Carta abierta a Marcelino Camacho

 

Me pides que te haga un prólogo, y claro, esto me honra. ¿Cómo negarme? Y, sin embargo, ¿qué decir? ¿Quién no sabe quién eres y todo lo que eres, cuánto representas para este pueblo nuestro de cada día? Te has identificado con tu clase, de tal modo, que tú y tu clase sois una misma cosa, Marcelino. No has salido nunca por TV —¿os imagináis, Marcelino, clase obrera, saliendo, hablando por TV, diciendo la verdad obre­ra por TV, clamando amnistía por TV?— y sin embar­go todos os conocen, todos conocen vuestro rostro, el deje y el más leve gesto al salir de Carabanchel y abra­zar a Josefina.

Marcelino Camacho, el hombre de comisiones obre­ras, producto de un colectivo en lucha. Tú y tu clase tenéis la densidad del Canto General de Pablo Neruda, el barro de Miguel Hernández, la vibración histórica de Dolores Ibarruri, la calidad democrática de Julián Besteiro, recuperáis la voz del anónimo urbano y el canto de siega del campo andaluz...

Te recuerdo en Laia. Presentando, con Simón Sán­chez Montero, el libro de Nicolás Sartorius. Con el puño cerrado, en un gesto como tuyo, puño que no está en alto pero que puede elevarse en cualquier momento, no para golpear —no respondes a la violencia con vio­lencia sino con revolución pacífica— sino para propo­ner; al abrir la mano indicas cuál es el camino, cómo hay que seguirlo con las manos vacías de corrupción, tal las tuyas, manos limpias labradas en él tajo—y dice Raimon «de l'home mire/ sempre les mans»— que al abrirse e indicar hallan un eco de cientos de miles, de millones de otras manos, manos apareciendo de un mono azul o bata blanca o embutidas en un polo con los codos gastados de otro roce, manos con un mismo proyecto, también puños pacíficos pero firmes, decididos a dirigirse hacia el socialismo en la democracia tal como proponéis con cientos, miles, centenares de mi­les, Marcelino.

No has salido nunca por TV, pero el pétreo control de los medios de comunicación no ha podido evitar que vuestro gesto adolescente, ese gesto que está transfigu­rando, elevando más allá de los peldaños tanto sufri­miento, sudor, la sangre de la frente, que vuestro ges­to, el del puño y la mirada desafiando honradamente a las instancias represivas, que vuestro gesto fuera, sea, como un aliento para quienes entran a trabajar a eso de las seis de la mañana y a lo mejor por la tarde ya duermen en Carabanchel, Basauri o la Modelo. Tenéis él gesto de pertinaces confiados. Sois, tú y tu clase, como una juventud salvada de la catástrofe fascista.

No sois un mito. Aunque la represión ha hecho de vosotros un mito. Se os podría atribuir conciencia de héroe. Pero, Marcelino, acaso sois simplemente un colectivo orientado a construir el socialismo en la de­mocracia a través de vuestra calidad de sindicalistas nuevos, irrefrenables y obstinados. Sois militantes obre­ros que habéis renunciado a la opción del bienestar en­loquecido que reclaman para todos las sociedades opu­lentas, que habéis renunciado a todo —ofrecisteis una y diez veces vuestra libertad hasta acabar una y diez veces con los huesos en Carabanchel, Segovia, Puerto o Zamora—, habéis renunciado a todo tener, deseáis ser más que cúmulo o engranaje. Sois gentes que renun­ciáis por mor de la conciencia. Para ser, ya irremedia­blemente, conscientes de la historia. Gentes que aquí y allá, de forma natural, sin apariencias ni especial dis­curso para vates, nada espectacular, habéis optado por ser sujetos de la historia. Renunciáis a todo para llegar a poseerlo todo cumpliendo así la suprema paradoja de la historia. La fuerza de los débiles unidos, proleta­rios del mundo, salvando los valores supremos de un hombre nuevo, de una nueva sociedad. Liberándoos, liberándonos a todos, de la sutil esclavitud del capital de los huevos de oro. Sí, Marcelino, sois, el pobre de esta tierra que resuelve el mundo.

