La izquierda y la clase obrera

Uno de los debates actuales más candentes entre la izquierda es el de la vigencia, contornos, definición o límites de la clase obrera, llegando a dudarse de su existencia, al menos en cuanto a su formulación “clásica”. En las últimas semanas Pablo Iglesias[1], Nega[2], o John Brown[3] han publicado una serie de artículos al respecto, tomando distintos puntos de vista.

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El propósito de este artículo es tratar de contribuir a este debate y el señalar algunos hechos relativos a esta discusión.

 


Hechos y opiniones

Cuando debatimos sobre estas cuestiones, debemos tener claro cuál será el marco de la discusión. ¿De qué estamos hablando? Si queremos adoptar un enfoque lo más objetivo posible, debemos tratar de analizar los hechos, la realidad tal como se presenta, y tratar de despojarnos al máximo de los prejuicios que cada uno pueda albergar. Asimismo las experiencias personales pueden ser muy valiosas, y no dejan de ser parte de la realidad, pero una parte tan microscópica (hablamos de grupos formados por cientos de miles y millones de personas) que puede hacernos perder de vista el bosque.

El proletariado no es una idea. Es un sujeto social real del que forman parte millones de personas de carne y hueso. Si hablamos de clases sociales hablamos de formaciones sociales construidas históricamente, de grandes grupos de personas, que tienen una posición común en una estructura social históricamente establecida. En el capitalismo las principales clases son los propietarios de los medios de producción en la era de la gran industria y la producción mercantil (los capitalistas), y los trabajadores asalariados, que crean las riquezas y necesitan vender su fuerza de trabajo a los primeros por un salario para vivir. Unos basan sus ingresos en la propiedad del capital, los otros en la venta de su fuerza de trabajo. 

Uno de los aspectos de la discusión sería si siguen existiendo estas clases, y como siguen existiendo, cuales han sido las continuidades y cambios en las mismas desde su constitución.

“Rajoy debe aprobar otra reforma laboral que flexibilice los salarios a la baja. Eso hizo Schröder en 2003. Eliminó el salario mínimo y laminó el Estado del Bienestar privando a millones de personas de sus ayudas sociales: eso causó disturbios y protestas. Le costó el cargo. Sin embargo, se trataba de la política adecuada.”[4] Quien así habla es el presidente del IFO, el instituto alemán que asesora al gobierno del Partido Popular. Hacer de cada país el más competitivo. Bajar los costes salariales para exportar más. Es la recomendación de la patronal para salir de la crisis. “Si se buscan reducciones competitivas de los salarios en forma simultánea en un gran número de países, esto podría llevar a una «carrera hacia el fondo» en la participación del trabajo, reduciendo la demanda agregada.” afirma la OIT en 2013.[5] Empobrecer a los trabajadores disminuye la demanda y aumenta la crisis. Pero en este sálvese quien pueda exportar a costa del mercado del otro es la única salida para que las empresas sobrevivan. Y para hacerlo deben aumentar la explotación de los trabajadores. La realidad cotidiana que vivimos demuestra la vigencia de la lucha de clases.

"Solamente se puede salir de la crisis de una manera, que es trabajando más y desgraciadamente ganando menos" decía Díaz Ferrán cuando todavía era presidente de la patronal española.[6]  Los capitalistas y sus políticos parecen tener las cosas más claras que algunos intelectuales progresistas.

Clases sin lucha... ¿o lucha sin clases?

Mientras los capitalistas se lanzan a la guerra total contra los derechos de los trabajadores, algunos en el campo de la izquierda cuestionan la existencia objetiva misma de las clases, o más en concreto de la clase obrera. No nos encontramos ante un “campo de rugby” perfectamente delineado, con unos equipos preestablecidos, “las clases sólo existen en la medida en que se organizan y luchan”, no se trata de “fría contabilidad economicista”, sino del apasionante movimiento de las fuerzas sociales vivas... En definitiva, se cuestiona la existencia objetiva de la clase obrera como un sujeto social estructural, que sólo existiría como tal en la medida en que toma conciencia de si mismo, se organiza y lucha.

¿Pueden existir clases sin lucha? Preguntan. Y la respuesta no puede ser otra que ¿puede existir lucha de clases sin clases? Discutir sobre esto es como hacerlo del huevo y la gallina ¿qué fue primero? ¿Causa o efecto? ¿Las clases sociales o su lucha? 

