haciendas gigantescas, mientras que en las regiones industriales se forma, por vez primera, un numeroso proletariado junto a una fabulosa concentración de capitales.

¿Y ahora en Rusia? Al producirse la revolución de 1848-1849, no sólo los monarcas de Europa, sino también la burguesía europea, veían en la intervención rusa el único medio de salvación contra el proletariado, que empezaba a despertar. El zar fue aclamado como jefe de la reacción europea. Ahora es, en Gátchina[9], el prisionero de guerra de la revolución, y Rusia está en la vanguardia del movimiento revolucionario de Europa.

El Manifiesto Comunista se propuso como tarea proclamar la desaparición próxima e inevitable de la moderna propiedad burguesa. Pero en Rusia, vemos que al lado del florecimiento febril del fraude capitalista y de la propiedad territorial burguesa en vías de formación, más de la mitad de la tierra es poseída en común por los campesinos. Cabe, entonces, la pregunta: ¿podría la obshchina[10] rusa -- forma por cierto ya muy desnaturalizada de la primitiva propiedad común de la tierra -- pasar directamente a la forma superior de la propiedad colectiva, a la forma comunista, o, por el contrario, deberá pasar primero por el mismo proceso de disolución que constituye el desarrollo histórico de Occidente?

La única respuesta que se puede dar hoy a esta cuestión es la siguiente: si la revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en Occidente, de modo que ambas se completen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia podrá servir de punto de partida a una evolución comunista.

 

CARLOS MARX  FEDERICO ENGELS

Londres, 21 de enero de 1882.

 

 

PREFACIO A LA EDICION ALEMANA DE 1883[11]

 

Desgraciadamente, tengo que firmar solo el prefacio de esta edición. Marx, el hombre a quien la clase obrera de Europa y América debe más que a ningún otro, reposa en el cementerio de Highgate y sobre su tumba verdea ya la primera hierba. Después de su muerte ni hablar cabe de rehacer o completar el Manifiesto. Creo, pues, tanto más preciso recordar aquí explícitamente lo que sigue.

La idea fundamental de que está penetrado todo el Manifiesto -- a saber: que la producción económica y la estructura social que de ella se deriva necesariamente en cada época histórica, constituyen la base sobre la cual descansa la historia política e intelectual de esa época; que, por tanto, toda la historia (desde la disolución del régimen primitivo de propiedad común de la tierra) ha sido una historia de lucha de clases, de lucha entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, en las diferentes fases del desarrollo social; y que ahora esta lucha ha llegado a una fase en que la clase explotada y oprimida (el proletariado) no puede ya emanciparse de la clase que la explota y la oprime (la burguesía), sin emancipar, al mismo tiempo y para siempre, a la sociedad entera de la explotación, la opresión y las luchas de clases -- , esta idea fundamental pertenece única y exclusivamente a Marx[12].

Lo he declarado a menudo; pero ahora justamente es preciso que esta declaración también figure a la cabeza del propio Manifiesto.

 

F. ENGELS

Londres, 28 de junio de 1883.

 

 

PREFACIO A LA EDICION INGLESA DE 1888[13]

 

El “Manifiesto” fue publicado como programa de la “Liga de los Comunistas”, una asociación de trabajadores, al principio exclusivamente alemana y más tarde internacional, que, dadas las condiciones políticas existentes antes de 1848 en el continente europeo, se veía obligada a permanecer en la clandestinidad. En un Congreso de la Liga, celebrado en Londres en noviembre de 1847, se encomendó a Marx y Engels que preparasen para la publicación un programa de tallado del Partido, que fuese a la vez teórico y práctico. En enero de 1848, el manuscrito, en alemán, fue terminado y, unas semanas antes de la revolución del 24 de febrero en Francia, enviado al editor, a Londres. La traducción francesa apareció en París poco antes de la insurrección de junio de 1848. En 1850 la revista “Red Republican”, editada por George Julian Harney, publicó en Londres la primera traducción inglesa, debida a la pluma de Miss Helen Macfarlane. El “Manifiesto” ha sido impreso también en danés y en polaco.

La derrota de la insurrección de junio de 1848 en París -- primera gran batalla entre el proletariado y la burguesía -- relegó de nuevo a segundo plano, por cierto tiempo, las aspiraciones sociales y políticas de la clase obrera europea. Desde entonces la lucha por la supremacía se desarrolla, como había ocurrido antes de la revolución de Febrero, solamente entre diferentes sectores de la clase poseedora; la clase obrera hubo de limitarse a luchar por un escenario político para su actividad y a ocupar la posición de ala extrema izquierda de la clase media radical. Todo movimiento obrero independiente era despiadadamente perseguido, en cuanto daba señales de vida. Así, la policía prusiana localizó al Comité Central de la “Liga de los Comunistas”, que se hallaba a la sazón en Colonia. Los miembros del Comité fueron detenidos y, después de dieciocho meses de reclusión, juzgados en octubre de 1852. Este célebre “Proceso de los comunistas en Colonia”[14] se prolongó del 4 de octubre al 12 de noviembre; siete de los acusados fueron condenados a penas que oscilaban entre tres y seis años de reclusión en una fortaleza. Inmediatamente después de publicada la sentencia, la-Liga fue formalmente disuelta por los miembros restantes. En cuanto al “Manifiesto”, parecía desde entonces condenado al olvido.

