III. Política tradeunionista y política socialdemócrata
- a) La agitación política y su restricción por los economistas
- b) De cómo Martínov ha profundizado a Plejánov
- c) Las denuncias políticas y la "educación de la actividad revolucionaria"
- d) ¿Qué hay de común entre el economismo y el terrorismo?
- e) La clase obrera como combatiente de vanguardia por la democracia
- f) Una vez más "calumniadores", una vez más "embaucadores"
Comenzaremos una vez más haciendo un elogio de Rabócheie Dielo. En su número 10 publica un artículo de Martínov sobre las discrepancias con Iskra, titulado Literatura de denuncias y la lucha proletaria. "No podemos limitarnos a denunciar el estado de cosas que entorpece su desarrollo (el del partido obrero). Debemos también hacernos eco de los intereses inmediatos y cotidianos del proletariado" (pág. 63). Así formula Martínov la esencia de esas discrepancias. "Iskra... es de hecho el órgano de la oposición revolucionaria, que denuncia el estado de cosas reinante en nuestro país y, principalmente, el régimen político... Nosotros, en cambio, trabajamos y seguiremos trabajando por la causa obrera en estrecha conexión orgánica con la lucha proletaria". Es forzoso agradecer a Martínov esta fórmula. Adquiere un notable interés general, porque, en el fondo, no abarca sólo, ni mucho menos, nuestras discrepancias con R. Dielo: abarca también, en general, todas las discrepancias existentes entre nosotros y los "economistas" respecto a la lucha política. Hemos demostrado ya que los "economistas" no niegan en absoluto la "política", sino que únicamente se desvían a cada paso de la concepción socialdemócrata de la política hacia la concepción tradeunionista. De la misma manera se desvía Martínov, y por eso estaremos dispuestos a tomarlo por modelo de las aberraciones economistas en esta cuestión. Trataremos de demostrar que nadie podrá ofenderse con nosotros por esta elección: ni los autores del Suplemento especial de Rabóchaya Mysl, ni los autores del Llamamiento del Grupo de Autoemancipación, ni los autores de la carta "economista" publicada en el núm. 12 de Iskra.
a) La agitación política y su restricción por los economistas
Todo el mundo sabe que la lucha económica de los obreros rusos alcanzó gran extensión y se consolidó a la par con la aparición de "publicaciones" de denuncias económicas (concernientes a las fábricas y los oficios). El contenido principal de las "octavillas" consistía en denunciar la situación existente en las fábricas, y entre los obreros se desencadenó pronto una verdadera pasión por estas denuncias. En cuanto los obreros vieron que los círculos socialdemócratas querían y podían proporcionarles hojas de nuevo tipo - que les decían toda la verdad sobre su vida miserable, su trabajo increíblemente penoso y su situación de parias -, comenzaron a inundarlos, por decirlo así, de cartas de las fábricas y los talleres. Esta "literatura de denuncias" causaban inmensa sensación tanto en las fábricas cuyo estado de cosas fustigaban como en todas las demás a las que llegaban noticias de los hechos denunciados. Y puesto que las necesidades y las desgracias de los obreros de distintas empresas y de diferentes oficios tienen mucho de común, la "verdad sobre la vida obrera" entusiasmaba a todos. Entre los obreros más atrasados e propagó una verdadera pasión por "ser publicado", pasión noble por esta forma embrionaria de guerra contra todo el sistema social moderno, basado en el pillaje y la opresión. Y las "octavillas", en la inmensa mayoría de los casos, eran de hecho una declaración de guerra, pues la denuncia producía un efecto terriblemente excitante, movía a todos los obreros a reclamar que se pusiera fin a los escándalos más flagrantes y los disponía a defender sus reivindicaciones por medio de huelgas. Los propios fabricantes tuvieron, en fin de cuentas, que reconocer hasta tal punto la importancia de estas octavillas como declaración de guerra, que, muy a menudo, ni siquiera querían esperar a que empezase la guerra. Las denuncias, como ocurre siempre, tenían fuerza por el mero hecho de su aparición y adquirían el valor de una poderosa presión moral. Más de una vez bastó con que apareciera una octavilla para que las reivindicaciones fuesen satisfechas total o parcialmente. En una palabra, las denuncias económicas (fabriles) han sido y son un resorte importante de la lucha económica. Y seguirán conservando esta importancia mientras exista el capitalismo, que origina necesariamente la autodefensa de los obreros. En los países europeos más adelantados se puede observar, incluso hoy, que las denuncias de escándalos en alguna "industria de oficio" de un rincón perdido o en alguna rama del trabajo a domicilio, olvidada de todas, se convierten en punto de partida para despertar la conciencia de clase, para iniciar la lucha sindical y la difusión del socialismo.
Durante los últimos tiempos, la inmensa mayoría de los socialdemócratas rusos han estado absorbidos casi enteramente por esta labor de organización de las denuncias de los abusos cometidos en las fábricas. Basta con recordar Rab. Mysl para ver a qué extremo había llegado esa absorción y cómo se olvidaba que semejante actividad, por sí sola, no era aún, en el fondo, socialdemócrata, sino sólo tradeunionista. En realidad, las denuncias no se referían más que a las relaciones de los obreros de un oficio determinado con sus patronos respectivos, y lo único que lograban era que los vendedores de la fuerza de trabajo aprendieran a vender a mejor precio esta "mercancía" y a luchar contra los compradores en el terreno de las transacciones puramente comerciales. Estas denuncias podían convertirse (siempre que las aprovechara en cierto grado la organización de los revolucionarios) en punto de partida y elemento integrante de la actividad socialdemócrata, pero podían conducir también (y, con el culto a la espontaneidad, debían conducir) a la lucha "exclusivamente sindical" y a un movimiento obrero no socialdemócrata. La socialdemocracia dirige la lucha de la clase obrera no sólo para conseguir ventajosas condiciones de venta de la fuerza de trabajo, sino para destruir el régimen social que obliga a los desposeídos a venderse a los ricos. La socialdemocracia representa a la clase obrera en sus relaciones no sólo con un grupo determinado de patronos, sino con todas las clases de la sociedad contemporánea, con el Estado como fuerza política organizada. Se comprende, por tanto, que, lejos de poder limitarse a la lucha económica, los socialdemócratas no pueden ni admitir que la organización de denuncias económicas constituya su actividad predominante. Debemos emprender una intensa labor de educación política de la clase obrera, de desarrollo de su conciencia política. Hoy día, después del primer embate de Zariá e Iskra contra el "economismo", "todos están de acuerdo" con eso (aunque algunos lo están sólo de palabra, como veremos enseguida).
Cabe preguntar: ¿en qué debe consistir la educación política? ¿Podemos limitarnos a propagar la idea de que la clase obrera es hostil a la autocracia? Está claro que no. No basta con explicar la opresión política de que son objeto los obreros (de la misma manera que era insuficiente explicarles el antagonismo entre sus intereses y los de los patronos). Hay que hacer agitación con motivo de cada hecho concreto de esa opresión (como hemos empezado a hacerla con motivo de las manifestaciones concretas de opresión económica). Y puesto que las más diversas clases de la sociedad son víctimas de esta opresión, puesto que se manifiesta en los más diferentes ámbitos de la vida y de la actividad sindical, cívica, personal, familiar, religiosa, científica, etc., ¿no es evidente que incumpliríamos nuestra misión de desarrollar la conciencia política de los obreros si no asumiéramos la tarea de organizar una campaña de denuncias políticas de la autocracia en todos los aspectos? Porque para hacer agitación con motivo de las manifestaciones concretas de la opresión es preciso denunciar esas manifestaciones (lo mismo que arpa hacer agitación económica era necesario denunciar los abusos cometidos en las fábricas).
Podría creerse que esto está claro. Pero aquí precisamente resulta que sólo de palabra están "todos" de acuerdo con que es necesario desarrollar la conciencia política en todos sus aspectos. Aquí precisamente resulta que Rab. Dielo, por ejemplo, lejos de asumir la tarea de organizar denuncias políticas en todos los aspectos (o comenzar su organización), se ha puesto a arrastrar hacia atrás también a Iskra, que había iniciado esa labor. Escuchen: "La lucha política de la clase obrera es sólo" (precisamente no es sólo) "la forma más desarrollada, amplia y eficaz de la lucha económica" (programa de Rab. Dielo: véase su número 1, pág. 3). "En la actualidad, los socialdemócratas tienen planteada la tarea de dar a la lucha económica misma, en la medida de lo posible, un carácter político" (Martinóv en el núm. 10, pág. 42). "La lucha económica es el medio que se puede aplicar con la mayor amplitud para incorporar a las masas a la lucha política activa" (Resolución del Congreso de la Unión y "enmiendas": Dos congresos, pág. 11 y 17): como ve el lector, Rab. Dielo está impregnado de todas estas tesis desde su aparición hasta las últimas "instrucciones a la redacción", y todas ellas expresan, evidentemente, un mismo parecer de la agitación y la lucha políticas. Analicen, pues, este parecer desde el punto de vista de la opinión, dominante entre todos los "economistas", de que la agitación política debe seguir a la económica. ¿Será cierto que la lucha económica es, en general, "el medio que se puede aplicar con la mayor amplitud" para incorporar a las masas a la lucha política? Es falso por completo. Medios "que se pueden aplicar" con no menos "amplitud" para tal "incorporación" son todas y cada una de las manifestaciones de la opresión policíaca y de la arbitrariedad autocrática, pero en modo alguno sólo las manifestaciones ligadas a la lucha económica. ¿Por qué los jefes de los zemstvos y los castigos corporales de los campesinos, las concusiones de los funcionarios y el trato que da la policía a la "plebe" de las ciudades, la lucha con los hambrientos y la persecución de los deseos de instrucción y de saber que siente el pueblo, la exacción de tributos y la persecución de las sectas religiosas, el adiestramiento de los soldados a baquetazos y el trato cuartelero que se da a los estudiantes y los intelectuales liberales; por qué todas estas manifestaciones de opresión y miles de otras análogas, que no tienen relación directa con la lucha "económica", han de ser en general medios y motivos "que se pueden aplicar" con menos "amplitud" para hacer agitación política, para incorporar a las masas a la lucha política? Todo lo contrarios: es indudable que, en la suma total de casos cotidianos en que el obrero (él mismo o sus allegados) está falto de derechos o sufre de la arbitrariedad y la violencia, sólo una pequeña minoría son casos de opresión policíaca en la lucha sindical. ¿Para qué restringir de antemano la envergadura de la agitación política y declarar que se "puede aplicar con más amplitud" sólo uno de los medios, al lado del cual, deben hallarse, para un socialdemócrata, otros que, hablando en general, "pueden aplicarse" con no menos "amplitud"?
En tiempos muy, muy remotos (¡hace un año!... ), Rab. Dielo decía: "Las reivindicaciones políticas inmediatas se hacen asequibles a las masas después de una huelga o, a lo sumo, de varias huelgas", "en cuanto el gobierno emplea la policía y la gendarmería" (núm. 7, pág. 15 de agosto de 1900). Ahora, esta teoría oportunista de las fases ha sido ya rechazada por la Unión, la cual nos hace una concesión al declarar que "no hay ninguna necesidad de desarrollar desde el comienzo mismo la agitación política exclusivamente sobre el terreno económico" (Dos congresos, pág. 11). ¡Por este solo hecho el futuro historiador de la socialdemocracia rusa verá mejor que por los más largos razonamientos hasta qué punto han envilecido el socialismo nuestros "economistas"! Pero ¡qué ingenuidad la de la Unión imaginarse que, a cambio de esta renuncia a una forma de restricción de la política, podía llevársenos a aceptar otra forma de restricción! ¿No hubiera sido más lógico decir, también en este caso, que se debe desarrollar con la mayor amplitud posible la lucha económica, que es preciso utilizarla siempre para la agitación política, pero que "no hay ninguna necesidad" de ver en la lucha económica el medio que se puede aplicar con más amplitud para incorporar a las masas a la lucha política activa?