La burguesía lo es por ser la clase social propietaria de los grandes medios de producción, por explotar el trabajo asalariado, y por acumular ganancias a su costa. La clase obrera lo es por tener que vender su fuerza de trabajo al capital para obtener un salario del que vivir. La realidad sólo existe en movimiento, pero eso no quiere decir que la realidad sea sólo el movimiento. Podemos analizar la realidad a través de fotos, de esa realidad capturada en un instante determinado. La foto de las clases sociales no puede arrojar resultados más reveladores. Veamos el ejemplo de España:

Durante la última fase de crecimiento económico y hasta el estallido de la crisis, las relaciones sociales capitalistas en España se han expandido hasta su máximo histórico. Nunca antes hubo tantos trabajadores asalariados. Nunca antes la acumulación de ganancias capitalistas alcanzó semejantes volúmenes. Nunca antes las relaciones capital-salarios ocuparon mayores porciones de la vida económica, ni de forma tan concentrada, desplazando las formas de alta concentración de capital y monopólicas a otras formas menos desarrolladas en casi todos los ámbitos: agricultura, industria, servicios, banca, comercio... La pequeña producción de autoempleo y autoconsumo agrícola y artesanal ha sido relegada a su mínima expresión histórica.

Los asalariados han llegado a alcanzar la cifra de 17 millones en la cúspide del ciclo de crecimiento, más otros 3 millones de trabajadores autónomos[7], y aproximadamente medio millón de trabajadores “sumergidos”. De los 17 millones de asalariados, en torno al 40% estaban empleados en empresas de más de 250 trabajadores, y menos de mil empresas empleaban a más de 3,6 millones[8].

Las ganancias de las sociedades capitalistas han llegado a alcanzar, en lo que se refiere a beneficios declarados en torno al 20% del PIB (220.000 millones de euros en 2006, sin contar el fraude fiscal). El reparto de la tarta de la riqueza creada anualmente, el PIB, oscila cada año unas décimas más en favor del capital: en el primer trimestre de 2013 los trabajadores obtenía en forma de salario el 44.6% del PIB y el 46.3% computaba como rentas del capital.[9]

En 2012 las compañías del IBEX repartieron entre sus accionistas 92.567 millones de €: el 70% de los beneficios obtenidos por las empresas van a parar al bolsillo de los accionistas. Una auténtica sangría de la riqueza generada por millones de trabajadores diariamente, que no irá a crear trabajo, si no a engordar las abultadas carteras de los grandes accionistas.[10]

Por lo tanto la contradicción capital-trabajo, la explotación capitalista del trabajo asalariado ha alcanzado cotas desconocidas anteriormente. Más asalariados, más ganancias más concentradas, más capacidad productiva... El proceso ha alcanzado un notorio grado de madurez, y a la vez manifiesta hoy, más que hace 5 años, sus debilidades: es incapaz de satisfacer las necesidades sociales más básicas. Millones de casas vacías y miles de familias sin vivienda, 27% de paro, más del 50% de paro juvenil. Salarios menguantes, pensiones menguantes, becas menguantes... El salario más frecuente no alcanza los 16.000 euros anuales[11]. A más de la mitad de las familias les cuesta “llegar a fin de mes”[12]. Miles de niños tienen que ser alimentados por los servicios de asistencia social.

Comprobar estos hechos en su conjunto, y seguir preguntándose ¿quiénes son los de abajo? Puede llegar a ser ridículo. ¿Quiénes crean las riquezas? Los trabajadores, fundamentalmente los millones de asalariados del sector privado empleados por el capital. ¿Quienes las acumulan? Fundamentalmente los propietarios y accionistas de las grandes empresas.

La clase obrera hoy

En una línea argumental ampliamente difundida entre la izquierda, Pablo Iglesias nos recuerda que hay una fractura entre “aquella” (NdT: viejo, malo, caca) clase obrera masculina, industrial y con mono azul; y la actual: “un trabajador varón con mono azul y  carné sindical pudo ser un símbolo apropiado de la clase trabajadora en el pasado, pero hoy su mejor representante sería una reponedora mal pagada y a tiempo parcial”. Este discurso en parte refleja cambios reales, y en parte se alimenta de tópicos que no se corresponden con la realidad.

¿Capitalismo post-industrial? La industria sigue jugando un papel central, ya no en la economía mundial, sino en Europa, e incluso en España. La clase obrera industrial nunca ha sido la mayoría de la población, aunque sí es cierto que en décadas pasadas llegó a ocupar una proporción mayor de los asalariados (hablando de Europa, ya que se mantiene estable a nivel mundial desde la mitad del s. XX). 