Cuando la clase obrera europea hubo reunido las fuerzas suficientes para emprender un nuevo ataque contra las clases dominantes, surgió la Asociación Internacional de los Trabajadores. Pero esta asociación, formada con la finalidad concreta de agrupar en su seno a todo el proletariado militante de Europa y América no pudo proclamar inmediatamente los principios expuestos en el “Manifiesto”. La Internacional estuvo obligada a sustentar un programa bastante amplio para que pudieran aceptarlo las tradeuniones inglesas, los adeptos de Proudhon en Francia, Bélgica, Italia y España y los lassalleanos en Alemania[15]. Marx, al escribir este programa de manera que pudiese satisfacer a todos estos partidos, confiaba enteramente en el desarrollo intelectual de la clase obrera, que debía resultar inevitablemente de la acción combinada y de la discusión mutua. Los propios acontecimientos y vicisitudes de la lucha contra el capital, las derrotas más aún que las victorias, no podían dejar de hacer ver a la gente la insuficiencia de todas sus panaceas favoritas y preparar el camino para una mejor comprensión de las verdaderas condiciones de la emancipación de la clase obrera. Y Marx tenía razón. Los obreros de 1874, en la época de la disolución de la Internacional, ya no eran, ni mucho menos, los mismos de 1864, cuando la Internacional había sido fundada. El proudhonismo en Francia y el lassalleanismo en Alemania agonizaban, e incluso las conservadoras tradeuniones inglesas, que en su mayoría habían roto todo vínculo con la Internacional mucho antes de la disolución de ésta, se iban acercando poco a poco al momento en que el presidente de su Congreso, el año pasado en Swansea, pudo decir en su nombre: “El socialismo continental ya no nos asusta.”[16] En efecto, los principios del “Manifiesto” se han difundido ampliamente entre los obreros de todos los países.

Así, pues, el propio “Manifiesto” se situó de nuevo en primer plano. El texto alemán había sido reeditado, desde 1850, varias veces en Suiza, Inglaterra y Norteamérica. En 1872 fue traducido al inglés en Nueva York y publicado en la revista “Woodhull and Claflin's Weekly”[17]. Esta versión inglesa fue traducida al francés y apareció en Le Socialiste de Nueva York. Desde entonces dos o más traducciones inglesas, más o menos deficientes, aparecieron en Norteamérica, y una de ellas fue reeditada en Inglaterra. La primera traducción rusa, hecha por Bakunin, fue publicada en la imprenta del Kólokol de Herzen en Ginebra, hacía 1863; la segunda, debida a la heroica Vera Zasúlich[18]vio la luz también en Ginebra en 1882. Una nueva edición danesa[19] se publicó en “Socialdemokratisk Bibliothek”, en Copenhague, en 1885; apareció una nueva traducción francesa en Le Socialiste de París en 1886[20]. De esta última se preparó y publicó en Madrid, en 1886, una versión en español[21]. Esto sin mencionar las reediciones alemanas, que han sido por lo menos doce. Una traducción armenia, que debía haber sido impresa hace unos meses en Constantinopla, no ha visto la luz, según tengo entendido, porque el editor temió sacar un libro con el nombre de Marx y el traductor se negó a hacer pasar el “Manifiesto” por su propia obra. Tengo noticia de traducciones posteriores en otras lenguas, pero no las he visto. Y así, la historia del “Manifiesto” refleja en medida considerable la historia del movimiento moderno de la clase obrera; actualmente es, sin duda, la obra más difundida, la más internacional de toda la literatura socialista, la plataforma común aceptada por millones de trabajadores, desde Siberia hasta California.

Sin embargo, cuando fue escrito no pudimos titularle Manifiesto Socialista.

En 1847 se llamaban socialistas, por una parte, todos los adeptos de los diferentes sistemas utópicos: los owenistas en Inglaterra y los fourieristas en Francia, reducidos ya a meras sectas y en proceso de extinción paulatina; de otra parte, toda suerte de curanderos sociales que prometían suprimir, con sus diferentes emplastos, las lacras sociales sin dañar al capital ni a la ganancia. En ambos casos, gentes que se hallaban fuera del movimiento obrero y que buscaban apoyo más bien en las clases “instruidas”. En cambio, la parte de la clase obrera que había llegado al convencimiento de la insuficiencia de las simples revoluciones políticas y proclamaba la necesidad de una transformación fundamental de toda la sociedad, se llamaba entonces comunista. Era un comunismo rudimentario y tosco, puramente instintivo; sin embargo, supo percibir lo más importante y se mostró suficientemente fuerte en la clase obrera para producir el comunismo utópico de Cabet en Francia y el de Weitling en Alemania. Así, el socialismo, en 1847, era un movimiento de la clase burguesa, y el comunismo lo era de la clase obrera. El socialismo era, al menos en el continente, cosa “respetable”; el comunismo, todo lo contrario. Y como nosotros manteníamos desde un principio que “la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma”[22], para nosotros no podía haber duda alguna sobre cuál de las dos denominaciones procedía elegir. Más aún, después no se nos ha ocurrido jamás renunciar a ella.

Aunque el “Manifiesto” es nuestra obra común, me considero obligado a señalar que la tesis fundamental, el núcleo del mismo, pertenece a Marx. Esta tesis afirma que en cada época histórica el modo predominante de producción económica y de cambio y la organización social que de él se deriva necesariamente, forman la base sobre la cual se levanta, y la única que explica, la historia política e intelectual de dicha época; que, por tanto (después de la disolución de la sociedad gentilicia primitiva con su propiedad comunal de la tierra), toda la historia de la humanidad ha sido una historia de lucha de clases, de lucha entre explotadores y explotados, entre clases dominantes y clases oprimidas; que la historia de esas luchas de clases es una serie de evoluciones, que ha alcanzado en el presente un grado tal de desarrollo en que la clase explotada y oprimida -- el proletariado -- no puede ya emanciparse del yugo de la clase explotadora y dominante - la burguesía -- sin emancipar al mismo tiempo, y para siempre, a toda la sociedad de toda explotación, opresión, división en clases y lucha de clases.

A esta idea, llamada, según creo, a ser para la Historia lo que la teoría de Darwin ha sido para la Biología, ya ambos nos habíamos ido acercando poco a poco, varios años antes de 1845. Hasta qué punto yo avancé independientemente en esta dirección, puede verse mejor en mi “Situación de la clase obrera en Inglaterra”[23]. Pero cuando me volví a encontrar con Marx en Bruselas, en la primavera de 1845, él ya había elaborado esta tesis y me la expuso en términos casi tan claros como los que he expresado aquí.