La Unión atribuye importancia al hecho de haber sustituido con las palabras "el medio que se puede aplicar con la mayor amplitud" la expresión "el mejor medio", que figura en la resolución correspondiente del IV Congreso de la Unión Obrera Hebrea (Bund) . Nos veríamos, efectivamente, en un aprieto si tuviésemos que decir cuál de estas dos resoluciones es mejor: a nuestro juicio, las dos son peores. Tanto la Unión como el Bund se desvían en este caso (en parte, quizá, hasta inconscientemente, bajo la influencia de la tradición) hacia una interpretación economista, tradeunionista, de la política. En el fondo, las cosas no cambian en nada con que esta interpretación se haga empleando la palabreja "el mejor" o la expresión, "el que se puede aplicar con la mayor amplitud". Si la Unión dijera que "la agitación política sobre el terreno económico" es el medio aplicado con la mayor amplitud (y no "aplicable"), tendría razón respecto a acierto período de desarrollo de nuestro movimiento socialdemócrata. Tendría razón precisamente respecto a los "economistas", respecto a muchos militantes prácticos (si no a la mayoría de ellos) de 1898 a 1901, pues esos prácticos-"economistas" aplicaron, en efecto, la agitación política (¡en el grado en que, en general, la aplicaban!) casi exclusivamente en el terreno económico. ¡Semejante agitación política era aceptada y hasta recomendada, como hemos visto, tanto por Rab. Mysl como por el Grupo de Autoemancipación! Rab. Dielo debería haber condenado resueltamente el hecho de que la obra útil de la agitación económica fuera acompañada de una restricción nociva de la lucha política; pero, en vez de hacer eso, declara que ·el medio más aplicado (por los "economistas") es el medio más aplicable! No es de extrañar que estos hombres, cuando los tildamos de "economistas", no encuentren otra salida que ponernos de vuelta y media, llamándonos "embaucadores", "desorganizadores", "nuncios del papa" y "calumniadores"; no encuentren otra salida que llorar ante todo el mundo, diciendo que les hemos inferido una atroz afrenta, y declarar casi bajo juramento que "ni una sola organización socialdemócrata peca hoy de "economismo"". ¡Ah, esos calumniadores, esos malignos políticos! ¿No habrán inventado adrede todo el "economismo" para inferir a la gente, por simple odio a la humanidad, atroces afrentas?
¿Qué sentido concreto, real, tiene en labios de Martínov plantear ante la socialdemocracia la tarea de "dar a la lucha económica misma un carácter político"? La lucha económica es una lucha colectiva de los obreros contra los patronos por conseguir ventajosas condiciones de venta de la fuerza del trabajo, por mejorar las condiciones de trabajo y de vida de los obreros. Esta lucha es, por necesidad, una lucha sindical, porque las condiciones de trabajo son muy diferentes en los distintos oficios y, en consecuencia, la lucha orientada a mejorar estas condiciones tiene que sostenerse forzosamente por oficios (por los sindicatos de Occidente, por asociaciones sindicales de carácter provisional y por medio de octavillas en Rusia, etc.). Dar a la "lucha económica misma un carácter político" significa, pues, conquistar esas reivindicaciones profesionales, ese mejoramiento de las condiciones de trabajo en los oficios son "medidas legislativas y administrativas" (como se expresa Martínov en la página siguiente, 43, de su artículo). Y eso es precisamente lo que hacen y han hecho siempre todos los sindicatos obreros. Repasen la obra de los esposos Webb, serios eruditos (y "serios" oportunistas), y verán que los sindicatos obreros ingleses han comprendido y cumplen desde hace ya mucho la tarea de "dar a la lucha económica misma un carácter político"; luchan desde hace mucho por el derecho de huelga, por la supresión de todos los obstáculos jurídicos que se oponen al movimiento cooperativista y sindical, por la promulgación de leyes de protección de la mujer y del niño, por el mejoramiento de las condiciones de trabajo mediante una legislación sanitaria y fabril, etc.
¡Así pues, tras la pomposa frase de "dar a la lucha económica misma un carácter político", que suena con "terribles" hondura de pensamiento y espíritu revolucionario, se oculta, en realidad, la tendencia tradicional a rebajar la política socialdemócrata al nivel de política tradeunionista! So pretexto de rectificar la unilateralidad de Iskra, que considera más importante - fíjense en esto - "revolucionar el dogma que revolucionar la vida", nos ofrecen como algo nuevo la lucha por reformas económicas. En efecto, el único contenido, absolutamente el único, de la frase "dar a la lucha económica misma un carácter político" es la lucha por reformas económicas. Y el mismo Martínov habría podido llegar a esta simple conclusión si hubiese profundizado como es debido en la significación de sus propias palabras. "Nuestro partido - dice, enfilando su artillería más pesada contra Iskra - podría y debería presentar al gobierno reivindicaciones concretas de medidas legislativas y administrativas contra la explotación económica, contra el desempleo, contra el hambre, etc." (R. D., núm. 10, pág. 42-43). Reivindicar medidas concretas, ¿no es, acaso, reclamar reformas sociales? Y preguntamos una vez más a los lectores imparciales: ¿calumniamos a los rabochediélentsi (¡que me perdonen esta palabreja poco feliz hoy en boga!) al calificarlos de bernsteinianos velados cuando presentan, como discrepancia suya con Iskra, la tesis de que es necesaria la lucha por reformas económicas?
La socialdemocracia revolucionaria siempre ha incluido e incluye en sus actividades la lucha por las reformas. Pero no utiliza la agitación "económica" exclusivamente para reclamar del gobierno toda clase de medidas: la utiliza también (y en primer término) para exigir que deje de ser un gobierno autocrático. Además, considera su deber presentar al gobierno esta exigencia no sólo en el terreno de la lucha económica, sino asimismo en el terreno de todas las manifestaciones en general de la vida sociopolítica. En una palabra, subordina la lucha por las reformas como la parte al todo, a la lucha revolucionaria por la libertad y el socialismo. En cambio, Martínov resucita en una forma distinta la teoría de las fases, tratando de prescribir infaliblemente la vía económica, por decirlo así, del desarrollo de la lucha política. Al propugnar en un momento de efervescencia revolucionaria que la lucha por reformas es una "tarea" especial, arrastra al partido hacia atrás y hace el juego al oportunismo "economista" y liberal.
Prosigamos. Después de ocultar púdicamente la lucha por las reformas tras la pomposa tesis de "dar a la lucha económica misma un carácter político", Martínov presenta como algo especial únicamente las reformas económicas (e incluso sólo las reformas fabriles). Ignoramos por qué lo ha hecho. ¿Quizá por descuido? Pero si hubiera tenido en cuenta no sólo las reformas "fabriles", perdería todo sentido la tesis entera suya que acabamos de exponer. ¿Tal vez porque estima posible y probable que el gobierno haga "concesiones" únicamente en el terreno económico? De ser así, resultaría un error extraño. Las concesiones son posibles, y se hacen a veces también en el ámbito de la legislación sobre castigos corporales, pasaportes, pagos de rescate , sectas religiosas, censura, etc., etc. Las concesiones "económicas" (o pseudoconcesiones), son sin duda, las más baratas y las más ventajosas para el gobierno, pues espera ganarse con ellas la confianza de las masas obreras. Mas por eso mismo nosotros, los socialdemócratas, no debemos dar lugar, ni absolutamente con nada, a la opinión (o a la equivocación) de que apreciamos más las reformas económicas, de que les concedemos una importancia singular, etc. "Estas reivindicaciones - dice Martínov, refiriéndose a las reivindicaciones concretas de medidas legislativas y administrativas formuladas por él antes - no serían palabras vanas, puesto que, al prometer ciertos resultados palpables podrían ser apoyadas activamente por la masa obrera"... No somos "economistas", ¡oh, no! ¡Únicamente nos humillamos a los pies de la "palpabilidad" de resultados concretos con tanto servilismo como lo hacen los señores Bernstein, Prokopóvich, Struve, R. M. y tutti quanti! ¡Únicamente damos a entender (con Narciso Tuporílov) que cuanto no "promete resultados palpables" son "palabras vanas"! ¡No hacemos sino expresarnos como si la masa obrera fuera incapaz (y no hubiese demostrado su capacidad, pese a los que le imputan su propio filisteísmo) de apoyar activamente toda protesta contra la autocracia, incluso la que no le promete absolutamente ningún resultado palpable!
Tomemos aunque sólo sean los mismos ejemplos citados por el propio Martínov acerca de las "medidas" contra el desempleo y el hambre. Mientras Rab. Dielo se ocupa, según promete, de estudiar y elabora "reivindicaciones concretas (¿en forma de proyectos de ley?) de medidas legislativas y administrativas" que "prometan resultados palpables", Iskra, "que considera siempre más importante revolucionar el dogma que revolucionar la vida", ha tratado de explicar el nexo indisoluble que une el desempleo con todo el régimen capitalista, advirtiendo que "el hambre es inminente", denunciando "la lucha de la policía contra los hambrientos", así como el indignante Reglamento provisional de trabajos forzados, y Zariá ha publicado en separata como folleto de agitación, la parte de su Crónica de la vida interior dedicada al hambre. Pero, Dios mío, ¡qué "unilaterales" han sido esos ortodoxos de incorregible estrechez, esos dogmáticos sordos a los imperativos de la "vida misma"! ¡Ni uno solo de sus artículos ha contenido - ¡qué horror! - ni una sola, ¡imagínense ustedes!, ni siquiera una sola "reivindicación concreta" que "prometa resultados palpables"! ¡Desgraciados dogmáticos! ¡Hay que llevarlos a aprender de los Krichevski y los Martínov para que se convenzan de que la táctica es el proceso del crecimiento, de lo que crece, etc., de que es necesario dar a la lucha económica misma un carácter político!
