V. La moderna teoría de la colonización. (Cap. XXV)

 

La investigación desarrollada por Marx hasta aquí ha puesto al descubierto la esencia, leyes reguladoras y tendencias de las relaciones de producción capitalistas.

La teoría económica de Marx ha servido de fundamento al proletariado para la estructuración de su estrategia y táctica de lucha contra el capital. En eso radica el gran mérito de Marx, y justamente por eso los ideólogos burgueses diri­gen preferentemente sus ataques contra los postulados angu­lares de la teoría económica marxista expuestos en la sec­ción séptima del tomo I de El Capital En contraposición a la conclusión de la economía política marxista sobre el carácter transitorio del régimen capitalista de producción y sobre la inexorabilidad de su desaparición, la economía política burguesa tiene por fundamento la pe­rennidad del capitalismo.

La eternidad del modo de producción capitalista la “funda­mentan” identificando la esencia del capital con sus formas corpóreas y rechazando el carácter antagónico de sus con­tradicciones inmanentes.

Marx demostró antes, que la propiedad privada capitalista constituye la negación directa de la propiedad privada basa­da en el trabajo del productor.

Sin embargo, la economía política burguesa confunde —co­mo demuestra Marx— esos dos tipos de propiedad privada. Con fines apologéticos aplica a la producción capitalista conceptos y nociones relativos a la producción mercantil sim­ple, presentando las relaciones de producción capitalistas como si fueran relaciones entre simples productores de mercancías. Tal procedimiento apologético lo aplican a casos en que el capitalismo constituye el modo de produc­ción dominante. Así por ejemplo, se refieren a Europa oc­cidental en una época en que el proceso de acumulación ori­ginaria ya había culminado en lo fundamental.

“El economista —dice Marx— aplica a este mundo moldeado del capital las ideas jurídicas de propiedad correspondientes al mundo pre-capitalista con tanta mayor unción y con un celo tanto más angustioso, cuanto más patente es la diso­nancia entre su ideología y la realidad.” (Pág. 701.)

Mas todas las conclusiones de los economistas burgueses se esfuman en el análisis del proceso de desarrollo del capita­lismo en las colonias, donde este régimen no ha conquistado todavía una situación de predominio. El avance del capi­talismo se topa a cada paso con obstáculos que alzan los ¡productores, dueños de las condiciones de su trabajo y con posibilidades de trabajar para sí en lugar de hacerlo para el capitalista.

La contradicción entre la producción capitalista y la peque­ña producción basada en el trabajo personal aflora aquí en la realidad de su lucha. Esa lucha consiste en que el capitalista respaldado por las metrópolis, valiéndose de mé­todos coercitivos, es decir, de los procedimientos propios de la acumulación originaria, tiende a eliminar el régimen de producción y apropiación basado en el trabajo personal del productor para de ese modo fortalecer la producción capi­talista. Los economistas burgueses asumen aquí su eterno papel de apologistas del capital. Pero en este caso se ven forzados a sostener lo contrario de lo que decían respecto al desarrollo del capitalismo en las metrópolis con lo cual desenmascaran su papel apologético. En efecto, al defender el capital de las metrópolis, los economistas burgueses iden­tifican la producción capitalista con la pequeña producción, atribuyendo a la primera los rasgos y regularidades de la segunda; abogan por el libre juego de los precios en el mercado, por la ordenación libre de la oferta y la demanda de las mercancías, especialmente, de la mercancía fuerza de trabajo. Esos economistas presentan las relaciones de clases inherentes al capitalismo como relaciones naturales y eternas. Al defender el capital de las colonias (se trata de las colonias de emigrantes) se ven obligados a demostrar no solamente la contraposición de los dos sistemas de eco­nomía mencionados, sino también la imposibilidad de des­arrollar la fuerza productiva del trabajo social —coopera­ción, división del trabajo, maquinización, etc.— sin la pre­via expropiación de los productores y la conversión de. sus medios de producción en capital. Más aún, esos economistas proponen descaradamente la violencia para expropiar a los pequeños productores y someterlos al capital.