Cito las siguientes palabras del prefacio a la edición alemana de 1872, escrito por nosotros conjuntamente:

“Aunque las condiciones hayan cambiado mucho en los últimos veinticinco años, los principios generales expuestos en este Manifiesto siguen siendo hoy, en su conjunto, enteramente acertados. Algunos puntos deberían ser retocados.

El mismo Manifiesto explica que la aplicación práctica de estos principios dependerá siempre, y en todas partes, de las circunstancias históricas existentes, y que, por tanto, no se concede importancia exclusiva a las medidas revolucionarias enumeradas al final del capítulo II. Este pasaje tendría que ser redactado hoy de distinta manera, en más de un aspecto. Dado el desarrollo colosal de la gran industria en los últimos veinticinco años, y con éste, el de la organización del partido de la clase obrera; dadas las experiencias prácticas, primero, de la revolución de Febrero, y después, en mayor grado aún, de la Comuna de París, que eleva por primera vez al proletariado, durante dos meses, al Poder político, este programa ha envejecido en algunos de sus puntos. La Comuna ha demostrado, sobre todo, que 'la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines'. (Véase “The Civil War in France; Adress of the General Council of the International Working-men's Association”. London, Truelove, 1871, p. 15 donde esta idea está más extensamente desarrollada.) Además, evidentemente, la crítica de la literatura socialista es incompleta para estos momentos, pues sólo llega a 1847; y al propio tiempo? si las observaciones que se hacen sobre la actitud de los comunistas ante los diferentes partidos de oposición (capítulo IV) son exactas todavía en sus trazos generales, han quedado anticuadas en la práctica, ya que la situación política ha cambiado completamente y el desarrollo histórico ha borrado de la faz de la tierra a la mayoría de los partidos que allí se enumeran.

Sin embargo, el Manifiesto es un documento histórico que ya no tenemos derecho a modificar.”

La presente traducción se debe a Mr. Samuel Moore, traductor de la mayor parte de “El Capital” de Marx. Hemos revisado juntos la traducción y he añadido unas notas para explicar las alusiones históricas.

 

FEDERICO ENGELS

Londres, 30 de enero de 1888.

 

 

PREFACIO A LA EDICION ALEMANA DE 1890[24]

 

En el tiempo transcurrido desde que fue escrito lo que precede[25], se ha hecho imprescindible una nueva edición alemana del Manifiesto, e interesa recordar aquí los acontecimientos con él relacionados.

Una segunda traducción rusa -- debida a Vera Zasulich -- apareció en Ginebra en 1882; Marx y yo redactamos el prefacio. Desgraciadamente, he perdido el manuscrito alemán original[26], y debo retraducir del ruso, lo que no es de ningún beneficio para el texto. Dice:

“La primera edición rusa del 'Manifiesto del Partido Comunista', traducido por Bakunin, fue hecha a principios de la década del 60 en la imprenta del Kólokol. En aquel tiempo, una edición rusa de esta obra podía parecer al Occidente tan sólo una curiosidad literaria. Hoy, semejante concepto sería imposible. Cuán reducido era el terreno de acción del movimiento proletario en los primeros momentos de la publicación del Manifiesto (enero de 1848) lo demuestra mejor que nada el último capítulo del Manifiesto: Actitud de los comunistas ante los diferentes partidos de oposición. Rusia y los Estados Unidos, precisamente, no fueron mencionados aquí. Era el momento en que Rusia formaba la última gran reserva de la reacción europea y en que la emigración a los Estados Unidos absorbía el exceso de fuerzas del proletariado de Europa. Estos dos países proveían a Europa de materias primas y eran al propio tiempo mercados para la venta de su producción industrial. Los dos eran, pues, de una u otra manera, pilares del orden social en Europa.

¡Cuán cambiado está todo hoy! Precisamente la emigración europea ha hecho posible el colosal desenvolvimiento de la agricultura en América del Norte, cuya competencia con mueve los cimientos mismos de la grande y la pequeña propiedad territorial de Europa. Es ella la que ha dado, además, a los Estados Unidos, la posibilidad de emprender la explotación de sus enormes recursos industriales, con tal energía y en tales proporciones que en breve plazo ha de terminar con el monopolio industrial de la Europa occidental. Estas dos circunstancias repercuten a su vez de una manera revolucionaria sobre la misma Norteamérica. La pequeña y mediana propiedad agraria de los granjeros, piedra angular de todo el régimen político de Norteamérica, sucumben gradualmente ante la competencia de haciendas gigantescas, mientras que en las regiones industriales se forma, por vez primera, un numeroso proletariado junto a una fabulosa concentración de capitales.

¿Y ahora en Rusia? Al producirse la revolución de 1848-49, no sólo los monarcas de Europa, sino también la burguesía europea, veían en la intervención rusa el único medio de salvación contra el proletariado, que empezaba a tener conciencia de su propia fuerza. El zar fue aclamado como jefe de la reacción europea. Ahora es, en Gátchina, el prisionero de guerra de la revolución, y Rusia está en la vanguardia del movimiento revolucionario de Europa.

El Manifiesto Comunista se propuso como tarea proclamar la desaparición próxima e inevitable de la moderna propiedad burguesa. Pero en Rusia, vemos que al lado del florecimiento febril del fraude capitalista y de la propiedad territorial burguesa en vías de formación, más de la mitad de la tierra es poseída en común por los campesinos. Cabe, entonces, la pregunta: ¿podría la comunidad rural rusa -- forma por cierto ya muy desnaturalizada de la primitiva propiedad común de la tierra -- pasar directamente a la forma superior de la propiedad colectiva, a la forma comunista, o, por el contrario, deberá pasar primero por el mismo proceso de disolución que constituye el desarrollo histórico de Occidente?