"La lucha económica de los obreros contra los patronos y el gobierno (··"lucha económica contra el gobierno"!!), además de su significado revolucionario directo, tiene también otro: incita constantemente a los obreros a pensar en su falta de derecho políticos" (Martínov, pág. 44). Si hemos reproducido este pasaje no es para repetir por centésima o milésima vez lo que hemos dicha ya antes, sino para agradecer de manera especial a Martínov esta nueva y excelente fórmula "La lucha económica de los obreros contra los patronos y el gobierno". ¡Qué maravilla! Con qué inimitable talento, con qué magistral eliminación de todas las discrepancias parciales y diferencia de matices entre los "economistas" tenemos expresada aquí, en su postulado conciso y claro, toda la esencia del "economismo", comenzando por el llamamiento a los obreros a sostener "la lucha política en aras del interés general, para mejorar la situación de todos los obreros" [Rabóchaya Mysl, Suplemento especial, pág. 14], siguiendo luego con la teoría de las fases y terminado con la resolución del congreso sobre el medio "aplicable con la mayor amplitud", etc. "La lucha económica contra el gobierno" es precisamente política tradeunionista, que está muy lejos, lejísima, de la política socialdemócrata.
b) De cómo Martínov ha profundizado a Plejánov
"¡Cuántos Sénecas socialdemócratas han aparecido últimamente en nuestro país!", observó cierto día un camarada, refiriéndose a la asombrosa inclinación de mucha gente propensa al "economismo" a alcanzar indefectiblemente con "su propia inteligencia" las grandes verdades (por ejemplo, que la lucha económica incita a los obreros a pensar en su falta de derechos), desconociendo con magnífico desdén de genios innatos cuánto ha proporcionado ya el desarrollo anterior del pensamiento revolucionario y del movimiento revolucionario. Un genio innato de esta índole es precisamente Séneca-Martínov. Den un vistazo a su artículo Problemas del día y verán cómo llega con "su propio entendimiento" a cosas dichas hace ya mucho por Axelrod (al que nuestro Séneca, como es natural, silencia por completo); cómo empieza, por ejemplo, a comprender que no podemos pasar por alto la oposición de tales o cuales sectores de la burguesía (Rabócheie Dielo, núm. 9, pág. 61, 62, 71; compárese con la Respuesta de la redacción de R. D. a Axelrod, pág. 22, 23-24), etc. pero -¡ay! - sólo "llega" y no pasa de "empezar", ya que, a pesar de todo, no ha comprendido aún las ideas de Axelrod hasta el punto de que habla de "lucha económica contra los patronos y el gobierno". Rab. Dielo ha venido acumulando fuerzas durante tres años (de 1898 a 1901) para comprender a Axelrod y, pese a ello ¡no lo ha comprendido! ¿Quizás también se deba esto a que la socialdemocracia, "a semejanza de la humanidad", se plantea siempre únicamente tareas realizables?
Pero los Sénecas no se distinguen sólo porque ignoran muchas cosas (¡eso sería una desgracia a medias!), sino también porque no ven su ignorancia. Eso es ya una verdadera desgracia, y esta desgracia los mueve a emprender en el acto la labor de "profundizar" a Plejánov.
"Desde que Plejánov escribió el folleto citado (Las tareas de los socialistas en la lucha contra el hambre en Rusia) ha corrido mucha agua bajo los puentes - cuenta Séneca-Martínov -. Los socialdemócratas, que en el transcurso de diez años han dirigido la lucha económica de la clase obrera..., no han tenido aún tiempo de ofrecer una amplia argumentación teórica de la táctica del partido. Hoy esta cuestión ha madurado, y si quisiéramos ofrecer esa argumentación teórica, tendríamos, sin duda, que profundizar considerablemente los principios tácticos desarrollados en su tiempo por Plejánov... Ahora tendríamos que definir la diferencia entre la propaganda y la agitación de una manera distinta a como lo hizo Plejánov" (Martínov acaba de citar las palabras de Plejánov: "El propagandista comunica muchas ideas a una sola o a varias personas, mientras que el agitador comunica una sola idea o un pequeño número de ideas, pero, en cambio, a toda una multitud"). "Nosotros entenderíamos por propaganda la explicación revolucionaria de todo el régimen actual o de sus manifestaciones parciales, indiferentemente de que se haga en una forma accesible sólo para algunas personas o para la multitud. Por agitación, en el sentido estricto de la palabra, entenderíamos el llamamiento dirigido a las masas para ciertas acciones concretas, la ayuda a la intervención revolucionaria directa del proletariado en la vida social".
Felicitamos a la socialdemocracia rusa - e internacional - por esta nueva terminología martinoviana, más estricta y más profunda. Hasta ahora creíamos (con Plejánov y con todos los líderes del movimiento obrero internacional) que sin un propagandista trata, por ejemplo, el problema del desempleo, debe explicar la naturaleza capitalista de las crisis, mostrar la causa que las hace inevitables en la sociedad actual, exponer la necesidad de transformar la sociedad capitalista en socialista, etc. en una palabra, debe comunicar "muchas ideas", tantas, que todas ellas en conjunto podrán ser asimiladas en el acto sólo por pocas (relativamente) personas. En cambio, el agitador, al hablar de este mismo problema, tomará un ejemplo, el más destacado y más conocido de su auditorio - pongamos por caso, el de una familia de parados muerta de inanición, el aumento de la miseria, etc. - y, aprovechando ese hecho conocido por todos y cada uno, orientará todos sus esfuerzos a inculcar en la "masa" una sola idea: la idea de cuán absurda es la contradicción entre el incremento de la riqueza y el aumento de la miseria; tratará de despertar en la masa el descontento y la indignación contra esta flagrante injusticia, dejando al propagandista la explicación completa de esta contradicción. Por eso, el propagandista actúa principalmente por medio de la palabra impresa, mientras que el agitador lo hace de viva voz. Al propagandista se le exigen cualidades distintas que al agitador. Así, llamaremos propagandistas a Kautsky y a Lafargue; agitadores, a Bebel y Guesde. Pero segregar un tercer terreno o tercera función de actividad práctica incluyendo en esta función "el llamamiento dirigido a las masas para ciertas acciones concretas", constituye el mayor desatino, pues el "llamamiento", como acto aislado, o es un complemento natural e inevitable del tratado teórico, del folleto de propaganda y del discurso de agitación, o es una función netamente ejecutiva. En efecto, tomemos, por ejemplo, la lucha actual de los socialdemócratas alemanes contra los aranceles cerealistas. Los teóricos escriben estudios sobre la política aduanera y "llaman", supongamos, a luchar por la conclusión de tratados comerciales y por libertad de comercio; el propagandista hace lo mismo en una revista, y el agitador, en discursos públicos. Las "acciones concretas" de las masas consisten en este caso en firmar peticiones dirigidas al Reichstag, reclamando que no se eleven los aranceles cerealistas. El llamamiento a esta acción parte indirectamente de los teóricos, los propagandistas y los agitadores, y directamente, de los obreros que recorren las fábricas y las viviendas particulares recogiendo firmas. Según la "terminología de Martínov", resulta que Kautsky y Bebel son propagandistas, y los portadores de las listas de adhesión, agitadores. ¿No es así?
El ejemplo de los alemanes me ha hecho recordar la palabra alemana Verballhornung, que traducida literalmente significa "ballhornización". Juan Ballhorn fue un editor de Leipzig del siglo XVI; publicó un cantón, en el que, siguiendo la costumbre, incluyó un dibujo que representaba un gallo, pero, en lugar de la estampa habitual del gallo con espolones, figuraba uno sin espolones y con dos huevos al lado. Y en la portada del cantón agregó: "Edición corregida de Juan Ballhorn". Desde entonces, los alemanes dicen Verballhornung al referirse a una "enmienda" que, de hecho, empeora el original. Y no puede menos de recordarse a Ballhorn al ver cómo los Martínov "profundizan" a Plejánov...
¿Para qué ha "inventado" nuestro Séneca este embrollo? Para demostrar que Iskra, "lo mismo que Plejánov hace ya unos quince años, presta atención a un solo aspecto del asunto" (pág. 52). Si traducimos esta última frase del lenguaje de Martínov a un lenguaje corriente (pues la humanidad no ha tenido aún tiempo de adoptar esta terminología recién descubierta), resultará lo siguiente: en Iskra, las tareas de propaganda y agitación políticas relegan a segundo plano la tarea de "presentar al gobierno reivindicaciones concretas de medidas legislativas y administrativas" que "prometen ciertos resultados palpables" (O, en otros términos, reivindicaciones de reformas sociales, si se nos permite emplear una vez más la vieja terminología de la vieja humanidad, que no ha llegado aún al nivel de Martínov). Proponemos al lector que compare con esta tesis la retahíla siguiente:
"En estos programas" (los programas de los socialdemócratas revolucionarios) nos asombrará también que coloquen eternamente en primer plano las ventajas de la actividad de los obreros en el Parlamento (que no existe en nuestro país) dando de lado por completo (a causa de su nihilismo revolucionario) la importancia de la participación de los obreros en las asambleas legislativas de los fabricantes, asambleas que sí existen en nuestro país, para discutir asuntos de las fábricas... o aunque sólo sea, de la participación de los obreros en la autogestión urbana... "
El autor de esta retahíla expresa de una manera algo más directa, clara y franca la idea a que ha llegado con su propio entendimiento Séneca-Martínov. El autor es R. M., en el Suplemento especial de "Rabóchaya Mysl" (pág. 15).
c) Las denuncias políticas y la "educación de la actividad revolucionaria"
Al lanzar contra Iskra su "teoría" de "elevar la actividad de la masa obrera", Martínov ha puesto al descubierto ,de hecho, su tendencia a rebajar esta actividad, pues ha declarado que el medio preferible, de importancia singular, "aplicable con la mayor amplitud" para promoverla y su campo de operaciones es la misma lucha económica, ante la cual se han postrado todos los "economistas". Este error es característico precisamente porque no es propio sólo de Martínov, ni mucho menos. En realidad, se puede "elevar la actividad de la masa obrera" únicamente a condición de que no nos limitemos a hacer "agitación política sobre el terreno económico". Y una de las condiciones esenciales para esa extensión indispensable de la agitación política consiste en organizar denuncias políticas que abarquen todos los terrenos. Sólo con esas denuncias pueden infundirse conciencia política y actividad revolucionaria a las masas. De ahí que esta actividad sea una de las funciones más importantes de toda la socialdemocracia internacional, pues ni siquiera la libertad política suprime en lo más mínimo esas denuncias: lo único que hace es modificar un tanto su orientación. Por ejemplo, el partido alemán afianza sus posiciones y extiende su influencia, sobre todo, gracias a la persistente energía de sus campañas de denuncias políticas. La conciencia de la clase obrera no puede ser una verdadera conciencia política si los obreros no están acostumbrados a hacerse eco de todos los casos de arbitrariedad y de opresión, de todos los abusos y violencias, cualesquiera que sean las clases afectadas; a hacerse eco, además, desde el punto de vista socialdemócrata, y no desde algún otro. la conciencia de las masas obreras no puede ser una verdadera conciencia de clase si los obreros no aprenden - basándose en hechos y acontecimientos políticos concretos y, además, actuales sin falta - a observar a cada una de las otras clases sociales en todas las manifestaciones de su vida intelectual, moral y política; si no aprenden a hacer un análisis materialista y una apreciación materialista de todos los aspectos de la actividad y la vida de todas las clases, sectores y grupos de la población. Quien orienta la atención, la capacidad de observación y la conciencia de la clase obrera de manera exclusiva - o, aunque sólo sea con preferencia - hacia ella misma, no es un socialdemócrata, pues el conocimiento de la clase obrera por sí misma está ligado de modo indisoluble a la completa claridad no sólo de los conceptos teóricos ... o mejor dicho: no tanto de los conceptos teóricos como de las ideas, basadas en la experiencia de la vida política, sobre las relaciones entre todas las clases de la sociedad actual. Por eso es tan nociva y tan reaccionaria, dada su significación práctica, la prédica de nuestros "economistas" de que la lucha económica es el medio que se puede aplicar con más amplitud para incorporar a las masas al movimiento político. Para llegar a ser un socialdemócrata, el obrero debe formarse una idea clara de la naturaleza económica y de la fisonomía social y política del terrateniente y del cura, del dignatario y del campesino, del estudiante y del desclasado, conocer sus lados fuertes y sus puntos flacos; saber orientarse entre los múltiples sofismas y frases en boga, con los que cada clase y cada sector social encubre sus apetitos egoístas y su verdadera "entraña"; saber distinguir qué instituciones y leyes reflejan tales o cuales intereses y cómo lo hacen. Mas esa "idea clara" no se puede encontrar en ningún libro: pueden proporcionarla únicamente las escenas de la vida y las denuncias, mientras los hechos están recientes, de cuanto sucede alrededor nuestro en un momento dado; de lo que todos y cada uno hablan - o, por lo menos, cuchichean - a su manera; de lo que revelan determinados acontecimientos, cifras, sentencias judiciales, etc., etc., etc. Estas denuncias políticas omnímodas son condición indispensable y fundamental para infundir actividad revolucionaria a las masas.