Resulta así que una teoría burguesa, la de la colonización, refuta a otra teoría burguesa, a la teoría del capital. Al respecto, Marx indica que el gran mérito del economista burgués E. G. Wakefield reside en haber descubierto en el desarrollo del capitalismo en las colonias la verdad sobre las relaciones capitalistas en las metrópolis. La esencia de su teoría de la colonización consiste en “fabricar obreros asalariados” en las colonias.

Marx señala también que Wakefield descubrió que no basta el dinero, los medios de vida, máquinas y otros medios de producción para hacer de una persona un capitalista, si falta el obrero asalariado obligado a vender “voluntariamente” su fuerza de trabajo. Wakefield “descubre que el capital no es una cosa, sino una relación social entre personas a las que sirven de vehículo las cosas,” (Pág. 702.)

En tanto que el trabajador continúa siendo propietario de los medios de producción podrá acumular para sí, es decir, trabajar para sí. Pero eso supone que en tales condiciones no puede tener lugar la acumulación capitalista al faltar el elemento necesario para ello: los obreros asalariados. Entonces surge el interrogante —dice Marx— de cómo trans­currió en la vieja Europa la expropiación de los trabajado­res y el nacimiento del capital y del trabajo asalariado. Según el economista mencionado eso habría tenido lugar mediante un “contrato social” cuya esencia consistió en que una parte de la humanidad se habría auto expropiado en holocausto de la “acumulación del capital”.

Pero si eso hubiera ocurrido así —señala Marx— podría creerse que “el instinto de este fanatismo de sacrificio y renunciación debió desbordarse sobre todo en las colonias”.

En tal caso hubiera resultado innecesaria la “colonización sistemática”, es decir, la expropiación violenta y sistemática de los productores que postula el autor del contrato social original.

Marx señala que la expropiación de la tierra a la masa del pueblo sentó las bases del régimen capitalista de produc­ción. Mientras que en las colonias de aquella época la inmensa mayoría de las tierras era todavía propiedad del pueblo, razón por la cual cada colono podía convertir una parcela de la tierra, que constituía el medio fundamental de producción, en propiedad privada. En esto, apunta Marx, reside el secreto de la resistencia opuesta por las colonias a la irrupción del capital

Además, al no existir todavía la disociación entre el pro­ductor y las condiciones de trabajo y la tierra, y por tanto, la división entre la agricultura y la industria, tampoco exis­tía en las colonias un mercado interno para el capital.

La producción capitalista reproduce constantemente a los obreros como asalariados, engendra una superpoblación re­lativa manteniendo así la oferta y la demanda de trabajo —y a través de ésta los salarios— dentro de unos límites acordes con los intereses de la acumulación del capital. De ese modo resulta una absoluta dependencia social de la clase obrera respecto al capital. Los economistas burgue­ses presentan estas relaciones como relaciones contractua­les libres entre comprador y vendedor, entre entes mer­cantiles equivalentes.

En las colonias de emigrados la situación es diferente y por eso cambiaron las nociones de los economistas burgueses. En las colonias el aumento de la población fue más rápido que en las metrópolis. Pero la decantada ley de la oferta y la demanda de trabajo se desmoronó en las colonias al faltar las condiciones que fuerzan inexorablemente al obrero a vender su fuerza de trabajo al capitalista. En las colonias falta la presión que la superpoblación relativa ejerce sobre la clase obrera en las metrópolis. Por esa razón no sólo el grado de explotación era relativamente bajo, sino que además faltaba la dependencia del trabajo respecto al ca­pital, característica de los países capitalistas desarrollados. Los economistas burgueses sostienen que la supeditación de la clase obrera respecto al capital que se observa en las metrópolis, constituyen una “ley natural”. En las colonias, al faltar esa “ley natural” sugieren imponer esa dependen­cia artificialmente. Como la transformación de todas las tierras es propiedad privada de un golpe significaría la eliminación de las colonias, esos economistas sugerían esti­pular artificialmente un precio sobre la tierra, independien­temente de la ley de la oferta y la demanda. Esa medida obligaría a los emigrantes a trabajar durante un largo pe­ríodo como obreros asalariados para ahorrar el dinero necesario que les permitiera adquirir tierras. El fondo constituido con la venta de tierra habría de emplearse en importar pobres de Europa para las colonias. Eso permiti­ría mantener un mercado de trabajo en las condiciones más favorables para la acumulación de capital.