Es cierto que la proporción de trabajadores de la industria ha disminuido respecto al total, pero no porque exista una “desindustrialización” general de la economía:

En primer lugar, esto se debe a un aumento de la productividad de la industria. Menos trabajadores crean más productos:

Entre 1975 y 2005, el empleo industrial en España aumenta un 13%, mientras que la producción lo hace un 79%, 6 veces más que el empleo. Este aumento de la productividad es muy superior al de otros sectores, específicamente el de servicios. 

Otra parte de la cuestión se debe a una simple cuestión estadística, debido a la externalización de departamentos de las empresas, que antes figuraban como industriales, y pasaron a contabilizar como servicios. La Engineering Employer’s Federation de Gran Bretaña observa al respecto de la economía británica: «Una parte importante de la industria de los servicios ha sido creada por la industria mediante la subcontratación de sectores como el mantenimiento, la restauración colectiva y la asistencia jurídica.La industria podría abarcar hasta el 35% de la economía, más que el 20 % generalmente aceptado, si los cálculos se basaran en estadísticas correctas.»[13] La Comisión europea lo confirma: «El proceso de reasignación de los recursos hacia los servicios no se debe confundir con la desindustrialización.»[14]

Y otra parte se debe a la deslocalización o transferencia de producción a otros países de la periferia capitalista. Nótese que estos obreros industriales no desaparecen en términos absolutos, sino que cambian de país. Occidente descubrió horrorizado que su ropa barata no crecía de los árboles, sino que era fabricada por millones de proletarios en Bangladesh, cuando cientos de ellos murieron en varios accidentes de trabajo. 
Desde 2008 se han perdido 659.000 empleos industriales en España, el 27% del total[15], pasando a ocupar de 2,9 millones de trabajadores a algo menos de 2,2.

Por otra parte, las mujeres siempre han formado parte de la clase obrera, y una esencial. No sólo por su “trabajo reproductor” y doméstico, sino en la creación de plusvalía para el capital. Baste referir las cientos de miles de mujeres empleadas en el sector textil o las “petroleuses” de la comuna de París. Sí es cierto, para el caso de España, un aumento en las últimas décadas de la proporción de mujeres asalariadas, pero esto se explica más por el fin de la hegemonía del “nacional-catolicismo” que relegaba en mayor medida a la mujer al trabajo doméstico, que por una supuesta fractura entre la clase obrera “tradicional” y la contemporánea. La clase obrera “tradicional” nunca fue exclusivamente masculina, como tampoco lo es ahora.

La fragmentación de la clase obrera.

Quienes cuestionan la centralidad, homogeneidad o incluso la existencia de la clase obrera, recalcan la fragmentación a la que está sometida: hombres y mujeres, nacionales e inmigrantes, trabajadores del sector público y del privado, fijos y temporales, manuales e intelectuales...

Parece como si en tiempos de Marx los obreros fueran seres grises, clónicos, cuarentones, bigotudos y barrigones apretadores de tuercas, con el carné de CCOO colgando del ojal de su mono azul, mientras que hoy vivimos una explosión de individualidades multicolor que “son irreductibles a una sola unidad simbólica”. Además unos escucharían techno y otros a Manu Chao (casi ninguno a LCDM).

Pero ¿es que alguna vez fue homogénea la clase obrera en los términos que plantean? El origen de la clase obrera proviene de campesinos expulsados de la tierra, de artesanos arruinados de las ciudades, de las ocupaciones coloniales y movimientos migratorios transoceánicos, del fin de la esclavitud de los negros... de distintas nacionalidades, territorios, dialectos, religiones y cultura. Fueron empleados en distintas tareas y sectores, con distintos salarios y relaciones laborales. No tenían sindicatos, los tuvieron que crear con sus luchas y su unión.

En la comuna de parís lucharon hombres y mujeres, negros y blancos, obreros industriales y rufianes “sans culotte”, oficiales de primera y aprendices, etc, etc... 

Una cosa es abstraer una realidad compleja en un símbolo, y otra caricaturizarla. La abstracción y la reducción a un símbolo, es unilateral y en esa medida, un falso reflejo de la realidad. A la vez es verdadera en cuanto traduzca lo que objetivamente une a todos los elementos de la clase, a saber: ser los explotados, los desposeídos, los creadores de la riqueza y quienes albergan el potencial para crear una sociedad que supere las contradicciones del capitalismo. 

Por eso, quien trata de contraponer una “vieja” clase obrera, blanca, masculina, industrial, frente a una nueva más diversa que sería cualitativamente distinta como sujeto social central de las relaciones sociales capitalistas, lo que hace es caer precisamente en los clichés que dice combatir. Más aún, señalar que esta diversidad hace que “sólo la miopía de cierta izquierda puede insistir en agruparles a todos bajo la etiqueta de obreros e invitarles a afiliarse a los sindicatos” es el colmo de los despropósitos...

