3.- El gran colectivo partidario

 

EL TRABAJO COLECTIVO, PRINCIPIO BÁSICO DEL PARTIDO

 

 

El trabajo colectivo, teniendo como primera y fundamental expresión la dirección colectiva, constituye un principio básico de nuestro Partido.

Muchos partidos definen su dirección como dirección colectiva. Pero las formas de comprender y realizar la dirección colectiva son diversas y hasta contradictorias.

En el PCP se entiende la dirección colectiva como un principio y una práctica que exceden ampliamente la aprobación o ratificación de decisiones, la votación mayoritaria de propuestas individuales y la responsabilización del colectivo por decisiones individuales.

Se verifican todavía fallas y distorsiones, pero los principios están establecidos y la práctica, en general, es conforme a ellos.

En el PCP, la dirección colectiva en cualquier organismo, empezando por los organismos ejecutivos del Comité Central, significa en primer lugar, que es el organismo y no cualquiera de sus miembros el que decide las orientaciones y vías fundamentales de su actividad, y que existe la permanente apertura a las opiniones divergentes y las contribuciones individuales de cada uno.

Significa, en segundo lugar, que cada uno de sus miembros somete su actividad práctica a la opinión y aprobación del organismo.

Significa, en tercer lugar, que sin contrariar la división de tarea y la delegación de competencias, se procura, dentro de lo posible, que los análisis, conclusiones y decisiones sean resultado de una elaboración colectiva. Significa, en cuarto lugar, que no se admite que ningún miembro del organismo sobreponga su opinión al colectivo y tome actitudes y practique actos contrarios a las decisiones del colectivo.

El establecimiento de la dirección colectiva en nuestro Partido fue un proceso complejo, irregular y tardío.

Comenzó por el Secretariado del CC después de la reorganización de 1940-1941. Se amplió gradualmente al Comité Central a partir del III Congreso de 1943 y, más profundamente, a partir del IV Congreso de

1946. Después, pese a la evolución accidentada (resultante de la represión) en la composición y estilo de trabajo de los organismos de dirección, se fue instituyendo como práctica corriente.

La dirección colectiva y sus experiencias positivas abrieron paso a la ampliación del concepto de trabajo colectivo, no solo en la dirección central sino a todos los otros organismos del Partido y, posteriormente, acompañando todo un profundo proceso de democratización, a toda la actividad partidaria.

El trabajo colectivo del Partido tiene como principales aspectos la comprensión y la conciencia de que la realización con éxito de las tareas del Partido se debe a los esfuerzos conjugados y convergentes de todos los militantes que, directa o indirectamente, intervienen en esa realización; y la movilización de los esfuerzos, de trabajo, del apoyo de todos los militantes llamados a intervenir en la realización de cualquier tarea.

El trabajo colectivo es una dinámica permanente en el desarrollo de la actividad del Partido y de todos los militantes.

La preparación, organización y realización de las acciones de masas, de las grandes iniciativas, de las asambleas de las organizaciones, de los encuentros y conferencias, de las conferencias nacionales y de los congresos del Partido constituyen ejemplos esclarecedores y exaltantes del trabajo colectivo del Partido como uno de los rasgos fundamentales de los métodos y del estilo de trabajo.

La expresión “nuestro gran colectivo partidario”, que se tornó habitual en boca de los militantes (y se oficializó a partir del X Congreso), traduce la participación, la intervención y la contribución constante de los colectivos, la búsqueda constante de la opinión, de la iniciativa, de la actividad y la creatividad de todos y de cada uno, la convergencia de las ideas, de los esfuerzos, del trabajo de las organizaciones y militantes en el resultado común.

Así, en nuestro Partido, el trabajo colectivo no puede ser entendido únicamente en términos de dirección colectiva. Debe entenderse como una práctica corriente y universal en todos los escalones, en todos los aspectos del trabajo, en todas las actividades.

El trabajo colectivo pasó a ser una característica fundamental del estilo de trabajo del Partido, uno de los aspectos esenciales de la democracia interna y un factor decisivo de la unidad y de la disciplina.