¿Por qué el obrero ruso muestra todavía poca actividad revolucionaria frente al salvajismo con que la policía trata al pueblo, frente a las persecuciones de las sectas, los castigos corporales impuestos a los campesinos, los abusos de la censura, las torturas de los soldados, la persecución de las iniciativas culturales más inofensivas, etc.? ¿No será porque la "lucha económica" no le "incita a pensar" en ello, porque le "promete" pocos "resultados palpables", porque le ofrece pocos elementos "positivos"? No; semejante juicio, repetimos, no es sino una tentativa de achacar las culpas propias a otros, imputar el filisteísmo propio (y también el bernsteinianismo) a la masa obrera. Debemos culparnos a nosotros mismos, a nuestro atraso con respecto al movimiento de las masas, de no haber sabido aún organizar denuncias lo suficiente amplias, brillantes y rápidas contra todas esas ignominias. Si lo hacemos (y debemos y podemos hacerlo), el obrero más atrasado comprenderá o sentirá que el estudiante y el miembro de una secta religiosa, el mujik y el escritor son vejados y atropellados por esa misma fuerza tenebrosa que tanto le oprime y le sojuzga a él en cada paso de su vida. Al sentirlo, él mismo querrá reaccionar, sentirá un deseo incontenible de hacerlo; y entonces sabrá armar hoy un escándalo a los censores, manifestarse mañana ante la casa del gobernador que haya sofocado un levantamiento campesino, dar pasado mañana una lección a los gendarmes con sotana que desempeñan la función del Santo Oficio, etc. Hemos hecho todavía muy poco, casi nada, para lanzar entre las masas obreras denuncias omnímodas y actuales. Muchos de nosotros ni siquiera comprendemos aún esta obligación suya y seguimos espontáneamente tras la "monótona lucha cotidiana" en el estrecho marco de la vida fabril. En tales condiciones decir que "Iskra tiene la tendencia a rebajar la importancia de la marcha ascendente de la monótona lucha cotidiana, en comparación con la propaganda de ideas brillantes y acabadas" (Martínov, pág. 61), significa arrastrar al partido hacia atrás, defender y ensalzar nuestra falta de preparación, nuestro atraso.
En lo que respecta al llamamiento a las masas para la acción, éste surgirá por sí mismo siempre que haya enérgica agitación política y denuncias vivas y aleccionadoras. Pillar a alguien en flagrante delito y estigmatizarlo en el acto ante todo el mundo y en todas partes es más eficaz de cualquier "llamamiento" e influye a veces de tal modo que después es incluso imposible decir con exactitud quién "llamó" a la muchedumbre y quién propuso tal o cual plan de manifestación, etc. Se puede llamar a una acción - en el sentido concreto de la palabra, y no en el sentido general - sólo en el lugar mismo donde la acción se lleve a cabo; y puede hacerlo únicamente quien va a obrar en el acto. Y nuestra misión de publicistas socialdemócratas consiste en ahondar, extender e intensificar las denuncias políticas y la agitación política.
A propósito de los "llamamientos". Iskra fue el único órgano que, antes de los sucesos de la primavera, llamó a los obreros a intervenir de modo activo en una cuestión - el aislamiento forzoso de estudiantes - que no prometía absolutamente ningún resultado palpable al obrero. Nada más publicarse la disposición del 11 de enero sobre "el aislamiento forzoso de ciento ochenta y tres estudiantes para hacer el servicio", Iskra insertó un artículo sobre este hecho (núm. 2, febrero) y, antes de que comenzara toda manifestación, llamó con claridad "a los obreros a acudir en ayuda de los estudiantes", llamó al "pueblo" a contestar públicamente al insolente desafío del gobierno. Preguntamos a todos y cada uno: ¿cómo explicar la notable circunstancia de que, hablando tanto de "llamamientos" y destacando los "llamamientos" incluso como una forma especial de actividad, Martínov no haya mencionado para nada este llamamiento? ¿No será filisteísmo, después de todo, la declaración de Martínov de que Iskra es unilateral porque no "llama" suficientemente a la lucha por reivindicaciones que "prometen resultados palpables"?
Nuestros "economistas", entre ello Rabócheie Dielo, tenían éxito porque se adaptaban a la mentalidad de los obreros atrasados. Pero el obrero socialdemócrata, el obrero revolucionario (y el número de estos obreros aumenta día en día) rechazará con indignación todos esos razonamientos sobre la lucha por reivindicaciones que "prometan resultados palpables", etc., pues comprenderá que no son sino variantes de la vieja cantinela del aumento de un kopek por rublo. Este obrero dirá a sus consejeros de R. Mysl y de R. Dielo: en vano se afanan, señores, interviniendo con demasiado celo en asuntos que nosotros mismos resolvemos y esquivando el cumplimiento de sus verdaderas obligaciones. Porque no es nada inteligente decir, como lo hacen ustedes, que la tarea de los socialdemócratas consiste en dar a la lucha económica misma un carácter político; eso es sólo el comienzo, y no radica en ello la tarea principal de los socialdemócratas, pues en el mundo entero, sin exceptuar a Rusia, es la policía misma la que comienza muchas veces a dar a la lucha económica un carácter político, y los propios obreros aprenden a darse cuenta de con quién está el gobierno. En efecto, esa "lucha económica de los obreros contra los patronos y el gobierno", con que ustedes presumen como si hubieran descubierto América, la sostienen en numerosos lugares perdidos de Rusia los propios obreros, que han oído hablar de huelgas, pero que quizá nada sepan de socialismo. Esa "actividad" nuestra, de los obreros, que todos ustedes quieren apoyar presentando reivindicaciones concretas que prometen resultados palpables, existe ya entre nosotros; y en nuestra minúscula labor cotidiana, sindical, nosotros mismos presentamos esas reivindicaciones concretas, a menudo sin ayuda alguna de los intelectuales. Pero esa actividad no nos basta; no somos niños a los que se pueda alimentar sólo con la papilla de la política "económica"; queremos saber todo lo que saben los demás, queremos conocer detalladamente todos los aspectos de la vida política y tomar parte activa en todos y cada uno de los acontecimientos políticos. Para ello es necesario que los intelectuales repitan menos lo que ya sabemos nosotros mismos y nos den más de lo que todavía no sabemos, de lo que jamás podremos saber por nosotros mismos a través de nuestra experiencia fabril y "económica", o sea: conocimientos políticos. Ustedes, los intelectuales, pueden adquirir estos conocimientos y tienen el deber de proporcionárnoslos cien y mil veces más que hasta ahora; además, deben proporcionárnoslos no sólo en forma de razonamientos, folletos y artículos (que a menudo -disculpen la franqueza - suelen ser algo aburridos), sino indispensablemente en forma de denuncias vivas de cuanto hacen nuestro gobierno y nuestras clases dominantes en estos momentos en todos los aspectos de la vida. Cumplan con mayor celo esta obligación suya y hablen menos de "elevar la actividad de la masa obrera". ¡Nuestra actividad es mucho de lo que ustedes suponen y sabemos sostener, por medio de la lucha abierta en la calle, incluso las reivindicaciones que no prometen ningún "resultado palpable"! Y no son ustedes los llamados a "elevar" nuestra actividad, pues ustedes mismos carecen precisamente de esa actividad. ¡Póstrense menos ante la espontaneidad y piensen más en elevar su propia actividad, señores!
d) ¿Qué hay de común entre el economismo y el terrorismo?
Hemos confrontado, en una nota a pie de página, a un "economista" y a un terrorista no socialdemócrata, que por casualidad han resultado solidarios. Pero, hablando en general, entre los unos y los otros existe un nexo no casual, sino interno y necesario, del cual tendremos que hablar aún más adelante y al que es preciso referirse precisamente cuando se trata de inculcar la actividad revolucionaria. Los "economistas" y los terroristas de nuestros días tienen una raíz común: el culto a la espontaneidad, del que hemos hablado en el capítulo precedente como de un fenómeno general y que ahora examinamos desde el punto de vista de su influencia en la actividad política y la lucha política. A primera vista, nuestra afirmación puede parecer paradójica: tan grande es, aparentemente, la diferencia entre quienes hacen hincapié en la "monótona lucha cotidiana" y quienes preconizan la lucha más abnegada del individuo aislado. Pero no es una paradoja. Los "economistas" y los terroristas rinden culto a dos polos diferentes de la corriente espontánea: los "economistas", a la espontaneidad del "movimiento puramente obrero", los terroristas, a la espontaneidad de la indignación más ardiente de los intelectuales que no saben o no tienen la posibilidad de vincular la labor revolucionaria al movimiento obrero para formar un todo. Quienes hayan perdido la fe en esta posibilidad, o jamás la hayan tenido, difícilmente encontrarán, en efecto, otra manera de manifestar su sentimiento de indignación y su energía revolucionaria que no sea el terrorismo. Así pues, el culto a la espontaneidad en las dos direcciones indicadas no es sino el comienzo de la realización del famoso programa del Credo: los obreros sostienen su "lucha económica contra los patronos y el gobierno" (¡que nos perdone el autor del Credo porque expresemos sus ideas con palabras de Martínov! Creemos tener derecho a hacerlo, pues también en el Credo se habla de que los obreros, en la lucha económica "chocan con el régimen político"), ·y los intelectuales, con sus propias fuerzas, despliegan su lucha política, como es natural, por medio del terrorismo! Esta conclusión es completamente lógica e inevitable, y es forzoso insistir sobre ella, aunque quienes comienzan a realizar dicho programa no han comprendido que tal conclusión es inevitable. La actividad política tiene su lógica, que no depende de la conciencia de quienes con las mejores intenciones exhortan o al terrorismo o a imprimir un carácter político a la lucha económica misma. De buenas intenciones está empedrado el camino del infierno, y en el caso presente las buenas intenciones no salvan aún de la inclinación espontánea a "la línea del menor esfuerzo", a la línea del programa netamente burgués del Credo. Porque tampoco tiene nada de casual que muchos liberales rusos - tanto los liberales declarados como los que se cubren con una careta marxista - simpaticen de todo corazón con el terrorismo y traten de mantener la intensificación de las tendencias terroristas en el momento actual.
Pues bien, al surgir el "Grupo Revolucionario-Socialista Svoboda", que se había señalado precisamente la tarea de ayudar por todos los medios al movimiento obrero, pero incluyendo en el programa el terrorismo y emancipándose, por decirlo así, de la socialdemocracia, este hecho vino a confirmar una vez más la admirable perspicacia de P.B. Axelrod, quien predijo con toda exactitud estos resultados de las vacilaciones socialdemócratas ya a fines de 1897 (en su trabajo A propósito de las tareas y de la táctica actuales) y trazó sus famosas "dos perspectivas". Todas las discusiones y discrepancias posteriores entre los socialdemócratas rusos están ya, como la planta en la semilla, en esas dos perspectivas.