En la sociedad franquista en que los ejemplos, figuras y proyectos de hombre salvado de Europa, hombre a la española, se fabricaban con toda clase de medios e instrumentos, tal vez con corrupción como ingredien­te necesario, los rígidos controles no han podido impe­dir que el movimiento obrero se diera a sí mismo un ejemplo, tú y tu clase Marcelino, que se identificara no con las fórmulas híbridas de burócratas sindicales proponiendo reformismos, apareciendo grotescos en TV como los hombres del nuevo sindicalismo, sino con vo­sotros, Marcelino, el hombre de comisiones obreras, unos sesenta años, obrero del metal, despedido de Perkins, jamás readmitido, hay quien se vanaglorió en su día proclamando «¡Yo despedí a Marcelino Camacho!», vaya honra, señor Echevarría. Se identificó con voso­tros ese movimiento obrero al que habéis sacado del reflujo de la derrota para ponerlo en pie, a la ofensiva, según decís Marcelino, ese movimiento obrero que está en pie, se reconoce en vosotros que dijisteis ¡basta! a la represión fascista saliendo con las masas a la calle reclamando un sindicato propio, poniendo en marcha lo que parecía un proyecto descabellado y que todos conocen, las comisiones obreras. Dijisteis, el movimien­to obrero es el protagonista de la historia, también en tiempos del fascismo, después de la derrota. Resis­tiendo.

En este libro explicáis lo que son las comisiones obreras: movimiento socio-político, movimiento de ma­sas, reivindicativo, de clase, abierto, unitario, democrá­tico e independiente y cuáles son las formas de lucha a impulsar, «nos consideramos portadores de los más amplios intereses de los pueblos y nacionalidades que constituyen el Estado español» decís conscientes de vuestro papel más allá de las fábricas y las oficinas, y añadís precisando el carácter nuevo e inédito de comi­siones obreras, «el futuro y próximo movimiento obre­ro sindical debe ser una especie de síntesis creadora de Consejos Obreros y de Sindicatos, elaborado por aba­jo en los centros de trabajo y, por arriba, en colabora­ción con todas las tendencias sindicales de clase» y veis el futuro a base de «unidad en la libertad» —basta de unitarismos impuestos, clamáis a voces como fuerza organizada— y para todo ello, claro, reclamáis, impulsáis, determináis  «una   necesaria  ruptura sindical  pacífica para conseguir la libertad sindical en el cuadro de las libertades democráticas que el país necesita y que está conquistando». Comisiones obreras, «movimiento crea­dor, innovador, de vanguardia en el movimiento obrero sindical mundial de nuestra época».

Sí, explicáis lo que son las comisiones obreras. Vo­sotros, tú y tu clase, podéis hacerlo. Las habéis cons­truido. Ahora, atentos a los nuevos fenómenos, atentos al vendaval obrero surgido de las últimas elecciones, os disponéis a sentar los fundamentos del sindicato obrero, unitario en la libertad, democrático y represen­tativo, vais a hacerlo respetando las diversas tendencias existentes en el movimiento obrero, en base a ese pluralismo ideológico propio de la clase. Vais a construir ese sindicato. Como cuestión crucial de nuestro futuro democrático. Tú y tu clase sois así la garantía, el muro de contención de cualquier marcha atrás fascista que pueda haber mañana cuando ya hayamos conquistado las libertades democráticas. Sois la fuerza de su con­solidación.

