Contradicciones de clase y en la clase

Debate sobre la estructura, composición y papel de la clase obrera.

La construcción del Bloque Social y Político, que constituyen la estrategia fundamental de la política de alianzas del PCE, son bastante difíciles de aplicar sin una apreciación correcta de la estructura de clases en nuestro país.

 

Desde el inicio de la crisis económica del capitalismo (por cierto, anterior al 2007-2008 como crisis de la tasa de ganancia) ha habido en nuestro país un cierto debate sobre la estructura, composición y papel de la clase obrera.

Es sorprendente, pero la acción política del movimiento obrero español se fue construyendo durante muchos años en ausencia de un análisis de clase de la sociedad española. Más recientemente, la Conferencia Política del PCE incorporó a sus documentos una primera aproximación que tenía en cuenta algunas de las características que definían la composición de la clase en el postfordismo español. El reciente Congreso del Partido retomó este análisis y lo confirmó en sus aspectos esenciales. 

El asunto no es pequeño, porque la política de Convergencia y la construcción del Bloque Social y Político, que constituyen la estrategia fundamental de la política de alianzas del PCE, son bastante difíciles de aplicar sin una apreciación correcta de la estructura de clases en nuestro país. El esfuerzo realizado es importante, pero el resultado, desde mi punto de vista, es insuficiente porque los conceptos se prestan a distintas interpretaciones y el debate, como algunos otros, no puede darse por cerrado.

Tanto es así, que en la Comisión del Documento Económico de la X Asamblea de IU, triunfaron con el apoyo de muchos comunistas, algunos de los cuales no dudarían en autodefinirse como marxistas-leninistas, enmiendas que proponían directamente que los pequeños empresarios no explotan a sus trabajadores. 

¿Podemos definir el concepto de clase obrera?

Parece evidente, aunque como en los últimos tiempos algunos pensadores sedicentemente de izquierdas, han cambiado la dialéctica por la escolástica, no sería sorprendente una respuesta negativa. Con la metodología del materialismo dialéctico -lo siento, no he encontrado otra que pueda explicar mejor la realidad social-, las clases sociales son grupos antagónicos, cuyo papel depende de su relación con los medios de producción, y cuyas relaciones mutuas se basan en la explotación. Así pasó entre esclavos y amos, y entre señores feudales y siervos de la gleba. En el capitalismo, el trabajador vende su fuerza de trabajo y el capitalista, el burgués, es el propietario de los medios de producción (entre ellos, la fuerza de trabajo). El núcleo de la explotación es la apropiación de la plusvalía porque la fuerza de trabajo produce más valor del que necesita para su reproducción y, por tanto, que el valor por el que se vende.

Aunque esta visión es bastante dialéctica, es relativamente incompleta. El mismo Marx señaló que, aunque desde el punto de vista del capital los trabajadores asalariados eran una clase social, los diferentes individuos que forman la clase obrera sólo toman conciencia de ello (se dan cuenta) cuando se ven obligados a una lucha común contra la burguesía, se unen y se constituyen en clase para sí. Por tanto, una visión alejada del determinismo económico e impregnada de política. 

Sólo así puede explicarse que la primera revolución socialista de la Historia tuviera lugar en Rusia, país con una clase obrera muy pequeña o el papel significativo de la lucha obrera en la Historia de España, donde nunca se hizo la revolución industrial.

Naturalmente, altos directivos de empresa, ejecutivos, responsables militares o altos gestores de la administración, son asalariados, venden su fuerza de trabajo y no pueden ser considerados clase obrera. Parece necesaria alguna línea roja. Hay una clara: si aunque sean asalariados forman parte en mucho o en poco de la propiedad de la empresa, la cuestión está clara. Esto lleva a un nuevo problema que veremos más adelante, el de los cooperativistas y los socios de las SAL.

Si no hay propiedad de la empresa, podemos apuntar (es una cuestión a debatir) si la línea roja debe estar en la capacidad funcional autónoma o no para disponer de los medios de producción para lograr los objetivos de la propiedad.

Otra arista de la cuestión está en los autónomos. Desde luego, los llamados falsos autónomos son inequívocamente parte de los trabajadores que venden su fuerza de trabajo. Sin embargo, los autónomos normales o los artesanos no venden su fuerza de trabajo, venden el resultado de su trabajo y son los propietarios de sus medios de producción. Un ejemplo puede aclararlo: no es lo mismo contratar un pintor para pintar mi casa que contratar un pintor para pintar casas.

La claridad es completa cuando el autónomo tiene contratados a trabajadores (sean uno o varios). Estamos ante un pequeño empresario, independientemente de la forma jurídica que tenga su empresa.

Clase obrera, ¿sólo industrial?