Desde el punto de vista indicado se comprende también que R. Dielo, que no ha podido resistir a la espontaneidad del "economismo", tampoco haya podido resistir a la espontaneidad del terrorismo. Tiene sumo interés señalar aquí la argumentación especial que ha esgrimido Svoboda en defensa del terrorismo. "Niega por completo" el papel intimidador del terrorismo (Renacimiento del revolucionarismo, pág. 64), pero, en cambio, destaca su "importancia excitadora". Esto es característico, en primer lugar, como una de las fases de la descomposición y decadencia del conjunto tradicional (presocialdemócrata) de ideas que obligaba a asirse al terrorismo. Reconocer que en la actualidad es imposible "intimidar" al gobierno - y, por consiguiente, desorganizarlo - por medio del terrorismo equivale, en el fondo, a condenar rotundamente este último como sistema de lucha, como campo de actividad consagrado por su programa. En segundo lugar, esto es aún más característico como ejemplo de la incomprensión de nuestras tareas urgentes de "infundir actividad revolucionaria a las masas". Svoboda hace propaganda del terrorismo como medio de "excitar" el movimiento obrero y darle un "fuerte impulso". ¡Es difícil imaginarse una argumentación que se refute a sí misma con mayor evidencia! Cabe preguntar: ¿es que existen en la vida rusa tan pocos abusos que sea preciso aún inventar "excitantes" especiales? Y, por otra parte, si hay alguien que no se excita ni es excitable siquiera por la arbitrariedad rusa, ¿no es evidente que seguirá contemplando también con indiferencia el duelo entre el gobierno y un puñado de terroristas? La realidad es que las masas obreras se excitan mucho por las infamias de la vida rusa, pero nosotros no sabemos reunir, si puede decirse así, y concentrar todas las gotas y chorrillos de la excitación popular que la vida rusa rezuma en cantidad inconmensurablemente mayor de lo que todos nosotros nos figuramos y pensamos, y que es preciso fusionar en un solo torrente gigantesco. Que esto es factible lo demuestran de manera irrefutable la colosal propagación del movimiento obrero y la avidez, ya señalada, de publicaciones políticas, así como los llamamientos a dar a la lucha económica misma un carácter político, son formas distintas de esquivar el deber más imperiosos de los revolucionarios rusos: organizar la agitación política en todos sus aspectos. Svoboda quiere sustituir la agitación con el terrorismo, confesando sin rodeos que, "en cuanto empiece una agitación intensa y enérgica entre las masas, el papel excitador de éste desaparecerá" (Renacimiento del revolucionarismo, pág. 68). Esto justamente muestra que tanto los terroristas como los "economistas" subestiman la actividad revolucionaria de las masas, pese al testimonio evidente de los sucesos de la primavera; además, unos se precipitan en busca de "excitantes" artificiales y otros hablan de "reivindicaciones concretas". Ni los unos ni los otros prestan suficiente atención al desarrollo de su propia actividad de agitación política y de organización de denuncias políticas. Y ni ahora ni en ningún otro momento se puede sustituir con nada esta labor.
e) La clase obrera como combatiente de vanguardia por la democracia
Hemos visto ya que la agitación política más amplia y, por consiguiente, la organización de denuncias políticas de todo género es una tarea necesaria en absoluto, la tarea más imperiosamente necesaria de la actividad, siempre que esta actividad sea de veras socialdemócrata. Pero hemos llegado a esta conclusión partiendo sólo de la necesidad apremiante que la clase obrera tiene de conocimientos políticos y de educación política. Sin embargo, esta manera de plantear la cuestión sería demasiado estrecha y daría de lado las tareas democráticas universales de toda la socialdemocracia, en general, y de la socialdemocracia rusa actual, en particular. Para explicar esta tesis del modo más concreto posible, intentaremos enfocar el problema desde el punto de vista más "familiar" al "economista", o sea, desde el punto de vista práctico. "Todos están de acuerdo" con que es preciso desarrollar la conciencia política de la clase obrera. Pero ¿cómo hacerlo y qué es necesario para hacerlo? La lucha económica "hace pensar" a los obreros sólo en las cuestiones concernientes a la actitud del gobierno ante la clase obrera; por eso, por más que nos esforcemos en "dar a la lucha económica misma un carácter político", jamás podremos, en los límites de esta tarea, desarrollar la conciencia política de los obreros (hasta el grado de conciencia política socialdemócrata), pues los propios límites son estrechos. La formula de Martínov es valiosa para nosotros, pero en modo alguno porque ilustre la capacidad del autor para embrollar las cosas. Es valiosa porque pone de relieve el error fundamental de todos los "economistas": el convencimiento de que ese puede desarrollar la conciencia política de clase de los obreros desde dentro, por decirlo así, de su lucha económica, o sea, partiendo sólo (o, al menos, principalmente) de esta lucha, basándose sólo (o, al menos, principalmente) en esta lucha. Semejante opinión es errónea de raíz; y precisamente porque los "economistas", enojados por nuestra polémica con ellos, no quieren reflexionar como es debido en el origen de nuestras discrepancias, acabamos literalmente por no comprendernos, por hablar lenguas diferentes.
Al obrero se le puede dotar de conciencia política de clase sólo desde el exterior, es decir, desde fuera de la lucha económica, desde fuera del campo de las relaciones entre obreros y patronos. La única esfera de que se pueden extraer esos conocimientos es la esfera de las relaciones de todas las clases y sectores sociales con el Estado y el gobierno, la esfera de las relaciones de todas las clases entre sí. Por eso, a la pregunta de qué hacen para dotar de conocimientos políticos a los obreros no se puede dar únicamente la respuesta con que se contentan, en la mayoría de los casos, los militantes dedicados a la labor práctica, sin hablar ya de quienes, entre los, son propensos al "economismo", a saber: "Hay que ir a los obreros". Para aportar a los obreros conocimientos políticos, los socialdemócratas deben ir a todas las clases de la población, deben enviar a todas partes destacamentos de su ejército.
Si empleamos adrede esta fórmula tosca y nos expresamos adrede de una forma simplificada y tajante, no es en modo alguno por el deseo de decir paradojas, sino para "incitar" a los "economistas" a pensar en las tareas que desdeñan de manera tan imperdonable y en la diferencia - que ellos no quieren comprender - entre la política tradeunionista y la política socialdemócrata. Por eso rogamos al lector que no se impaciente y nos escuche con atención hasta el final.
Tomemos el tipo del círculo socialdemócrata más difundido en los últimos años y examinemos su actividad. "Está en contacto con los obreros" y se conforma con eso, editando hojas que fustigan los abusos cometidos en las fábricas, la parcialidad del gobierno con los capitalistas y las violencias de la policía; en las reuniones con los obreros, los límites de estos mismos temas; sólo muy de tarde en tarde se pronuncian conferencias y charlas acerca de la historia del movimiento revolucionario, la política interior y exterior de nuestro gobierno, la evolución económica de Rusia y de Europa, la situación de las distintas clases en la sociedad contemporánea, etc.; nadie piensa en establecer y desenvolver de manera sistemática relaciones con otras clases de la sociedad. En el fondo, los componentes de un círculo de este tipo conciben al militante ideal, en la mayoría de los casos, mucho más parecido a un secretario de tradeunión que a un jefe político socialista. Porque el secretario de cualquier tradeunión inglesa., por ejemplo, ayuda siempre a los obreros a sostener la lucha económica, organiza la denuncia de los abusos en las fábricas, explica la injusticia de las leyes y disposiciones que restringen la libertad de huelga y la libertad de colocar piquetes cerca de las fábricas (para avisar a todos que en la fábrica dada se han declarado en huelga), explica la parcialidad de los árbitros pertenecientes a las clases burguesas del pueblo, etc., etc. En una palabra, todo secretario de tradeunión sostiene y ayuda a sostener "la lucha económica contra los patrones y el gobierno". Y jamás se insistirá bastante en que esto no es aún socialdemocracia, que el ideal del socialdemócrata no debe ser el secretario de tradeunión, sino el tribuno popular, que sabe reaccionar ante toda manifestación de arbitrariedad de opresión, dondequiera que se produzca y cualquiera que sea el sector o la clase social a que afecte; que sabe sintetizar todas estas manifestaciones en un cuadro único de la brutalidad policíaca y de la explotación capitalista; que sabe aprovechar el hecho más pequeño para exponer ante todos sus convicciones socialistas y sus reivindicaciones democráticas, para explicar a todos y cada uno la importancia histórica universal de la lucha emancipadora del proletariado. Comparen, por ejemplo, a hombres como Roberto Knight (conocido secretario y líder de la Sociedad de Obreros Caldereros, uno de los sindicatos más poderosos de Inglaterra) y Guillermo Liebknecht e intenten aplicarles las contradicciones en que basa Martínov sus discrepancias con Iskra. Verán que R. Knight - empiezo a hojear el artículo de Martínov - " ha exhortado" mucho más "a las masas a ciertas acciones concretas" (pág. 39), mientras que G. Liebknecht se ha dedicado más a "explicar desde un punto de vista revolucionario todo el régimen actual o sus manifestaciones parciales" (pág. 38-39); que R. Knight "ha formulado las reivindicaciones inmediatas del proletariado e indicado los medios de satisfacerlas" (pág. 41), mientras que G. Liebknecht, sin dejar de hacer eso, no ha renunciado a "dirigir al mismo tiempo la intensa actividad de los diferentes sectores oposicionistas" y "dictarles un programa positivo de acción" (pág. 41); que R. Knight ha procurado precisamente "imprimir, en la medida de lo posible, a la lucha económica misma un carácter político" (pág. 42) y ha sabido muy bien "presentar al gobierno reivindicaciones concretas que prometen ciertos resultados palpables" (pág. 43), en tanto que G. Liebknecht se ha ocupado mucho más de las "denuncias" "unilaterales" (pág. 40); que R. Knight ha concedido más importancia al "desarrollo progresivo de la monótona lucha cotidiana" (pág. 61), y G. Liebknecht, "a la propaganda de ideas brillantes y acabadas" (pág. 61); que G. Liebknecht ha hecho del periódico dirigido por él precisamente "un órgano de oposición revolucionaria de denuncia nuestro régimen, y sobre todo nuestro régimen político, por cuanto choca con los interese de los más diversos sectores de la población" (pág. 63), mientras que R. Knight "ha trabajado por la causa obrera en estrecho contacto orgánico con la lucha proletaria" (pág. 63) - si se entiende por "estrecho contacto orgánico" ese culto a la espontaneidad que hemos analizado más arriba en los ejemplos de Krichevski y de Martínov - y "ha restringido la esfera de su influencia", convencido, sin duda como Martínov, de que "con ello se hacía más compleja esta influencia" (pág. 63). Es una palabra, verán que Martínov rebaja de facto la socialdemocracia al nivel del tradeunionismo, aunque, claro está, en modo alguno lo hace porque no quiere el bien de la socialdemocracia, sino simplemente porque se ha apresurado un poco a profundizar a Plejánov, en lugar de tomarse la molestia de comprenderlo.
Pero volvamos a nuestra exposición. Hemos dicho que el socialdemócrata, si es partidario, no sólo de palabra, del desarrollo polifacético de la conciencia política del proletariado, debe "ir a todas las clases de la población". Surgen varias preguntas: ¿Cómo hacerlo? ¿Tenemos fuerzas suficientes para ello? ¿Existe una base que permita realizar esta labor entre todas las demás clases? ¿No implicará eso abandonar, o conducirá a abandonar, el punto de vista de clase? Examinemos estas cuestiones.