La única respuesta que se puede dar hoy a esta cuestión es la siguiente: si la revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en Occidente, de modo que ambas se completen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia podrá servir de punto de partida a una evolución comunista.

CARLOS MARX FEDERICO ENGELS

Londres, 21 de enero de 1882.

 

 

PREFACIO DE F. ENGELS A LA EDICION POLACA DE 1892

 

Una nueva traducción polaca apareció por aquella época en Ginebra: Manifest Kommunistyczny.

Después ha aparecido una nueva traducción danesa en la “Socialdemokratisk Bibliothek, Kjobenhavn 1885”. Desgraciadamente, no es completa; algunos pasajes esenciales, al parecer por dificultades de traducción, han sido omitidos, y, en general, en algunos pasajes se notan señales de negligencia, tanto más lamentables cuanto que se ve por el resto que la traducción habría podido ser excelente con un poco más de cuidado por parte del traductor.

En 1886 apareció una nueva traducción francesa en Le Socialiste de París; es hasta ahora la mejor.

De ésta fue hecha una traducción al español, que se publicó en el mismo año, primero en El Socialista de Madrid y luego en un folleto: Manifiesto del Partido Comunista, por Carlos Marx y F. Engels. Madrid. Administración de El Socialista, Hernan Cortés, 8.

A título de curiosidad diré que en 1887 fue ofrecido a un editor de Constantinopla el manuscrito de una traducción armenia; pero al buen hombre le faltó valor para imprimir un trabajo en el que figuraba el nombre de Marx, y pensó que sería preferible que el traductor apareciese como autor; lo que el traductor se negó a hacer.

Después de haberse reimprimido diferentes veces en Inglaterra ciertas traducciones norteamericanas más o menos inexactas, apareció por fin, en 1888, una traducción autentica. Esta es debida a mi amigo Samuel Moore, y ha sido revisada por los dos antes de su impresión. Lleva por título: Manifesto of the Communist Party, by Karl Marx and Frederick Engels. Authorized English Translation, edited and annotated by Frederick Engels. 1888, London, William Reeves, 185 Fleet st. E. C. He reproducido en la presente edición algunas notas escritas por mí para esta traducción inglesa.

El Manifiesto tiene su historia propia. Recibido con entusiasmo en el momento de su aparición por la entonces poco numerosa vanguardia del socialismo científico (como lo prueban las traducciones citadas en el primer prefacio), fue pronto relegado a segundo plano a causa de la reacción que siguió a la derrota de los obreros Parisinos, en junio de 1848, y proscrito “de derecho” a consecuencia de la condena de los comunistas en Colonia, en noviembre de 1852. Y al desaparecer de la arena pública el movimiento obrero que se inició con la revolución de Febrero, el Manifiesto pasó también a segundo plano.

Cuando la clase obrera europea hubo recuperado las fuerzas suficientes para emprender un nuevo ataque contra el poderío de las clases dominantes, surgió la Asociación Internacional de los Trabajadores. Esta tenía por objeto reunir en un inmenso ejército único a todas las fuerzas combativas de la clase obrera de Europa y América. No podía, pues, partir de los principios expuestos en el Manifiesto. Debía tener un programa que no cerrara la puerta a las tradeuniones inglesas, a los proudhonianos franceses, belgas, italianos y españoles, y a los lassalleanos alemanes[27]. Este programa -- el preámbulo de los Estatutos de la Internacional -- fue redactado por Marx con una maestría que fue reconocida hasta por Bakunin y los anarquistas. Para el triunfo definitivo de las tesis expuestas en el Manifiesto, Marx confiaba tan sólo en el desarrollo intelectual de la clase obrera, que debía resultar inevitablemente de la acción conjunta y de la discusión. Los acontecimientos y las vicisitudes de la lucha contra el capital, las derrotas, más aún que las victorias, no podían dejar de hacer ver a los combatientes la insuficiencia de todas las panaceas en que hasta entonces habían creído y de tornarles más capaces de penetrar hasta las verdaderas condiciones de la emancipación obrera. Y Marx tenía razón. La clase obrera de 1874, después de la disolución de la Internacional, era muy diferente de la de 1864, en el momento de su fundación. El proudhonismo en los países latinos y el lassalleanismo especifico en Alemania estaban en la agonía, e incluso las tradeuniones inglesas de entonces, ultraconservadoras, se iban acercando poco a poco al momento en que el presidente de su Congreso de Swansea, en 1887, pudiera decir en su nombre: “El socialismo continental ya no nos asusta”. Pero, en 1887, el socialismo continental era casi exclusivamente la teoría formulada en el Manifiesto. Y así, la historia del Manifiesto refleja hasta cierto punto la historia del movimiento obrero moderno desde 1848.

Actualmente es, sin duda, la obra más difundida, la más internacional de toda la literatura socialista, el programa común de muchos millones de obreros de todos los países, desde Siberia hasta California.

Y, sin embargo, cuando apareció no pudimos titularle Manifiesto Socialista. En 1847, se comprendía con el nombre de socialista a dos categorías de personas. De un lado, los partidarios de diferentes sistemas utópicos, particularmente los owenistas en Inglaterra y los fourieristas en Francia, que no eran ya sino simples sectas en proceso de extinción paulatina. De otra parte, toda suerte de curanderos sociales que aspiraban a suprimir, con sus variadas panaceas y emplastos de toda suerte, las lacras sociales sin dañar en lo más mínimo al capital ni a la ganancia. En ambos casos, gentes que se hallaban fuera del movimiento obrero y que buscaban apoyo más bien en las clases “instruidas”. En cambio, la parte de los obreros que, convencida de la insuficiencia de las revoluciones meramente políticas, exigía una transformación radical de la sociedad, se llamaba entonces comunista. Era un comunismo apenas elaborado, sólo instintivo, a veces un poco tosco; pero fue asaz pujante para crear dos sistemas de comunismo utópico: en Francia, el “icario”, de Cabet, y en Alemania, el de Weitling. El socialismo representaba en 1847 un movimiento burgués; el comunismo, un movimiento obrero. El socialismo era, al menos en el continente, muy respetable; el comunismo era precisamente lo contrario. Y como nosotros ya en aquel tiempo sosteníamos muy decididamente el criterio de que “la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma”, no pudimos vacilar un instante sobre cuál de las dos denominaciones procedía elegir. Y posteriormente no se nos ha ocurrido jamás renunciar a ella.