En otras palabras, se trataba de aplicar medidas artificiales, métodos coercitivos, para crear un contingente suficiente de obreros forzados a venderse al capital. Sugerían crear con­diciones para el desarrollo de la producción capitalista recu­rriendo a la violencia.

Pero todas las medidas artificiales tendientes a trasplantar el régimen de producción capitalista estaban condenadas mientras no se crearan las condiciones para el nacimiento y desarrollo de ese modo de producción. Cuando la pro­ducción capitalista se ha robustecido esas medidas artifi­ciales se convierten en innecesarias.

Al develarnos el carácter apologético de las teorías bur­guesas, Marx remarca una vez más la esencia explotadora del régimen de producción capitalista y el antagonismo de intereses entre la clase obrera y la capitalista. Con ello da el golpe de gracia a los postulados sobre la perennidad del capitalismo, reafirmando su carácter transitorio, ya demos­trado con anterioridad.

En la actualidad las teorías apologéticas de los economistas burgueses conservan los rasgos fundamentales que tenían en la época de Marx.

Así, por ejemplo, la meta fundamental dé las “teorías” con­temporáneas sigue siendo la de demostrar la eternidad del capitalismo. Como en aquel entonces el “argumento” prin­cipal de esa perennidad descansa en la negación del anta­gonismo entre las clases y por lo tanto a la ausencia de base para la lucha entre ellos. Pero en el pasado los econo­mistas burgueses argumentaban la perennidad del capitalis­mo partiendo de su inmutabilidad, de que el capitalismo era por su naturaleza una sociedad armónica y un fenómeno natural.

Debido a las profundas conmociones económicas y políticas que atraviesa el capitalismo, los economistas burgueses contemporáneos han tenido que renunciar a su vieja tesis sobre la invariabilidad del capitalismo; pretenden demostrar que el capitalismo actual se ha despojado de todas las la­cras propias del viejo capitalismo, que es otro, es decir, que ha dejado de ser capitalista.

Los economistas burgueses sostienen diferentes argumentos sobre la “transformación del capitalismo”.

A pesar de las diferencias de matiz que presentan, esas teorías tratan de demostrar la perennidad del régimen capi­talista, cuestión fundamental y objetivo último de los eco­nomistas burgueses de todos los tiempos.

En su época Marx contrapuso a los postulados de los eco­nomistas burgueses sobre la armonía de intereses de clase un análisis científico de la realidad que reveló la naturaleza profundamente antagónica del sistema capitalista y su ca­rácter transitorio.

Además, al argumentar sobre el carácter pasajero del modo capitalista de producción, Marx mostró cómo al llegar a una etapa determinada de desarrollo de la sociedad tiene lugar el proceso de nacimiento del capitalismo. Más aún, al criticar a los economistas burgueses que sostenían que el capitalismo era un fenómeno eterno y natural, Marx muestra en el capítulo XXV del tomo I de El Capital cómo, paralelamente al capitalismo ya modelado de las metrópolis, transcurre un proceso de entronizamiento de ese régimen en las colonias en el cual —como ocurrió en su tiempo en las metrópolis— desempeña un papel esencial la violencia.

La vida ha confirmado la justeza de la tesis marxista sobre el carácter transitorio del capitalismo y la ineluctabilidad del ascenso de la sociedad al socialismo. El capitalismo ha desaparecido de una cuarta parte del globo terráqueo. El socialismo se ha convertido en un sistema económico mun­dial. Es más, el impetuoso desarrollo y el florecimiento del sistema económico socialista constituye un importantísimo testimonio de la caducidad del capitalismo.

En esas condiciones los principales países capitalistas enca­bezados por los EE.UU., aúnan sus esfuerzos en la lucha contra los países socialistas, contra el movimiento de libe­ración nacional y contra el movimiento obrero en aras de la salvación del capitalismo “eterno”, “popular” y otras hierbas.

Ante los síntomas que denuncian a las claras la expiración del capitalismo y ante el hecho de que la burguesía se opone con todas sus fuerzas al desarrollo histórico, los economis­tas burgueses, los ideólogos del capitalismo monopolista fabrican “teorías” que al “fundamentar” la política del im­perialismo enfilada a mantener el descompuesto sistema, refutan sus propias “teorías” sobre la fraternidad de las cla­ses, la armonía de intereses de la clase obrera y de la capi­talista y la eternidad del sistema.