Gracias a vosotros, Marcelino, hoy sabemos que nuestra historia reciente no ha sido tan sólo la historia de la represión, de la corrupción y del vacío. Ha sido también la que habéis construido y nosotros un po­quito con vosotros, resistiendo invictos, incólumes la frente, la mirada, el rostro, a la represión que acosaba años, quinquenios, décadas. Resistiendo estabais cons­truyendo los nuevos valores de la historia, nuestra His­toria, Marcelino, la que ahora irrumpe inevitable, la que ahora nos presenta un horizonte próximo de demo­cracia, fraternidad y convivencia. Somos distintos des­pués del 20 de noviembre, no tiene razón Juan Goytisolo, no estamos acabados, somos distintos y mejores, seguro, capaces de conducir adelante un nuevo proyecto de hombres, pueblos, en la solidaridad —vuestro valor intocado, vedlo en todos vosotros— en la democracia hacia el socialismo. Pondremos en marcha el vehículo todoterreno que son las comisiones obreras y tantos otros vehículos que hemos construido, batido, afincado en la luz oscura de la clandestinidad y la resistencia. Con vuestros faros, Marcelino.

Habéis sentado las bases, los valores de esa nueva historia. No habrá saltos en el vacío. Está claro en vuestras palabras, pronunciamientos, en el carácter de vuestras luchas cotidianas. Sois la clase responsable. Y decís, amnistía, abajo los exilios, libertades políticas, sindicato obrero, iniciemos ya el futuro. Para ello escuchemos el fallo supremo, el único válido, el de nuestro pueblo soberano. Sólo así evitaremos cualquier catástrofe. Vuestro proyecto responsable, Marcelino, vuestro gesto, puño abierto, vuestras manos sin otra buenaventura que la de abrir los caminos de la recon­ciliación nacional para estos pueblos.

Os recuerdo en Montserrat, abrazo con Xirinacs en huelga de hambre, ¿quinta, sexta?; Ruiz Giménez musitando con ceceo: vuelvo de Carabanchel cada vez recuperado, hay que ver a Marcelino; y el padre Llanos me decía: si entro en un partido será donde esté Mar­celino Camacho, allí me reconozco; y en Roma, diciem­bre 75 toda la prensa clamaba, ¡libertad para Cama­cho!, sois tú y tu clase, los pueblos de esta piel de toro en lucha. Muchos, tantos, en vosotros, también nos reconocemos. En Barcelona, diciembre 75, en el Cole­gio de Aparejadores miles de personas gritaban ¡Mar­celino!, tú con Nico, algo maravillados de la nueva re­cién estrenada libertad. Percibíamos en Catalunya que vosotros erais la amnistía y el futuro sindicato y la emancipación real de la clase obrera y todo cuanto vuestro proyecto responsable lleva consigo. «Seguimos siendo  clase  explotada además  de  clase  oprimida.» Y hemos dicho basta. Eso decís para poner en pie vues­tro proyecto. Con él estamos, Marcelino. Hemos de impulsar la conciencia organizada de la clase. Catalun­ya, Euzkadi, Galicia, junto con las demás partes del Estado español, impulsando su proyecto propio, pero ligadas, articuladas profundamente en ese horizonte de democracia avanzada que propones, impulsando el so­cialismo de rostro humano que ya reconocemos en la calidad de vuestros gestos.

Internacionales, ¿cómo no? habíais cantado con Peter Seeger, Guantanarnera, revolución cubana del 59, Vietnam, Argelia, Chile, el Sahara, solidaridad sin fronteras, habíais cantado de qué modo «con los pobres de la tierra/ quiero yo mi suerte echar/ el arroyo de la Sierra/ me complace más que el mar» y si os paseáis por Europa es para reconoceros en y que os reconoz­can los estibadores ingleses o los metalmecanici italia­nos o los cheminots de la CGT francesa. Ni recepción ni cocktail party sino clamor de fiesta, nuestra fiesta Marcelino, unida en clase, tú y tu clase, universal y sin fronteras.

Marcelino, lo repito. Sois el pobre que resuelve el mundo. Tú y tu clase. Sois el pobre que resuelve el mun­do. En una palabra, un socialista de la nueva época.

Alfonso C. Comín