“¡Proletarios de todos los países, uníos!” Sólo algunas voces nos respondieron cuando lanzamos estas palabras por el mundo, hace ya cuarenta y dos anos, en vísperas de la primera revolución Parisiense en que el proletariado actuó planteando sus propias reivindicaciones. Pero el 28 de septiembre de 1864 los proletarios de la mayoría de los países de la Europa occidental se unieron en la Asociación Internacional de los Trabajadores, de gloriosa memoria. Bien es cierto que la Internacional vivió tan sólo nueve años, pero la unión eterna que estableció entre los proletarios de todos los países vive todavía y subsiste más fuerte que nunca, y no hay mejor prueba de ello que la jornada de hoy.

Pues hoy, en el momento en que escribo estas líneas, el proletariado de Europa y América pasa revista a sus fuerzas, movilizadas por vez primera en un solo ejército, bajo la misma bandera y para un objetivo inmediato: la fijación legal de la jornada normal de ocho horas, proclamada ya en 1866 por el Congreso de la Internacional celebrado en Ginebra y de nuevo en 1889 por el Congreso obrero de París[28]. El espectáculo de hoy demostrará a los capitalistas y a los terratenientes de todos los países que, en efecto, los proletarios de todos los países están unidos.

¡Oh, sí Marx estuviese a mi lado para verlo con sus propios ojos!

F. ENGELS

Londres, 1 de mayo de 1890.

 

 

PREFACIO A LA EDICION POLACA DE 1892[29]

 

El que una nueva edición polaca del Manifiesto Comunista sea necesaria, invita a diferentes reflexiones.

Ante todo conviene señalar que, durante los últimos tiempos, el Manifiesto ha pasado a ser, en cierto modo, un índice del desarrollo de la gran industria en el continente europeo. A medida que en un país se desarrolla la gran industria, se ve crecer entre los obreros de ese país el deseo de comprender su situación, como tal clase obrera, con respecto a la clase de los poseedores; se ve progresar entre ellos el movimiento socialista y aumentar la demanda de ejemplares del Manifiesto. Así, pues, el número de estos ejemplares difundidos en un idioma, permite no sólo de terminar, con bastante exactitud, la situación del movimiento obrero, sino también el grado de desarrollo de la gran industria en cada país.

Por eso la nueva edición polaca del Manifiesto indica el decisivo progreso de la gran industria de Polonia. No hay duda que tal desarrollo ha tenido lugar realmente en los diez años transcurridos desde la última edición. La Polonia Rusa, la del Congreso[30], ha pasado a ser una gran región industrial del Imperio ruso. Mientras la gran industria rusa se halla dispersa -- una parte se encuentra en la costa del Golfo de Finlandia, otra en el centro (Moscú y Vladimir), otra en los litorales del Mar Negro y del Mar Azov, y todavía más en otras regiones -- , la industria polaca está concentrada en una extensión relativamente pequeña y goza de todas las ventajas e inconvenientes de tal concentración. Las ventajas las reconocen los fabricantes rusos, sus competidores, al reclamar aranceles protectores contra Polonia, a pesar de su ferviente deseo de rusificar a los polacos. Los inconvenientes -- para los fabricantes polacos y para el gobierno ruso -- residen en la rápida difusión de las ideas socialistas entre los obreros polacos y en la progresiva demanda del Manifiesto.

Pero el rápido desarrollo de la industria polaca, que sobrepasa al de la industria rusa, constituye a su vez una nueva prueba de la inagotable energía vital del pueblo polaco y una nueva garantía de su futuro renacimiento nacional. El resurgir de una Polonia independiente y fuerte es cuestión que interesa no sólo a los polacos, sino a todos nosotros. La sincera colaboración internacional de las naciones europeas sólo será posible cuando cada una de ellas sea completamente dueña de su propia casa. La revolución de 1848, que, al fin y a la postre) no llevó a los combatientes proletarios que luchaban bajo la bandera del proletariado, más que a sacarle las castañas del fuego a la burguesía, ha llevado a cabo, por obra de sus albaceas testamentarios -- Luis Bonaparte y Bismarck -- , la independencia de Italia, de Alemania y de Hungría. En cambio Polonia, que desde 1792 había hecho por la revolución más que esos tres países juntos, fue abandonada a su propia suerte en 1863, cuando sucumbía bajo el empuje de fuerzas rusas diez veces superiores. La nobleza polaca no fue capaz de defender ni de reconquistar su independencia; hoy por hoy, a la burguesía, la independencia de Polonia le es, cuando menos, indiferente. Sin embargo, para la colaboración armónica de las naciones europeas, esta independencia es una necesidad. Y sólo podrá ser conquistada por el joven proletariado polaco. En manos de él, su destino está seguro, pues para los obreros del resto de Europa la independencia de Polonia es tan necesaria como para los propios obreros polacos.

F. ENGELS

Londres, 10 de febrero de 1892.