Debemos "ir a todas las clases de la población" como teóricos, como propagandistas, como agitadores y como organizadores. Nadie pone en duda que la labor teórica de los socialdemócratas debe orientarse a estudiar todas las peculiaridades de la situación social y política de las diversas clases. Pero se hace muy poco, poquísimo, en este sentido, desproporcionadamente poco si se compara con la labor tendiente a estudiar las peculiaridades de la vida fabril. En los comités y en los círculos podemos encontrar personas que incluso estudian a fondo especialmente algún ramo de la siderurgia; pero apenas encontrarán ejemplos de miembros de las organizaciones que (obligados por una u otra razón, como sucede a menudo, a retirarse de la labor práctica) se dediquen de manera especial a reunir datos sobre algún problema actual de nuestra vida social y política que pueda servir de emotivo para desplegar una labor socialdemócrata entre todos sectores de la población. Cuando se habla de la poca preparación de la mayoría de los actuales dirigentes del movimiento obrero, es forzoso recordar asimismo la preparación en este aspecto, pues está ligada también a la concepción "economista" del "estrecho contacto orgánico con la lucha proletaria". Pero lo principal, por supuesto, es la propaganda y la agitación entre todos los sectores de la población. El socialdemócrata de Europa Occidente ve facilitada esta labor por las reuniones y asambleas populares, a las que asisten cuantos lo deseen, y por la existencia del Parlamento, en el cual el representante socialdemócrata habla ante los diputados de todas las clases. En nuestro país no tenemos ni Parlamento ni libertad de reunión; pero sabemos, sin embargo, organizar reuniones con los obreros que quieren escuchar a un socialdemócrata. Debemos saber también organizar reuniones con los componentes de todas las clases de la población que deseen escuchar a un demócrata. Porque no es socialdemócrata quien olvida en la práctica que "los comunistas apoyan por doquier todo movimiento revolucionario" ; que, por ello, debemos exponer y recalcar ante todo el pueblo los objetivos democráticos generales, sin ocultar en ningún momento nuestras convicciones socialistas. No es socialdemócrata quien olvida en la práctica que su deber consiste en ser el primero en plantear, acentuar y resolver todo problema democrático general.
"¡Pero si no hay nadie que no esté de acuerdo con eso!" - nos interrumpirá el lector impaciente-, y las nuevas instrucciones a la redacción de Rab. Dielo, aprobadas en el último Congreso de la Unión, dicen con claridad: "Deben servir de motivos para la propaganda y la agitación políticas todos los fenómenos y acontecimientos de la vida social y política que afecten al proletariado, bien directamente, como clase especial, bien como vanguardia de todas las fuerzas revolucionarias en la lucha por la libertad" (Dos congresos, pág. 17. La cursiva es nuestra). En efecto, son palabras muy justas y muy buenas, y nos consideraríamos satisfechos por ejemplo si Rabócheie Dielo las comprendiese, si no dijese, al mismo tiempo, otras que las contradicen. Pues no basta con titularse "vanguardia", destacamento avanzado: es preciso, además, actuar de tal modo que todos los otros destacamentos vean y estén obligados a reconocer que marchamos a la cabeza. Y preguntamos al lector: ¿es que los componentes de los demás "destacamentos" son tan estúpidos que van a creernos como artículo de fe cuando hablamos de la "vanguardia"? Imagínense de manera concreta el siguiente cuadro. El "destacamento" de radicales o de constitucionalistas liberales rusos ilustrados ve llegar a un socialdemócrata que les declara: Somos la vanguardia; "ahora nuestra tarea consiste en imprimir, en la medida de lo posible, un carácter político a la lucha económica misma". Todo radical o constitucionalista, por poco inteligente que sea (y entre los radicales y constitucionalistas rusos hay muchos hombres inteligentes),
no podrá por menos de acoger con una sonrisa semejantes palabras y decir (para sus adentros, claro está, ya que en la mayoría de los casos es diplomático experimentado): "¡He aquí una "vanguardia" bien simplona! No comprende siquiera que es a nosotros, representantes avanzados de la democracia burguesa, a quienes nos corresponde la tarea de imprimir a la lucha económica misma de los obreros un carácter político. Porque también nosotros queremos, como todos los burgueses del occidente de Europa, incorporar a los obreros a la política, pero solo a la política tradeunionista y no a la política socialdemócrata. La política tradeunionista de la clase obrera es precisamente la política burguesa de la clase obrera. ¡Y la formulación de esta "vanguardia" hace de su tarea no otra cosa que la formulación de la política tradeunionista! Así, pues, que se llamen cuanto quieran socialdemócratas. ¡Yo no soy un niño, no voy a enfadarme por una etiqueta! Pero que no se dejen llevar por esos nefastos dogmáticos ortodoxos, ¡que dejen la "libertad de crítica" a los que arrastran inconcientemente a la socialdemocracia al cauce tradeunionista!".
Y la ligera sonrisa de nuestro constitucionalista se transformará en risa homérica, cuando sepa que los socialdemócratas que hablan de la vanguardia de la socialdemocracia en el momento actual, cuando el elemento espontáneo prevalece casi absolutamente en nuestro movimiento, ¡temen más que nada "aminorar el elemento espontáneo", temen "aminorar la importancia de la marcha progresiva de la lucha cotidiana y gris, a expensas de la propaganda de ideas brillantes y acabadas", etc.! ¡Una "vanguardia" que teme que lo conciente prevalezca sobre lo espontáneo, que teme propugnar un "plan" audaz que tenga que ser aceptado incluso por aquellos que piensan de otro modo! ¿No será que confunden el término vanguardia con el término retaguardia?
Reflexionad, en efecto, sobre el siguiente razonamiento de Martínov. En la página 40 declara que la táctica de denuncias de Iskra es unilateral; que, "por más que sembremos la desconfianza y el odio hacia el gobierno no alcanzaremos nuestro objetivo mientras no logremos desarrollar una energía social suficientemente activa para el derrocamiento de aquel". He aquí, dicho sea entre paréntesis la preocupación, que ya conocemos, de intensificar la actividad de las masas, tendiendo a la vez a restringir la suya propia. Pero no se trata ahora de esto. Como vemos, Martínov habla aquí de energía revolucionaria ("para el derrocamiento"). Mas ¿a qué conclusión llega? Como, en tiempo ordinario las diversas capas sociales actúan inevitablemente en forma dispersa, "es claro, por tanto, que los socialdemócratas no podemos simultáneamente dirigir la actividad energética de los diversos sectores de oposición, no podemos dictarles un programa positivo de acción, no podemos indicarles los procedimientos con los que haya que luchar día tras día para defender sus intereses... Los sectores liberales se preocuparán ellos mismos de esta lucha activa por sus intereses inmediatos, lucha que les hará enfrentarse con nuestro régimen político". (Pág. 41). De esta suerte después de haber comenzado a hablar de energía revolucionaria de lucha activa por el derrocamiento de la autocracia ¡Martínov se desvía inmediatamente hacia la energía sindical, hacia la lucha activa por los intereses inmediatos! De suyo se comprende que no podemos dirigir la lucha de los estudiantes, de los liberales, etc. Por sus "intereses inmediatos", ¡pero no era de esto de lo que se trataba, respetable "economista"! De lo que se trataba era de la participación posible y necesaria de las diferentes capas sociales en el derrocamiento de la autocracia y esta "actividad enérgica de los diversos sectores de oposición" no solo podemos sino que debemos dirigirla sin falta si queremos ser la "vanguardia". En cuanto a que nuestros estudiantes, nuestros liberales, etc. "se enfrenten con nuestro régimen político", no sólo se preocuparán ellos mismos de esto, sino que principalmente y ante todo se preocuparán la propia policía y los propios funcionarios del gobierno autocrático. Pero "nosotros", si queremos ser demócratas. Pero "nosotros", si queremos ser demócratas avanzados, debemos preocuparnos de incitar a quienes están descontentos únicamente del régimen universitario o del zemstvo, etc., a pensar que es malo todo el régimen político. Nosotros debemos asumir la tarea de organizar la lucha política, bajo la dirección de nuestro partido, en forma tan múltiple que todos los sectores de oposición puedan prestar, y presten de verdad, a esta lucha y a este partido la ayuda que puedan. Nosotros debemos hacer de los militantes socialdemócratas dedicados a la labor práctica líderes políticos que sepan dirigir todas las manifestaciones de esta lucha múltiple, que sepan, en el momento necesario, "dictar un programa positivo de acción" a los estudiantes en efervescencia, a los descontentos de los zemstvos, a los miembros indignados de las sectas religiosas, a los maestros nacionales lesionados en sus intereses, etc.
Por eso es completamente falsa la afirmación de Martínov de que "con respecto a ellos sólo podemos desempeñar el papel negativo de denunciadores del régimen... Sólo podemos disipar sus esperanzas en las distintas comisiones gubernamentales" (la cursiva es nuestra). Al decir esto, Martínov demuestra que no comprende nada en absoluto del verdadero papel de la "vanguardia" revolucionaria. Y si el lector tiene esto en cuenta, comprenderá el verdadero sentido de las siguientes palabras de conclusión de Martínov: "Iskra es un órgano de oposición revolucionaria que denuncia nuestro régimen, sobre todo el político, por cuanto choca con los intereses de los más diversos sectores de la población. Nosotros, en cambio, trabajamos y trabajaremos por la causa obrera en estrecho contacto orgánico con la lucha proletaria. Al restringir la esfera de nuestra influencia, hacemos más compleja esta influencia" (pág. 63). El verdadero sentido de semejante conclusión es: Iskra quiere elevar la política tradeunionista de la clase obrera (a la que se limitan con tanta frecuencia nuestros militantes prácticos, ya sea por equivocación, por falta de preparación o por convicción) al nivel de política socialdemócrata. En cambio, Rab. Dielo quiere rebajar la político socialdemócrata al nivel de política tradeunionista. Y, por si eso fuera poco, asegura a todo el mundo que "estas posiciones son perfectamente compatibles en la obra común" (pág. 63). ¡ O, sancta simplicitas!
Prosigamos. ¿Tenemos bastantes fuerzas para llevar nuestra propaganda y nuestra agitación a todas las clases de la población? Pues claro que sí. Nuestros "economistas", que a menudo son propensos a negarlo, olvidan el gigantesco paso adelante que ha dado nuestro movimiento de 1894 (más o menos) a 1901. Como "seguidistas" auténticos que son, viven con frecuencia aferrados a ideas del período inicial, pasado hace ya mucho, del movimiento. Entonces, en efecto, nuestras fuerzas eran tan pocas que asombraban, entonces era natural y legítima la decisión de consagrarnos por entero a la labor entre los obreros y condenar con severidad toda desviación de esta línea, entonces la tarea estribaba en afianzarse entre la clase obrera. Ahora ha sido incorporada al movimiento una masa gigantesca de fuerzas; vienen a nosotros los mejores representantes de la joven generación de las clases instruidas; por todas partes, en todas las provincias se ven condenadas a la inactividad personas que ya han tomado o desean tomar parte en el movimiento y que tienden hacia la socialdemocracia (mientras que en 1894 los socialdemócratas rusos podían contarse con los dedos). Uno de los defectos fundamentales de nuestro movimiento, tanto desde el punto de vista político como de organización, consiste en que no sabemos emplear todas estas fuerzas ni asignarles el trabajo adecuado (en el capítulo siguiente, hablaremos con más detalle de esta cuestión). La inmensa mayoría de dichas fuerzas carece en absoluto de la posibilidad de "ir a los obreros"; por consiguiente, no pude ni hablarse del peligro de distraer fuerzas de nuestra labor fundamental. Y para proporcionar a los obreros conocimientos políticos auténticos, vivos y que abarquen todos los dominios es necesario que tengamos "gente nuestra", socialdemócratas, en todas parte, en todos los sectores sociales, en todas las posiciones que permiten conocer los resortes internos de nuestro mecanismo estatal. Y nos hace falta esa gente no sólo para la propaganda y la agitación, sino más aún para la organización.