 

 

EL TIPO DE DIRECCIÓN: UN VALOR HISTÓRICO

 

 

La dirección colectiva y el trabajo colectivo, tal como hoy existen en nuestro Partido, jamás podrían ser resultado de una mera decisión. Dirección colectiva y trabajo colectivo, tal como existen en nuestro Partido, son resultado de un proceso largo e irregular, en el que intervinieron y se sumaron numerosos factores.

Los métodos y el estilo de trabajo no son valores atemporales, absolutos, invariables e inmutables. Se relacionan inevitablemente con las condiciones objetivas en que actúa el Partido, con su desarrollo político y orgánico, con la preparación y experiencia de los cuadros.

Las características de la dirección colectiva y del trabajo colectivo de nuestro Partido en la actualidad aparecen como continuación y resultado de toda una larga historia y de una larga y diversificada experiencia.

Si examinamos la evolución del Partido, ¿qué se verifica?

En el corto período de legalidad, desde la creación del Partido en 1921 hasta el golpe militar del 28 de mayo de 1928, se realizaron dos congresos, se eligieron comités centrales, pero poco se conoce del funcionamiento interno de la Dirección.

De 1926 a 1931, el Partido no tuvo ninguna actividad regular. Solo discutían algunos grupos de camaradas, sin ninguna base orgánica ni ninguna actividad política, la posible reorganización en las condiciones de clandestinidad. En la reunión de 1929, que decidió reactivar el Partido, hubo cinco camaradas que se consideraban del Comité Central, aunque sin desarrollar ninguna actividad.

Desde la reorganización de 1931 hasta la detención de Bento Gonçalves, secretario general del Partido, en noviembre de 1935, la dirección correspondía exclusivamente al Secretariado. No existía Comité Central ni ningún otro organismo de dirección central. Aun dentro del Secretariado, la dirección estaba dividida, no era colectiva. Bento Gonçalves dirigía el trabajo político en gran parte por decisión individual. Así, en el VII Congreso de la Internacional Comunista, su intervención corrigió profundamente la línea política hasta entonces seguida, pero no fue redactada en Portugal ni resultó de una apreciación colectiva con otros cuadros. Fue redactada en Moscú, en conformidad con las Tesis presentadas al Congreso por el Ejecutivo de la Internacional.

Después del encarcelamiento de Bento y de todo el Secretariado, siguió un período (1935-1938) en que los militantes más responsables que quedaban en libertad buscaron soluciones para el trabajo de dirección. Hicieron una reunión de cuadros (1936) de la cual salió una primera y pronto malograda tentativa de formación del Comité Central. Formaron un nuevo Secretariado, pronto alcanzado por la represión (detención de Manuel Rodrigues da Silva). Luego constituyeron un nuevo Secretariado, también alcanzado pronto por un serio golpe (Enero de 1938) que lanzó al Partido a una crisis profunda.

Con la reorganización de 1940-1941 se formó un primer organismo colectivo (Buró Político), al cual sucedió un Secretariado con poderes fuertemente centralizados, que poco después fue afectado con la detención de dos de sus tres miembros (Fogaça y Militao, en setiembre y noviembre de 1942).

Puede decirse que es a partir de esa fecha que se inició el proceso, que aún sería largo y accidentado, de la creación de una dirección estable y colectiva.

En el Secretariado pasó a haber trabajo colectivo y, poco a poco, se constituyó un núcleo dirigente que, reforzado con nuevas generaciones de cuadros, llegaría a asegurar en lo fundamental, hasta hoy, la continuidad del trabajo partidario.

En este proceso representó un importante papel la realización del III Congreso del Partido (noviembre de 1943), primer congreso realizado en la clandestinidad. Por primera vez en la clandestinidad se forma un Comité Central electo en congreso, y por primera vez (con exclusión de la episódica experiencia de 1936), el Secretariado no resultó de la cooptación, sino de una elección por el Comité Central.

La realización de reuniones del Comité Central en 1945 y 1947, y el IV Congreso del Partido (agosto de 1947) continuó ese camino, consolidando, en el nivel de la dirección central, el trabajo colectivo del

Secretariado electo en un Comité Central cada, vez más ampliado.