 

 

 

PREFACIO A LA EDICION ITALIANA DE 1893[31]

 

A los lectores italianos

La publicación del Manifiesto del Partido Comunista coincidió, por decirlo así, con la jornada del 18 de marzo de 1848, con las revoluciones de Milán y de Berlín, que fueron las insurrecciones armadas de dos naciones que ocupan zonas centrales: la una en el continente europeo, la otra en el Mediterráneo; dos naciones que hasta entonces estaban debilitadas por el fraccionamiento de su territorio y por discordias intestinas que las hicieron caer bajo la dominación extranjera. Mientras Italia se hallaba subyugada por el emperador austríaco, el yugo que pesaba sobre Alemania -- el del zar de todas las Rusias -- no era menos real, si bien más indirecto. Las consecuencias del 18 de marzo de 1848 liberaron a Italia y a Alemania de este oprobio. Entre 1848 y 1871 las dos grandes naciones quedaron restablecidas y, de uno u otro modo, recobraron su independencia, y este hecho, como decía Carlos Marx, se debió a que los mismos personajes que aplastaron la revolución de 1848 fueron, a pesar suyo, sus albaceas testamentarios[32].

La revolución de 1848 había sido, en todas partes, obra de la clase obrera: ella había levantado las barricadas y ella había expuesto su vida. Pero fueron sólo los obreros de París quienes, al derribar al gobierno, tenían la intención bien precisa de acabar a la vez con todo el régimen burgués. Y aunque tenían ya conciencia del irreductible antagonismo que existe entre su propia clase y la burguesía, ni el progreso económico del país ni el desarrollo intelectual de las masas obreras francesas habían alcanzado aún el nivel que hubiese permitido llevar a cabo una reconstrucción social. He aquí por qué los frutos de la revolución fueron, al fin y a la postre, a parar a manos de la clase capitalista. En otros países, en Italia, en Alemania, en Austria, los obreros, desde el primer momento, no hicieron más que ayudar a la burguesía a conquistar el Poder. Pero en ningún país la dominación de la burguesía es posible sin la independencia nacional. Por eso, la revolución de 1848 debía conducir a la unidad y a la independencia de las naciones que hasta entonces no las habían conquistado: Italia, Alemania, Hungría. Polonia les seguirá a su turno.

Así, pues, aunque la revolución de 1848 no fue una revolución socialista, desbrozó el camino y preparó el terreno para esta última. El régimen burgués, en virtud del vigoroso impulso que dio en todos los países al desenvolvimiento de la gran industria, ha creado en el curso de los últimos 45 años un proletariado numeroso, fuerte y unido y ha producido así -- para emplear la expresión del Manifiesto -- a sus propios sepultureros. Sin restituir la independencia y la unidad de cada nación, no es posible realizar la unión internacional del proletariado ni la cooperación pacífica e inteligente de esas naciones para el logro de objetivos comunes. ¿Acaso es posible concebir la acción mancomunada e internacional de los obreros italianos, húngaros, alemanes, polacos y rusos en las condiciones políticas que existieron hasta 1848?

Esto quiere decir que los combates de 1848 no han pasado en vano; tampoco han pasado en vano los 45 años que nos separan de esa época revolucionaria.

Sus frutos comienzan a madurar y todo lo que yo deseo es que la publicación de esta traducción italiana sea un buen augurio para la victoria del proletariado italiano, como la publicación del original lo fue para la revolución internacional.

El Manifiesto rinde plena justicia a los servicios revolucionarios prestados por el capitalismo en el pasado. La primera nación capitalista fue Italia. Marca el fin del Medioevo feudal y la aurora de la era capitalista contemporánea la figura gigantesca de un italiano, el Dante, que es a la vez el último poeta de la Edad Media y el primero de los tiempos modernos. Ahora, como en 1300, comienza a despuntar una nueva era histórica. ¿Nos dará Italia al nuevo Dante que marque la hora del nacimiento de esta nueva era proletaria?

 

FEDERICO ENGELS

Londres, 1 de febrero de 1893.



[1] Por iniciativa de la redacción del Der Volksstaat (El Estado Popular) una nueva edición alemana del Manifiesto fue publicada en 1872, con un prólogo de Marx y Engels y unas pequeñas correcciones en el texto. Llevaba el título de Manifiesto Comunista y así aparecieron las ediciones alemanas posteriores de 1883 y 1890.

[2] Se refiere a la revolución de febrero de 1848 en Francia.

[3] Red Republican (República Roja), era una publicación semanal cartista hecha desde junio a noviembre de 1850 por George Harney. En sus números 21-24, noviembre de 1850, la primera traducción inglesa del Manifiesto del Partido Comunista apareció bajo el título: Manifiesto del Partido Comunista Alemán.

[4] Le Socialiste (El Socialista), órgano de la sección francesa de la Internacional, era un semanario en francés que se publicó en Nueva York desde octubre de 1871 a mayo de 1873. Apoyaba a los elementos burgueses y pequeñoburgueses en la Federación Norte Americana de la Internacional (Confederación Americana de la Internacional). Después del Congreso de la Haya, cortó sus relaciones con la Internacional. El Manifiesto del Partido Comunista fue publicado en el semanario en enero y febrero de 1872.

[5] La Guerra Civil en Francia. Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores.

[6] Esta es la segunda edición rusa del Manifiesto que apareció en Ginebra en 1882. En el epilogo del articulo “Sobre relaciones sociales en Rusia”, Engels mencionó a Plejánov como el traductor. En la edición rusa de 1900 Plejánov indico que la traducción había sido hecha por él. Marx y Engels escribieron para la edición rusa de 1882 un prefacio que apareció en lengua rusa en Narodnaia Volia (Voluntad del Pueblo), revista de la sociedad populista rusa, en el 5 de febrero de 1882. Este prefacio apareció en alemán el 13 de abril de 1882 en el N.° 16 del Der Sozialdemokrat (El Socialdemócrata), órgano del Partido Socialdemocrático Alemán. Engels incluyó este prefacio en la edición alemana del Manifiesto de 1890.

[7] Esta edición apareció en 1869. En el prefacio de Engels a la edición inglesa de 1888 también se cita con inexactitud la fecha de aparición de la traducción al ruso del Manifiesto.