Así por ejemplo, tenemos que los ideólogos burgueses pre­sentan la intromisión imperialista contra los pueblos que combaten por su emancipación como una empresa necesaria y legítima. El sociólogo norteamericano J. Graber expone ampliamente en su obra La diplomacia de la crisis la histo­ria de la injerencia norteamericana en los asuntos internos de otros países, reconociendo cínicamente que para los Es­tados Unidos la cuestión no reside en el empleo o la renuncia a la intervención, sino en la forma de ésta. Bajo el pre­texto de que el bien nacional reclama la intromisión, el autor la legitimiza con carácter universal.

En lo tocante a la lucha contra el mundo socialista, los ideólogos burgueses han creado toda una. “doctrina” que cimienta la política anticomunista de “liberación” de los países socialistas. Los métodos que pregonan esos ideó­logos no desmerecen en nada a los aplicados por la burgue­sía para establecer su dominación en los albores del capita­lismo. Aconsejan recurrir a complots, levantamientos, es­pionaje y otros métodos por el estilo. Esa doctrina ha sido expuesta con lenguaje descarado por el sociólogo norteame­ricano J. Bernhen.

Por último, los ideólogos de la burguesía monopolista pre­gonan varias teorías tendientes a aplastar la lucha de la clase obrera en los países capitalistas.

Resulta pues, que como en el pasado, los economistas bur­gueses contemporáneos se desenmascaran a sí mismos como apologistas del capitalismo.

El gran mérito de Marx reside en haber fundamentado de modo profundamente científico el carácter histórico tran­sitorio del modo de producción capitalista, mostrando que el proletariado es la fuerza social llamada a liquidar el sistema de esclavitud capitalista y a construir la nueva sociedad socialista. Con ello Marx puso en manos del pro­letariado una poderosa arma de lucha contra la burguesía. La teoría de Marx sobre la inevitabilidad de la revolución socialista y del establecimiento de la dictadura del proleta­riado, sobre el tránsito obligado al socialismo, fue desarro­llada en los geniales trabajos de Lenin. Prosiguiendo la obra de Marx, V. I. Lenin dio solución a importantísimos problemas planteados por la nueva situación histórica ante la clase obrera y sus partidos comunistas.

La teoría de Marx sobre el nacimiento, desarrollo y extin­ción del capitalismo ha resistido todas las pruebas del tiempo. La historia transcurre según los vaticinios de Marx; el socialismo es una realidad para cientos de millones de seres. El contenido fundamental de nuestra época —dice el programa del PCUS— lo constituye el tránsito del capi­talismo al socialismo iniciado por la Gran Revolución Socia­lista de Octubre. Las revoluciones socialistas operadas en varios países de Europa y Asia han dado por resultado la formación de un sistema socialista mundial.

El proceso de disgregación y expiración del capitalismo y el de entronizamiento, crecimiento y expansión del socialis­mo transcurren a ritmos impetuosos. El rápido desarrollo y robustecimiento del sistema socialista mundial han deter­minado que el socialismo se esté convirtiendo en la fuerza decisiva y determinante del desarrollo de la sociedad hu­mana. “El rasgo distintivo fundamental de nuestra época consiste en que el sistema socialista mundial se transforma en el factor decisivo del desarrollo de la sociedad hu­mana.”[1]

Los grandiosos triunfos registrados por el socialismo, la disgregación del sistema colonial del imperialismo y la agu­dización de todas las contradicciones del capitalismo testi­monian el derrumbe progresivo del capitalismo y la victoria del socialismo en escala mundial. Como señalara Marx: “frente a la vieja sociedad, con sus miserias econó­micas y sus demencias políticas, está surgiendo una socie­dad nueva cuyo principio de política internacional será la paz, porque el gobernante nacional será el mismo en todos los países: el trabajo”.[2]



[1] Ver Declaraciones de la Conferencia de representantes de los partidos comunistas y obreros, Moscú, 1957-1960, Ed. Política, La Habana, 1983.

[2] C. Marx, “Primer manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la Guerra Franco-Prusiana”, C. Marx y F. Engels, Obras Escogidas, t. II, pág. 127, Ed. Política, La Habana, 1963. (N. de la E.)