Debido a los violentos golpes de la represión, que afectaron al Partido, especialmente al Comité Central, que llegó a quedar reducido a seis camaradas en libertad, la defensa del Partido y la necesidad de supervivencia de su núcleo dirigente condujeron de nuevo a un fuerte centralismo, en el que se manifestaron abusos de métodos administrativos, especialmente en el tratamiento de problemas de cuadros.

Como reacción natural contra tal situación, el V Congreso, realizado en 1957, estimulado también por la develación del culto de la personalidad de Stalin y de todas sus consecuencias negativas, instituyó normas de democracia interna y las introdujo en los Estatutos del Partido entonces aprobados. Sin embargo, la oposición al centralismo y una nueva desviación de derecha en la orientación política —replanteando aspectos de la “política de transición” que se había superado— condujeron a un falso democratismo, posteriormente criticado como una “tendencia anarcoliberal en la organización del trabajo de dirección”.

A través de todas estas situaciones, de estas duras batallas, de sus soluciones diversas y de sus experiencias, se fue forjando un núcleo dirigente de revolucionarios abnegados y sometidos a las más variadas pruebas, y se fue enraizando gradualmente en la Dirección Central del Partido el hábito del trabajo colectivo y de la responsabilidad colectiva en los organismos superiores del Partido.

El trabajo de elaboración del Programa del Partido en 1964-1965, los largos debates realizados con la participación de cientos de militantes y, finalmente, la realización del VI Congreso en 1965, culminando esa labor, constituyeron las primeras experiencias sólidas del trabajo colectivo ampliado en el Partido y consagraron definitivamente en el Partido los métodos de dirección colectiva.

En los años trascurridos hasta el derrocamiento de la dictadura fascista el 25 de Abril, el camino del trabajo de dirección no fue fácil. Pero la realización de sucesivas reuniones plenarias del Comité Central y los documentos que de ellas surgieron mantuvieron las grandes líneas de orientación y aspectos fundamentales de la práctica del trabajo colectivo en la Dirección.

Esta experiencia se reveló fundamental para el desarrollo de la vida interna después del 25 de Abril.

Salido de la clandestinidad empeñado en la lucha revolucionaria por la trasformación política y social, el carácter colectivo de la Dirección y el trabajo colectivo del Partido encontraron terreno extremadamente favorable para su enriquecimiento y desarrollo gradual, de modo que se convirtió en una característica y en un rasgo esencial de la Dirección, de la vida orgánica y del estilo de trabajo del PCP.

 

 

FORMACIÓN DEL NÚCLEO DIRIGENTE Y CONTINUIDAD DE LA DIRECCIÓN

 

 

En un partido con largos años de actividad, el núcleo dirigente resulta de una prolongada y compleja evolución.

La lucha opera, a lo largo de los años, una selección constante, en la que las pruebas más diversas y las experiencias de trabajo van determinando la presencia en la Dirección de un núcleo de camaradas que, como es normal suelen ser los más capaces, los más experimentados, los más firmes, los más abnegados. Sin embargo, en un partido como el nuestro, sujeto a las persecuciones más brutales durante 48 años, las condiciones de clandestinidad y la represión provocaron durante muchos años grandes y súbitas alteraciones en los organismos de dirección central, con consecuencias negativas para la continuidad del trabajo.

Dado el hecho de que el Secretariado fue, de 1926 a 1943, prácticamente el único organismo de dirección central e incluso después de esa fecha siguió siendo el organismo de más alta responsabilidad en el trabajo ejecutivo, los repetidos golpes al Secretariado quebraron muchas veces la continuidad de la composición de la dirección superior del Partido y provocaron en algunos casos una ruptura efectiva en el propio trabajo de dirección.

Fue lo que sucedió en 1935 y 1938 con la detención de todos los miembros del Secretariado, y en 1942, 1949 y 1961 con el encarcelamiento de la mitad de sus miembros.

El tiempo máximo que un Secretariado del Partido consiguió mantenerse en funciones con una misma composición sin ser alcanzado por la represión fue de poco más de seis años, desde fines de 1942 a 1949, habiendo sido dicha estabilidad un factor altamente favorable al desarrollo del Partido en esa época.