¿Existe una base que permita actuar entre todas las clases de la población? Quienes no ven que existe, prueban una vez más que su conciencia se rezaga del movimiento ascensional espontáneo de las masas. El movimiento obrero ha suscitado y suscita entre unos el descontento; entre otros, despierta la esperanza de lograr el apoyo de la posición; a otros les hace comprender que el régimen autocrático no tiene razón de ser, y que su hundimiento es ineludible. Sólo de palabra seríamos "políticos" y socialdemócratas (como ocurre, en efecto, muy a menudo) si no tuviéramos conciencia de que nuestro deber consiste en aprovechar todas las manifestaciones de descontento, en reunir y elaborar todos los elementos de protesta, por embrionaria que sea. Y no hablemos ya de que la masa de millones de campesinos trabajadores, artesanos, pequeños productores, etc., escuchará siempre con avidez la propaganda de un socialdemócrata algo hábil. Pero ¿acaso existe una sola clase de la población en la que no haya individuos, grupos y círculos descontentos por la falta de derechos y la arbitrariedad, y, en consecuencia, capaces de comprender la propaganda del socialdemócrata como portavoz que es de las demandas democráticas generales más candentes? A quienes deseen formarse una idea concreta de esta agitación política del socialdemócrata entre todas las clases y sectores de la población, les indicaremos las denuncias políticas, en el sentido amplio de la palabra, como el medio principal (pero, claro está, no único) de esta agitación.
"Debemos - escribía yo en el artículo ¿Por dónde empezar? (Iskra, núm. 4, mayo de 1901), del que tendremos que hablar detenidamente más adelante - despertar en todos los sectores del pueblo con un mínimo de conciencia la pasión por las denuncias políticas. No debe desconcertarnos que las voces que hacen denuncias políticas sean ahora tan débiles, escasas y tímidas. La causa de ello no es, ni mucho menos, una resignación general con la arbitrariedad policíaca. La razón está en que las personas capaces de denunciar y dispuestas a hacerlo no tienen una tribuna desde la que puedan hablar, no tienen un auditorio que escuche ávidamente y anime a los oradores, no ven por parte alguna en el pueblo una fuerza a la que merezca la pena dirigir una queja contra el "todopoderoso" gobierno ruso... Ahora podemos y debemos crear una tribuna para denunciar ante todo el pueblo al gobierno zarista: esa tribuna tiene que ser un periódico socialdemócrata".
Ese auditorio ideal para las denuncias políticas es precisamente la clase obrera, que necesita, primero y principalmente, amplios y vivos conocimientos políticos y que es la más capaz de transformar estos conocimientos en lucha activa, aunque no prometa ningún "resultado palpable". Ahora bien, la tribuna para estas denuncias ante todo el pueblo sólo puede ser un periódico central para toda Rusia. "Sin un órgano político es inconcebible en la Europa contemporánea un movimiento que merezca el nombre de movimiento político", y en este sentido por Europa contemporánea hay que entender también, sin duda alguna, a Rusia. La prensa se ha convertido, en nuestro país, desde hace ya mucho, en una fuerza; de lo contrario, el gobierno no gastaría decenas de miles de rublos en sobornarla y en subvencionar a los Katlov y los Mescherski de toda laya. Y en la Rusia autocrática no es una novedad que la prensa clandestina rompa los candados de la censura y obligue a hablar públicamente de ella a los órganos legales y conservadores. Así ocurrió en los años 70 e incluso a mediados de siglo. ¡Y cuánto más extensos y profundos son ahora los sectores populares dispuestos a leer la prensa clandestina y a aprender en ella "a vivir y a morir", como se expresaba el obrero autor de una carta publicada en el núm. 7 de Iskra! . Las denuncias políticas son precisamente una declaración de guerra al gobierno, de la misma manera que las denuncias de tipo económico son una declaración de guerra al fabricante. Y la importancia moral de esta declaración de guerra es tanto mayor cuanto más amplia y vigorosa es la campaña de denuncias, cuanto más numerosa y decidida es la clase social que declara la guerra para empezarla. En consecuencia, las denuncias políticas son, ya de por sí, uno de los medios más potentes para disgregar las filas enemigas, para apartar del adversario a sus aliados fortuitos o temporales y sembrar la hostilidad y desconfianza entre quienes participan de continuo en el poder autocrático.
En nuestros días podrá convertirse en vanguardia de las fuerzas revolucionarias sólo el partido que organice campañas de denuncias de verdad en las que participe todo el pueblo. Las palabras "todo el pueblo" encierran un gran contenido. La inmensa mayoría de los denunciadores que no pertenecen a la clase obrera (y para ser vanguardia es necesario precisamente atraer a todas las clases) son políticos realistas y hombres serenos y prácticos. Saben muy bien que si es peligroso "quejarse" incluso de un modesto funcionario, lo es todavía más quejarse del "todopoderoso" gobierno ruso. Y se quejarán a nosotros sólo cuando vean que sus quejas pueden surtir efecto, que somos una fuerza política. Para lograr que las personas ajenas nos consideren una fuerza política debemos trabajar mucho y con tenacidad a fin de elevar nuestro grado de conciencia, nuestra iniciativa y nuestra energía, pues no basta con pegar el marbete de "vanguardia" a una teoría y una práctica de retaguardia.
Pero los admiradores demasiado celosos del "estrecho contacto orgánico con la lucha proletaria" nos preguntarán y nos preguntan ya: si debemos encargarnos de organizar denuncias verdaderamente ante todo el pueblo sobre los abusos cometidos por el gobierno, ¿en qué se manifestará entonces el carácter de clase de nuestro movimiento? ¡Pues precisamente en que seremos nosotros, los socialdemócratas, quienes organizaremos esas campañas de denuncias ante todo el pueblo; en que todos los problemas plantados en nuestra agitación serán esclarecidos desde un punto de vista socialdemócrata firme, sin ninguna indulgencia para las deformaciones, intencionadas o no, del marxismo; en que esta polifacética agitación política será realizada por un partido que une en un todo indivisible la ofensiva contra el gobierno en nombre del pueblo entero, la educación revolucionaria del proletariado - salvaguardando al mismo tiempo su independencia política -, la dirección de la lucha económica de la clase obrera y la utilización de sus conflictos espontáneos con sus explotadores, conflictos que ponen en pie y atraen sin cesar a nuestro campo a nuevos sectores proletarios!
Pero uno de los rasgos más característicos del "economismo" consiste precisamente en que no comprende esta conexión; es más, no comprende que la necesidad más urgente del proletariado (educación política en todos los aspectos pro medio de la agitación política y de las denuncias políticas) coincide con la necesidad del movimiento democrático general. Esa incomprensión se manifiesta tanto en las frases martinovianas como en diferentes alusiones del mismo sentido a un supuesto punto de vista de clase. He aquí, por ejemplo, cómo se expresan al respecto los autores de la carta "economista" publicada en el núm. 12 de Iskra: "Este mismo defecto fundamental de Iskra (la sobrestimación de la ideología) es la causa de su inconsecuencia en los problemas referentes a la actitud de la socialdemocracia ante las diversas clases y tendencias sociales. Resolviendo por medio de deducciones teóricas... " (y no mediante "el crecimiento de las tareas del partido, las cuales crecen junto con éste... ") "la tarea de pasar sin demora a la lucha contra el absolutismo y sintiendo, por lo visto, toda la dificultad de esta tarea para los obreros, dado el actual estado de cosas... " (y no sólo sintiendo, sino sabiendo muy bien que esta tarea les parece menos difícil a los obreros que a los intelectuales "economistas" que los tratan como a niños pequeños, pues los obreros están dispuestos a batirse incluso por reivindicaciones que, dicho sea con palabras de inolvidable Martínov, no prometen ningún "resultado palpable")..., "pero no teniendo la paciencia de esperar que los obreros acumulen fuerzas para esta lucha, Iskra empieza a buscar aliados entre los liberales y los intelectuales... "
Sí, sí, se nos ha acabado, en efecto, toda la "paciencia" para "esperar" los días felices que nos prometen desde hace mucho los "conciliadores" de toda clase, en los cuales nuestros "economistas" dejarán de imputar su propio atraso a los obreros y de justificar su insuficiente energía con una pretendida insuficiencia de fuerzas de los obreros. Preguntamos a nuestros "economistas": ¿en qué debe consistir la "acumulación de fuerzas por los obreros para esta lucha"? ¿No es evidente que consiste en dar educación política a los obreros, en denunciar ante ellos todos los aspectos de nuestra abyecta autocracia? ¿Y no está claro que justamente para esta labor necesitamos tener "aliados entre los liberales y los intelectuales" dispuestos a compartir con nosotros sus denuncias de la campaña política contra la gente de los zemstvos, los maestros, estadísticos, estudiantes, etc.? ¿Será, en realidad, tan difícil de comprender esta asombrosa "treta"? ¿No les viene repitiendo P.B. Axelrod, ya desde 1897, que "el problema de que los socialdemócratas rusos conquisten adictos y aliados directos o indirectos entre las clases no proletarias se resuelve, ante todo y sobre todo, por el carácter de la propaganda que se hace en el seno del proletariado mismo"? ¡Pero no obstante, los Martínov y demás "economistas" siguen creyendo que los obreros deben primero, por medio de "la lucha económica contra los patronos y el gobierno", acumular fuerzas (para la política tradeunionista) y sólo después "pasar", según parece, de la tradeunionista "educación de la actividad" a la actividad socialdemócrata!
"... En sus búsquedas - continúan los "economistas" - Iskra se desvía con frecuencia del punto de vista de clase, velando las contradicciones entre las clases y colocando en primer plano la comunidad del descontento con el gobierno, aunque las causas y el grado de este descontento entre los "aliados" son muy diferentes. Tal es, por ejemplo, la actitud de Iskra ante los zemstvos" ... Iskra, según dicen los "economistas", "promete la ayuda de la clase obrera a los nobles insatisfechos de las limosnas gubernamentales, sin decir una sola palabra del antagonismo de clase que separa a estos dos sectores de la población". Si el lector se remite a los artículos La autocracia y los zemstvos (números 2 y 4 de Iskra), a los que probablemente aluden los autores de la carta, verá que están consagrados a la actitud del gobierno frente a la "agitación blandengue del zemstvo burocrático y estamental" y frente a la "iniciativa que parte hasta de las clases poseedoras". El artículo dice que el obrero no puede contemplar con indiferencia la lucha del gobierno contra el zemstvo; invita a la gente de los zemstvos a abandonar sus discursos blandengues y pronunciarse con palabras firmes y tajantes cuando la socialdemocracia revolucionaria se alce con toda su fuerza ante el gobierno. ¿Qué hay en esto de inaceptable para los autores de la carta? Nadie lo sabe. ¿Piensan que el obrero "no comprenderá" las palabras "clases poseedoras" y "zemstvo burocrático estamental"? ¿Creen que incitar a la gente de los zemstvos a pasar de los discursos blandengues a las palabras tajantes es "sobrestimar la ideología"? ¿Se imaginan que los obreros pueden "acumular fuerzas" para luchar contra el absolutismo si no saben cómo trata éste también a los zemstvos? Nadie lo sabe tampoco. Lo único claro es que los autores tienen una idea muy vaga de las tareas políticas de la socialdemocracia. Que esto es así nos lo dice con mayor claridad aún esta frase suya: "Idéntica es la actitud de Iskra" (es decir, de nuevo "vela las contradicciones entre las clases") "ante, el movimiento estudiantil". En lugar de exhortar a los obreros a afirmar, por medio de una manifestación pública, que el verdadero origen de la violencia, de la arbitrariedad y del desenfreno se halla en el gobierno ruso, y no en la juventud universitaria (Iskra, núm. 2), ¡deberíamos haber publicado, por lo visto, razonamientos en el espíritu de R. Mysl! Y semejantes ideas son expresadas por socialdemócratas en el otoño de 1901, después de los sucesos de febrero y marzo, en vísperas de un nuevo crecer del movimiento estudiantil, revelador de que, incluso en este terreno, la "espontaneidad" de la protesta contra la autocracia rebasa a la dirección consciente del movimiento por la socialdemocracia. ·El deseo espontáneo de los obreros de intervenir en defensa de los estudiantes apaleados por la policía y los cosacos adelanta a la actividad consciente de la organización socialdemócrata!