[8] Kólokol (La Campana), diario de los demócratas revolucionarios rusos publicado por A. I. Herzen y N. P. Ogaryov en Londres desde 1857 a 1865 y después en Ginebra. Fue publicado en la lengua rusa desde 1857 a 1867 y en francés con un suplemento en ruso desde 1868 a 1869.

[9] Se refiere a la situación después del asesinato del zar Alejandro II por un miembro de Narodnaia Volia en el 13 de marzo de 1881, cuando Alejandro III, temeroso de los actos terroristas que podían ser llevados a cabo por un comité ejecutivo secreto de Narodnaia Volia, se ocultó en Gátchina, lugar situado al suroeste de Leningrado de hoy.

[10] Obshchina, la comunidad rural.

[11] Este prefacio fue escrito para la tercera edición alemana del Manifiesto. Esta fue la primera edición alemana revisada por Engels después de la muerte de Marx.

[12] “A esta idea, llamada, según creo -- como dejé consignado en el prefacio de la edición inglesa --, a ser para la Historia lo que la teoría de Darwin ha sido para la Biología, ya ambos nos habíamos ido acercando poco a poco, varios años antes de 1845. Hasta qué punto yo avancé independientemente en esta dirección, puede verse en 'Situación de la clase obrera en Inglaterra'. Pero cuando me volví a encontrar con Marx en Bruselas, en la primavera de 1845, él ya había elaborado esta tesis y me la expuso en términos casi tan claros como los que he expresado aquí”. (Nota de F. Engels a la edición alemana de 1890.)

[13] En 1888 se publicó la edición inglesa del Manifiesto traducida por Samuel Moore. Engels revisó personalmente la versión, escribió un prefacio y puso algunas notas antes de su impresión.

[14] “El Proceso de los Comunistas en Colonia” (del 4 de octubre al 12 de noviembre de 1852) fue un caso fabricado por el gobierno prusiano. El gobierno prusiano arresto 11 miembros de la Liga de los Comunistas (1847-1852), la primera organización comunista internacional del proletariado, que había sido dirigida por Marx y Engels y con el Manifiesto del Partido Comunista como su programa, siendo llevados a la corte para un juicio con el cargo de “alta traición”. El testimonio presentado por la policía espía era un “original libro de minutas” forjado por ellos, de los miembros del Comité Central de la Liga de los Comunistas y otros documentos falsificados, como también papeles robados por la policía, a la facción aventurera de Willich- Schapper que había sido con anterioridad expulsada de la Liga. Basandose en, los documentos falsificados y falsos testimonios, la corte sentenció a siete de los acusados, de tres a seis años de prisión. Marx y Engels desenmascararon la provocación de los organizadores del proceso y los despreciables recursos del Estado policiaco prusiano empleados en contra del movimiento obrero internacional. (Ver Marx, “Revelaciones sobre el Proceso de los Comunistas en Colonia” y Engels, “El ultima proceso de Colonia”).

[15] Personalmente Lassalle nos declaró siempre que era un discípulo de Marx y que, como tal, se colocaba sobre el terreno del “Manifiesto” Sin embargo, en su agitación pública en 1862-1864 no fue más allá de la exigencia de cooperativas de producción apoyadas por el crédito del Estado. (Nota de F. Engels.)

[16] Una cita del discurso de Bevan, presidente del Consejo de las Tradeuniones de Swansea, celebrado como un congreso anual de las tradeuniones y llevado a cabo en esa ciudad en 1887. El diario Commonweal (Bien Publico), contenía una información del discurso de Bevan el 17 de septiembre de 1887.

[17] Woodhull and Claflin 's Weekly, semanario norteamericano publicado por la feminista burguesa Victoria Woodhull y Tennessee Claflin, en Nueva York entre 1870 y 1876. El semanario traía una versión abreviada del Manifiesto del Partido Comunista, el 30 de diciembre de 1871.

[18] Ver la nota 7 acerca del traductor de la segunda edición rusa del Manifiesto.

[19] La traducción danesa aquí citada -- K. Marx og F. Engels: Det Kommunistiske Manifest, Kobenhavn, 1885 --, contiene algunas omisiones e inexactitudes, que Engels señaló en el prólogo de la edición alemana de 1890 del Manifiesto.

[20] La fecha que se cito no es exacta. La traducción francesa a que se refiere fue hecha por Laura Lafargue. Esta fue publicada en Le Socialiste desde el 29 de agosto al 7 de noviembre de 1885 y también impresa como un apéndice a La France Socialiste (La Francia Socialista), de Mermeix, Paris, 1886.

     Le Socialiste, semanario fundado en París por Jules Guesde en 1885. Hasta principios de 1902, era un órgano del Partido Obrero Francés; se convirtió en el órgano del Partido Socialista de Francia desde 1902 a 1905 y del Partido Socialista Francés desde 1905 adelante. Engels colaboró en el semanario en las últimas dos décadas del siglo pasado.

[21] La traducción española apareció en El Socialista, de julio a agosto de 1886 y también se publicó como folleto en ese mismo año.

     El Socialista, órgano del Partido Socialista Obrero Español, era una publicación semanal que se publicó en Madrid desde 1885.

[22] Este axioma había sido planteado por Marx y Engels en una serie de sus trabajos desde 1840. Las formulaciones a que aquí se refieren pueden ser encontradas en los “Estatutos Generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores”.

[23] “The Condition of the Working Class in England in 1844”. By Frederick Engels. Translated by Florence K. Wischnewetzky, New York, Lovell -- London. W. Reeves, 1888. (Nota de F. Engels.)

[24] Engels escribió este prefacio para la cuarta edición alemana del Manifiesto que apareció en Londres en mayo de 1890, como una serie de la Librería Socialdemocrática. Esta fue la última edición corregida por uno de sus autores. Incluido en esta edición hay también un prefacio a las ediciones alemanas de 1872 y 1883. Una parte del prefacio de Engels a esta nueva edición ha sido reproducido también en un editorial titulado: “Una nueva edición del Manifiesto del Partido Comunista”, en el N.° 33 del 16 de agosto de 1890 del Der Sozialdemokrat, órgano del Partido Socialdemocrático Alemán, como también en un editorial del Arbeiter-Zeitung, N.° 48 del 28 de noviembre de 1890, conmemorando el 70 aniversario del nacimiento de Engels.