La decisión, tomada en 1961, de mantener una parte del Secretariado en el extranjero contribuyó de manera decisiva a la ulterior continuidad y mayor estabilidad del trabajo de dirección.

En este complejo proceso se fue formando, compuesto por un número apreciable de camaradas, un núcleo dirigente con una estabilidad mayor que la de los organismos superiores del Partido, alcanzados repetidas veces por la represión. En ese número participaban camaradas que, ya presos, ya liberados, ya consiguiendo huir de las prisiones, se iban “alternando” en los organismos superiores de dirección.

Así fue posible, pese a la represión y particularmente a los golpes que afectaron al Secretariado, una relativa estabilidad y continuidad de dirección a partir de la reorganización de 1940-1941.

Es sin embargo necesario tener en cuenta que puede haber dos tipos de estabilidad de dirección.

La estabilidad puede ser extremadamente negativa si resulta del inmovilismo, de la rutina, del apoderamiento de la Dirección por un conjunto de camaradas que, de una u otra manera, conservan ilegítimamente el “poder”' con espíritu de grupo o de camarilla.

La estabilidad de la Dirección del Partido es, en cambio, un bien precioso cuando se verifica un desarrollo positivo de la actividad sin crisis ni rupturas. Constituye entonces una prueba de madurez y una adquisición histórica.

 

 

LOS FACTORES DE LA ESTABILIDAD Y LA RENOVACIÓN

 

 

La continuidad de la Dirección y la estabilidad del núcleo dirigente resultan de diversos factores.

En primer lugar, de la justeza de la línea política, comprobada por la práctica y por la inexistencia de errores graves de dirección.

Si no se verifica este factor, el Partido acaba inevitablemente por exigir e imponer alteraciones en el núcleo dirigente, lo que con frecuencia significa crisis y escisiones.

En segundo lugar, es importante factor de estabilidad del núcleo dirigente la capacidad creativa e innovadora necesaria para responder a los nuevos problemas y las nuevas situaciones, encontrar las soluciones justas, definir las tareas concretas, detectar deficiencias y errores y corregirlos con prontitud.

Si no se verifica este factor, la Dirección cae en la rutina, no solo se cometen errores, sino que se agravan y, día más día menos se impone la necesidad de una sustitución o modificación profunda.

En tercer lugar, es importante factor de estabilidad el trabajo colectivo de Dirección y la unidad de la Dirección.

Si no se verifica este factor, se evoluciona o en el sentido del culto de la personalidad o en el sentido de conflictos y divisiones lo cual significa, en uno u otro caso, una quiebra inevitable de la estabilidad del núcleo dirigente.

En cuarto lugar, es importante factor de estabilidad la ligazón de la Dirección con todo el Partido, la comprensión justa del trabajo de la Dirección y de la intervención de los militantes en el marco de una amplia democracia interna.

Si no se verifica este factor, también, día más día menos, es inevitable la quiebra de la continuidad y de la estabilidad.

Finalmente, como factor esencial de la estabilidad de la Dirección está su propia y progresiva renovación.

La importancia de este factor justifica que se le consagre una atención más pormenorizada.

Su importancia es tal, que se puede decir que la estabilidad de la Dirección y del núcleo dirigente no solo es compatible con la renovación, sino que depende en gran medida de ella.

Si el núcleo dirigente no se va renovando con la entrada de nuevos cuadros —si se cristaliza en una Dirección cerrada a la trasformación de los tiempos, a las nuevas realidades—, llega un momento en que se impone una renovación súbita, a veces casi total, muchas veces en situación de crisis y de inestabilidad.

La renovación progresiva, sin rupturas, que corresponde y responde a las necesidades del trabajo del Partido, ha sido uno de los factores determinantes de la estabilidad del núcleo dirigente de nuestro Partido.

El examen de la composición del CC electo en el X Congreso, realizado en diciembre de 1983, es, a este respecto, esclarecedor.

En el total de 165 miembros titulares y suplentes, hay 25 que tienen hasta .30 años, 107 de 30 a 50 y solo 33 con más de 50 años. La edad promedio es de 41 años.

La distinción entre los titulares y los suplentes ilustra la renovación.