Una de las aparentes evidencias de los estudios sobre la evolución de la clase obrera es su disminución relativa, en contra de lo previsto por Marx. Simplemente no es cierto. El informe sobre Empleo Mundial 2007 de la Comisión Europea, refleja que los trabajadores industriales han pasado de ser el 15% en 1950 al 21,3% en 2006. Es cierto que los servicios han pasado de emplear el 18% en 1950 al 40% en 2006, pero es la agricultura la que ha pasado del 67% al 38,7% en ese período. A esto hay que añadir que la clasificación estadística entre agricultura, industria y servicios es artificial y tiende a ocultar precisamente las relaciones de producción. Como ejemplo, la primera Huelga general revolucionaria, que tuvo lugar en España en 1917, hubiera sido impensable sin el papel que jugaron los ferroviarios. ¿Clase obrera industrial o de servicios? En Ciudad Real, donde nací, al comienzo de la democracia la empresa más grande era una ensambladora de maquinaría frigorífica para hostelería (unos 30 trabajadores), diez años después era una planta azucarera (unos 300 trabajadores). Actualmente, es el Hospital del Servicio Público de Salud (4.100 trabajadores). 

En una sociedad capitalista no hay grandes diferencias funcionales entre reparar y poner a punto un automóvil y curar y poner en condiciones de trabajar a una persona. Por otra parte, el papel del proletariado agrícola en la historia social y política de España es innegable. Hoy aún es necesaria la creación de un banco público de tierras para resolver necesidades de trabajo de los jornaleros.

La dialéctica obrero/trabajador

Para justificar determinados planteamientos, algunos limitan el concepto de clase obrera al de “clase obrera industrial fordista”. Poco importa que el fordismo sea una forma de organización de la producción capitalista bastante posterior a Marx. Hagamos la foto de un momento de la historia de la clase y cuando veamos que la foto amarillea, podemos decir que la clase obrera es un concepto obsoleto. 

Esto es importante porque está en juego la relación dialéctica clase obrera/clase trabajadora, que no es una mera diferencia nominalista.

La cuestión está en el papel ideológico, político, económico y social que juega la clase, cuyo núcleo podemos centrar en aquellos que venden su fuerza de trabajo en los procesos de producción de bienes materiales y servicios (es decir, la evolución moderna de la clase obrera) y el resto de los trabajadores (clase trabajadora) que también venden su fuerza de trabajo, aunque en procesos complementarios. Un funcionario administrativo no es un obrero, pero es un trabajador. 

La solución, de nuevo, supera el economicismo y exige volver a la idea de clase para sí de Marx. 

¿Una clase fragmentada y enfrentada?

La clase obrera nace con el capitalismo, evoluciona en función de la evolución del capitalismo y muere cuando acaba con el capitalismo. Precisamente esa es la contradicción fundamental, aquella que exige para su superación la desaparición de los elementos antagónicos (burguesía y clase obrera).

Nadie puede negar la evolución de la clase y sus trasformaciones internas. Pero eso es una cosa y otra negar a la clase obrera su papel histórico como hace Toni Negri y sus seguidores en España. Al respecto, Viçens Navarro ha dejado bastante claro en un reciente artículo aparecido en Público, que los adversarios son mucho más del 1%.

La precariedad no es algo nuevo; desde que el capitalismo existe hay precariedad y no es ahora cuando más abunda, si lo examinamos con un poco de perspectiva histórica. Desde luego había mucha más cuando se escriben El Capital y el Manifiesto Comunista, o cuando triunfa la Revolución de Octubre o el pueblo español se enfrenta con las armas en la mano a la sublevación fascista. Algo parecido ocurre con la fragmentación. En un país donde no se hizo la revolución industrial la fragmentación y división de la clase trabajadora es evidente e histórica. Siempre ha habido un tejido empresarial donde el 96% de las empresas o más, han sido empresas de menos de 10 trabajadores. Ahora es cuando hay más mujeres en el proceso de producción y, en cuanto al papel de los inmigrantes, tan inmigrantes son los de otros territorios del Estado como los de fuera de él.

Si todo esto es así, ¿a qué viene esa necesidad de destripar teóricamente a la clase obrera? Simplemente a difuminar sus fronteras y su papel y a crear las condiciones en su propio seno para que se acepte el entierro de su papel histórico.

Según cierta progresía postmoderna, en la sociedad postindustrial y del conocimiento, ya no tendría sentido hablar de clase sociales, de intereses de clases, de lucha de clases y de explotación (de unas clases sobre otras). Solo de diferentes grados de consumo, de conocimiento o de diferentes posiciones en el mercado laboral, que podían ser coyunturales, confiando en una potencial movilidad social y laboral ascendente y en la meritocracia. Es decir, la muerte del marxismo, frente a la sociología positivista estadounidense.