"Sin embargo, en otros artículos - continúan los autores de la carta -, Iskra condena duramente todo compromiso y defiende, por ejemplo, la posición intransigente de los guesdistas". Aconsejamos que mediten bien sobre estas palabras quienes suelen afirmar con tanta presunción ligereza que las discrepancias entre los socialdemócratas de nuestros días no son esenciales ni justifican una escisión. ¿Pueden actuar con éxito en una misma organización quienes afirman que hemos hecho todavía muy poco para denunciar la hostilidad de la autocracia a las clases más diversas y para dar a conocer a los obreros la oposición de los sectores más diversos de la población a la autocracia, y quienes ven en esta actividad un "compromiso", evidentemente un compromiso con la teoría de la "lucha económica contra los patronos y el gobierno"?
Hemos hablado, al recordar el cuadragésimo aniversario de la liberación de los campesinos (núm. 3) , de que es necesario llevar la lucha de clases al campo; hemos mostrado, a propósito del informe secreto de Witte (núm. 4), que la administración autónoma local y la autocracia son inconciliables; hemos atacado el feudalismo de los terratenientes del gobierno, al comentar la nueva ley (núm. 8), y hemos aplaudido el congreso ilegal de los zemstvos, alentando a los miembros y defensores de estos últimos a abandonar las peticiones humillantes y pasar a la lucha; hemos estimulado a los estudiantes, que empezaban a comprender la necesidad de la lucha política y pasaban a ella (núm. 3) y, al mismo tiempo, hemos fustigado la "bárbara incomprensión" de quienes propugnan el movimiento "exclusivamente universitario" y exhortan a los estudiantes a no participar en las manifestaciones callejeras (núm. 3, con motivo del llamamiento del Comité Ejecutivo de los Estudiantes de Moscú fechado el 25 de febrero); hemos denunciado los "sueños absurdos" y la "hipocresía falaz" de los astutos liberales del periódico Rossía (núm. 5) y, a la vez, hemos destacado la furiosa represión del gobierno carcelero "contra pacíficos literatos, contra viejos catedráticos y científicos, contra conocidos liberales de los zemstvos" (núm. 5: Correría policíaca contra la literatura); hemos revelado el verdadero sentido del programa "de patronato del Estado para mejorar las condiciones de vida de los obreros" y celebrado la "preciosa confesión" de que "más vale prevenir con reformas desde arriba las demandas de reformas desde abajo que esperar a esto último" (núm. 6); hemos animado (núm. 7) a los funcionarios de Estadística que protestan y condenado a los funcionario esquiroles (núm. ). ·Quienes ven en esta táctica una ofuscación de la conciencia de clase del proletariado y un compromiso con el liberalismo prueban que no comprenden en absoluto el verdadero sentido del programa del Credo y, de facto, aplican precisamente este programa, por mucho que lo repudien! Porque, por eso mismo, arrastran ala socialdemocracia a "la lucha económica contra los patronos y el gobierno" y retrocede ante el liberalismo, renunciando a intervenir de manera activa en cada problema "liberal" y a fijar frente a él su propia actitud, su actitud socialdemócrata.
f) Una vez más "calumniadores", una vez más "embaucadores"
Como recordará el lector, estas amables palabras son de Rab. Dielo, que replica así a nuestra acusación de "haber preparado indirectamente el terreno para convertir el movimiento obrero en un instrumento de la democracia burguesa". En su simplicidad, Rab. Dielo ha decidido que esta acusación o es otra cosa que una argucia polémica. Como si dijera: estos malignos dogmáticos han resuelto decirnos toda clase de cosas desagradables ¿y qué pude haber más desagradable que ser instrumento de la democracia burguesa? Y se publica en negrilla un "mentís": "una calumnia patente" (Dos congresos, pág. 30), "un embaucamiento" (pág. 31), "una mascarada" (pág. 33). Como Júpiter, Rab. Dielo (aunque se parece poco a Júpiter) se enfada precisamente porque no tiene razón, demostrando con sus insultos precipitados que es incapaz de seguir el hilo de los pensamientos de sus adversarios. Y sin embargo, no hace falta reflexionar mucho para comprender por qué todo culto a la espontaneidad del movimiento de masas, todo rebajamiento de la política socialdemócrata al nivel de la política tradeunionista significa precisamente preparar el terreno para convertir el movimiento obrero en un instrumento de la democracia burguesa. El movimiento obrero espontáneo sólo puede crear por sí mismo el tradeunionismo (y lo crea de manera inevitables), y la política tradeunionista de la clase obrera no es otra cosa que la política burguesa de la clase obrera. La participación de la clase obrera en la lucha política, e incluso en la revolución política, en modo alguno convierte aún su política en una política socialdemócrata. ¿Se le ocurrirá a R. Dielo negar esto? ¿Se le ocurrirá, al fin, exponer ante todo el mundo, sin ambages ni rodeos, el concepto que tiene de los problemas candentes de la socialdemocracia internacional y rusa? ¡Oh, no! Jamás se le ocurrirá nada semejante, pues se aferra al recurso de "hacerse el ausente": Ni soy quien soy, ni sé ni quiero saber nada del asunto. Nosotros no somos "economistas", Rab. Mysl no es "economismo", en general, en Rusia no hay "economismo". Es un recurso muy hábil y "político", pero tiene un pequeño inconveniente: a los órganos de prensa que lo practican se les suele poner el mote de "¿En qué puedo servirle?"
Rab. Dielo cree que, en general, la democracia burguesa en Rusia es una "quimera" (Dos congresos, pág. 32). ¡Qué felices son! Como el avestruz, esconden la cabeza bajo el ala y se imaginan que con ello han hecho desaparecer todo lo que les rodea. La serie de publicistas liberales que anuncian triunfalmente cada mes el desmoronamiento e incluso la desaparición del marxismo; la serie de periódicos liberales Sankt-Petersburgskie Viédomosti, Russkie Viédomosti y otros muchos) dedicados a estimular a los liberales que llevan a los obreros una concepción brentaniana de la lucha de clases y una concepción tradeunionista de la política; la pléyade de críticos del marxismo, cuyas verdaderas tendencias han puesto tan bien al descubierto el Credo y cuya mercancía literaria es la única que circula por Rusia sin impuestos ni aranceles; la reanimación de las tendencias revolucionarias no socialdemócratas, sobre todo después de los sucesos de febrero y marzo; ¡todo eso, por lo visto, es una quimera! ¡Todo eso no tiene en absoluto nada que ver con la democracia burguesa!
Rab. Dielo y los autores de la carta "economista" aparecida en el núm. 12 de Iskra deberían "pensar en cuál es la causa de que estos sucesos de la primavera haya suscitado una reanimación o socialdemócratas, en lugar de fortalecer la autoridad y el prestigio de la socialdemocracia". La causa es que no hemos estado a la altura de nuestra misión, que la actividad de las masas obreras ha sido superior a la nuestra, que no hemos tenido dirigentes y organizadores revolucionarios preparados en grado suficiente, que conocieran a la perfección el estado de ánimo de todos sectores oposicionistas y supieran ponerse a la cabeza del movimiento, transformar una manifestación espontánea en una manifestación política, ampliar su carácter político, etc. en estas condiciones, nuestro atraso seguirá siendo aprovechado de manera inevitable por los revolucionarios no socialdemócratas más dinámicos y más enérgicos; y los obreros, pro grandes que sean su abnegación y su energía en la lucha con la policía y con las tropas, por muy revolucionaria que sea su actuación, no pasarán de ser una fuerza que apoye a esos revolucionarios, serán la retaguardia de la democracia burguesa y no la vanguardia socialdemócrata. Tomemos el caso de la socialdemocracia alemana, de la que nuestros "economistas" quieren imitar sólo los lados débiles. ¿Por qué no se produce en Alemania ni un solo suceso político sin que contribuya aumentar más y más la autoridad y el prestigio de la socialdemocracia? Pues porque la socialdemocracia es siempre la primera en la apreciación más revolucionaria de cada suceso, en la defensa de toda protesta contra la arbitrariedad. No se adormece con la consideración de que la lucha económica incitará a los obreros a pensar en su falta de derechos y de que las condiciones empujan fatalmente el movimiento obrero al camino revolucionario. Interviene en todos los aspectos y en todos los problemas de la vida social y política: cuando Guillermo se niega a ratificar el nombramiento de un alcalde progresista burgués (¡nuestros "economistas" no han tenido tiempo aún de explicar a los alemanes que esto es, en el fondo, un compromiso con el liberalismo!); cuando se dicta una ley contra las obras y estampas "inmorales"; cuando el gobierno influye para que sean elegidos determinados profesores, etc., etc. La socialdemocracia está siempre en primera línea, excitando el descontento político en todas las clases, despertando a los dormidos, espoleando a los rezagados y proporcionando hechos y datos de todo género para desarrollar la conciencia política y la actividad política del proletariado. Y el resultado de todo eso es que hasta los enemigos conscientes del socialismo sienten respeto por el luchador político de vanguardia, y no es raro que un documento importante, no sólo de los medios burgueses, sino incluso de las esferas burocráticas y palaciegas, vaya a parar por una especie de milagro al despacho de la redacción de Vorwärts.
Ahí está la clave de la aparente "contradicción", la cual rebasa tanto la capacidad de comprensión de Rab. Dielo que la revista se limita a levantar las manos al cielo clamando: "¡Mascarada!" En efecto, figúrense ustedes: nosotros, Rab. Dielo, colocamos como piedra angular el movimiento obrero de masas (y lo imprimimos en negrilla), prevenimos a todos y a cada uno contra el peligro de disminuir la importancia del elemento espontáneo, queremos dar un carácter político a la misma, a la mismísima lucha económica, queremos mantener un contacto estrecho y orgánico con la lucha proletaria! Y después de eso se nos dice que preparamos el terreno para convertir el movimiento obrero en un instrumento de la democracia burguesa. ¿Y quién nos lo dice? ¡Hombres que llegan a un "compromiso" con el liberalismo, interviniendo en todos los problemas "liberales" (·qué incomprensión del "contacto orgánico con la lucha proletaria"!) y dedicando tanta atención a los estudiantes e incluso qué horror a la gente de los zemstvos! ¡Hombres que, en general, quieren consagrar una parte mayor de sus fuerzas (en comparación con los "economistas") a la actividad entre las clases no proletarias de la población! ¿No es eso, acaso, una "mascarada"?
¡Pobre Rab. Dielo! ¿Llegará alguna vez a desentrañar el secreto de esta treta?