En lo que respecta a los miembros titulares, hay 7 de hasta 30 años, 54 de 30 a 50 y 30 con más de 50 años. La edad promedio de los miembros titulares del Comité Central es de 45 años.

En lo que respecta a los miembros suplentes, hay 18 de hasta 30 años, 53 de 30 a 50 y solo tres con más de 50 años. La edad promedio es de 36 años.

La correcta renovación exige una comprensión clara del valor de los cuadros, con aprecio por las capacidades, experiencias y pruebas de los cuadros más viejos del Partido y con aprecio por las capacidades, nuevas experiencias, energía revolucionaria y potencialidades de los cuadros que se van revelando en la lucha.

En relación con los dirigentes más antiguos, que constituyen una gran riqueza que el Partido está interesado en defender y valorizar, es necesario, por un lado, aprovechar lo más posible sus grandes capacidades y su gran experiencia; es necesario, por otro lado, tener el valor, que a veces plantea delicados problemas humanos, de sustituirlos en el ejercicio de sus funciones, ya sea cuando la edad, la salud, la pérdida de capacidades y energía impiden que las desempeñen correctamente, ya sea cuando cuadros más jóvenes demuestran más capacidades y condiciones para desempeñarías.

En relación con los cuadros más nuevos, es necesario, por un lado, comprobar cuidadosamente sus características, el balance de su actividad, su real experiencia; es necesario, por otro lado, darles audazmente plena posibilidad de desarrollo y de que muestren, en la práctica de un trabajo directivo, sus potencialidades reales.

En una Dirección que adquirió gran estabilidad, el mayor peligro son los impedimentos para incorporar cuadros más jóvenes. La incorporación de cuadros jóvenes es una ley natural de la vida y del desarrollo del Partido. El ser humano envejece por ley de la naturaleza. El Partido no puede envejecer.

 

 

EL COLECTIVO Y EL INDIVIDUO

 

 

El papel de la personalidad en la historia, así como en la vida de los partidos, ofrece características y grados extremadamente diferenciados, según las condiciones concretas en que se inserta.

Hay partidos comunistas cuya formación y cuya historia están estrechamente vinculadas con la capacidad, el talento, la iniciativa de un destacado dirigente o de un número reducido de dirigentes. En esos partidos es inevitable y justo valorizar el papel determinante de ese dirigente o dirigentes en determinada fase de la vida del partido.

En el caso de Portugal, por una serie de circunstancias, en la historia de la creación y desarrollo del Partido Comunista, salvo períodos cortos, no pesó en forma determinante la contribución individual de tal o cual dirigente destacado, sino la contribución común de un colectivo dirigente, formado a lo largo de decenas de años, señaladamente a partir de la reorganización de 1940-1941.

La contribución y la responsabilidad individual de camaradas de la Dirección y la existencia de un secretario general, en nada alteraron esta realidad fundamental de la dinámica histórica de la formación de la dirección colectiva y del trabajo colectivo del Partido Comunista Portugués.

En la relación entre el colectivo y el individuo tiene varios aspectos fundamentales a considerar. El primero es el de la contribución individual para el trabajo colectivo.

El trabajo colectivo no excluye, sino que implica, la contribución individual y el amplio aprovechamiento del valor, de la capacidad y de la contribución individuales. El trabajo individual es parte integrante e insustituible del trabajo colectivo.

El trabajo colectivo no significa que todos hacen todo y que a nadie, individualmente considerado, puede ser atribuido el mérito de una iniciativa, de una actividad, de un suceso.

El trabajo colectivo no solo admite, sino que exige necesariamente la división y distribución de tareas, la especialización, la realización por cada militante de las tareas que le corresponden.

La organización de una manifestación de masas es una compleja tarea colectiva. Pero es perfectamente conciliable con el trabajo y el papel determinantes de tal o cual camarada.

La elaboración colectiva de un documento es también perfectamente conciliable con la atribución a un solo camarada de la responsabilidad de redactar un proyecto o anteproyecto que luego se somete a la apreciación y discusión del colectivo, que se responsabiliza por la redacción final.

Pero, si en un trabajo colectivo es justo apreciar y valorizar la contribución individual, debe evitarse siempre el exceso de atribuir al mérito individual sucesos o ideas que (aun cuando las expresa un individuo) son producto directo del mérito colectivo o se tornan posibles por él.