[25] Engels se refiere a su prefacio a la edición alemana de 1883.

[26] Este perdido original alemán del prefacio de Marx y Engels a la edición rusa del Manifiesto fue encontrado finalmente. Al traducir este prefacio del ruso al alemán Engels hizo algunas modificaciones en él.

[27] Personalmente Lassalle, en sus relaciones con nosotros, nos declaraba siempre que era un “discípulo” de Marx, y, como tal, se colocaba sin duda sobre el terreno del Manifiesto. Otra cosa sucedía con aquellos de sus partidarios que no pasaron más allá de su exigencia de cooperativas de producción con crédito del Estado y que dividieron a toda la clase trabajadora en obreros que contaban con la ayuda del Estado y obreros que sólo contaban con ellos mismos. (Nota de F. Engels.)

[28] El Congreso de Ginebra de la Primera Internacional fue llevado a cabo del 3 al 8 de septiembre de 1866. Asistieron a este congreso sesenta delegados representando al Congreso General y a las diferentes secciones de la Internacional como también a las sociedades de obreros de Inglaterra, Francia, Alemania y Suiza. Hermann Jung fue el presidente. Instrucciones para los delegados del Congreso General Provisional en diferentes asuntos”, de Marx, fue leído en el congreso como informe oficial del Congreso General. Los proudhonianos; que eran dueños de una tercera parte de los votos en el congreso, se opusieron a las “Instrucciones” de Marx con un programa que abarcaba todos los rubros de la agenda. Sin embargo, los defensores del Congreso General se impusieron en la mayor parte de los problemas sometidos a discusión. El congreso adoptó seis de los nueve puntos contenidos en las “Instrucciones” como sus resoluciones: sobre una unión internacional de fuerzas, sobre la sanción legal de la jornada de 8 horas de trabajo, sobre el trabajo de los niños y las mujeres, sobre la labor cooperativa, sobre los sindicatos y sobre el ejército permanente. El Congreso de Ginebra también aprobó los Estatutos Generales y Reglamentos Administrativos de la Asociación Internacional de los Trabajadores.

     El Congreso obrero de Paris -- El Congreso de Trabajadores de la Internacional Socialista fue llevado a cabo en París del 14 al 20 de julio de 1889, y fue, en realidad, el congreso para la fundación de la Segunda Internacional. Antes del congreso los marxistas dirigidos directamente por Engels mantuvieron una persistente lucha oponiéndose a los oportunistas franceses (posibilistas), y sus partidarios en la Federación Socialdemocrática de Inglaterra. Los oportunistas intentaban tomar en sus manos la preparación del congreso y apoderarse de los puestos directivos y, en esta forma, impedir el establecimiento de una nueva unidad internacional de las organizaciones socialistas y las de obreros en base del marxismo. El congreso había sido convocado bajo las circunstancias de ser partidos marxistas quienes dominaban. Se abrió el 14 de julio de 1889, cuando se celebraba el centenario de la toma de la Bastilla. Asistieron a este congreso 393 delegados de 20 países europeos y americanos. Habiendo fallado sus intentos, los posibilistas convocaron un congreso rival en Paris el mismo día para oponerse al congreso marxista Solamente unos pocos delegados extranjeros asistieron al congreso de los posibilistas, y la mayoría de ellos eran meros representantes ficticios.

     El Congreso de Trabajadores de la Internacional Socialista escuchó los informes hechos por los delegados de partidos socialistas sobre el movimiento obrero de sus respectivos países, elaboró los principios básicos de una legislación internacional de obraos; respaldó la demanda para la sanción legal de la jornada de 8 hora de trabajo, y señaló los medios por los cuales los trabajadores podían obtener sus objetivos. El congreso subrayó que era necesario realizar la organización política del proletariado y luchar por la realización de las demandas políticas de los trabajadores. El congreso propugno la abolición de un ejército permanente y propuso que el pueblo fuera armado universalmente. Pero, la más notable decisión hecha por el congreso, fue la de apelar a todos los trabajadores de la Tierra para que consagraran el 1° de mayo de cada año, como la fiesta internacional del proletariado.

[29] Engels escribió el prefacio en alemán, para la nueva edición polaca del Manifiesto, que fue publicada en 1892 en Londres, por el Przedswit (Amanecer), editorial sostenida por los socialistas polacos. Después de enviar el prefacio a la prensa Przedswit, Engels escribió el 11 de febrero de 1892, una carta a Stanislaw Mendelson, diciéndole que le gustaría aprender la lengua polaca para poder estudiar de cerca el desarrollo del movimiento obrero polaco, de manera de poder escribir un prefacio mas detallado en la próxima edición polaca del Manifiesto.

[30] La Polonia del Congreso -- una parte de Polonia, bajo el nombre oficial del Reino Polaco, fue cedido a Rusia por decisión del Congreso de Viena de 1814-1815.

[31] Este prefacio, originalmente titulado “A los lectores italianos”, fue escrito por Engels para la edición italiana del Manifiesto, a pedido del líder socialista italiano Filippo Turati. Fue publicado en un folleto en 1893 por la editorial de Critica Sociale, un periódico teórico socialista de Milán. El Manifiesto fue traducido al italiano por Pompeo Bettini y el prefacio de Engels por Turati.

[32] Por burguesía se comprende a la clase de los capitalistas modernos, propietarios de los medios de producción social, que emplean el trabajo asalariado. Por proletarios se comprende a la clase de los trabajadores asalariados modernos, que, privados de medios de producción propios, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para poder existir (Nota de F. Engels a la edición inglesa de 1888.)