Lo que hace importante el papel de los trabajadores es su papel central en la creación de riqueza, en la producción: “La existencia y el predominio de la clase burguesa tienen por condición esencial la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos individuos, la formación e incremento constante del capital; y éste, a su vez, no puede existir sin el trabajo asalariado.”[16] Es su capacidad, por su posición central en las relaciones sociales de producción, de tomar los resortes fundamentales del poder en sus manos. Es la clase obrera la que puede hacer que la rueda del capital deje de girar. Los obreros pueden parar un país. Los estudiantes o los intelectuales, no.

La clase obrera y la metáfora de Espartaco
Espartaco era tracio, esclavo, y varón, utilizado por sus propietarios como gladiador. Dirigió uno de los mayores levantamientos de esclavos de toda la historia y puso en jaque al mayor imperio esclavista de su época. Los esclavos eran empleados domésticos, de las villas, de las grandes explotaciones agrícolas, trabajadores urbanos, profesores y meretrices... Pero también arrastraron a ciudadanos romanos libres pero pobres. El movimiento de los esclavos estaba formado por hombres, mujeres y niños de muy diversas nacionalidades y territorios, de Numidia hasta la Galia, muchas de las cuales no podían entenderse entre sí hablando. Hablaban distintas lenguas, tenían la piel de distintos colores, adoraban distintos dioses. Y a pesar de todo se unieron y enfrentaron a los legionarios de Roma, y con un notable éxito que trastocó los cimientos del imperio de manera duradera.
Uno puede imaginarse a Pablo Iglesias Turrión, diciéndole a Espartaco antes del levantamiento que no se dejara llevar por su “miopía”, y que necesitaría destetarse de su economicismo por querer “agruparles a todos bajo una etiqueta” en un movimiento de emancipación.

La cuestión es si por encima de sexo, raza, idioma o religión, grado de precariedad, ocupación o afiliación sindical, la pertenencia objetiva a una clase social es un vínculo mayor que puede ser catalizado y convertirse en un movimiento unitario de transformación. La respuesta nos la dio Espartaco hace muchos siglos.

Del propio elemento unitario, esto es, la condición de clase, se deriva el proyecto hacia el que avanzar. Todos somos esclavos, luego nuestro proyecto común es acabar con la esclavitud. Todos somos obreros, ¿cuál es nuestro proyecto común? Si nos quedamos en: joven, precario, inmigrante o mujer, y no trascendemos este aspecto parcial, no alcanzamos a ver qué es lo que nos une, y a qué nos conduce. Pero si se “agrupa a todos bajo la etiqueta de obreros”, si vemos lo que nos une a todos, podemos plantear un proyecto unitario, sea este la defensa de los servicios públicos, el empleo digno, salario mínimo de 1.000 euros o, porque no, expropiación de las grandes empresas, y control democrático de la economía.

La crisis pone encima de la mesa que el motor de la economía capitalista, la búsqueda del máximo beneficio para los grandes accionistas y directivos de las empresas, genera crisis permanentes, porque hace recaer el peso de la reestructuración sobre los trabajadores, tengan estos o no conciencia de su condición. Nouriel Roubini, un destacado economista liberal lo define con estas palabras: "Karl Marx tenía razón, (…) Pensamos que los mercados funcionaban. No están funcionando. Y lo que es racional individualmente, que cada empresa quiera sobrevivir y prosperar, significa recortar aún más los costos laborales. Mis costos laborales son los ingresos laborales y el consumo de otros. Por eso es un proceso autodestructivo.»[17]

Necesitamos otro modelo.Pero para avanzar en ese proyecto común, uno de los factores relevantes es el papel de los “intelectuales” de la clase. ¿Qué papel quieren jugar estos? ¿Seguir preguntándose quienes son los de abajo? ¿Poner en cuestión la existencia misma de la clase social que lleva sobre sus espaldas el peso del sistema? ¿O por el contrario contribuir a consolidar la conciencia colectiva que une a “los de abajo” y la propuesta de soluciones?

«Todos los movimientos del pasado fueron el hecho de minorías o le dieron provecho a minorías. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de la inmensa mayoría en el interés de la inmensa mayoría. El proletariado, la capa más baja de la sociedad actual, no puede levantarse, enderezarse, sin hacer saltar todo el edificio de capas superiores que constituyen la sociedad oficial.»

Fuente



[4] El País, 2 Marzo 2013

[7] Fuente: www.ine.es

[15] El Pais, 10 Marzo 2013

[16] El Manifiesto Comunista. Marx y Engels. 1848