El segundo aspecto es el de la inserción de la iniciativa individual en el trabajo colectivo.

El trabajo colectivo nunca debe ser un freno a la iniciativa individual.

Solo debe contrariarla cuando se sobrepone, contraría y perjudica la iniciativa colectiva, que haya sido colectivamente considerada; cuando el individuo excede sus competencias y sus poderes e invade de forma anárquica o destructiva la iniciativa de otros; cuando tiene un carácter desconsiderado, indisciplinado y aventurero, resultante de la sobrevaloración del valor propio o de la ambición personal. Pero fuera de tales casos, la iniciativa individual debe ser insistentemente estimulada.

La iniciativa individual permite, en muchos casos y circunstancias, impulsar las actividades en curso, dinamizar los esfuerzos colectivos, perfeccionar las realizaciones, superar positivamente las metas consideradas al inicio.

El tercer aspecto es el de la responsabilidad y de la responsabilización.

El trabajo colectivo conduce a la responsabilidad y la responsabilización colectivas; pero no atenúa, y mucho menos extingue, la responsabilidad y la responsabilización individuales.

Ni la responsabilidad del individuo se debe cubrir con la responsabilidad del colectivo, ni la responsabilidad del colectivo se debe encubrir con la responsabilidad individual.

Echar la responsabilidad del individuo al colectivo y del colectivo al individuo son formas de aligerar la responsabilidad, perjudicando la propia idea de la responsabilidad conciente y voluntaria.

 

 

 

EL INDIVIDUALISMO

 

 

El trabajo individual inserto en el trabajo colectivo presupone disipar las tendencias individualistas. El individualismo contraría y perjudica el trabajo colectivo.

El individualismo es, en general, producto de la sobreestimación del propio valor y de la subestimación del valor de los demás.

El individualismo se manifiesta en las más variadas formas: en la tendencia a hacer las cosas sin recurrir al apoyo de los demás o recurriendo a ellos de manera meramente subsidiaria; en la sobrevaloración sistemática de la opinión propia y de la acción propia; en la resistencia a aceptar y a actuar según la opinión de los demás, sobre todo cuando contraría la propia; en la dificultad para inscribir la propia actividad en la actividad del colectivo.

Es relativamente frecuente el caso de militantes que, por creer demasiado en sí mismos y poco en sus camaradas, se atribuyen la realización de demasiadas tareas, muchas veces superiores a las propias fuerzas.

Después del 25 de Abril sucedió con frecuencia que, en asambleas de organizaciones, un solo camarada (y a veces no un dirigente de la organización que realizaba la asamblea, sino el “controlador” de esa organización) presidía, dirigía los debates, daba la palabra a los oradores, leía mociones y sacaba las conclusiones.

Puede suceder, en un momento dado, que solos realicen coyunturalmente mejor las tareas que compartiéndolas con otros. Pero, con tal actuación, impiden el aprendizaje, el desarrollo y la experiencia de otros cuadros, sacuden la confianza de los otros cuadros en sí mismos y corren el riesgo de cometer (como también sucede frecuentemente) graves faltas y de provocar serios fracasos.

No se debe dar a un solo militante el poder para decidir solo sobre graves cuestiones, cuando la decisión puede ser tomada en un colectivo con otros camaradas. Y si se confiere tal poder, será mal síntoma si aquel a quien es conferido lo toma al pie de la letra y no procura (salvo casos excepcionales que lo impidan) comprobar mediante la opinión de los demás la justeza de su opinión individual.

No es raro tampoco el caso de camaradas que consideran buena opinión del colectivo cuando coincide con la suya propia, pero ya la consideran discutible y de menor obligatoriedad cuando la contraría o se le opone.

Sucede así que, después de un debate en su organismo, verificando que su opinión no fue aceptada, se eximen del cumplimiento de la tarea decidida, justificando tal actitud con el argumento de que, por faltarles convicción, no son los más indicados para cumplirla. En ciertos casos, tal actitud puede ser legítima y correcta, pero las más de las veces surge como expresión de un individualismo exacerbado.

El individualista tiene a veces la ilusión de que el individualismo es una manifestación de libertad individual. La verdad es que quien piense, decida y actúe solo con su cabeza y con su voluntad individual, acaba por ser prisionero de sus propias limitaciones. Aislado, detrás de la libertad aparente, el individuo acaba por ser esclavo de sí mismo.

La libertad de pensar y de actuar presupone la apropiación y asimilación de elementos de juicio, y ello presupone a su vez la aceptación de la información y de la opinión colectivas como inseparables de la libertad.

Al contrario de lo que afirman los defensores del individualismo, la opción por la formación de una opinión colectiva y de una actuación colectiva constituye una afirmación de que el individuo se liberó de las propias limitaciones individuales. Constituye así una expresión de libertad individual

 

 

EL SECRETARIO GENERAL Y EL TRABAJO COLECTIVO

 

 

Bento Gonçalves, secretario general del Partido designado en 1929, fue detenido en noviembre de 1935. Murió en el Tarrafal en setiembre de 1942. Desde su muerte hasta marzo de 1961, es decir, durante casi 19 años, el PCP no tuvo secretario general. Considerando que Bento pasó en prisión los últimos seis años de vida, puede decirse que, de hecho, el PCP no tuvo secretario general en el ejercicio de sus funciones durante más de 25 años.

La prisión y la muerte de Bento Goncalves constituyeron grandes pérdidas para el Partido. Pero el hecho de no haberse elegido de inmediato un nuevo secretario general y la inexistencia de un secretario general durante un cuarto de siglo, acabaron por tener profundas y positivas consecuencias en la evolución del trabajo de dirección. Tal situación representó un papel determinante para la creación, la práctica y la ulterior institucionalización de la dirección colectiva y del trabajo colectivo.

En las condiciones concretas existentes, en que se consideró difícil e inconveniente elegir un camarada para el ejercicio de tal cargo, dicha situación dio impulso al desarrollo político y la contribución de los camaradas que demostraban más cualidades revolucionarias, más capacidad y mayor dedicación, alejó cualesquiera ideas de dirección individual y fue creando y consolidando la concepción y la formación de un núcleo colectivo de dirección.

En 1961 el Comité Central, por motivos diversos, consideró necesario elegir un secretario general. Este hecho no modificó sustancialmente las tareas y responsabilidades individuales de ningún miembro de la Dirección Central ni cambió los métodos de trabajo colectivo.

En el PCP, el secretario general no tiene poderes de decisión individual, ni voto calificado, salvo, facultativamente, en caso de empate en la votación. Como los demás camaradas, está sujeto a la regla de la mayoría y a la disciplina de Partido.

La única diferencia que está formalmente establecida por decisión del Comité Central, es que no puede modificarse en su ausencia (salvo motivo de fuerza mayor) la orientación general del Partido.

Se han entendido como dos de sus tareas esenciales (o si, se quiere: dos de sus funciones esenciales), por un lado promover, organizar y asegurar el trabajo colectivo y la unidad de la Dirección del Partido; por otro lado, traducir en su actuación individual el trabajo colectivo del Partido.

La orientación del PCP a este respecto se asienta en circunstancias específicas y resulta de todo un largo proceso. En otros partidos se entienden soluciones muy diferentes en lo que respecta a los poderes y competencias del secretario general (o presidente) del Partido, al ámbito e importancia de las decisiones que se puede tomar individualmente, al peso efectivo de su opinión personal, no solo por la argumentación y la experiencia que la acompaña, sino por su carácter más o menos obligatorio, a la actitud del secretario general en relación con las opiniones de los demás compañeros, especialmente cuando discrepan. Tales diferencias son naturales.

En nuestro Partido se tornó completamente inaceptable toda situación o toda práctica que signifique superponer la opinión, decisión y actuación del secretario general a la opinión y decisión del colectivo, el poder de decisión individual del secretario general en cuestiones fundamentales, la aceptación de opiniones del secretario general, no porque en cada caso se reconozca su justeza, sino en razón del cargo que desempeña.

Entendiéndose como justas esta orientación y esta práctica, ello significa que se debe mantener viva la idea de que los otros camaradas deben llamar inmediatamente la atención del secretario general del Partido, en caso de que este no actúa de conformidad.

Un secretario general del Partido tiene la obligación de ayudar a los demás camaradas. Los demás camaradas tienen también la obligación de ayudar al secretario general del Partido.

Todo esto es igualmente válido en relación a cualquier camarada que, en cualquier organismo, formalmente o de hecho, desempeña el papel de responsable.

Teniendo en cuenta la experiencia vivida por nuestro Partido durante un cuarto de siglo, no es obligatoria la existencia de un secretario general.

El artículo 23 de los Estatutos es explícito:

“[...]. El Comité Central tiene la facultad de elegir, de entre sus miembros, titulares, un secretario general del Partido, definiendo igualmente sus atribuciones”.

La redacción de este artículo aprobado en el VI Congreso, realizado en 1965, no fue ocasional. Se previo explícitamente que se pudiese repetir, no solo como una situación de hecho sino en términos estatutarios, una situación similar a la existente de 1942 a 1961, por un período más o menos largo.

Puede que no se repita nunca más, pero está admitido que se repita.

 

 

UN SER ÚNICO CON VIDA Y VOLUNTAD PROPIAS

 

 

La intensa actividad del Partido conduce a una constante aproximación, contacto y trabajo conjunto de los organismos y organizaciones de los diversos escalones.

En la acentuación de este rasgo de la vida partidaria han pesado factores objetivos y factores subjetivos. Por un lado, la extrema inestabilidad de la situación política y social, en que se suceden momentos importantes y siempre decisivos exigiendo pronta y vigorosa respuesta del Partido. Por otro lado, el estilo de trabajo del Partido, en que el trabajo colectivo y el empeño general de las organizaciones y militantes son características fundamentales.

La estructura orgánica está, sin dudas, jerarquizada. Pero la distinción entre los varios escalones se nota únicamente debido al ejercicio de sus funciones propias, y no por ninguna separación en el trabajo habitual de los miembros del Partido que los componen.

El Partido está constantemente empeñado en iniciativas que exigen la intervención y participación activa, de una forma u otra, de muchos miles de militantes.

Además de todas las actividades cotidianas de funcionamiento interno (reuniones, debates, comisiones permanentes, comisiones ad hoc, etc.), el Partido se encuentra siempre envuelto en la preparación, organización y realización de grandes acciones de masas (concentraciones, manifestaciones, huelgas, marchas, desfiles), de grandes campañas (de esclarecimiento, de reclutamiento, de finanzas, etc.), de grandes realizaciones (Fiesta del ¡Avante!, fiestas de las organizaciones, construcción de centros de trabajo).

Esto sin contar la preparación, organización y realización de los congresos, conferencias nacionales, asambleas de las organizaciones en todos los escalones, encuentros, etc.

En jerga partidaria se dice de esta intensa vida partidaria que el Partido se encuentra siempre “movilizado”.

Pero la “movilización” del Partido nada tiene que ver con una movilización militar, con una orden superior para la entrada de un ejército en acción. La “movilización” del Partido es un empeño colectivo, en el que la dinámica de la acción resulta no solo de la intervención dinamizadora de la Dirección, sino de la comprensión general de la necesidad de actuar, de la solicitación recíproca entre los diversos organismos, organizaciones y escalones, de la intervención de todos para el resultado.

Cada organismo asume sus responsabilidades y toma las decisiones necesarias en la esfera de su competencia. Pero, en la intensa actividad partidaria, la intervención de todos los organismos y militantes se funde en un esfuerzo colectivo, en la dinámica del cual es difícil distinguir entre los activistas la diferencia de responsabilidades correspondientes a la jerarquía de la estructura orgánica.

Cualquiera de las grandes iniciativas y acciones del Partido es un ejemplo de esa profunda y coordinada actuación colectiva en que está presente la acción de todos los escalones del Partido (desde el CC hasta la base), cada cual con la contribución correspondiente a su responsabilidad y competencias, pero con un empeño general de tal modo sincrónico, que se diría que el colectivo dejó de ser la suma de los empeños individuales para convertirse en un ser único con vida y voluntad propias.

Un ser único en efecto: el Partido.